II. La producción del espacio y la ciudad. Una lectura de Henri Lefebvre iniciado el siglo XXI, Jorge Gasca Salas,

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II. La producción del espacio y la ciudad. Una lectura de Henri Lefebvre iniciado el siglo xxi

Jorge Gasca Salas*

DOI: https://doi.org/10.52501/cc.063.02


El espacio (social) es un producto (social) […] Cuando el espacio social deje de ser confundido, de un lado, con el espacio mental (definido por los filósofos y los matemáticos), y de otro, con el espacio físico (definido por lo práctico-sensible y la percepción de la naturaleza), entonces pondrá de manifiesto toda su especificidad.

Resumen

La producción del espacio (1974) no sólo es la obra cumbre de Henri Lefebvre sobre la teoría de la ciudad y lo urbano, sino también un referente fundamental de su crítica de la modernidad capitalista y la vida cotidiana como escenario de su espacio, su tiempo y su significación históricos.

Es posible efectuar una relectura de los fundamentos, postulados y referentes expuestos por Lefebvre hace casi cincuenta años, con nuevos criterios y revisión de fuentes no conocidas, desde la perspectiva de la presencia de fenómenos predominantes a partir de la caída de la urss (1991) hasta nuestros días, tales como el neoliberalismo, la crisis ambiental planetaria, la llamada posmodernidad y la globalización.

Es el objetivo de este estudio destacar los fundamentos de La producción del espacio para la explicación de los fenómenos urbanos contemporáneos, revisando sus principales aportaciones: la concepción ontológica del espacio en general como espacio social, la cualificación del espacio capitalista contemporáneo como espacio contradictorio y diferencial, la supervivencia alternativa de espacios vitales como contraespacios o espacios de ruptura y la necesidad de señalar las posibilidades que ofrece el derecho a la ciudad en la perspectiva de una revolución urbana y en la de una revolución total hacia una modernidad no capitalista.

Como recurso metodológico es posible visualizar los fenómenos contemporáneos mediante una analítica y una dialéctica de las relaciones condicionantes y determinantes de nuestro tiempo: la modernidad capitalista y la necesidad de su crítica de corte contracultural.

Como resultados, a manera de síntesis crítica, es posible puntualizar los fundamentos ontológicos, teóricos, políticos, semióticos y culturales que permitan visualizar una nueva perspectiva de la producción del espacio.

Palabras clave: producción del espacio, Henri Lefebvre, la ciudad, espacio social.

Introducción

Hablar de Henri Lefebvre (Francia, 1901-1991) es destacar una de las estrellas más brillantes del firmamento en una constelación de pensadores sobre la ciudad, lo urbano y el espacio social de la modernidad del siglo xx y de los ya más de veinte años transcurridos del siglo xxi, desde “La gran ciudad y la vida del espíritu” [1903] de Georg Simmel, “La ciudad” [1921] de Max Weber, hasta “Planeta de ciudades miseria” [2006] de Mike Davis; desde “El urbanismo como modo de vida” [1938] de Lewis Wirth, integrante de la famosa y renombrada escuela sociológica de Chicago, hasta Local y global [1998] de Manuel Castells y Jordi Borja, exmiembros de la también renombrada escuela marxista de sociología francesa; desde la Obra de los pasajes [1940] de Walter Benjamin, hasta La ciudad del capital [1971] de Marino Folin. No olvidamos mencionar, aunque la lista siga incompleta, Ciudades en evolución [1915] de Patrick Geddes, ni las obras Espacio, tiempo y arquitectura [1941] de Sigfried Giedion y Existencia, espacio y arquitectura [1971] de Norberg Schulz, sin olvidar, desde luego, la obra monumental La ciudad en la historia [1961] de Lewis Mumford. Todas ellas, obras de pensadores imprescindibles sin los cuales la reflexión sobre la ciudad y el espacio urbano quedaría sumamente incompleta.

Desde estos referentes descollantes caben las siguientes preguntas: ¿En qué consiste la aportación de Lefebvre a la reflexión sobre la ciudad y el espacio urbano? ¿Cuáles son los puntos de partida, enfoques teóricos, conceptos y metodología(s) que lo vuelven un pensador de la ciudad especialmente valioso, clave y fundamental? Y, ya iniciado el siglo xxi, ¿cuáles son las aportaciones que permanecen vigentes y resultan útiles e imprescindibles para reflexionar acerca de la realidad social que nos circunda, determina y condiciona las tendencias contemporáneas de la modernidad a la que pertenecemos? Sin duda alguna son preguntas que perfilan las respuestas que serán abordadas en estas reflexiones teóricas que, en realidad, son resultado de investigaciones, algunas ya realizadas, otras en curso y otras más en revisión permanente.1

Henri Lefebvre fue un intelectual esencialmente dedicado a pensar la modernidad, empleando recursos filosóficos y sociológicos marxistas, y escritor prolífico de más de setenta libros.2 Es especialmente conocido por abordar una gran diversidad de temas que agrupamos para su comprensión en cuatro bloques temáticos: a) contribuciones al marxismo, b) la crítica del pensamiento filosófico, c) la crítica de la modernidad, de la vida cotidiana y del espacio social (de la ciudad y de lo urbano) y d) perfiles autobiográficos (Gasca, 2021).

Así, La producción del espacio [1974] es la obra cumbre de un periodo considerable de la producción intelectual de Lefebvre, comprendido desde el tomo I de su Crítica de la vida cotidiana, escrito en 1947, hasta el tomo III de dicha obra, escrito en 1981. No se olvide que, durante ese periodo que abarca casi treinta y cinco años de su vida, fueron escritos también el tomo II de su Crítica de la vida cotidiana, de 1962; su Introducción a la modernidad, también de 1962, y un texto fundamental: Lenguaje y sociedad, de 1966, sin el cual no se podrían comprender buena parte de las ideas vertidas en sus estudios sobre la ciudad y el espacio urbano.3 Adicionalmente, y formando parte de este bloque temático, se ubicarían aquí también sus libros sobre el Estado, tema sobre el que escribe cuatro volúmenes entre 1976 y 1978.4

La producción del espacio constituye una obra de madurez de un testigo del siglo xx, como llamó a Lefebvre su principal biógrafo Remi Hess (1988), escrito a la edad de 73 años, en los tiempos de su jubilación laboral pero plenamente activo y dedicado a la intensa producción intelectual.5 Constituye su contribución materialista a la elaboración alternativa de lo que en filosofía se denominaría una ontología del espacio social, aspecto que en su tiempo resultaría sumamente polémico e inconcebible para los propios cánones de la teoría marxista, pero que hoy sería posible visualizar con criterios más abiertos y menos ruidosos. Estos elementos los abordaremos en extenso más adelante.

De no tener presentes estas investigaciones, daría como resultado un Lefebvre descontextualizado, urbanocentrista, bastante light y hasta un revisionista del marxismo, errores, de suyo, ajenos a este pensador erudito. En total, resultaría un pensador incomprendido, sobre todo porque sobrepasa las fronteras del conocimiento de los tratadistas del tema de la ciudad y lo urbano. Lefebvre es un pensador transdisciplinario nato que se mueve con gran soltura de y entre las fronteras de la filosofía (de la filosofía política a la filosofía de la cultura, del materialismo histórico al materialismo dialéctico) hacia las fronteras de las ciencias: de la sociología y de la economía política a la arquitectura y el urbanismo, de la historia (de la cultura, las ideas y la civilización), la semiología y la antropología, a la teoría del derecho. Estos nexos nada visibles se convierten en desafíos y barreras epistemológicas para su comprensión. De sus contribuciones transdisciplinarias es posible identificar algunos rasgos e intenciones que contribuyen a la descodificación de su obra, sobre todo la particularmente vinculada al tema de la ciudad y el espacio urbano.

