Capítulo 3. Naturaleza y subjetividad

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Jesús Moya Vela


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Capítulo 3. Naturaleza y subjetividad4

Marx (2015d) estaba seguro de que los grandes acontecimientos de la historia, como sus grandes nombres y sus acciones, sólo cobraban sentido a través de la dialéctica, siempre compleja, que enmarcaba a dichos sucesos y personajes. Los periodos de la historia suelen ser largos y entre ellos hay efectos inmediatos, así como otros de larga data. Las luchas obreras del siglo xix en Europa al igual que las del siglo xx en los países de América Latina, además de las diferentes expresiones que la lucha de clases manifestó en otras regiones, constituyeron una dinámica de tendente organización con un grado de conciencia, por lo menos hasta donde pudiesen mejorar las condiciones de vida de las clases trabajadoras. De acuerdo con lo expresado por Borón en la conferencia Lawfare y golpes blandos (Facultad Libre, 2018), la presión ejercida desde el bloque occidental durante la Guerra Fría, debido al avance, en términos geopolíticos, que pudiera significar el socialismo desde la Unión Soviética, fue un elemento que influenció la correlación de fuerzas. Estados Unidos, por ejemplo, se vio obligado a intervenir en América Latina con varias medidas de contención de la expansión de la Revolución cubana. Estas condiciones no fueron otorgadas únicamente por la presión que las luchas de los trabajadores y del pueblo en general habían llevado a cabo, ya que hay causas materiales propias de las diferentes etapas capitalistas.

Las crisis capitalistas fueron generando expresiones políticas que llevaron a la reorganización de las relaciones sociales de producción de distintas maneras, sin perder, obviamente, su esencial división entre poseedores y desposeídos, entre dueños de los medios de producción y quienes no tienen más que su fuerza de trabajo para vivir. Se han desarrollado las fuerzas productivas como una tendencia general del capital, promoviendo las revoluciones tecnológicas que han definido la historia del capitalismo (Cohen, 1986).

La potenciación de las fuerzas productivas para obtener mayor plusvalor no sólo impacta al surgimiento de nuevas formas de organización social. Las relaciones de producción expresaron sus contradicciones sobre los cambios que las fuerzas productivas impulsaron para superar los periodos de crisis y dar continuidad a los de expansión o tiempos de bonanza capitalista, de acumulación de capital, de generación de plusvalor, de jugosas ganancias y de más empobrecimiento de la mayoría de la población (Marx y Engels, 2015). Históricamente, esta dinámica llevó a una crisis que se expresó en la necesidad de coordinar un embate —como se ha dicho ya— contra el trabajo en la segunda mitad del siglo xx.

Lo que ha visto el mundo en los últimos cien años es el avance de una clase social sobre otra de manera pausada, a veces acelerada, y en muchas ocasiones velada de falsa democracia. Aquella ventaja en la correlación de fuerzas que la clase trabajadora había conseguido se vio frenada. La clase dominante, la de los propietarios, se reorganiza ante lo que le parece, desde sus palcos, un caos social provocado por las mismas políticas y medidas económicas y sociales que su condición de clase y sus ideologías han promovido. Ello recrudece los conflictos entre las formas de entender la problemática desde el poder.

Las reformas que los gobiernos neoliberales han implementado a lo largo y ancho del mundo —en unos países más, en otros países menos, y en cada uno de manera diferente— delinearon las políticas de libre mercado y de flexibilización laboral que no dejan de ser una constante. Mientras que los capitales muestran una gran movilidad en el periodo neoliberal, el trabajo local se transforma para pasar, en distintas regiones, de un proceso de precarización del salario real a la desocupación e informalidad. En tanto que en regiones como América Latina el trabajo está condicionado por el subdesarrollo (Figueroa, 1986), en los países desarrollados la crisis también ha tenido sus efectos. Estados Unidos, por ejemplo, desde la implantación del neoliberalismo en el mundo hace ya cincuenta años, ha impulsado en la región no sólo este embate hacia el trabajo, sino también hacia los mercados. Gracias a ello ha derrotado a través de una serie de conflictos intraclasistas, entre capitalistas locales y aquellos con capacidad de crecimiento e internacionalización, a los mercados satisfechos por la industria y el comercio que se caracterizaban por tener una orientación nacional y, en el caso de países como México, una alta intervención estatal.

El embate al trabajo acaeció como estrategia capitalista para superar la tendencia a la baja en la tasa de ganancia (Harman, 2007). A sabiendas que la economía capitalista tiene como finalidad, o bien “es, sustancialmente, producción de plusvalía [...] por hacer rentable el capital” (Marx, 1999a, pp. 425-426), era indispensable modificar el mercado laboral, encontrar nuevas formas de regulación de la relación capital/trabajo y abrir nuevos mercados que permitieran consolidar las dinámicas de intercambio necesarias para la generación de capital.

Lo anterior ha llevado a una centralización del capital en manos de quienes han tenido la capacidad de hacerlo, lo cual es una tendencia (Marx, 1999a). El Estado jugó un papel fundamental para que esto aconteciera y organismos internacionales también hicieron su parte —son los casos del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial—, que se dedicarían a ejercer presión para que, sobre el compromiso del crédito y procesos de renegociación de deuda a países subdesarollados, las reformas neoliberales se consolidaran. Los gobiernos locales hicieron también su papel al ir conteniendo el descontento social que dichas medidas de superación de la crisis del capitalismo generaron en la década de los setenta y durante todo el proceso de implementación de esas nuevas formas de acumulación. Ese fue uno de los roles que tuvieron las dictaduras y los amañados procesos de democratización.

América Latina en 2019 fue una región que expresó la lucha de clases en un escenario de progresismo en declive y de consecuencias poco halagüeñas del extractivismo como modelo rentista, que se muestra insuficiente para promover condiciones dignas de existencia, según sostiene Raúl Zibechi, entrevistado por Gloria Muñoz (2019). El fetichismo del Estado hizo creer a la vieja izquierda, o a las viejas izquierdas que produjo el siglo xx —tomando en cuenta que no hay una y que muchos libertarios ya no quieren que se les identifique así—, que el único camino era el mismo que siempre había seguido la dominación. La organización de las relaciones sociales centralizadas en el Estado y sus instituciones no fue suficiente para superar el conflicto de clases que caracteriza al capitalismo. Como se ha expuesto antes, el extractivismo ha sido, junto a los nacionalismos que esas izquierdas han enarbolado, la vía más adecuada para acentuar las relaciones sociales capitalistas en la región y contener la lucha de clases con el supuesto de repartición de la riqueza. Por ejemplo, es innegable que hubo mejoras en Brasil y Bolivia, pero al pasar el periodo político donde el pacto entre la dirigencia y la base es central, y al recrudecerse la crisis promovida por las políticas neoliberales, estos proyectos contradictoriamente nacionales hoy son insuficientes. Los acuerdos se rompen y, desde su diversidad histórica, se configuran los distintos conflictos que caracterizan a una sociedad fundamentada por la división de clases: entre los históricamente dueños y los históricamente desposeídos —se entiende relaciones de propiedad en sentido capitalista—.

Uno de los resultados de lo anterior es sin duda el ascenso de la derecha, que parece consolidarse. Tanto en Europa como en Estados Unidos, la tendencia de la derecha es dar continuidad a aquellas tareas pendientes que han dejado estas últimas cinco décadas de embate hacia el trabajo. Y en ese contexto de lucha de clases, que es el aspecto político efectivo de las relaciones sociales capitalistas, el vínculo con la naturaleza ha cambiado.

El trabajo es la relación fundamental del ser humano con la naturaleza, o por lo menos, la socialmente más determinante. Lo que se argumenta es cómo el capitalismo, que procura la obtención de plusvalor, implica que la relación entre la humanidad y su ambiente resulte ser una expresión histórica de matices particulares: mientras que tal correspondencia aparece encubierta en el proceso de producción, también se presenta como una agenda de lucha por un derecho a un ambiente sano y digno; mientras que es una agenda gubernamental de hipócrita respuesta a las exigencias ciudadanas, se consolidan nuevas formas para su mayor explotación, y mientras es, como se sostuvo antes, un proceso concomitante a la lucha de clases, se manifiesta, ideológicamente, como una responsabilidad de toda la humanidad respecto del daño que el capital genera a la naturaleza en su desenvolvimiento histórico.

