Introducción
La psicología política ha resultado ser un ámbito de mucha indeterminación. Es difícil asegurar cuál es su objeto de estudio y qué temas provienen de aquella para demarcarla del resto de la ciencia política y la psicología. El objeto de estudio no es suficiente para precisar los límites de tales disciplinas, pero sin duda es un buen comienzo. ¿Cómo se vincula la psicología con lo político o viceversa? La pregunta aparenta ser bastante elemental, incluso se podría pensar lo mismo de la necesidad de su planteamiento. En realidad, en el pensamiento occidental, esas dos determinaciones de la realidad social —mas no las únicas— jamás han estado del todo separadas. Para algunos representantes estas aparecen en una íntima relación, como el nudo esencial de las explicaciones más complejas sobre la humanidad y sus construcciones sociales.
Debido a lo anterior, el esclarecimiento de las formas emergentes y contingentes de la relación y permeabilidad entre ambas determinaciones es amplia. No obstante, la reflexión muestra: (1) la importancia que tiene y ha tenido en esas áreas el estudio de la política y los factores esenciales para comprender procesos psicosociales; (2) que no hay fenómeno político que no implique poder, dominación y subjetividad, y que en las sociedades capitalistas los tres se encuentran determinados por la explotación; (3) que elementos como la explotación, el Estado, la dominación, la política y lo político se subjetivan; y (4) que la subjetividad política, entendida en un sentido amplio, no ha sido concebida sólo como un epifenómeno, sino que es una determinación que figura en la historia. Parece entonces que hay suficientes elementos para centrar objetos de estudio propios para la psicología política.
Debido a lo anterior, el presente libro tiene por ejes fundamentales la obra de Karl Marx y las intermediaciones propuestas a través del interaccionismo simbólico, especialmente el heredado por Herbert Mead. Por tanto, se expone una serie de argumentaciones que permite dar sustento a una psicología política materialista, construida desde la ciencia política marxista y la psicología social del interaccionismo simbólico. Lo que el lector hallará aquí, aunque aporte a un área de conocimiento relativamente nueva pero consolidada, precisa de reflexión, análisis e investigación de la política y lo político desde la ciencia política y la psicología social. Ese ejercicio constante de intercomunicación disciplinar en términos de los objetivos y elementos fundamentales de la ciencia política ha llevado a desarrollar enfoques que interpretan al poder de distintas maneras. De acuerdo con Rodrigo Losada y Andrés Casas (2010) la disciplina podría organizarse alrededor de tres macromoldes y micromoldes epistemológicos que agrupan diferentes perspectivas y modos de hacer investigación en esta ciencia social: “podrían también llamarse grandes escuelas del pensamiento, entendiendo por tales, en cada caso, un conjunto de valores primordiales, principios y ejemplos sobre cómo avanzar en una ciencia específica, compartidos por un conjunto de profesionales de la disciplina correspondiente” (p. 39). Los micromoldes suelen ser más específicos respecto a los objetos de estudio y sus metodologías.
Con base en los mismos autores, los macromoldes son: ideográfico o hermenéutico, crítico, nomotético o empírico-analítico, y posmoderno (Losada y Casas, 2010). Los enfoques contemporáneos de la ciencia política agrupados en tales macromoldes se clasifican como: marxista, estructuralista, funcionalista, sistémico, estructural-funcionalista, constructivista, crítico-contemporáneo, feminista, psicosocial, neoinstitucional, biopolítico, posmoderno, ideacional, culturalista, de microsociología política, de elección racional, de teoría de juegos y de procesos decisorios (Losada y Casas, 2010).
La ciencia política centrada en la profesionalización y administración pública ha predominado en los programas de estudio en México. Especialmente, ello sucedió en el nivel de licenciatura (Zamitiz, 2017). Esto es desafortunado, ya que limita la disciplina, desde los niveles en los que se establecen las bases formativas hasta ciertas perspectivas que se presentan como dominantes. No es malo que un programa profesionalice a sus estudiantes, pero es necesario, para construir una ciencia política mexicana cercana a las problemáticas del país y la región latinoamericana, que la investigación siga siendo eje fundamental.