El cometido de Lefebvre: crítica de la modernidad y la vida cotidiana

Adscripción al marxismo antidogmático

La trayectoria intelectual de Lefebvre está indiscutiblemente ligada a su adscripción al pensamiento marxista, vinculada a treinta años (1928-1958) de militancia en el Partido Comunista Francés (Lefebvre, 1967a: p. 20) hasta que fue expulsado de sus filas en 1958 a raíz de la publicación de sus libro Problemas actuales del marxismo (Lefebvre, 1967a: p. xii). Desde su participación en 1924 junto a Pierre Morhange, Norbert Guterman y Georges Politzer para integrar el grupo Philosophies, que le dio vida y el mismo nombre a una revista que evolucionó hacia el enfoque del materialismo dialéctico, Lefebvre perfiló su pensamiento hacia un tipo de marxismo crítico que no fue ajeno al pensamiento naciente en esa década, el cual va desde los temas abordados por Heidegger en su libro Ser y tiempo (1927), como la vida cotidiana, la existencia y la vida inauténtica (Heidegger, 1999), para dar paso al existencialismo de la siguiente década, la de 1930, previa a la segunda Guerra Mundial (1939-1945) y posterior a ella.

Defensa del marxismo (contra la ideología dominante procapitalista y prosoviética dogmática)

Su toma de posición marxista lo conduce a una labor que denominamos “en defensa del marxismo”, que va desde su contribución a la traducción de los Manuscritos económico filosóficos de 1844, extraviados durante casi ocho décadas, encontrados en 1932 y editados en alemán por Kröner y revisados por un alumno de Heidegger, Landshut. De inmediato Lefebvre y Norbert Guterman se aprestaron para su traducción al francés, la cual apareció en 1933. Una segunda contribución a la defensa del marxismo es la que lo coloca en las discusiones al interior del propio marxismo y en contra del marxismo dogmático propiciado por el reduccionismo proveniente del llamado dia-mat, materialismo dialéctico, una corriente de pensamiento que fue fomentada por el propio Stalin por medio de trabajos tales como Historia del Partido Comunista, el cual devino —a decir de Lefebvre— “filosofía de Estado” (Lefebvre, 1967a: pp. 49, 57) e ideología (falsa conciencia) científica.

Superación de la filosofía en tanto ideología (falsa conciencia y distanciamiento de la praxis transformadora)

Partiendo del marxismo como matriz conceptual, se deslinda de la intención de construir una filosofía, de hacer de la realidad una filosofía (de la historia, de la cultura, de la modernidad, de la ciudad, del espacio, etcétera) al estilo hegeliano, bajo la idea de construir un sistema de pensamiento omniabarcante y omnipresente. Para Lefebvre elaborar una filosofía significaba contribuir al pensamiento metafísico empeñado en la elaboración de sistemas de pensamiento abstracto y separado de la praxis política, condición necesaria para la transformación social, aspecto que lo acercó a la idea planteada ya por el joven Marx, según la cual “la filosofía no puede llegar a realizarse sin la abolición del proletariado, y el proletariado no puede llegar a abolirse sin la realización de la filosofía” (Marx, 1983: p. 15). Para Lefebvre y el resto del marxismo radical esta idea se había convertido en una consigna fundamental: “la filosofía se supera realizándose”, mediante la transformación social, mediante una revolución social a la que Lefebvre denominó en diversos libros revolución total (Lefebvre, 1967a: p. 153; Lefebvre, 1976: p. 7).

Esta asunción teórico-política resultó en Lefebvre, a la vez que una forma de pensamiento, un fundamento de principio —creemos— que le impidió el abordaje y construcción de todo aquello que contuviera una intención de abstraerse de la realidad y convertirse en mero constructo especulativo. Sin embargo, aclara Lefebvre en La suma y la resta, de 1959:

La filosofía no desapareció, no fue sobrepasada, superada, negada dialécticamente. Porque en ninguna parte la revolución en el sentido de Marx […], en ninguna parte tuvo lugar esta revolución verdaderamente proletaria. Entonces la filosofía continúa. Pero como ideología. No como conocimiento o como sabiduría. Tanto en los países capitalistas como en los socialistas. Esta ideología tiene pocas relaciones con el proceso del conocimiento, con el marxismo, con los fines definidos por Marx para la revolución y el socialismo (Lefebvre, 1967a: p. 67).

Esta aclaración explica el enfoque, las líneas, los rasgos estilísticos y los principios teóricos bajo los cuales fue elaborada la obra que da lugar a estas reflexiones, pero también explica la propuesta lefebvriana de una metafilosofía. Para él una metafilosofía es una construcción teórica, no ideológica, que ve y va más allá de una filosofía porque no es especulativa ni abstracta.

La metafilosofía pone al descubierto lo que fue la filosofía, mediante su codificación especulativa, su lenguaje, sus objetos y sus implicaciones. Muestra sus límites que es necesario trascender: “Los filósofos se pronuncian unas veces por el espacio-forma y otras veces por el espacio-sustancia; unas veces optan por el espacio luminoso del Cosmos y otras por el espacio tenebroso del mundo” (Lefebvre, 2013: p. 435).

La metafilosofía trata, pues, de elementos reales, tangibles, mediante los cuales se explica el entorno social históricamente producido por seres humanos de carne y hueso e incide, así, en la única forma que tiene el teórico para incidir en la realidad: sin especulación y con realismo crítico.

Caracterización del capitalismo moderno (neocapitalismo imperialista) e identificación del carácter dual de la modernidad: la capitalista y, la no capitalista (socialista)

Existen dos definiciones de la realidad social, a la vez causales y fundamentales que resultan previas al abordaje de la ciudad: la cualificación del capitalismo y la dimensión espacio-tiempo que se convierte en escenario propio del siglo xx: su tiempo, la vida cotidiana; su espacio: la ciudad y lo urbano.

En la búsqueda por la definición de la realidad social contemporánea, Lefebvre identifica fenómenos que le son propios a la fase contemporánea del capitalismo de la posguerra, fase que había señalado ya desde sus primeras reflexiones sobre la vida cotidiana (tomo I, 1947) y las segundas reflexiones (tomo II, 1962), las cuales coinciden con su Introducción a la modernidad (1962). Hablemos de fenómenos como la moda, lo actual, lo válido, lo contemporáneo, las nuevas necesidades domésticas que se adaptan a los inventos tecnológicos, el confort, lo nuevo, lo moderno, el espectáculo, la publicidad, la totalización por medio de la sociedad global (la mundialización), el gigantismo de las ciudades, el planning familiar, la velocidad del cambio, aquello en que lo uno se convierte en lo otro, la capacidad de los armamentos para la destrucción, la presencia de una planificación simulada (semiplanificación), sin dejar de lado la relación conflictiva hombre-naturaleza ni el lugar que ocupa el tema de la mujer como parte del escenario problemático ya emblemático de las demandas de libertades políticas, apertura democrática y transformaciones políticas a escala nacional, regional y mundial.