La posición que mantiene el materialismo histórico sobre la historia y el desarrollo de la humanidad como elementos concomitantes a las relaciones sociales de producción, y por ello a los nexos entre las clases sociales, puede ser abordada desde aspectos que le son propios al género humano en relación con la naturaleza. Ello en el entendido de que dicha unión sostenida mediante el trabajo es una especie de metabolismo entre el hombre y el mundo natural. Por lo anterior, haremos un acercamiento a los postulados respecto a la naturaleza adscritos al materialismo histórico, en un esfuerzo por integrar algunos de sus principios a la actividad multidisciplinaria de las ciencias sociales. Lo anterior se problematiza con la idea de que las subjetividades y la acción están suspendidas en entornos de interacción generados social e históricamente. Esto permitirá engarzar una reflexión correspondiente al último capítulo en relación con el materialismo y proponer un programa de ajuste para la investigación científica y social con miras a la totalidad, y en ejercicio de la transdisciplina y de la multidisciplina.

Idea de la naturaleza

Antes de presentar brevemente los puntos discutidos desarrollaremos una interpretación de la acepción de naturaleza en el materialismo de Marx y de su construcción como elemento epistemológico que da cabida a conceptos teóricos. No se desglosará una teoría marxiana de la naturaleza, ya que esta como tal no existe (Schmidt, 1977), sino sus nociones y su nexo con lo que aquí se considera un paradigma del conocimiento y de las ciencias sociales en general.

El materialismo histórico es una clara muestra de las expresiones científicas y filosóficas de su época. Los diferentes socialismos, el anarquismo, la biología —como es considerada en la teoría de la evolución de Darwin—, los logros en física y química aplicadas a la industria o bien a la tecnología en los procesos de la producción, la primavera de los pueblos o la comuna de París, con un carácter principalmente obrero, concretizaron un entorno que permitió que el mencionado paradigma desarrollara sus conceptos más importantes para explicar la dialéctica del mundo en el momento histórico que lo engendró. Marx estaba seguro de que todo pensamiento es producto de las condiciones históricas y materiales que le permiten expresarse, ya sea como ideología o bien como un momento en el cual el conocimiento sobre sociedad y naturaleza —fundamentado científicamente— superaría, en una sociedad comunista, su estado ingenuo o ideologizado y burgués (Marx y Engels, 2014).

Debe aclararse, y se retoma el aspecto político de la ideología en su producción y reproducción por el sistema capitalista, que la relación entre ciencia e ideología que puede intuirse en las líneas anteriores no respalda una posición positivista del marxismo. La ciencia —como la física, por ejemplo—, produce conocimiento que tiene efectos sobre la realidad, no sólo entendiéndola sino también interviniendo en ella en distintos niveles, sean estos elementales o complejos. Es la manera en cómo el conocimiento científico, tanto de la naturaleza como de las sociedades, se presenta y es apropiado ante una serie de argumentaciones de la sociedad burguesa lo que hace que su práctica sea ideologizada o no. La ciencia tiene un sentido político y de dominación, además de su aspecto invertido.

Tales aspectos implican el ocultamiento, en su forma subjetiva, de las condiciones materiales históricas en las cuales se produce la ciencia como praxis y conocimiento. Por ello no se considera que la contraposición a la ideología para su superación sea simplemente una acepción ingenua, positivista o realista, de la vida. La ideología, al igual que el fetichismo de la mercancía, son resultado, cada uno con sus determinaciones sociales específicas, del capitalismo como modo de reproducción social. En esencia, la ideología no contiene únicamente un conocimiento invertido de la realidad, sino que es también parte de las contradicciones sociales generadas por la lucha de clases en una tendencia de explotación del hombre por el hombre, por lo que se insiste en que su carácter político es fundamental.

Las condiciones materiales del siglo xix permitieron al materialismo histórico sintetizar una serie de expresiones del pensamiento del mundo occidental en una nueva manera de entender al hombre, la sociedad y su relación con la naturaleza. Un trabajo excelente, el cual trata de desarrollar la idea de naturaleza en Marx, es el de Alfred Schmidt, El concepto de naturaleza en Marx (1977), que dilucida, bajo un profundo análisis de la obra y de las distintas etapas del desarrollo del pensamiento marxiano, cómo su concepto de naturaleza se entrelaza en una filosofía y una teoría que trataban de explicar el capitalismo y el desarrollo histórico de la humanidad. Según este autor, Hegel asumía, como buen idealista, que un rasgo de la libertad y autoconocimiento del hombre era su separación de la naturaleza. El concepto de naturaleza supera en la crítica marxiana su acepción idealista, lo que pone a la humanidad —desde la naturaleza que le rodea y la suya misma— frente al mundo (Cohen, 1986). Lo anterior es un elemento fundamental del materialismo histórico: Marx, citado por Schmidt (1997, p. 17), asume a la naturaleza respecto al espíritu, es decir al cuerpo como sustento de la subjetividad: “La verdad es que la crítica crítica, espiritualista, teológica, sólo conoce —conoce por lo menos en su imaginación— entre los hechos políticos, literarios y teológicos de la historia, los más importantes y de nivel estatal. Como separa el pensar de los sentidos, el alma del cuerpo, y a sí misma del mundo, del mismo modo esa crítica separa a la historia de la ciencia de la naturaleza”.

Si se sigue la misma obra puede argumentarse que en ese materialismo no aparece, como un concepto central, la acepción de naturaleza. Esta es siempre periférica (Schmidt, 1977), es decir, complementa el resto de la cadena conceptual que da vida a sus otros planteamientos teóricos. Toda teoría está constituida como una red de conceptos interrelacionados. Cada nodo se conecta y relaciona con aquel que se requiera para desarrollar los argumentos centrales y las hipótesis que expliquen lo referido —nótese la evocación de la técnica de redes semánticas naturales (Valdez, 2010)—. Tales conceptos pueden ser una expresión de investigación empírica, otros pueden ser tan básicos que tienen nada más una función descriptiva, mientras que otros pueden ser de mayor abstracción y generalidad. Así se van complementando en una dinámica cognoscitiva y de significados coherente e integral.

Es probable que las redes de conceptos posean nodos carentes de sustento directamente empírico, en términos metodológicos e investigativos; no obstante, son fundamentales para darle sentido a una serie de otros conceptos, ya que también pueden unirse y encontrar sentido con todos los demás. Uno de estos, para Marx, es el de naturaleza, que le permitió desarrollar sus reflexiones más importantes sobre el trabajo, el desarrollo de las fuerzas productivas, su visión de ciencias naturales y de ciencia social, y su teoría de la historia, el cual se encuentra además íntimamente asociado con su teoría del valor de uso. Sus Manuscritos económicos y filosóficos de 1844 tal vez sean la obra donde la acepción aparece con mayor centralidad y con un sentido filosófico; aunque hay que señalar que este gira alrededor de las ideas de enajenación, objetivación y trabajo (Marx, 1980).

Para el materialismo histórico la naturaleza no se presenta al género humano directamente, sin rodeos prácticos y de acción, o bien como una naturaleza en sí. Se asume, como material que es, que el universo existiría independientemente del hombre; sin embargo, para este, la realidad se expresa y se consolida en él a través de su praxis (Marx, 2015a). La naturaleza y su relación con el hombre están históricamente determinadas por la acción de él a través del trabajo, en una confrontación constante entre su propia naturaleza y el mundo que le rodea, y del cual obtiene su sustento y desarrollo (Marx, 1999a).

Esta praxis constituye a la humanidad, a su comprensión de la naturaleza y el modo de su apropiación. Por ende, el materialismo marxista no es sinónimo de un empirismo ingenuo que explica un mundo que se nos presenta únicamente mediante nuestros sentidos, sin más dinámica que el simple hecho de percibir aquello con lo que nos encontramos (Schmidt, 1977). La primera tesis sobre Feuerbach plantea el proceso de conocimiento implícito en lo anterior y que el materialismo ingenuo ignora (Marx, 2015a). En su aspecto pragmático, el conocimiento de la naturaleza se construye sobre la acción hacia ella: los significados que tengamos del mundo que nos rodea, y que ciertamente están delimitados por nuestras posibilidades empíricas y sensoriales, surgen de la interacción con él y de la integración en el self, desde un otro generalizado —la naturaleza—, en la conducta tanto individual como colectiva. Si es el trabajo la expresión de la praxis, y de distintas formas de acción, más característica de la humanidad en relación con su existencia y la naturaleza, entonces esta no pierde su carácter material, sino que para el hombre sus distinciones materiales cobran un sentido histórico y social.

No hay en el materialismo histórico, por ende, una ontología, es decir, una definición de naturaleza como un algo estático y ahistórico, sino que esta, para la humanidad, sólo puede cobrar sentido de manera social, lo que la vuelve —no la única, pero sí una de las más importantes— determinaciones materiales de su existencia. Lo anterior implica un acercamiento humanista a la naturaleza, porque establece una antropología. Por ello, en la siguiente cita de El capital, Marx refiere a su acepción para desglosar su concepto dinámico de trabajo como una especie de metabolismo entre las necesidades más básicas y sociales, según el desarrollo histórico en el que se expresen, y la naturaleza. El trabajo es el proceso que permite al ser humano hacerse de ella.