No se ha hecho un análisis a conciencia de los planes de estudio y sus contenidos en las licenciaturas en Ciencia Política. Si se dice que hay una serie de enfoques dominante, se enfatiza en que los esfuerzos institucionales, colectivos, académicos y políticos se han orientado a optimizar formas acotadas de hacer la disciplina y tratar sus múltiples problemas. Ello implica el desconocimiento de otros puntos de vista, no sólo denostándolos sino también evitando reconocerlos como parte importante del ámbito académico. Eso no significa que aquellos permanezcan inactivos: siguen en diálogo constante. Pero lo cierto es que existen sesgos disciplinares que hacen que su reconocimiento como actividad académica y de investigación de importancia para el entendimiento del poder y lo político sea entorpecido a causa de las luchas por la legitimación de las posturas.
La ciencia política nunca ha dejado de estar en constate retroalimentación y discusión con otras ciencias, como ya se ha argumentado. En congruencia con lo anterior, la propuesta que se desarrolla en esta investigación tiene entre sus objetivos construir puentes multidisciplinares. Así, se formula un enfoque psicosocial que no priorice sólo el entorno social, sino que además estudie, bajo ciertos mecanismos metodológicos, cómo la subjetivación de la realidad concreta que determina a los sujetos y los colectivos genera experiencias políticas en el capitalismo.
Este libro tiene un carácter teórico: realiza un proceso de comprensión del poder, la dominación y la explotación respecto a la subjetividad como objetos de estudio propios para la psicología política. El abordaje de aquellos permite establecer los principios de acción que los colectivos realizan en relación con los procesos de identidad, los cuales se constituyen desde contextos, entornos de interacción simbólica y elementos materiales que son asimismo vías de construcción de procesos políticos integrados a las relaciones de poder (de las cuales son resultado). Para lograr lo expuesto fue necesario partir de la ciencia política y de la psicología social. Las obras de Marx y Mead brindaron gran ayuda.
Marx estuvo continuamente preocupado por el nexo entre política y subjetividad. Su crítica de la economía política burguesa se acompañó de múltiples reflexiones que permitieron desarrollar la mejor teoría sobre el capitalismo. Desde su época, desarrolló un paradigma que nunca ha dejado de exigir un estudio complejo de los problemas sobresalientes de las ciencias sociales. El pensamiento y las preocupaciones de Marx evolucionaron a lo largo de sus investigaciones y redacciones. Ello no quiere decir que no tuviera un proyecto que diera consistencia a sus aportaciones. A diferencia de lo que creyó Louis Althusser, Marx nunca dejó de pensar desde la dialéctica, aunque siempre se caracterizó por su crítica al idealismo alemán. Su materialismo da cuenta de lo anterior, y sus análisis sobre la mercancía y el fetichismo son sin duda muestra de su constante pensamiento dialéctico.
Emana del trabajo de Marx una teoría que siempre imaginó el mundo en medio de múltiples determinaciones. La subjetividad no es un tema remanente de la deuda de aquel con Hegel, porque la ideología, la lucha de clases, la conciencia de clase, el fetichismo, la cultura, la objetivación y la enajenación son centrales para el análisis político marxista. Por tanto, si hay razón en afirmar que existen elementos para teorizar el Estado y la política en Marx, y si estos cobran sentido desde el conflicto y la lucha de clases —añádase que él realizó sus observaciones sin dejar de considerar los aspectos subjetivos del motor de la historia—, se arguye que no debe haber teoría política marxista sin la inclusión de la subjetividad. En mayor o menor medida, y aun con ciertas ausencias, el vínculo dialéctico de esos elementos fue constante en su trabajo intelectual.
Hay una psicología en Marx, pero ¿por qué es necesario mediar o “complementar” su fuerte y consolidada teoría con otra? Aunque ha habido ya esfuerzos teóricos por contestar la pregunta, en la lectura de estas páginas se brindan elementos nuevos para responderla. Parece que hay una especie de obsesión en la psicología, o al menos en algunos psicólogos o sociólogos, por llevar la psicología al marxismo o por combinar este con la psicología. La mejor muestra de ello es la gran influencia que el psicoanálisis tuvo en la escuela de Frankfurt, en Althusser, en Étienne Balibar, en determinados psicólogos marxistas y en Slavoj Žižek, por mencionar algunos ejemplos. Cuando se habla de Marx en psicología también son nombrados Sigmund Freud y Jacques Lacan.