De todo ello destacan algunos señalamientos para las definiciones clave que Lefebvre contribuyó a despejar como pionero tratadista del tema: la primera se refiere a la precisión de que la modernidad, lo moderno y el modernismo constituyen “bruma del horizonte”, “nubarrones de lo posible”: “Sin saberlo —señala Lefebvre— contribuyen a plantear el problema fundamental: superación y fusión de lo cotidiano”; “el modernismo consiste en una autoexaltación en el horizonte de lo posible”; lo “moderno no se refiere a algún sentido determinado. Sin embargo siempre predomina alguno de estos sentidos (la moda, lo actual, la válido, lo duradero, lo contemporáneo); predomina siempre, y en forma curiosamente inconsciente impregna la conciencia” (Lefebvre, 1967b: pp. 530 y 532). Para Lefebvre la modernidad encierra indefiniciones e imprecisiones: “no se define como idea u horizonte (‘horizonte de horizontes’). Esta definición confunde a la ‘mundialidad con la modernidad […] la definición de la ‘modernidad’ permitiría precisar la de lo ‘mundial’ más bien que a la inversa” (Lefebvre, 1967b: p. 535). Sin embargo, a lo largo de la reflexión efectuada, se establecen características que permiten clarificar que se trata de un fenómeno de orden mundial, general, estructural y hasta sistémico, al tratar de la definición de rasgos claros que permiten identificar, por un lado, que ese tiempo, los años de la década de 1960, estaban en plena configuración de un neocapitalismo en una fase de desarrollo neoimperialista; por el otro lado, el de los países socialistas, que se entremezclaban tendencias que deformaban la plenitud del desarrollo de sociedades plenamente socialistas, al grado de que, en sus “Tesis sobre la Modernidad”, asegura que en la realidad político-social logran confundirse las condiciones entre capitalismos de Estado y socialismos de Estado. A pesar de ello, el socialismo permite perfilar un tipo de modernidad no capitalista hacia el que debería señalar el cambio social. La revisión del fenómeno de la modernidad permite visualizar fenómenos concomitantes al peligro tecnológico (la alienación tecnológica), el tedio masivo, la estrechez de la cotidianidad, el estallido de las culturas tradicionales, la necesidad del desarrollo de la dialéctica como método de comprensión, el Estado como reflejo de la sociedad civil y, en general, la ambivalencia que la civilización genera.

Los resultados de este período de reflexión y acercamiento general al capitalismo lo condujeron a una labor fundamental que perfiló su trabajo intelectual: la crítica de la vida burguesa (Lefebvre, 1967b: p. 585) por medio de la crítica misma del capitalismo, de su tiempo (la vida cotidiana), su espacio (la ciudad) y su sistema de signos.

Giro estructural y papel de la ciudad (subsunción real al consumo)

En otro momento (Gasca, 2022) hemos resaltado la atención puesta por Lefebvre en su libro El derecho a la ciudad (Lefebvre, 1978a: pp. 17-43) para caracterizar y manifestar su valoración sobre la relación histórica entre industrialización y urbanización, cuyas consideraciones son percibidas desde la teoría de Marx hasta Lenin y resaltadas en su Introducción a la modernidad y en su argumentación sobre la Crítica de la vida cotidiana. De esta forma, se ponía de manifiesto que la modernidad capitalista, histórica y económicamente, otorga un perfil urbano predominante desde los años posteriores a 1945 (después de la segunda Guerra Mundial) (Lefebvre, 1967a y 1967b) que permitía distinguir claramente las tendencias de la modernidad del siglo xix de las del siglo xx, y, desde luego, la teoría acerca de sus tendencias históricas en su fase neocapitalista y neoimperialista, para emplear sus términos. Esta peculiaridad histórica denotaba claramente la tendencia histórica de la modernidad capitalista desde la posguerra y la vida cotidiana sujeta a ella. De esta forma Lefebvre cualifica la sociedad capitalista contemporánea como un proceso regido por dos aspectos potenciales: la industrialización y la urbanización. Esto implicó introducir teóricamente los fenómenos que acompañan al crecimiento y al desarrollo: la producción económica y la vida urbana en forma concomitante como un proceso conflictivo, mediante un choque violento entre la realidad industrial y la realidad urbana (Lefebvre, 1978b: p. 23)

La inclusión de los fenómenos urbanos exige, en teoría, un cambio de perspectiva de los fenómenos sociales concernientes a la crítica del capitalismo, lo que denominamos un giro estructural, un descentramiento de los fenómenos económicos diferentes de los de la teoría marxista tradicional que colocaba a la producción como centro de la generación de la riqueza capitalista. De sus momentos económicos constitutivos (producción, distribución, cambio y consumo) (Marx, 1971: p. 38), la producción había constituido el eje explicativo de su modelo teórico. Con las consideraciones de Lefebvre y sus estudios sobre la ciudad y lo urbano capitalistas, ocurría un desplazamiento hacia el consumo, un giro estructural que indudablemente exigía la identificación de nuevos fenómenos que ya no tenían cabida en la industria como arena de lucha y conflicto social, sino que ahora tenían, en efecto, a la ciudad y lo urbano como escenario y sujeto de los fenómenos de los grandes conglomerados sociales.

El desplazamiento hacia el consumo es más que un posicionamiento teórico subjetivo y un fenómeno casual: es la identificación de una etapa histórica que lleva a Lefebvre a plantear el problema de la ciudad como tema y elemento fundamental dentro de la temporalidad de la vida cotidiana de la etapa de la modernidad que nos toca vivir a partir del siglo xx: la subsunción real y formal al consumo. Presentado así, el espacio es el concepto- clave, la matriz discursiva para la comprensión crítica de la modernidad capitalista contemporánea. La vida cotidiana (tiempo cíclico) que cuenta con un espacio y un escenario fundamentales: la ciudad. Éste es justamente el punto de arranque de toda esta construcción teórica que hace Lefebvre.

La ciudad y lo urbano constituirán, por tanto, el eje de la crítica de Lefebvre a partir de 1960. Se convertirán, desde entonces, en el mirador y la ventana a través de la cual se observa el conjunto de las manifestaciones cultural-civilizatorias. Se convertirán en el caleidoscopio de su crítica a la modernidad en tanto que capitalista. Son fuente y presa de la enajenación del conjunto de la vida humana: máscara de máscaras, superobjeto y supersigno, y eje de la condensación de la inautenticidad (Heidegger) de lo humano y motivo de toda crítica sistémica.

Su hipótesis general estratégica

Los nuevos fenómenos históricos exigían la construcción de un referente desde el cual la modernidad capitalista real y su conjunto de fenómenos de dominación y oposición a sus embates en la vida cotidiana, al conjunto de actos desprendidos de su espacio social histórico, de su espacio-tiempo y su codificación social en el contexto de dominación-resistencia, tienen como punto de partida en Lefebvre lo que denomina “proximidades del punto de crítico” (Lefebvre, 1978b: pp. 91-104), cuya consistencia es la construcción de una hipótesis general que establece la síntesis de la crítica de la modernidad, del capitalismo y la vida cotidiana en el mundo moderno.