El trabajo es, en primer término, un proceso entre la naturaleza y el hombre, proceso en que éste realiza, regula y controla mediante su propia acción su intercambio de materiales con la naturaleza […] Y a la par que de ese modo actúa sobre la naturaleza exterior a él y la transforma, transforma su propia naturaleza, desarrollando las potencias que dormitan en él y sometiendo el juego de sus fuerzas a su propia disciplina (Marx, 1999a, p. 130).

Marx, influido por el pensamiento naturalista de la época en que le tocó vivir, también asumía que la sociedad sostenía un intercambio orgánico con la naturaleza (Schmidt, 1977). Esta aparece siempre externa al hombre, pero determina sus características materiales. El hombre, a su vez, trata de modificar dichas características por medio de la praxis que le recrea como agente histórico. La naturaleza posee condiciones que, en las diferentes etapas de la historia, fijan la forma en como el género humano se le contrapone para superar su condición, dando origen a las relaciones sociales que caracterizan cada modo de producción. En el materialismo histórico las etapas previas al capitalismo —la revisión de las distintas configuraciones sociales que el citado autor hizo parten de una reflexión que asume la dialéctica de la historia como múltiple y diversa (Tarcus, 2015)— sostienen un vínculo más integral y genérico con la naturaleza. Por su parte, en el capitalismo las relaciones de la naturaleza con la humanidad, mediadas por el trabajo, se presentan como nunca de manera social e histórica.

No existe en el feudalismo, ni en las sociedades esclavistas en occidente, un proceso de mediación tan amplio como lo es el trabajo asalariado y la creciente mecanización o tecnologización de la industria en los procesos productivos. Al confrontar a la naturaleza en la cotidianidad, las sociedades no capitalistas han mostrado una unión directa entre el trabajo y aquella, entre la producción y los elementos naturales —como la tierra—, para así convertirla en una naturaleza para la humanidad.

Ello sucedía, en realidad, desde épocas prehistóricas, en el sentido manejado por Gordon Childe (1997). Este autor hizo una descripción cercana a un ejercicio de divulgación de la ciencia muy valioso, que explica cómo los cambios en las actividades económicas tuvieron sus efectos en la población. El desarrollo de técnicas para uso de ciertos materiales metálicos permitió que los hombres de esas etapas —bronce o hierro—, se adaptaran al medioambiente de forma adecuada y beneficiosa para la especie, lo que permitió mejores condiciones para la producción de excedentes de satisfactores. Lo anterior promovió una complejización creciente de la división del trabajo y una tendencia a acrecentar el tamaño de los colectivos humanos entre cada revolución tecnológica. Tal es el proceso de apropiación de la naturaleza por la humanidad; no obstante, en el capitalismo, donde en la relación capital/trabajo el verdadero productor está desprendido del producto de su trabajo y del conocimiento que da origen a la industria en la que labora, dicha confrontación con la naturaleza aparece velada también por esta enajenación a la cual el hombre se somete en la dicotomía objetivación del trabajo⁄desapropiación de los medios de producción.5

El objeto que el trabajo produce, su producto, se enfrenta a él como un ser extraño, como un poder independiente del productor. El producto del trabajo es el trabajo que se ha fijado en un objeto, que se ha hecho cosa; el producto es la objetivación del trabajo. La realización del trabajo es la objetivación […] La objetivación aparece hasta tal punto como pérdida del objeto que el trabajador se ve privado de los objetos más necesarios no sólo para la vida, sino incluso para el trabajo. Es más, el trabajo mismo se convierte en un objeto del que el trabajador sólo puede apoderarse con el mayor esfuerzo y las más extraordinarias interrupciones. La apropiación del objeto aparece en tal medida como extrañamiento, que cuantos más objetos produce el trabajador, tanto menos alcanza a poseer y tanto más sujeto queda a la dominación de su producto, es decir, del capital […] Todas las consecuencias están determinadas por el hecho de que el trabajador se relaciona con el producto de su trabajo como un producto extraño […] El trabajador pone su vida en el objeto, pero a partir de entonces ya no le pertenece a él, sino al objeto (Marx, 1980, pp. 105-107).

Hay dos determinaciones que hacen que la relación hombre-naturaleza sea muy particular en el capitalismo: la enajenación del trabajo y esta como trabajo general y trabajo directo. El conocimiento, que ha permitido en el capitalismo una mejor comprensión de las leyes del universo a través de las ciencias naturales, hace que esa relación aparezca ahora como una separación entre dicha actividad, la tecnología y la naturaleza. Socialmente más determinado que nunca, el vínculo del hombre con la naturaleza no deja de ser fundamento material de las condiciones sociales y de vida de la humanidad, ya que ahora el carácter social de la praxis, el devenir, la subjetividad y la naturaleza no superan la dialéctica entre los condicionantes naturalistas de la historia y lo “esencialmente” histórico.

En el capitalismo, el ser humano aparece escindido entre cuerpo y mente, y entre su actividad y la naturaleza, a causa del desarrollo de las fuerzas productivas que el proceso histórico del capitalismo desenvuelve en su dialéctica y por la desapropiación de su vida objetivada. Esto ha promovido la emergencia de la ideologización de su condición material de existencia, a tal grado que al ser humano no le ha permitido asumir o entender genéricamente las formas tan agresivas de apropiarse de su vida. En Sobre la cuestión judía Marx hace una cita textual de Thomas Müntzer para argumentar lo anterior:

La concepción que se tiene de la naturaleza bajo el imperio de la propiedad y el dinero es el desprecio real, la degradación práctica de la naturaleza […] En este sentido, declara Thomas Müntzer que es intolerable “que se haya convertido en propiedad a todas las criaturas, a los peces en el agua, a los pájaros en el aire y a las plantas en la tierra, pues también la criatura debe ser libre” (Müntzer, citado por Marx, 2015e, p. 87).

De acuerdo con Marx en el comunismo la humanidad podría encontrar una reconciliación con la naturaleza (Schmidt, 1977), y esto es parte de su teoría de la historia (Cohen, 1986). Este elemento de la historicidad, adscrita a la naturaleza por la práctica de la humanidad en ella, al representar también una serie de relaciones sociales cubre sus múltiples sentidos. Según el momento histórico en el cual los colectivos humanos se apropian y confrontan con la naturaleza en sí la convierten en un para nosotros. En el capitalismo afluyen modos de asumir la naturaleza, tanto ideológicos y políticos, que son ahora, en la fase actual del capitalismo como un sistema mundial, la manera en que se expresa ese intercambio orgánico. A continuación, analizamos el aspecto oculto de la relación hombre-naturaleza en el capitalismo como resultado de entornos de interacción social e históricamente determinados por la enajenación y la separación entre trabajo general y directo. De igual forma, se propone un concepto de investigación social que contradice la parcelación hermética de las disciplinas.

Capitalismo, clase social y naturaleza: la realidad velada

Es posible desarrollar una propuesta multidisciplinaria y transdisciplinaria para que la idea de naturaleza, en el pensamiento marxiano, pueda fructificar en una teoría marxista de la naturaleza apropiada para las problemáticas que la humanidad enfrenta en el siglo xxi. Ello implica repensar y construir un nuevo marxismo con agendas renovadas que no dejen de plantearse la acción y la revolución, que sigan cavilando la relación entre producción, trabajo, plusvalor, ganancia y desarrollo de las fuerzas productivas, y cómo todo define a las sociedades capitalistas y las clases sociales con sus respectivos conflictos y contradicciones. Una agenda teórica que regrese a las obras básicas del marxismo para verlas desde los distintos lugares que el mundo hoy localiza en su devenir histórico y que se atreva a crear nuevas problemáticas de investigación y de acción relativas a la realidad.

Se asume que lo recién propuesto aquí requiere desnudarse de viejos prejuicios sobre los llamados marxismos, ya sea desde fuera o desde dentro de los mismos. No se debe renunciar a la crítica; por el contrario, se propone continuar con un estilo de pensamiento que el mismo Marx siguió. Por prejuicios se hace referencia a una equivocada apropiación crítica del pensamiento marxista. Apropiación que está dentro y fuera de la academia, que se encuentra en el populismo de derecha y en el desprestigio remanente de la Guerra Fría. Este es un ataque de quienes observan al marxismo desde fuera de su totalidad como paradigma (Tarcus, 2015), sin aludir a los diferentes elementos, momentos y personajes que comprenden el desarrollo del materialismo histórico.

Se insiste en reconocer la crítica seria y fundamentada como enriquecedora del pensamiento, aunque esta se halle totalmente en confrontación. Ciertamente, el pensamiento marxista debería crear sus agendas científicas superando aquellas que van encaminadas más al desprestigio y a la deslegitimación como acción política, que a la recreación del pensamiento. Esas agendas se encuentran en desarrollo, y no se arguye tampoco que es una elucubración novedosa la que se expone aquí, pero es importante mencionarlas y hacerlas notar como un ejercicio de la misma crítica. Debe decirse además que lo siguiente forma parte de una serie de notas sobre el estudio, aún no acabado, que de manera personal se ha hecho de la obra de Marx.