No se argumentará por qué lo anterior fue un gran error, al respecto puede consultarse “George Herbert Mead and Marx: exploring consciousness and community” de Mary E. Batiuk y Howard L. Sacks (1981). En esa obra se sostiene que las nociones de comunidad y de lo mental en la obra de Mead, se aproximan a los conceptos materialistas marxistas y coadyuvan a dilucidar la conciencia de clase y los procesos revolucionarios. Los autores presentan un psicoanálisis que no logra explicar más que a un sujeto subsumido a la sociedad (superyó), sin la posibilidad de escapar a las determinaciones inconscientes de su conducta: el agente freudiano no es un agente de cambio. Brevemente, con otros argumentos cercanos a la dialéctica entre materialidad y conciencia, subjetividad y praxis, historia y espíritu, Pablo Fernández Christlieb (1994) advirtió que es correcto afirmar que pudo existir un esfuerzo más prolifero para una psicología marxista si se acercaba a Marx hacia Mead en lugar de hacerlo hacia el psicoanálisis.
En la filosofía hay un valioso esfuerzo por desarrollar una sociología del conocimiento desde las coincidencias epistemológicas y ontológicas de Marx y Mead. Tom W. Goff (2015) logra describir y analizar la tendencia de ambos autores por allegarse a un pensamiento que no renunciaba a comprender al hombre como efecto de su acción y su subjetividad. El pensamiento no es un epifenómeno para los dos, por el contrario, es una de las determinaciones de la realidad y de su conocimiento. Tanto Marx como Mead piensan dentro del idealismo y el materialismo de manera compleja (Goff, 2015).
Ahora bien, si Carl Ratner tiene razón al afirmar que el psicólogo marxista por excelencia es Lev Vygotsky (Ratner, 2017), ¿por qué algunos se obsesionaron con Freud para concretar y dar continuidad a la reflexión marxiana sobre los elementos subjetivos de las clases sociales y del capitalismo? De cierta forma los procesos históricos en la Unión Soviética y la Guerra Fría ayudaron a que no se reconociera al psicólogo ruso como potencial basamento para el análisis de la subjetividad desde una psicología marxista, al igual que lo hizo la equivocada idea de que él hablaba de Marx nada más por su temor a la censura —lo cual es falso— como también argumenta Ratner (2017).
Dicho lo anterior, debe plantearse por qué esta obra tampoco parte de Vygotsky. Su teoría permite desentrañar cómo el modo de producción capitalista concreta procesos de lenguaje o cognitivos que determinan la constitución psicológica de los sujetos, sin embargo, es insuficiente para el desarrollo de una psicología política. Si bien Vygotsky va a fondo en sus problemas —y es reconocible la influencia de él en este trabajo— se requiere efectuar un ejercicio distinto que lleve a construir un análisis de clase centrado en las condicionantes que el capitalismo genera en la vida diaria, las identidades, la diversidad interna de las clases sociales, la dominación de una clase sobre otra y la generación de procesos de lucha. Por fortuna, la teoría de la actividad no se contradice con el interaccionismo simbólico de Mead. Tales afirmaciones ya están presentes en el artículo “Extended Mind and Embodied Social Psychology: Contemporary Perspectives” de Dmitri N. Shalin (2017).
Estos planteamientos no son suficientes para asumirlos como una crítica certera al freudomarxismo o para comprender mejor la psicología de Vygostky. Ello supone una tarea y un compromiso que, si bien fueron ya adquiridos, no fungen como objetivos en este momento. Se abordará con posterioridad, una vez que el trabajo en campo permita comprender con mayor profundidad muchas de las generalizaciones aquí presentes, la crítica mencionada. Esta obra tiene entre sus líneas una empatía con la gente y un reconocimiento a su sentido común, lo que presupone que para la investigación social es imprescindible el trabajo empírico. Así es como se fortalecerán aquellos argumentos hacia el freudomarxismo.
La explicación de aquellas problemáticas dentro de las relaciones capitalistas requiere integrar conceptos que permitan ir desde los grupos, sus emociones, percepciones, memorias y acciones, hasta el Estado y la dominación, o bien, desde la acumulación capitalista hasta la vida diaria de quienes sufren sus estragos. Esto se expresa en el tomo i de El capital y en otras obras de Marx, aunque sin un análisis profundo. Ello a pesar de su gran y valiosísimo “catálogo” conceptual, que es el mejor aporte para esclarecer el capitalismo y uno de los más importantes para combatirlo. Debido a lo anterior, es necesario integrar versiones teóricas que eluciden —sin conflicto epistémico— cómo las identidades se constituyen en contextos que son determinados históricamente, sin rebasar y contradecir la noción de clase social y sus luchas como las grandes impulsoras de la historia. Esto último sí forma parte del esfuerzo concretado en el presente libro.