La hipótesis consiste en la identificación de una tendencia histórico-diacrónica proveniente de la Antigüedad de la ciudad y la vida urbana. Considera la ciudad y lo urbano como fenómenos transepocales (transhistóricos), a manera de instrumentos civilizatorios que han persistido a lo largo de distintas épocas de la evolución humana (Antigüedad, Edad Media y Modernidad), desde las sociedades antiguas hasta las sociedades modernas, llamadas posindustriales o sociedades urbanas. Sus referentes históricos son la polis, la ciudad comercial (renacentista) y las ciudad industrial, desde las cuales la ciudad y lo urbano se perfilan tendencialmente al suponer una situación hipotética de un 100% de urbanización, misma que anuncia una potencial sociedad urbana, antesala de una revolución urbana posible (Lefebvre, 1978b: pp. 91-92). Esta forma de suponer un objeto virtual tendencialmente posible (la sociedad urbana en el 100% de urbanización), se denomina transducción. Este método permite a Lefebvre construir un elemento hipotético tendencia: la ciudad mundial, o, dicho en términos ontológicos, la ciudad-mundo. La transducción es una operación intelectual, un método que proyecta un objeto virtual a partir de información relativa a la realidad y a la problemática derivada de ella, gracias a la cual se construye un objeto teórico, un objeto virtual pero altamente posible (Lefebvre, 1978b: p. 128).

Los elementos fundamentales de La producción del espacio

La producción del espacio es la máxima reflexión, la magnum opus, elaborada por Lefebvre como síntesis de su obra que hemos caracterizado como crítica de la modernidad, de la vida cotidiana y del espacio social (de la ciudad y de lo urbano), punto tres de los cuatro bloques temáticos destacados al inicio de este ensayo para una caracterización de su producción intelectual general.

A continuación abordaremos de forma general los aspectos que consideramos fundamentales para su descodificación y comprensión.

Caracterización general

La producción del espacio es una obra comparable con las mejores obras filosóficas escritas en el siglo xx, tales como Ser y Tiempo de Martin Heidegger, La filosofía de las formas simbólicas de Ernst Cassirer, La dialéctica negativa de Theodor Adorno, El ser y la nada de Jean-Paul Sartre, La fenomenología de la percepción de Merleau Ponty (fundamental para entender los fenómenos de la percepción del espacio humano), la Crítica de la razón instrumental, de Max Horkheimer, entre otras.

Se trata de una obra que reúne los elementos sobre los cuales es posible construir una teoría marxista crítica del espacio capitalista desde sus fundamentos a la vez abstractos y la generalidad de lo concreto: su mediación. En el método marxista, que señala el paso de lo abstracto a lo concreto, se implica una mediación que corresponde a la síntesis y unidad de lo diverso histórico existente, a lo que Marx denomina lo general (“la producción en general”) (Marx, 1971: p. 35). Señala Marx: “Si no existe producción en general, tampoco existe una producción general. La producción es siempre una rama particular de la producción […] o bien es una totalidad” (Marx, 1971: p. 36).

Lefebvre procede de igual forma: su definición del espacio es una construcción teórica sobre el espacio, en general, pero en tanto que se trata del espacio social. En esa medida, y sólo en esa, es —a la vez— una crítica particular del espacio concebido como espacio capitalista. El espacio capitalista es una particularidad del espacio social en general; otra particularidad sería el espacio socialista, prefigurado por el socialismo real. La definición sobre la producción del espacio requiere la explicación pertinente acerca de su deslinde con las concepciones abstractas del espacio en general y su decisión de que tal problema sea tratado como una acotación dentro de los marcos del espacio social. Esto implica una delimitación que amerita una explicación pertinente.

La producción del espacio: espacio concreto versus espacio abstracto

Una primera definición de La producción del espacio debe partir del problema ontológico de la definición del espacio en general. En el comienzo de tal definición Lefebvre identifica con toda claridad, sin establecer ningún juego discursivo, la diferencia entre lo que nosotros distinguimos como espacio abstracto y espacio concreto.

Partimos de un conjunto de definiciones que allanan el camino. La primera de ellas es la explicación dada por el propio Lefebvre según la cual lo ontológico, el “estatuto ontológico”, es especulativo al grado más extremo de la abstracción formal del pensamiento filosófico clásico, metafísico, que plantea un espacio sustancial, un espacio en sí (Lefebvre, 2013: p. 217). Se trata, entonces, de los niveles más altos de la abstracción especulativa y metafísica que permite hablar de los fenómenos del cosmos, las cosas del mundo, y las creaciones del pensamiento humano, como seres (el ser), los entes (lo ente), la coseidad, etcétera. Este nivel ontológico permite referirse a los planos más generales de la abstracción especulativa del pensamiento humano.

Una segunda definición, la de Bollnow, misma a la que aquí recurrimos para fines de explanación teórica, permite diferenciar claramente dos tipos de espacio (espacialidad): el espacio abstracto (matemático) y el espacio concreto (existencial), (Bollnow, 1969: pp. 23-31).6

Así, bajo estas premisas, resulta más claro que Lefebvre separa rotundamente el nivel abstracto del espacio, y ubica en esa distinción el espacio de los filósofos, de los físicos y de los matemáticos. Dicho espacio se denomina espacio mental. Desde esa definición se deslinda de la concepción abstracta del espacio y construye la suya propia determina y acota que su estudio de la producción del espacio no se refiere al espacio en general; sino al espacio como producto social:

El espacio (social) es un producto (social). Esta proposición parece cercana a la tautología y, de ahí, a lo evidente […] de que el espacio así producido sirve tanto de instrumento del pensamiento como de la acción; al mismo tiempo que constituye un medio de producción, un medio de control y, en consecuencia, de dominación y de poder, pero escapa parcialmente, en tanto que tal, a los que se sirven de él (Lefebvre, 2013: p. 86).

Pero ¿quién produce el espacio social?, se pregunta Lefebvre, y responde sin ambages: las fuerzas productivas y las relaciones de producción. Esto constituye la práctica social global, incluyendo las diversas actividades que hacen, hasta nueva orden, una sociedad: las actividades educativas, administrativas, políticas, militares, etcétera (Lefebvre, 2013: p. 253). Con esta definición hemos transitado de la definición general abstracta del espacio a la definición de espacio social particular, porque se trata de una forma concreta de la espacialidad: la humana. A su vez, como espacio humano en general, el espacio social al que se refiere Lefebvre es el espacio capitalista, una forma particular del espacio social por descodificar, criticar teóricamente y de superar históricamente mediante un tipo de transformación a la que denominará, al final de la obra estudiada, revolución del espacio (Lefebvre, 2013, p. 448).

La construcción de un discurso marxista alternativo

La producción del espacio, a pesar de lo dicho hasta aquí por Lefebvre en torno a la idea de una filosofía y una ontología, ya entrados en un nuevo siglo y a una distancia considerable de los dogmatismos filosóficos, ideologías de derechas disfrazadas de izquierdas, y gracias a aperturas que el pensamiento crítico permite (desde Benjamin y Marcuse hasta Echeverría y Garzón),7 es la propuesta —ya sin duda alguna— de una ontología materialista del espacio social. La producción del espacio es una crítica ontológica del espacio social capitalista.

Como se sabe, desde Heidegger, bajo declaraciones expuestas por él mismo, es posible diferenciar un plano o nivel ontológico y otro óntico que permite la comprensión de formas de abstracción que dan lugar a la comprensión, por ejemplo, del ente en su totalidad, en la medida en que la ontología permite mirar al ente en cuanto ser, y de la hermenéutica de la facticidad, que permite la cualidad de un ente en particular: el hombre. En un caso se hace referencia a una abstracción metafísica de lo circundante y en otro se señala la existencia de lo humano en su entorno (Heidegger, 1999: pp. 20 y 25).