Como se ha puntualizado ya, para Marx el progreso de la historia está en íntima relación con la acción que el hombre ejerce hacia la naturaleza en distintos grados. Es de suma relevancia en el materialismo histórico el proceso de constitución de los hombres a través del trabajo, que es uno de los principales nexos con el medio, además de la continuidad y presencia de los elementos biológicos y naturales, y el aprovechamiento de las fuerzas productivas de la naturaleza (Marx, 1980). Tal enlace dependerá de la dialéctica que presenten las fuerzas productivas. El control de la naturaleza a través del desarrollo de estas ha implicado en el capitalismo una separación de los hombres —de aquellos históricamente desapropiados— de los medios de producción y del conocimiento que materializa en las mercancías su valor. Dicho control, al ser ejecutado bajo ciertos límites de tiempo establecidos por la sociedad y la historia, implica una definición inicial de clase:

El proletariado es el productor subordinado que debe vender su fuerza de trabajo para obtener su medio de vida. Esta definición tiene ciertos defectos que no nos arriesgaremos a corregir en esta obra. Pero sí afirmamos que es una definición justa. Define a la clase haciendo referencia a la posición de sus miembros en la estructura económica, sus derechos y deberes en ella. La clase de una persona no se establece sino por su posición objetiva en la red de relaciones de propiedad, por difícil que pueda ser identificar con claridad tales posiciones (Cohen, 1986, p. 81).

En efecto, esa definición de clase es muy complicada ya que da la impresión de que las clases se definen bajo un principio economicista. Asimismo, puede ser apropiada como expresión reduccionista y vulgarmente estructuralista, como suelen hacer muchas de las críticas al materialismo histórico. Sin embargo, aquí se defiende que ello es, ante todo, un principio, y dada su naturaleza en el capitalismo implica que es un proceso histórico inédito en la historia de la humanidad. No se abundará ya sobre los aspectos subjetivos, culturales y cotidianos que dan su diversidad a las clases sociales, en especial de los grupos desapropiados. Se ha avanzado en ello en los dos primeros capítulos. Lo que se argumenta es por qué necesaria e inicialmente debe adoptarse una definición desde la producción y las relaciones de propiedad de los medios de producción para entender el concepto de clase social. Ello es importante por el tratamiento teórico que se está dando al problema de la naturaleza y subjetividad en el capitalismo.

Las clases sociales no surgen con el capitalismo. En La ideología alemana (2014) Marx y Engels hacen distintos acercamientos a una explicación materialista y dialéctica de la historia. Engels efectuó un ejercicio similar en su criticada obra El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado (Engels, 1973). Es un momento del pensamiento marxista donde Marx es aún eurocéntrico, por lo cual —tal vez él mismo también así lo llegó a pensar en su etapa tardía— la periodización de las fases de la historia a partir de las culturas previas a la Antigüedad, desde el feudalismo hasta llegar al capitalismo, alude exclusivamente a Occidente. Lo que permiten estas obras es observar que los elementos fundamentales determinantes de las clases sociales son las formas de propiedad que se desprenden del desarrollo de las fuerzas productivas de una sociedad determinada.

Entre el 6000 a. C. y el 3000 a. C., en el Nilo y Mesopotamia, la producción campesina logró un excedente que impulsó el crecimiento de la población. El desarrollo de las fuerzas productivas originó el surgimiento de actividades diferentes a la producción o a la reproducción de la fuerza de trabajo. La tierra y el trabajo podían aportar más de lo que el trabajador directo necesitaba para vivir, lo que complejizó las relaciones sociales. Surgió en estos lugares una clase dominante que explotaba a la clase trabajadora de los campos al exigirle tributos que posibilitaban el sostenimiento de su organización política, con todo el ocio y la pompa que permitían sus culturas a las oligarquías. En Mesopotamia esa clase era sacerdotal y el aspecto religioso sería una característica general. Con toda la carga subjetiva que presupone la religión, la desapropiación del esfuerzo del trabajador directo era justificada, normalizada, pero sí era evidente. Childe (1997) llamó a tal periodo “el preludio a la revolución urbana”.

En dichas sociedades la desapropiación no está velada debido a que no existe una real separación del trabajador directo sobre los medios de producción. Marx (1959), en el tomo iii de El capital, expone brevemente el concepto de clases sociales. El aspecto de la propiedad privada de los medios de producción es muy importante en su obra, en especial para explicar tal concepto. En efecto, en toda la historia de la humanidad —según parece— no existía una desapropiación total de los medios de producción del trabajador como tampoco una división social entre trabajo general y trabajo obrero. Se muestra en las dos últimas hojas de dicha obra una diferenciación que está determinada también por la división social del trabajo. Hay que puntualizar que lo que él observó en el capitalismo fue la tendencia histórica de dejar a la mayoría únicamente con su fuerza de trabajo, es decir, a aquellos que crean valor con su actividad vital fundamental al venderla para su reproducción. Lo anterior no implica, como se ha insistido, que ese modo de producción no generase también una división social del trabajo heterogénea.

Con el capitalismo se arriba a un proceso constante e interminable de desapropiación. Se pierde el territorio y se pierde la vida, todo para la generación de ganancia. El momento inicial de esta es la acumulación originaria. Después, la reinvención del sistema, que acontece especialmente en los periodos de crisis, es continua y diferenciada. Lo que se atestigua con el capitalismo es una relación de clases en la que, fundamentalmente, una clase se ha apropiado de todo, mientras que la otra se ha desapropiado de casi todo para luego reapropiarse de muy poco para vestirse, alimentarse o divertirse. Dicha relación de propiedad toma la forma de capital cuando permite la acumulación y la expropiación del valor generado por el trabajo. Las siguientes citas elucidarán lo anterior:

Hemos visto cómo se convierte el dinero en capital, cómo sale de éste la plusvalía y cómo la plusvalía engendra nuevo capital. Sin embargo, la acumulación de capital presupone la plusvalía, la plusvalía la producción capitalista y ésta la existencia en manos de los productores de mercancías de grandes masas de capital y fuerza de trabajo […] Ni el dinero ni la mercancía son de por sí capital, como no lo son tampoco los medios de producción ni los artículos de consumo. Necesitan convertirse en capital. Y para ello han de concurrir una serie de circunstancias concretas, que pueden resumirse así: han de enfrentarse y entrar en contacto dos clases muy diversas de poseedores de mercancías; de una parte, los propietarios de dinero, medios de producción y artículos de consumo, deseosos de valorizar la suma de valor de su propiedad mediante la compra de fuerza ajena de trabajo; de otra parte, los obreros libres, vendedores de su propia fuerza de trabajo y, por tanto, de su trabajo […] Obreros libres, en el doble sentido de que no figuran directamente entre los medios de producción, como los esclavos, los siervos, etcétera, ni cuentan tampoco con medios de producción propios […] El régimen del capital presupone el divorcio entre obreros y la propiedad sobre las condiciones de realización de su trabajo […] La llamada acumulación originaria no es, pues, más que el proceso histórico de disociación entre el productor y los medios de producción. Se le llama “originaria” porque forma la prehistoria del capital y del régimen capitalista de producción (Marx, 1999a, pp. 607-608).

Que la miseria del obrero está en razón inversa de la potencia y magnitud de su producción; que el resultado necesario de la competencia es la acumulación del capital en pocas manos, es decir, la más terrible reconstitución de los monopolios; que por último, desaparece la diferencia entre capitalistas y terratenientes, entre campesino y obrero fabril, y la sociedad toda ha de quedar dividida en las dos clases de propietarios y obreros desposeídos (Marx, 1980, p. 104).

Si existe en el capitalismo un principio, en términos de los medios de producción, de la fuerza de trabajo y la valorización del capital, este reside en que hay una gran brecha representada por la propiedad privada en la sociedad capitalista. Como se ha señalado, ello no implica que existan dos grandes uniformidades en el mundo: burgueses (quienes piensan, hablan, se emocionan, visten, caminan) y proletarios (quienes piensan, hablan, se emocionan, visten, caminan). No es esto a lo que Marx se refería, sino a un proceso histórico fundacional del modo de producción capitalista, que gira sobre un aspecto eje simplificado de manera dual. Sin embargo, él tenía una concepción más compleja del asunto, y se insiste en que la división del trabajo da cuenta de ello. Marx se aproximó a los aspectos más sobresalientes para explicar el capitalismo, y en especial el de su época, lo que no le impidió reconocer la complejidad del asunto:

Los propietarios de simple fuerza de trabajo, los propietarios de capital y los propietarios de tierras, cuyas respectivas fuentes de ingresos son el salario, la ganancia y la renta del suelo, es decir, los obreros asalariados, los capitalistas y los terratenientes, forman las tres grandes clases de la sociedad moderna, basada en el régimen capitalista de producción […] Es en Inglaterra, indiscutiblemente, donde más desarrollada se halla y en forma más clásica la sociedad moderna, en su estructuración económica. Sin embargo, ni aquí se presenta en toda su pureza esta división de la sociedad en clases. También en la sociedad inglesa existen fases intermedias y de transición que oscurecen en todas partes (aunque en el campo incomparablemente menos que en las ciudades) las líneas divisorias. Esto, sin embargo, es indiferente para nuestra investigación (Marx, 1959, p. 817).