En el primer capítulo se aborda la teoría de Mead con énfasis en sus fundamentos materialistas y en sus conceptos básicos: self, yo, mí y otro generalizado. Desde estos se resalta la importancia de la subjetividad e intersubjetividad para el acaecimiento de las identidades en entornos de interacción capitalistas. Fue indispensable aclarar que en Marx no existe contradicción con Mead. Se interpreta que la obra de aquel no rechaza que las sociedades son diversas, sino, por el contrario, coadyuva a entender los distintos estilos de vida y sus relaciones con los procesos capitalistas más fundamentales.
Dichos elementos son analizados asimismo en el segundo capítulo, en el cual se expone cómo los procesos de subjetividad —que son temas clásicos y bien desarrollados en la obra marxiana: fetichismo e ideología— se entraman en la vida cotidiana, como en la identidad y la memoria, y reflejan relaciones de dominación. Se realiza además una primera aproximación a una psicología política materialista cercana a la metodología cualitativa, a sabiendas de lo extraño que esto pudiera parecer: ¿cómo es posible llevar a cabo trabajo de campo que suele ser a un nivel microsocial desde una sociología como la marxista? El trabajo de Mead es muy valioso para ese tipo de enfoques y en el ejercicio metodológico expuesto en el presente libro resulta de una valía aún superior. En el capítulo se utiliza como ejemplo de metodología la teoría fundamentada en la versión de Juliet Corbin y Anselm Strauss (2015).
La reflexión del tercer capítulo parte del nexo entre subjetividad y naturaleza. Trata acerca del vínculo que las clases tienen con la naturaleza en el capitalismo como resultado de la subsunción real. El conocimiento que se construye activamente mediante el trabajo resulta fetichizado en el capitalismo debido a que los entornos de interacción que este genera se caracterizan por relaciones sociales marcadas por la propiedad privada y la explotación. A lo largo de la sección se desarrollan algunas ideas en torno a la clase social y las consecuencias que los procesos de acumulación capitalista tienen en el medioambiente.
Por último, el cuarto capítulo se centra en Mead para mostrar la necesidad de efectuar investigación multidisciplinaria y transdisciplinaria. Las ideas que se desglosan apelan a una postura materialista para la comprensión de la complejidad dialéctica que implica la realidad social, lo que orilla a todo investigador de las ciencias sociales a considerar los aportes de otras ciencias —como las biológicas— para acertar en los conocimientos que produce.
Los capítulos se desarrollaron a partir de una serie de apuntes que resultan del estudio y la reflexión. De aquellos se infieren elementos que permiten dar continuidad a una agenda de investigación cercana a la gente sobre los procesos de subjetividad propios del capitalismo. Aunque persisten problemas por investigar, el trabajo de campo será aliado imprescindible para avanzar en una posible solución. Mead y Marx reconocían la importancia de sustentar las aseveraciones científicas de las ciencias sociales en elementos empíricos que dieran cuenta de la construcción conceptual que emana del ejercicio de investigación. Por un lado, Mead, en contradicción a lo que los lectores de Herbert Blumer pueden suponer, fue muy cercano al trabajo experimental en psicología, a pesar de que su obra escrita esté compuesta principalmente por ensayos con un fuerte sentido filosófico. Por otro lado, Marx hizo un gran esfuerzo por recabar elementos de la vida cotidiana para fundamentar sus postulados teóricos en El capital, especialmente en el tomo i. En el presente libro el lector encontrará ejemplos de esto último.
Subjetividad e identidades en las sociedades capitalistas. Reflexión en torno a la psicología política no hubiera sido posible sin el gran apoyo brindado por la Unidad Académica de Ciencia Política “Doctor Víctor Manuel Figueroa Sepúlveda” de la Universidad Autónoma de Zacatecas “Francisco García Salinas”. Todos los compañeros que componen su planta docente son muy queridos y, además, son grandes investigadores de pensamiento profundo y crítico. Cabe destacar también el acompañamiento invaluable del departamento editorial de dicha unidad académica en el proceso de edición de esta obra.