Una construcción ontológica no metafísica se hace posible cuando se coloca en la explanación teórica de las categorías y conceptos que permiten la proyectación-edificación del mundo. En este sentido, lo óntico y lo ontológico quieren decir poner-mundo (edificar mundo, construir mundo, producir mundo). Esto se traduce en la explanación de las condiciones materiales (naturales) y sociales (económico-políticas) de la edificación (en este contexto diríamos producción) del mundo. En este nivel de análisis son posibles la comprensión de la relación hombre-naturaleza (metabolismo h-n), la importancia de la producción (el trabajo) humana en el proceso civilizatorio, la idea según la cual todo producir es un significar (proceso de reproducción social-natural) y la transnaturalización como categoría ontoproductora (Echeverría, 2001).

La producción del espacio es una obra que no es ajena a estas formas de construcción de discurso sobre el espacio social. Parte de definiciones ontológicas materialistas, como la producción como categoría social ontogenética, desde la cual se edifica el espacio históricamente, bajo plasmaciones del tiempo en el espacio, y que permite su codificación, una codificación que, para su lectura y comprensión, exige las claves de los procesos económicos, políticos, ideológicos, religiosos (míticos), que faciliten su triple análisis estructural: el de su forma, su función y su contenido. Vuelve explícita la necesidad de visualización de escalas, proporciones, dimensiones y niveles (de presencia y de ausencia) del espacio social (espacio-tiempo-sentido antrópico).

La gestación de un sujeto histórico, resultante en cada caso de condiciones históricas, trae consigo la producción de plasmaciones de tiempos y de significaciones diversos en el (los) espacio(s): uno es el complejo de signos, mitos y estructuras de ciudad provenientes de la antigüedad; otro será el conjunto de codificaciones, mezcla de religión, medievalismo y feudalismo, expresado en las arquitecturas entre demoniacas e inquisitoriales, y otro será el conjunto edilicio barroco, neoclásico, de las ciudades preindustriales e industriales europeas, transculturalizadas e impuestas al nuevo mundo, que poco a poco darían lugar a las ciudades industriales capitalistas (Lefebvre, 2013: pp. 63-124).

La definición del espacio en general como espacio social cierra las posibilidades a los distractores filosóficos especulativos para dar paso a las manifestaciones no inventadas e integrantes de lo que él denomina arquitectónica espacial, es decir, la idea —creemos— de que todo espacio edificado colectivamente da lugar (da paso) a la edificación antrópica (Caniggia) de un espacio arquitectónico, mezcla de racionalidad, espacio político y espacio del arte. Es la puesta en marcha (teoría) de la idea de que la ciudad, además de producto-objeto (superobjeto), es primaria y fundamentalmente obra, en el sentido de obra de arte colectiva. Por tanto, como espacio concreto, el espacio social es espacio percibido sensorialmente, espacio concebido por la razón humana en cada caso, y espacio vivido en el tejimiento de las historias individuales.

Esta construcción discursiva de su arquitectónica espacial evoca, sin lugar a dudas, la concepción global del espacio arquitectónico edificado como ciudad. En palabras de Aldo Rossi, la arquitectura de la ciudad quiere decir la ciudad como arquitectura. Esto quiere decir que la ciudad es, como totalidad, arquitectura, y la ciudad, como totalidad arquitectónica, es obra de arte (Rossi, 1979). En ese desenvolvimiento se encuentran entrelazados naturaleza, espacio y corporalidad: un encadenamiento gestual productor de espacio entretejido por la sensorialidad corporal para dar lugar a diversos horizontes de sentido, con lo que se generan niveles, capas y sedimentos de la complejidad del espacio social (Lefebvre, 2013: pp. 125-216).

La inclusión de la contrastación de un espacio absoluto hacia un espacio abstracto es en La producción del espacio, la testificación de la acumulación diacrónica de un proceso de larga duración de configuración de un tipo de espacio abstracto- formante (geométrico, visual, fálico), mezcla de bestiario críptico impuesto y tejido entre lo sagrado, lo mágico y cósmico, edificado en el proceso de secularización del espacio. Se trata de un trayecto histórico resultante del espacio críptico medieval hasta el surgimiento del espacio laico: de la Alta Edad Media a la acumulación capitalista, de los elementos vitruvianos a la Revolución Francesa, para caer de lleno en la Modernidad capitalista de la gran industria como envolvente en pleno proceso expansivo planetario a nivel (Lefebvre, 2013: pp. 271-327).

La existencia de un espacio contradictorio es ya el reconocimiento de la presencia particular de un tipo de modernidad, la neocapitalista contradictoria, desigual y diferencial en la etapa de reconfiguración neoimperialista. La división del espacio es una fragmentación diversificada que da lugar al ocultamiento, la mitificación y la gestación del espacio abstracto generado por diferentes momentos y procesos diversificados, desde la zonificación funcional hasta la segregación clasista espacial, desde la fractura del espacio hasta el conflicto. Desde ahí es posible la aparición-creación de una crítica de la economía política del espacio, a partir de los postulados básicos del marxismo (materialismo histórico y dialéctico) transitando discursivamente de la dominación de la naturaleza, sus formas de apropiación, a la crítica del espacio instrumental. En esa búsqueda Lefebvre incluye también los espacios de ocio, esas fisuras del tiempo libre que permiten la generación de una suerte de resucitación del tiempo muerto para dar lugar a lo que él denomina la arquitectura del placer, los espacios de ocupación del tiempo libre (Lefebvre, 2013: pp. 329-384).

Uno de los capítulos más apasionantes de la obra es, sin duda, el que expone “De las contradicciones del espacio al espacio diferencial”, pues, ya reconocida la dialéctica del tejido capitalista, vislumbra las fisuras, ambigüedades, dualidades y condiciones que posibilitan la apertura de espacios de ruptura8y contraespacios de esperanza. Así, al espacio global se opone el espacio fragmentario (fractal); a un espacio cuantitativo se opone un tipo de espacio cualitativo. Del fracaso sistémico que acompaña al proceso de dominación imparable, surge la obstrucción imaginativa en el espacio capitalista. Para la degradación del espacio habitable (espacios en extinción y espacios de muerte: vías rápidas, aparcamientos, etcétera), que sucumbe en las fauces capitalistas, coexisten espacios de vida (espacio habitable-espacio vivido: parques, jardines, etcétera). A los primeros Lafebvre los denomina espacios productivos (para el capital), dado que contribuyen a generar plusvalor; a los segundos los llama improductivos, por no generar ganancias. En su búsqueda explicativa, en un afán clasificatorio, identifica distintas figuras que integran el espacio complejo: isotopías (espacios homogéneos estandarizados), heterotopías (espacios diversos que se repelen mutuamente) y las utopías (espacios ocupados por lo imaginario y lo simbólico). Así, a la dominación prevaleciente del espacio capitalista identificado por diversas cadenas de relación, el imperio de la mímesis (imitación y reproductibilidad), la imposición y dominación de los signos del mundo social sobre lo social mismo y el estallido del espacio abstracto (fetichizado, enajenado y cosificado), se sobrepone un conjunto de contrarrespuestas: al logos imperante se contrapone un antilogos para dar paso a la contraposición dialéctica Logos-Eros; se da paso a la dualidad de espacios y sus diferentes formas de apropiación (modos de hacer suyo el espacio social mediante formas diversas de posesión). En total, ante el estallido del espacio abstracto, surge la necesidad de la identificación y defensa y lucha por la verdad del espacio (desalienado), por un espacio verdadero (Lefebvre, 2013: pp. 385-430).

Proposiciones y aportaciones conceptuales a la teoría social

A continuación reunimos un conjunto de aportaciones que consideramos necesario destacar en La producción del espacio y su contribución a la teoría social. Estas categorías, conceptos y nociones lefebvrianas se suman a sus aportaciones sobre la modernidad, la crítica de vida cotidiana, el neocapitalismo (en su fase neoimperialista, expuestas más atrás y a otras ya presentadas en otras partes de sus obras (mencionadas en el comienzo de este estudio) que —aunque vinculadas unas con otras— no aparecen en la obra estudiada.