Marx parte de hechos mínimos para plantear sus análisis de las clases; no obstante, al ser la sociedad capitalista una totalidad concreta ello implica que hay múltiples determinaciones y que de lo abstracto a lo concreto el problema de clases sea específicamente histórico, y por ello con particularidades según su contexto. En esas dos páginas del tomo iii de El capital, el autor muestra lo anterior al mencionar el impacto de esa división del trabajo. Aunque en la obra mencionada no hay una teoría acabada de las clases sociales, existen otros elementos que pueden incluirse en el estudio de estas: en capítulos anteriores se han advertido los aspectos ideológicos, microsociales y macrosociales, la subjetividad en sí, la conflictividad social y toda la diversidad implicada en la conformación de selfs históricamente determinados y constituidos en ámbitos sociales específicos. Por ende, Marx interpreta una diversidad adscrita a las clases sobre tal materia. Asimismo, explica la participación de las clases en la renta y cómo todo eso conlleva relaciones de propiedad además de una división del trabajo, hecho que induce la desigual participación de los distintos colectivos en la producción de valor y en la distribución del plusvalor que el trabajo productivo genera bajo relaciones capitalistas:

El problema que inmediatamente se plantea es éste: ¿qué es una clase? La contestación a esta pregunta se desprende en seguida de la que demos a esta otra: ¿qué es lo que convierte a los obreros asalariados, a los capitalistas y a los terratenientes en factores de las tres grandes clases sociales? […] Es, a primera vista, la identidad de sus rentas y fuentes de renta. Trátese de tres grandes grupos sociales cuyos componentes, los individuos que los forman, viven respectivamente de un salario, de la ganancia o de la renta del suelo, es decir, de la explotación de su fuerza de trabajo, de su capital o de su propiedad […] Es cierto que desde este punto de vista también los médicos y los funcionarios, por ejemplo, formarían dos clases, pues pertenecen a dos grupos sociales distintos, cuyos componentes viven de rentas procedentes de la misma fuente en cada uno de ellos. Y lo mismo podría decirse del infinito desperdigamiento de intereses y posiciones en que la división del trabajo social separa tanto a los obreros como a los capitalistas y a los terratenientes, a estos últimos, por ejemplo, en propietarios de viñedos, propietarios de tierras de labor, propietarios de bosques, propietarios de minas, de pesquerías, etcétera (Marx, 1959, pp. 818-819).

Es importante resaltar el fragmento “infinito desperdigamiento de intereses y posiciones en que la división del trabajo separa tanto a obreros como capitalistas y a los terratenientes”, de la cita anterior, para sostener que las clases son muy diversas. Ya avanzada la acepción de clase social se esclarece ahora cómo la relación de la humanidad con la naturaleza es diferenciada según el modo de producción en el cual se presenta, lo que significa que la llegada del capitalismo en Occidente implicó una nueva forma de vinculación entre ambas. El trabajo en este régimen se presenta como una separación del trabajador de los medios de producción, mientras que los capitalistas por derecho los poseen. Esta división de clases llevó, mediante la subsunción del trabajo en el periodo de consolidación histórica del capitalismo, a una separación de los aspectos material y subjetivo del trabajo.

El trabajo directo se separó del trabajo general, que se caracteriza por la fusión de la técnica con la ciencia, o bien, por la derivación de la técnica del conocimiento científico de la naturaleza. No se profundizará en el proceso histórico señalado —se dará por hecho que esto aconteció—, porque es un tema bien tratado ya y no es relevante para nuestra argumentación. Al respecto se recomienda revisar el tomo i de El capital y Reinterpretando el subdesarrollo (1986) de Víctor Figueroa.

Ya subsumido a la industria y con medios altamente tecnificados, el trabajo se encuentra separado de la realidad —la naturaleza— de la cual emanan los medios y los satisfactores de las múltiples necesidades humanas. Los medios de producción se convierten en necesidades cuando el desarrollo de las fuerzas productivas es tal que, para la creación de mercancías, se requiere la “comprensión” de la naturaleza por medio del conocimiento científico. La eficacia de la producción capitalista tiende a mejorar debido a las condiciones de competencia en los mercados. En todo periodo histórico la humanidad modifica sus fuerzas productivas para optimar la explotación del trabajo y de los recursos naturales. Es indispensable que un amplio conglomerado de trabajo social cristalice en medios de producción que permitan lo anterior, lo cual logra que las relaciones de producción cambien adaptándose a dicha dinámica de desarrollo. Algunos medios de producción en el capitalismo, especialmente aquellos enlazados con el trabajo directo, se caracterizan por un alto contenido de trabajo social pasado y acumulado (Napoleoni, 1976). Esos medios materiales se ubican entre la actividad creadora y transformadora del hombre y la naturaleza, por lo que se constituyen como la expresión material más inmediata de la relación hombre-naturaleza.

Debido a que el trabajo social que contienen las mercancías, es decir los medios de producción altamente tecnificados, se deriva de la ingeniería o la ciencia aplicada, y a causa de la separación que eso supone entre los aspectos subjetivo y directo del trabajo, las clases trabajadoras se han visto orilladas a ser sólo un apéndice de la gran industria (Harvey, 2014). Estas son la fuerza que funciona en la gran masa de trabajo social materializado en los medios de producción, pero su dinamismo es minimizado en comparación con la gran cantidad de movimiento que la informática, la física, la química o la biología logran impulsar para producir en la industria contemporánea, que se consolidó en el capitalismo y es posterior a la eliminación de la unión entre conocimiento y trabajo directo, nexo insoslayable en el periodo de subsunción formal del trabajo (Marx, 1999a). Esa separación da al capitalismo su forma de reproducción característica en la que recrea sus condiciones materiales de producción para subsumir al trabajador directo en la explotación capitalista (Figueroa, 1986). Los trabajadores como clase y expresión histórica no sólo se separaron de los medios y del producto de su trabajo, sino también de la subjetividad que recrea su existencia y que le da sentido a su acción sobre la naturaleza. Es decir, el proletariado pierde la comprensión directa e inmediata de los procesos que se generan al ser apropiada la naturaleza por medio de su trabajo.

La primera premisa de toda historia humana es, naturalmente, la existencia de individuos humanos vivientes. El primer estado de hecho comprobable es, por tanto, la organización corpórea de estos individuos y, como consecuencia de ello, su comportamiento hacia el resto de la naturaleza (Marx y Engels, 2014, p. 13).

La vida genérica, tanto en el hombre como en el animal, consiste físicamente, en primer lugar, en que el hombre (como el animal), vive de la naturaleza inorgánica, y cuanto más universal es el hombre que el animal, tanto más es el ámbito de la naturaleza inorgánica de la que vive. Así como las plantas, los animales, las piedras, el aire, la luz, etcétera, constituyen teóricamente una parte de la conciencia humana, en parte como objetos de la conciencia natural, en parte como objetos del arte […] así también constituyen prácticamente una parte de la vida y de la actividad humana. Físicamente el hombre vive sólo de estos productos naturales, aparezcan en forma de alimentación, calefacción, vestido, vivienda, etcétera La universalidad del hombre aparece en la práctica justamente en la universalidad que hace de la naturaleza toda su cuerpo inorgánico, tanto por ser (1) un medio de subsistencia inmediato, como por ser (2) la materia, el objeto y el instrumento de su actividad vital […] Que el hombre vive de la naturaleza quiere decir que la naturaleza es su cuerpo, con el cual ha de mantenerse en proceso continuo para no morir. Que la vida física y espiritual del hombre está ligada con la naturaleza no tiene otro sentido que el de que la naturaleza está ligada consigo misma, pues el hombre es una parte de la naturaleza […] Como quiera que el trabajo enajenado (1) convierte a la naturaleza en algo ajeno al hombre, (2) lo hace ajeno de sí mismo, de su propia función activa, de su actividad vital, también hace del género algo ajeno al hombre; hace que para él la vida genérica se convierta en medio para la vida individual. En primer lugar hace extrañas entre sí la vida genérica y la vida individual, en segundo término convierte a la primera, en abstracto, en fin de la última, igualmente en su forma extraña y abstracta […] Pues en primer término, el trabajo, la actividad vital, la vida productiva misma, aparece ante el hombre sólo como un medio para la satisfacción de una necesidad, la necesidad de mantener la existencia física. La vida productiva es, sin embargo, la vida genérica. Es la vida que crea vida. En la forma de la actividad vital reside el carácter dado de una especie, su carácter genérico, y la actividad libre, consciente, es el carácter genérico del hombre. La vida misma aparece sólo como medio de vida […] El hombre hace de su actividad vital misma objeto de su voluntad y su conciencia. Tiene actividad vital consciente […] O, dicho de otra forma, sólo es ser consciente, es decir, sólo es su propia vida objeto para él, porque es un ser genérico. Sólo por ello es su actividad libre. El trabajo enajenado invierte la relación, de manera que el hombre, precisamente por ser un ser consciente hace de su actividad vital, de su esencia, un simple medio para su existencia […] Por eso precisamente es sólo en la elaboración del mundo objetivo en donde el hombre se afirma realmente como un ser genérico. Esta producción es su vida genérica activa. Mediante ella aparece la naturaleza como su obra y su realidad. El objeto del trabajo es por eso la objetivación de la vida genérica del hombre, pues éste se desdobla no sólo intelectualmente, como en la consciencia, sino activa y realmente, y se contempla a sí mismo en un mundo creado por él. Por esto el trabajo enajenado, al arrancar al hombre el objeto de su producción, le arranca su vida genérica […] pues se ve privado de su cuerpo inorgánico, de la naturaleza […] El trabajo enajenado, por tanto: […] Hace extraños al hombre su propio cuerpo, la naturaleza fuera de él, su esencia espiritual, su esencia humana (Marx, 1980, pp. 110-113).