Son aportaciones de Lefebvre a la teoría social algunos conceptos para cuyo estudio y comprensión hemos propuesto el orden temático y lógico-secuencial siguiente:

  1. Ontología del espacio capitalista
    1. Producción del espacio (social). La querella del espacio, en relación con su existencia material o no, es resuelta por Lefebvre diferenciando el espacio en general (ontológico abstracto) del espacio social (óntico concreto). Es una contribución teórica que no sólo le da nombre a su obra cumbre, sino que además constituye el punto de partida óntico-ontológico del espacio bajo su definición como espacio social, que permite la explanación del discurso para la crítica de la modernidad y el capitalismo, su tiempo, su espacio y su sistema de signos. Abre la posibilidad para pensar realidades no especulativas (ideológicas en el sentido lefebvriano del término) y no capitalistas. Su tesis central, por lo dicho es: el espacio social, es un producto social. Gracias a esa concreción del espacio es posible una triple definición: como espacio percibido, concebido y vivido.
  2. Vínculo histórico-civilizatorio
    1. Vínculo histórico modernidad-capitalismo-vida cotidiana-ciudad- sociedad urbana. Se trata del nexo dialéctico del que parte su comprensión de la ciudad y lo urbano incomprensible en una comprensión crítica de la realidad social. No sería posible construir un discurso crítico de la ciudad y lo urbano sin su vínculo histórico-civilizatorio (su sistema-mundo, para decirlo en los términos de Wallerstein) ni el mundo de la vida (Lebenswelt) real y posible que de él se desprende. Tiempo estructural (diacrónico) y tiempo sincrónico (vida cotidiana) modernos cualifican los fenómenos de nuestro tiempo y señalan el sesgo hacia los fenómenos del consumo. Tal vínculo histórico saca a la luz el tejido epocal de tiempo-espacio-sentido dentro de la larga duración a la que pertenece esa estructura diacrónica constituida y estatuida por la ciudad y la vida urbana.
    2. Revolución urbana y sociedad urbana.9 * Constituyen conceptos que en la teoría de Lefebvre señalan tendencias histórico-diacrónicas, esto es, se encuentran inmersas en la corriente del tiempo social de la muy larga duración. Están construidas sobre el supuesto real de que la ciudad es una estructura transepocal y transhistórica de miles de años de antigüedad y, sin duda, que permanecerá por cientos de años más. Se trata de categorías que cualifican el modo de vida tanto de la modernidad capitalista como de posibles sociedades modernas no capitalistas. De ahí su relevancia.
  3. Crítica del espacio capitalista
    1. Concepto de ciudad.* Por lo expuesto hasta aquí, el concepto de ciudad es fundamental en la contribución lefebvriana a la teoría social. Una lectura detenida de sus “Elementos de una teoría del objeto” (Lefebvre, 1978a: pp. 251-268) permitiría definir el estatuto fundamental que guarda la ciudad para su teoría. Además de resaltar su relevancia como espacio ontológico, y más precisamente dentro de él, la ciudad es superobjeto, supersigno y máscara. Sus consideraciones ahí vertidas permiten aún más la comprensión de la ciudad como objeto, mercancía (portadora de valor de uso y valor de cambio), producto generales y, por todo ello, portadora también de signos, discursos y procesos comunicativos. Es convergencia de modernidad, capitalismo y vida cotidiana (concentración de producción, distribución, cambio, consumo y significación).
    2. Espacio contradictorio y espacio diferencial (espacio capitalista). La producción del espacio sigue condiciones y determinaciones propias de la expresión espacial de la relación conflictiva y contradictoria del entrechoque de las fuerzas productivas y las relaciones de producción; por tanto, el tipo de producción del espacio se encuentra permeado por intereses de clase, dominación, control y, a su vez, de resistencia y lucha por la transformación social propiciada por las clases subalternas. Debido a ello, el espacio no es homogéneo, se configura como un espacio heterogéneo y contradictorio. El espacio, en la vida real, no está dominado totalmente por el sistema capitalista; obedece predominantemente, pero no totalmente a sus reglas y leyes hegemónicas. El espacio urbano es un espacio heterogéneo, plural, distinto al espacio laboral, que se gesta en la fábrica o en las líneas de producción, en la industria. Se trata de un espacio colectivo multisectorial de poblaciones diversas con distintos intereses, Tomando como referencia la implantación de códigos, hegemonías, intereses diversos en el espacio social, su diversificación y lógicas de implantación, producen espacio(s) diferencial(es) bajo códigos y formas de socialidad (modos de convivencia) y arquitecturas diversas. La contradictoriedad y la diferencialidad dan lugar a fenómenos tales como la dualidad, la fragmentación y la fractura del espacio.
    3. Definición tipológica del espacio capitalista (isotopías, heterotopías, utopías). La diversidad espaciaria, su heterogeneidad y su diferenciabilidad presuponen la complejidad de su entramado social y exigen un esfuerzo clasificatorio al que Lefebvre responde identificando espacios análogos a cuya semejanza se denomina isotopía. Es perceptible la presencia de espacios contradictorios que se repelen entre sí, llamados heterotopías, y un tipo de espacio más caracterizado por idealidades, tales como parques (naturaleza) o iglesias (poder absoluto) que son denominados utopías.
  4. Espacios de lucha no-capitalistas
    1. Contraespacio / espacios de ruptura. Para Lefebvre el contraespacio va más allá de la oposición entre reforma y revolución porque sacude de arriba a abajo el espacio existente, sus estrategias y objetivos. Está íntimamente vinculado a las dimensiones del valor de uso y contra las imposiciones de la homogeneidad y la transparencia ante el poder y su orden establecido. El juego, el arte y la fiesta (desde luego, lo político contrasistémico) son tiempos que marcan la necesidad de espacios alternativos y contraculturales. Generan espacios de ruptura que se abren circunstancialmente y, proponiéndoselo o no, se establecen como burbujas de libertad que llegan a frustrar estrategias dominantes y se vuelven proposiciones a manera de contraproyectos de los programas impuestos desde arriba (Lefebvre, 2013: pp. 413-415).
    2. Apropiación del espacio. Se trata de una noción que denota una dominación del espacio más en el sentido político que en el económico. Es el señalamiento de la apropiación-dominio del espacio a manera de la apropiación que acontece con las obras de arte, el cuerpo, la sexualidad y, sobre todo, las artes, donde el cuerpo se coloca en el espacio, dominándolo o dominando el cuerpo en y sobre él, como ocurre en la arquitectura, la danza y el teatro. En la ciudad y lo urbano, esta se refiere a la apropiación política del espacio como uso alternativo de él para transfigurarlo y definir su uso. Es en gran medida, una desdominación. Se trata de una de las nociones más sugerentes de Lefebvre para la comprensión de los fenómenos político-espaciales contemporáneos (Lefebvre, 2013: pp. 212-216).
    3. Arquitectura del placer y del disfrute. De las contradicciones del espacio al espacio diferencial, aparece el tratamiento del tiempo libre: el ocio. Desde los usos burgueses de lugares de descanso, privilegios de clase y desigualdades que imposibilitan a las clases subalternas, se abre la posibilidad imaginante y creativa para la creación de espacios destinados al empleo del tiempo libre mediante diseños arquitectónicos para el disfrute, denominados arquitectura del placer y del disfrute. En su noción imaginativa el tiempo libre proyecta la posibilidad de establecer nexos entre ecología (naturaleza), proyectos comunitarios, comunidades experimentales y nuevas morfologías que vayan más allá de castillos en ruinas, grandes casonas burguesas, aldeas rurales o chaletitos suburbanos. Se trata de un esbozo con grandes trazos (Lefebvre, 2013: p. 411).
    4. El proletariado como vanguardia de la transformación del espacio social.* Este tema no ocupa ya el lugar que ocupaba en la década de 1970. Sin embargo, pese a ese hecho cuya discusión rebasaría los límites de este ensayo, no mencionarlo resultaría una omisión grave en relación con el estudio de la obra de Lefebvre. El sujeto activo de la revolución urbana y la transformación social de la modernidad capitalista son el proletariado. Su ideología y su papel representan los intereses que el grueso de los intelectuales orgánicos y clases subalternas deben asumir. El proletariado es la clase obrera para sí, consciente de su papel histórico y de la importancia de sus luchas anticapitalistas, a diferencia de la clase obrera en sí, también enajenada pero inconsciente de la necesidad de transformación de su realidad social (Lefebvre: 1976, p. 146). El último gran tema del libro El derecho a la ciudad es la relación que guarda el espacio con el proletariado como sujeto de transformación revolucionaria. Sólo el proletariado, como clase, puede renovar el sentido de la actividad productora y creadora para echar abajo la ideología del consumo. Con sus acciones social- revolucionarias genera la capacidad de producir un nuevo humanismo y dar lugar al hombre urbano, para y por quien la vida cotidiana de la ciudad se convierte en obra de arte, apropiación del espacio y valor de uso sobre el valor de cambio. Pone en juego todos los medios a su alcance, como la ciencia, el arte, la técnica y el dominio de la naturaleza material. El proletariado es, pues, el sujeto que conduce la utopía de la revolución del espacio (Lefebvre, 1978b: p. 168).
  5. Utopía y esperanza
    1. El derecho a la ciudad.* Es el derecho que tiene cada sujeto de la ciudad o del campo a los bienes civilizatorios. Es una reivindicación que coloca a la ciudad como objeto civilizatorio, pero tiene la vida urbana como meta de una modernidad alternativa con una sociedad y una vida material no capitalista y una vida cotidiana trascendida en el contraespacio, el contratiempo y el contrasentido en la dirección opuesta a la enajenación. Es la vida que coloca y reivindica en su nominación a la ciudad y la vida urbana como estandarte pero las trasciende en lo que es posible vivir de la naturaleza y el campo transformados y resignificados. En su proceso de trasformación el derecho a la ciudad representa lo más acabado que la civilización del género, humano en su conjunto y en sus peculiaridades, ha podido aportar a la sociedad humana, de sus campos, su naturaleza y las ciudades en su diversidad. Representa el conjunto de bienes, servicios, consumos y disfrutes objetivos, tecnológicos, materiales e inmateriales a que tiene derecho cada sujeto del género humano del campo y la ciudad.
    2. Revolución del espacio (utopía espacial). La utopía máxima propuesta por Lefebvre es lo que denominó revolución del espacio, que incluye la utopía de la revolución urbana, concebida como una analogía de las grandes revoluciones campesinas, agrarias e industriales, a manera de revueltas súbitas seguidas de pausas, lentos empujes y, finalmente, nuevos arrebatos a un nivel más alto de conocimientos y acciones, así como de innovaciones creadoras. La utopía del espacio seguiría detrás de un periodo transitorio entre un modo de producción de cosas y un modo de producción del espacio. El modo de producción de cosas ha sido promovido por el capitalismo y dominado por la burguesía y el Estado como su creación política. La revolución del espacio implicaría nuevas condiciones creadas tras la decadencia de la propiedad privada del espacio y del Estado político capitalista como dominador del espacio. Esto se hace posible tras el paso de la dominación por la apropiación en el sentido lefebvriano y la primacía del valor de uso sobre el valor de cambio. Si esto no sucede, el cambio revolucionario será imposible (Lefebvre, 2013: pp. 439, 448).
    3. Revolución total.* Se trata de una expresión que no podría destacarse como un concepto, sino como una noción empleada por Lefebvre en diversas partes de sus obras que anuncia una utopía general, la cual incluye el resto de las utopías posibles: la revolución cultural permanente, al lado de la revolución económica (la planificación ordenada hacia las necesidades sociales) y la revolución política (control democrático del aparato estatal y autogestión generalizada), es psíquica, demográfica y, desde luego, la revolución del espacio (que incluye la revolución urbana).10 Esa revolución total y planetaria es lo imposible-posible. Al referirse a la Revolución Total en relación con la Modernidad, Lefebvre señala que ésta última caricaturiza a aquélla, que mal o torpemente realiza las tareas de la Revolución, pues es crítica de la vida burguesa, es crítica de la alienación y señala la caducidad del arte, de la moral y de las ideologías (Lefebvre, 1967b: p. 580). “Nada más cercano —dice Lefebvre—, nada más urgente. Nada más huidizo, nada más lejano. La idea de la revolución remite de lo mundial a la coyuntura, de lo total a la práctica inmediata…”. (Lefebvre, 1976: p. 8). La revolución total es la encargada de poner fin al poder abstracto que utiliza determinados medios para fines desconocidos, pero que, en los hechos, se convierte en su propia meta. La revolución total sustituirá ese poder abstracto por los poderes de la apropiación y la reapropiación. El concepto de subversión completa el de revolución, cuya finalidad es la destrucción de la política, pues todo poder estatal es destructor. El primer objetivo es ante todo la limitación del poder (Lefebvre, 1976: p. 7).
  6. Contribuciones epistemológicas (propuestas de ciencia alternativa)
    1. Economía política del espacio. Al explorar las condiciones básicas del espacio (su paso y transformación de natural a social-producido), destaca su escasez como naturaleza y como edificación, aspecto que conduce a procesos económicos pertenecientes, por un lado, a las manifestaciones de un tipo nuevo de modernidad (crisis del hábitat), por otro lado, al empleo de las categorías marxistas propias de la economía política. Aparecen entonces fenómenos y razonamientos lógicos como espacio primario (natural) y espacio derivado (producido). Sus indagaciones lógicas sobre la economía espacial lo conducen a pensar, entonces, que existe una relación y expresión espacial, una espacialización de los procesos económicos que conducen, en total, siguiendo a Marx, a una crítica de la economía política del espacio, esto es, a una aplicación de las categorías económicas a la comprensión y crítica de los procesos espaciales propios del espacio capitalista. Esto le permite definir el espacio social desde esta perspectiva, para convertirlo este en fuerza productiva, producto de consumo productivo, soporte de la producción, superestructura y portador de virtualidades (reapropiación, contraespacio, contracultura) (Lefebvre, 2013: p. 435).
    2. Metafilosofía. Un elemento clave de la teoría lefebvriana sobre la ciudad y lo urbano, es —paradójicamente— la filosofía. En las contribuciones de Lefebvre a la teoría social, la dimensión más bien de tipo instrumental cobra un carácter de medio para un fin. Se trata de un recurso investigativo que le permite el análisis dialéctico de la realidad compleja propia del siglo xx. La importancia de la filosofía radica en reflexionar acerca de la modernidad, la vida cotidiana, la arquitectura, el urbanismo y el problema de la vivienda y el de la ciudad, como fenómenos que revisten gran relevancia en nuestro tiempo, caracterizado por la alta urbanización (Lefebvre, 1976: p. 127). Así, es destacable la idea de que una metafilosofía sería necesaria porque se trata de un instrumento teórico y metodológico que está más allá de la filosofía y de las ideologías que construyen falsas conciencias. Hacer una metafilosofía implica someter a juicio crítico la idea de Marx de ir más allá de la filosofía y superarla. Consiste en la elaboración de una forma del pensar científico que va más allá de una ideología especulativa y abstracta (falsa conciencia) a la que pertenece la filosofía tradicional. La metafilosofía pone al descubierto, entonces, lo que fue la filosofía, mediante su codificación especulativa, su lenguaje, sus objetos y sus implicaciones. Muestra sus límites, que es necesario trascender (Lefebvre, 2013: p. 435).
    3. Espaciología. Lefebvre propone la creación de una ciencia nueva: la espaciología, cuyo cometido sería la exposición de la producción del espacio. Esta nueva ciencia partiría del uso del espacio, de sus propiedades cualitativas y de las premisas de la crítica del espacio, tomando en cuenta la crítica del conocimiento vigente y establecido. Tal ciencia le abre paso al espacioanálisis (un análisis crítico del espacio), al socioanálisis (análisis del espacio social) y al semioanálisis (análisis semiótico del espacio). El proyecto de una espaciología se vería completado con su proyecto de creación de un ritmoanálisis (Lefebvre, 2013: p. 434).
    4. Ritmoanálisis / espacioanálisis. Se define como la “pedagogía de la apropiación corporal del espacio” y hace referencia a la relación entre arquitectura y cuerpo: el cuerpo humano que se mueve en el espacio y que, al moverse, genera su relación con el espacio arquitectónico. En dicho movimiento se establece, cinéticamente, una relación dialéctica entre la materialidad física, urbana o citadina y el modo cómo el ser, el estar y el habitar dentro de la ciudad generan una relación dinámica entre sujeto y entorno edificado. Esa relación brinda la posibilidad de estudiarla según los distintos ritmos que se establecen en el encuentro de corporalidad humana y arquitectura (Lefebvre, 2019).
    5. Descodificación del espacio. La descodificación es el camino semiótico inverso a la comprensión de que la ciudad es superobjeto y supersigno. En todo ello la enajenación juega un papel fundamental en toda la argumentación teórica empleada por Lefebvre a lo largo de su vida y de su obra. El espacio social es presentado por él como máscara y, de esa idea, deriva otra propuesta semiótica: el espacio social es siempre un espacio disfrazado, un espacio que engaña, un espacio que miente (Lefebvre, 2013). Como máscara puede ser lo más simpático o lo más terrible (Lefebvre, 1978b: p. 264). Para la descodificación de la ciudad Lefebvre deja esbozadas consideraciones sobre diversos niveles de realidad y análisis agregados a su reconocimiento de forma, función y estructura; agrega la idea de niveles, capas y sedimentos del espacio social; reconoce la existencia de escalas, proporciones, dimensiones y niveles, y sobre todo enuncia la posibilidad de una lectura del espacio social (Lefebvre, 2013: p. 268).