Lo anterior no elimina una conciencia ambientalista, por llamarle de alguna manera, o que todos tengamos una noción de la naturaleza —sentimos frío, nos gusta ir de vacaciones a la playa en verano por la sutileza de la sensación de la brisa del mar que refresca nuestra piel—, pero lo que acontece es que parecería como si la dialéctica actual de la naturaleza y la humanidad estuviese fuera de sus determinantes sociales adscritos al modo de producción capitalista. Esta relación nunca superada, sino velada por la condición de desapropiación de la mayor parte de la población, no permite ver que es responsabilidad genérica del hombre la forma cómo este se presenta ante la naturaleza, la avaricia de las grandes empresas y la acción de la humanidad en la naturaleza. A tal relación la determina también una tendencia a la explotación del hombre por el hombre y una reinvención constante de la desapropiación histórica de los medios de producción al realizar continuamente procesos nuevos de subsunción formal y real del trabajo. En la apariencia inmediata la irresponsabilidad ciudadana y el enriquecimiento aparecen como los principales motores de la expoliación de la naturaleza.

Como se ha argumentado, la humanidad se apropia y relaciona históricamente con la naturaleza a través del trabajo. Al mismo tiempo, por medio de la praxis, la humanidad se constituye en su devenir, ya que es un elemento material de su existencia (Zardoya, 2014). No hay que olvidar que el enriquecimiento mediante la creación de capital sólo es posible por la creación de ganancia y que esta surge de la explotación del trabajo por medio de la obtención de plusvalor de manera absoluta o relativa. Únicamente en el capitalismo la separación entre productor directo y los medios de producción es predominante. En este la propiedad privada de los medios de producción liberó al trabajador para confinarlo al mercado laboral. La relación hombre-naturaleza está determinada tanto por el desarrollo de las fuerzas productivas como por las relaciones de clase.

Es importante ver con incertidumbre las apariencias inmediatas de los fenómenos sociales, actitud característica del materialismo histórico. Asimismo, deben concebirse los procesos generadores de nuevas relaciones sociales con la naturaleza para recuperar la trascendencia de los vínculos entre trabajador, trabajo y sus necesidades más cotidianas.

En Marx la separación entre la apariencia de las cosas y lo real está en la base del quehacer del observador. El objeto científico exige una profunda transformación de la experiencia que desenmascare el verdadero ser, la verdadera naturaleza de lo social. La realidad social se nos presenta de modo engañoso y confuso porque así es su modo de presentarse. En el modo de producción capitalista, la alienación del hombre objetivado en el producto de su trabajo se ve ocultada por el fetichismo de la mercancía […] Marx nos invita a […] representar las relaciones sociales como productos derivados del modo de producción, en que las relaciones sociales deben contemplarse como lo que verdaderamente son, es decir, relaciones materiales entre personas y relaciones sociales entre cosas […] La ciencia social debe superar, pues, la inmediatez de las categorías de la ciencia social burguesa, mero reflejo de la exterioridad social, pues aunque no sean erróneas, en cuanto que describen las relaciones sociales en su modo de presentarse a la conciencia, mantienen ocultos los procesos de construcción social, materiales e históricos, a través de los cuales han llegado a ser (Castro, Castro y Morales, 2013, pp. 142-143).

Si bien toda lucha por los derechos es necesaria, sin el desengaño ideológico y con el embeleso fetichista se vuelve una agenda de mediano alcance (Marx, 2015e). La lucha por un ambiente limpio, supuestamente sostenible, que se limita a estos derechos por sí mismos, permitirá avanzar en mejores condiciones de vida, pero no logrará constituir o reivindicar el aspecto genérico de la naturaleza humana. Si no se coordina lo anterior con una agenda política de clase, la izquierda ambientalista logrará, en lo inmediato, arrebatar al sistema capitalista concesiones que calmarán el desasosiego ciudadano. Ello implica agendas de acción amplias que reconozcan que dentro del capitalismo, debido a su esencial separación de clase y su tendencia a la producción de valor de cambio y plusvalor, es imposible que se presente de manera genérica una relación propiamente humana con la naturaleza. Sólo así es posible construir relaciones que admitan la reproducción de la especie humana y sus generaciones futuras. Para que eso sea una realidad histórica es preciso salir del capitalismo, hacer que el ser humano se reconozca como naturaleza y superar la condición enajenada del trabajo. Hay que enfatizar que este modo de producción implica la desapropiación, por ende, el trabajo está destinado a la producción de ganancia y no a la satisfacción de verdaderas necesidades. El retorno a la naturaleza es ahora, más que nunca, un imperativo mundial.

Como esto no es parte del discurso del poder, constantemente los gobiernos caen en contradicciones respecto a sus acciones en el desarrollo de políticas públicas ambientales. Mientras se crean leyes que protegen zonas por sus características naturales, al mismo tiempo se le permite a la industria el desarrollo de nuevas técnicas para expoliar a la naturaleza. En los países con altos niveles de corrupción, como México, los partidos que presumen una bandera de representación política proambientalista no enarbolan verdaderas acciones que limiten la explotación del trabajo y de los recursos naturales por parte de los capitales extranjeros. La minería es muestra de lo anterior, también lo es el impulso de proyectos disfrazados de democráticos como el Tren maya. Si se asume la problemática como forma histórica de la relación hombre-naturaleza en el capitalismo, desvelándola para presentarla como una relación genérica a la humanidad, se observaría que en unos países los capitales no pueden concretar sus ambiciones de ganancia debido a las medidas gubernamentales sobre protección al medioambiente; sin embargo, eso no implica que las empresas no consigan sus objetivos al globalizarse y encarnarse en otras partes del planeta. Se viven tiempos de transición: algo acaece con la humanidad que le ha llevado a desarrollar una mayor comprensión y sensibilidad hacia la naturaleza; a pesar de ello, no ha podido superar las contradicciones que movilizan a la sociedad burguesa y su relación con la naturaleza (Rifkin, 2010).

Por lo anterior, es fundamental impulsar proyectos de investigación que superen el ocultamiento de estas relaciones sociales. El materialismo histórico podría plantear problemáticas de investigación que no sólo utilicen las ciencias sociales, la geografía o la biología, sino que integren en sus marcos explicativos y problemáticos disciplinas como la psicología ambiental. Hay muchos elementos en el marxismo que permiten acercarse a las ciencias cognitivas sin que surja un conflicto epistemológico entre trabajo experimental, correlacional y cualitativo. El trabajo de Vygotsky es un gran ejemplo de ello (Vygotsky, 2010; Ratner, 2017). Esto implica una agenda multidisciplinaria que podría convertirse en una verdadera agenda transdisciplinaria si integra metodologías de las disciplinas mencionadas en aquellas problemáticas donde sea posible, como el estudio de la construcción de procesos subjetivos desde condiciones materiales y de acción. Es probable históricamente arrebatar al mundo burgués la generación de ciencia, lo que llevaría a la desideologización de esta y a su refundación política a partir de la autodeterminación de la clase social de desapropiados por el capitalismo: la ciencia debe hallarse en la agenda de la lucha de clases no bajo un esquema productivista —como lo pretendieron los falsos socialismos soviético y chino— sino como un proceso autogestivo y autonómico democrático cuyo desarrollo y aplicación determine la humanidad. Desde una postura crítica y dialéctica, en coordinación con las ciencias naturales y las ciencias del comportamiento o la acción, se considera viable la creación de agendas de investigación que permitan formular nuevos problemas y cuestionamientos ante las necesidades del siglo xxi.

A manera de resumen, la humanidad conforma su devenir a través de los vínculos que mantiene con su medio social y natural. La naturaleza es aprehendida por el hombre mediante el trabajo. Las acciones de aquel en la naturaleza son la materialidad relacional de la dialéctica histórica entre humanidad, medio, concreción de subjetividad colectiva y desarrollo de las fuerzas productivas. A continuación desarrollaremos un argumento que permite reflexionar sobre la conexión que la humanidad tiene con la naturaleza a través de su acción y cómo esta determina la conformación social y subjetiva del hombre.

Relación trabajo-naturaleza como entorno de interacción simbólica

Uno de los conflictos que el vínculo hombre-naturaleza desdobla en su dialéctica en el capitalismo es el existente entre la naturaleza y el trabajo, este último como generador de procesos de subjetividad. Marx asume la naturaleza en cercana unión al espíritu; el cuerpo como primera naturaleza, en la relación que este sostiene con el ambiente, es el sustento de su subjetivación (Schmidt, 1977). Por ello, esa forma especial de subjetividad es emergente de las relaciones de producción. Como sostiene Terry Eagleton (2017), en el materialismo histórico existe una teoría corporeizada de la subjetividad. La humanidad se planta frente al mundo en su actividad fundamental, que es el trabajo, y a través de este se reconoce en y como parte del mundo. Tal actividad no sólo le permite recrearse como persona, también mediante aquella acontece la auto-objetivación del self (Suárez, 2013) y se determinan las formas de expresión sociales relativas a la naturaleza.

El trabajo permite al ser humano crear y recrear su mundo social al apropiarse de la naturaleza. En el capitalismo ese vínculo se presenta como un conflicto entre la necesidad de hacerse de la naturaleza para la producción de plusvalor, pero, al mismo tiempo, afectándola. Una relación dialéctica entre las exigencias materiales que posibilitan la existencia de la humanidad según su desarrollo histórico y cultural. Aquellas determinan una coexistencia en contradicción con la naturaleza, ya que en el capitalismo la producción que las satisface implica dinámicas de explotación del trabajo que llevan también a una apropiación destructiva de aquella.

La problemática de la naturaleza en el capitalismo como propia de la relación capital/trabajo, está adscrita a las formas de la lucha de clases. Lo anterior ha definido diferentes contradicciones generadoras de prácticas y subjetividades adscritas a la historicidad del trabajo en el capitalismo. La ideología es una forma de subjetividad que da sentido al mundo. Desde aquella puede ser explicado el lugar que en las relaciones sociales ocupa una persona. Aunque la ideología presente la realidad de manera invertida, como se ha argumentado, no siempre es una ilusión, sino que muestra los significados adjudicados a una serie de elementos del mundo social en contradicción a sus condiciones materiales. Estos significados acaecen dentro y a través de una serie de elementos de interacción que hace que el sujeto conforme su subjetividad por medio de su práctica. Toda subjetividad, enajenada o no, ideologizada o en conciencia de su situación ante la estructura de relaciones de propiedad, se constituye en entornos de interacción simbólica.

Cada sociedad, según su conformación histórica, concretiza una amplia gama de entornos de interacción. Estos se integran de aspectos materiales que configuran la enajenación y la ideologización de la relación hombre-naturaleza en el capitalismo. A continuación llevaremos a cabo un ejercicio comparativo entre dos distintas formas de trabajo y de realización de las fuerzas productivas —que hacen que el vínculo del hombre con la naturaleza sea diferente entre ellas— para así desarrollar un hilo argumentativo que puntualice lo aseverado hasta el momento.

La informalidad y la producción campesina son actividades económicas características en el subdesarrollo y están muy acentuadas en países latinoamericanos. El trabajo de los campesinos no aparece separado de la actividad y la subjetividad que lo figuran. La relación de estos con la naturaleza está mediada por una serie de conocimientos que les permite controlar los resultados de sus actividades en las parcelas. Su trabajo los lleva a realizar procesos identitarios y a integrar, subjetivamente, a la naturaleza, sobre la cual actúan como productores.

De manera cultural, y por lo tanto simbólica, lo anterior se expresa a través de elementos que determinan sus ritmos cotidianos de vida así como de afecto y arraigo a la tierra —aunque hay casos de colectivos que se desarraigan como consecuencia de la difícil reproducción de la vida en las parcelas—. Algunos ejemplos de emergencias subjetivas y de acción propias de la producción campesina son la música y la narración de la vida cotidiana que versan sobre productos de la actividad agrícola y pecuaria, animales y plantas propios de los espacios rurales y medios de producción de la agricultura. El cómo ese tipo de economía sui generis se adscribe al capitalismo subdesarrollado es materia de un análisis vasto que ahora es imposible exponer. Pero antes del capitalismo, y de la Antigüedad incluso, las actividades agrícolas requirieron que las personas pensaran en los ritmos de la naturaleza, los ciclos anuales y el movimiento de los cuerpos celestes (Childe, 2016). Con imaginación —aspecto que según Vygotsky tiene una fuerte y especial influencia en la creatividad— el arte reflejó formas de entender al universo desde actividades económicas como la agrícola. Estas fueron expresión estética de conocimiento práctico y útil, a la vez que mostraron que el trabajo ejercido sobre la tierra y el desarrollo de los medios productivos son también “fantasía cristalizada” (Vygotsky, 2012, p. 10).

Distinto al campesino, el trabajo asalariado se separa entre trabajo general y trabajo directo. Cabe recordar que durante la subsunción formal en la acumulación originaria, las relaciones capitalistas aún no fomentaban la separación del conocimiento que propulsaba la producción y el trabajo. Al subsumirse realmente el trabajo, es decir, al separarse los medios de producción de los trabajadores directos y al convertir a estos de maestros artesanos a obreros, se presentó una desapropiación del conocimiento especializado para la producción debido al desarrollo de la ciencia y la tecnología en la gran industria. El trabajo directo pasó a ser un complemento del trabajo social acumulado en la maquinaria, el cual hoy en día se materializa en informática, robótica, química, biología genética, ingeniería genética, etcétera.

Ahora el trabajo directo es movilizado por la materialización del trabajo general, que es altamente especializado porque requiere de una amplia preparación científica y técnica de los agentes que lo realizan. El trabajo directo se vio despojado no sólo de los medios de producción, sino también del conocimiento que le permitía realizar una serie de actividades de transformación de ciertos elementos en productos, ya sea para el consumo o el comercio. Por lo tanto, aquel fue desprovisto, bajo las relaciones sociales propias del capitalismo, del conocimiento total que recrea el trabajo. La ciencia y la tecnología que median entre el trabajador directo y aquello que transforma para el mercado, contienen una serie muy compleja de saberes acerca del universo que el trabajador desconoce. Hay una diferencia enorme entre el conocimiento científico así como el proceso de su producción y la concepción que un campesino sin formación científica tiene de la naturaleza. Sin embargo, la interacción que el campesino guarda con esta le permite conformar subjetivamente una emocionalidad y una serie de significaciones a través de su acción. Tales componentes explican la trascendencia de la naturaleza en la existencia del campesino a la vez que elucidan la apropiación que él hace de la naturaleza.

La agricultura no es la única actividad con dichas características. Childe (2016) reconoce el efecto subjetivo que debió tener el desarrollo de habilidades implicadas por la división social del trabajo durante la revolución neolítica en lugares pertenecientes a lo que hoy se conoce como Europa, África o América del Norte. El maestro artesano debía desarrollar conocimientos sobre las características de la materia que trabajaba, los cuales eran adquiridos por medio de la práctica y la transmisión generacional: el agua necesaria para manipular arcilla, la temperatura de los hornos para su cocimiento, la resistencia de alguna fibra para el tejido, etcétera.

En la vida cotidiana los hombres desarrollaron un conocimiento con base en los mismos elementos subjetivos que posee la ciencia: acción, interacción simbólica, práctica, repetición, lenguaje, aprendizaje, comunicación, experimentación, y todo ello en relación con objetos. Los procedimientos no son los mismos, y por tanto la emergencia de subjetividad es diferenciada, pero de alguna manera el artesano, desde la construcción de conocimiento cotidiano, “puede decirse que llega a conocer fragmentos de botánica, de geología y de química” (Childe, 2016, p. 138). Con ello no se afirma que el artesano sea un botánico, un geólogo o un químico, ya que histórica y culturalmente son profesiones que tienen sus especificidades como ciencias. Childe asevera su argumento en la cita textual anterior, en el entendido de que hay conocimientos sobre los objetos y sus características clasificados así por la ciencia y constituidos por la acción de determinados hombres. El trabajo directo, asalariado y esencial al capitalismo pierde esta relación interactuante y simbólica al dar un rodeo enorme en su mediación con la naturaleza.