Recomendaciones metodológicas para el estudio y comprensión de La producción del espacio

La lectura de La producción del espacio requiere precisiones de orden teórico y recomendaciones precisas de corte metodológico. Establecemos algunas de ellas:

  • Se trata de una obra inscrita en el orden de la filosofía de la cultura y de la comprensión filosófica de la historia, la economía, la sociología, el urbanismo y la semiología.
  • Una sugerencia metodológica para su lectura consiste en trabajar la obra como conjunto de tesis en siete bloques temáticos, de acuerdo con la siguiente caracterización:

La producción del espacio

Capítulo Núm. de tesis Temática
1. Plan de la obra 21 Tesis sobre la producción del espacio
2. El espacio social 15 Premisas teóricas sobre el espacio social
3. Arquitectónica espacial 17 Gestación alternativa de poéticas del espacio
4. Del espacio absoluto al espacio abstracto 14 Acumulaciones abstractoformantes (mitología y religión)
5. El espacio contradictorio 23 El espacio capitalista: espacio abstracto versus crítica de la economía política del espacio
6. De la contradicción del espacio al espacio diferencial 30 Contra-espacio y posibilidades de su apropiación creativa
7. Aperturas y conclusiones 12 Utopías del espacio: hacia una revolución del espacio

Esta forma de trabajo mediante tesis la encontramos en Lefebvre con mucha frecuencia, por ejemplo en El derecho a la ciudad (tesis sobre la ciudad), sus “Elementos de una teoría del objeto” (1978b) y sus tesis sobre la modernidad (1967b). En Benjamin también encontramos esta forma de trabajo en sus “Tesis sobre la historia” y, desde luego, en Marx con sus famosas tesis sobre Feuerbach.

  • Es una obra síntesis, que compagina fundamentalmente los textos de Lefebvre vinculados con su Crítica de la vida cotidiana, su Introducción a la modernidad y, sobre todo, sus textos sobre la ciudad y lo urbano.
  • Un autor silencioso pero presente en forma de jaloneos no declarados es, sin duda, Heidegger. De él, desde luego, se tiene presente su “Construir, habitar, pensar”, su “Pregunta por la técnica” y su obra máxima Ser y tiempo.
  • El tema de ciudad y significación no es trabajado de manera sistemática y requiere de especial atención y traducción. Sin embargo, juega un papel clave en su discurso sobre el espacio social.

A manera de conclusión

La producción del espacio constituye, como obra, una encrucijada teórica de los textos de Henri Lefebvre que le permiten reunir sus reflexiones sobre la modernidad, el capitalismo, la vida cotidiana y sus meditaciones sobre el espacio, la ciudad y la vida urbana contemporánea. Tal encrucijada le permite a su autor congregar temáticamente parte de su actividad militante, reuniendo críticamente marxismo, existencialismo y situacionismo, todos ellos visualizados en retrospectiva y en su plena madurez intelectual.

En su dimensión epistemológica la producción del espacio, en tanto que social, permite una salida ontológico-materialista a la querella sobre el espacio en general, aspecto que es ya de suyo un asunto escabroso en todo comienzo sobre el estudio del espacio geográfico, arquitectónico y social, porque insita a la discusión, muchas veces infructífera, sobre el espacio físico (cosmológico) y el espacio matemático. Las definiciones de Lefebvre, bien entendidas, permiten una explanación de esas discusiones.

Las contribuciones de Lefebvre sobre la producción del espacio social llenan los intersticios dejados por autores, varios de ellos marxistas, que no asumieron esa tarea. Se trata de una tarea que dentro del marxismo no fue asumida en su momento por prevalecer estigmatizaciones y, dicho sin rodeos, por dogmatismos que son perceptibles aun en los trabajos del propio Lefebvre.

De esta forma, La producción del espacio requiere hoy, ya entrado el siglo xxi, ir más allá de dichos dogmáticos e, incluso, más allá de Lefebvre, valorando sus contribuciones y acotando sus limitaciones perceptibles, muchas de ellas bajo la figura de esbozos, todos ellos muy sugerentes. Nos referimos, por ejemplo, a las discusiones con Heidegger sobre el ser y el habitar, a sus visualizaciones ontológicas de la teoría del objeto, al conjunto de bocetos sobre semiótica y ciudad, a sus sugerencias sobre ritmoanálisis y espaciología y a su crítica de la economía política del espacio. Tareas, muchas de ellas, por hacer, sin duda, sobre los hombros de Lefebvre.

Referencias

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