La contradicción fundamental que está adscrita a la dialéctica capital/trabajo y que es resultado histórico de la separación de los medios de producción de los verdaderos productores y de su apropiación privada, genera otra contradicción que es fundacional de las relaciones de la humanidad con la naturaleza. Que el producto del trabajo no sea para quien lo ejerce, determina una negación del vínculo con la naturaleza al enajenarse. Tales entornos de interacción se encuentran desprovistos del conocimiento que, como praxis, hace posible la transformación de todos esos elementos y la interacción controlada con las fuerzas y campos originados en la naturaleza. Asimismo, están adscritos a procesos de enajenación que, sostenidos sobre interacciones, son resultado de las relaciones capitalistas.

Desde su conformación material, los entornos de interacción capitalistas donde es central la relación capital/trabajo por un salario, constituyen sujetos históricamente determinados. A diferencia de la producción campesina, la enajenación, como resultado de la objetivación, se subsume a la disimulada explotación de aquel que sólo tiene la libertad de vender su fuerza de trabajo (Iliénkov, 2018). Rubio (2001) demuestra que los campesinos también son explotados y que su exclusión está en íntima conexión con ese hecho, sólo que no es bajo la lógica “esencialmente” capitalista. Es cierto que las disimilitudes entre ambas formas de trabajo hacen que las subjetividades emergentes que dan cabida a un entendimiento cotidiano de la naturaleza resulten también distintas. Un ejemplo, que no involucra sólo conocimientos sobre técnicas, es el uso de la tierra que hace un minero a diferencia de un campesino. Lo importante, en términos de subjetividad, es cómo dichas interacciones generan selfs que hacen de su autobjetivación un proceso cargado de significados producidos por el mismo entorno y el mutuo influjo que los agentes colectivos e históricos tienen sobre aquel. Por ello, las emociones, los sentidos, la intersubjetividad, la memoria colectiva y personal, como subjetividad que son, serán elementos que harán que las clases sociales cobren especificidades en sus identidades, su vida cotidiana, el lugar que interpreten ocupar en el modo de producción capitalista y la forma de asumirse en la naturaleza.

El vínculo hombre-naturaleza está oculto, y por ello no se identifica cómo lo determinan históricamente las relaciones capitalistas y el modo de producción que se funda en el desarrollo constante de las fuerzas productivas, la explotación del trabajo ajeno y la producción de plusvalor (Marx, 1984). La naturaleza, que es aprehendida no por el trabajador directo aunque sí transformada con el uso de su fuerza de trabajo, disimula su historicidad para la humanidad. Esto lleva a la sociedad a asumir que, sin superar las relaciones sociales que la determinan a distintos niveles, es posible evitar la destrucción de la naturaleza. Esos entornos generados por el modo de producción implican una ideologización de las relaciones sociales y del nexo que los hombres sostienen con aquella.

Estos son elementos fundacionales de la subjetividad. La experiencia de la gestación y el nacimiento, la alimentación que permite la reproducción de la fuerza de trabajo de un ejército de reserva por medio del pecho materno o la emocionalidad que nuestras experiencias construyen respecto a un entorno históricamente determinado sobre la base de las características biológicas del sistema nervioso central y el periférico, son muestras de cómo la subjetividad depende de forma directa de la naturaleza y es el cuerpo su sostén. En el capitalismo, la reproducción de la fuerza de trabajo ha hecho que, por ejemplo, la lactancia materna tenga ciertas complicaciones, lo que afecta no sólo el desarrollo físico de los bebés sino aspectos tan importantes como el apego.

Según la Organización Mundial para la Salud (oms) la lactancia debe ejercerse como actividad de alimentación básica de todo infante hasta los seis meses de edad. Aunque luego se introducen otros comestibles para suplementar la alimentación del infante, se continúa con la lactación hasta los dos años de nacido; incluso la madre y el hijo pueden decidir continuar esta hasta los tres años. Los beneficios que conlleva la lactancia son vastos en el desarrollo del niño y sobrepasan el aspecto corporal y de crecimiento. Es muy importante para el desarrollo de apegos saludables, sobre todo si se presenta en un entorno familiar —sin importar el modelo de familia— adecuado para ello. Lo anterior no quiere decir que un infante que por distintas razones no pueda ser amamantado, esté condenado a tener un desarrollo psicosocial que lo determine a ser infeliz; pero, en definitiva, la lactancia juega un rol trascendental en las primeras etapas de la vida. Al respecto, cabe añadir que, según la oms, en 2018 esta benefició nada más al 40 % de los niños entre cero y seis meses de edad.

Cada entorno familiar, imbricado en un entramado social amplio —carrera profesional de los padres, empleo, servicios de salud públicos o privados, servicios de guardería, prácticas patriarcales que influyen en la maternidad—, tendrá su participación en la vida diaria del niño. Asimismo, el ejercicio de la lactancia será fundamental para el desarrollo del infante. Después de hacer una descripción de la nutrición infantil en el mundo, la misma organización, en una publicación fechada en 2018 en su página de internet, aseguró que la lactancia en condiciones recomendables podría salvarle la vida aproximadamente a 820 mil niños menores de cinco años a nivel mundial. Estas son razones poderosas para recomendar realizarla, además de los beneficios para la salud de la madre.

Lo anterior es expuesto también por García y Laureano (2019). Su estudio cualitativo afirma que para promover la lactancia se deben considerar los aspectos políticos tanto como los culturales y sociales. El objetivo de la investigación consistió en indagar sobre las representaciones sociales, los aprendizajes y la socialización de la lactancia materna, para mostrar la relevancia que tiene la vivencia de las madres en la conformación subjetiva de este acto. Se trabajó con mujeres inscritas al programa Prospera, que es dirigido a grupos en estado de pobreza para coadyuvar en las áreas de salud, alimentación, educación, etcétera Por medio de grupos focales, fueron recogidas narraciones de dos grupos sobre la lactancia: mujeres de zonas rurales y zonas urbanas de la Jurisdicción Sanitaria xii Centro Tlaquepaque, Jalisco, en México. Los ejes que guiaron los grupos focales y su análisis semántico fueron: “1) significado de la lactancia materna, 2) actores generadores de significados frente a la práctica de la lactancia materna, 3) deseos de las mujeres frente a la lactancia materna; asimismo, para los investigadores fue importante la identificación de otras categorías emergentes dentro del trabajo de campo, sobre todo aquello que no se consideró al plantear la investigación” (García y Laureano, 2019, p. 85). Para mayor detalle del procedimiento metodológico se recomienda analizar el texto citado.

Surgieron procesos interesantes durante la investigación. Una de las características del muestreo teórico fue que todas las entrevistadas estuvieron a favor de la lactancia. El estudio sólo hace una diferenciación de los hallazgos en ambos contextos, lo que resulta de mucha utilidad para la realización de procedimientos que permitan fomentar la lactancia. Se encontraron diferencias entre los actores facilitadores, mitos sobre la lactancia, barreras para realizarla —todo en términos de representaciones—. Desafortunadamente, no se hizo el esfuerzo por plantear el motivo de las diferencias entre ambos contextos. Sería interesante preguntarse si las actividades cotidianas determinan hábitos, así como todas esas representaciones de la lactancia. Por ejemplo, ¿hay diferencias entre las mujeres casadas y solteras durante el ejercicio de la lactancia?, ¿qué relación hay entre las actividades en los espacios rurales y los urbanos respecto a la adaptación de una mujer primigesta a esta experiencia?, ¿la actividad económica de la pareja puede forzar la decisión del tiempo de destete?, ¿suele ser más armoniosa, asequible y adecuada la lactancia que realizan las mujeres de los espacios urbanos en comparación a las de espacios rurales? Esto podría configurar un interesante proyecto de investigación que concibiera la lactancia en términos de subjetividad, como representación social. No hay que ignorar que se habla de un acto que es una relación básica entre el cuerpo como naturaleza y el entorno.

Hasta aquí hemos argumentado de qué manera los procesos de acumulación capitalista tienen influencia sobre la conformación de las relaciones familiares como entornos de interacción. Más adelante continuaremos con la discusión de la subjetividad, específicamente respecto al cuerpo y lo social como aspecto generador de esta. Ello llevará a presentar una propuesta de ajuste continuo como una actividad que permita desarrollar metodologías de investigación social desde el materialismo. Estos considerarán procesos históricos macro reductibles al individuo, su entorno inmediato, sus colectividades o grupos, sus relaciones de poder y su subjetividad.