Abejas parásitas: aliadas poco comprendidas
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Abejas parásitas:
aliadas poco comprendidas
Gerardo Quintos Andrade
Las verdades absolutas no existen y la vida de las abejas no es excepción. Normalmente consideramos a las abejas (hembras) como seres trabajadores, que pasan todo el día buscando recursos para elaborar sus nidos, alimentar a sus larvas o aportar suministros para su colonia. Algunas abejas han ideado métodos para salvarse de esta parte laboriosa y, en cambio, aprovecharse de la labor de otras abejas para permitir la continuidad de su linaje. Estas abejas son las “abejas parásitas” o cuckoo bees en inglés (el término correcto en español es abejas cleptoparásitas), un grupo extraño pero interesante de abejas que, al igual que las abejas no parásitas, presenta una importancia enorme en el ecosistema (Danforth et al., 2019).
Estas abejas son de un aspecto totalmente distinto a sus parientes que colectan recursos. Carecen de pelos largos y estructuras para colectar polen; su aspecto es similar al de una avispa y pueden estar cubiertas de púas o protuberancias en sus patas y metasoma.
En avispas, abejas y hormigas el metasoma consiste en el segundo segmento abdominal (que típicamente forma un pecíolo) y los segmentos posteriores a él, y a menudo se le llama gáster en lugar de referirse a él como el “abdomen”; en estos insectos, el primer segmento abdominal se denomina propodeo y está fusionado con el tórax.
En algunos casos su cuerpo es muy duro (en mi experiencia trabajando con ellas su cuerpo es tan duro que dobla los alfileres entomológicos) y decorado con estrías o puntos extremadamente gruesos. Ecológicamente su modus operandi se basa en buscar nidos de abejas solitarias o sociales y meterse dentro de estos para posteriormente depositar sus huevos y que las futuras larvas que emerjan se alimenten con los recursos que colectó la abeja que es parasitada (Michener, 2007).
Las larvas tienen un aspecto particular: presentan una cabeza provista de mandíbulas largas, conjuntos de púas y generalmente son más grandes que las de una abeja solitaria no parásita. Estas modificaciones les permiten matar y comerse a la larva hospedera, para después alimentarse con tranquilidad de los recursos disponibles en la celda (Rozen, 2001; 2003). En algunos casos la misma abeja cleptoparásita es la que se alimenta de la larva hospedera, esto para eximir a su descendencia de competir por los recursos dentro de la celda de cría. Por otro lado, muchas veces estas abejas deben luchar a muerte con la hospedera si es que esta se entera de que está siendo atacada, por lo que se valen de su cuerpo rígido para poder contenerla (Danforth et al., 2019).
El cleptoparasitismo se encuentra presente en cinco de las siete familias de abejas que existen, además de que 15% de la apifauna del mundo presenta este comportamiento, estando por arriba de las especies eusociales conocidas (solo 5%) (Danforth et al., 2019). Evolutivamente se sabe muy poco del origen del cleptoparasitismo; entre las hipótesis más aceptadas está que en su momento fue una estrategia de supervivencia de algunos grupos de abejas solitarias ante eventos prolongados de escasez de recursos. Dicha estrategia prevaleció en un mismo linaje hasta que ocurrieron eventos de especiación. Por ahora esta hipótesis se apoya en reportes actuales de algunas abejas solitarias, las cuales prefieren robar recursos de otras abejas o depositar sus huevos en nidos ajenos durante eventos de escasez de recursos (Bosch, 1992).
Pese a estas relaciones que humanizadas consideraríamos como “enemistades”, la presencia de abejas cleptoparásitas tiene un propósito importante: el control de las poblaciones de abejas solitarias, pues al atacar los nidos y reemplazar las larvas de la abeja atacada con sus huevos, están interfiriendo en potenciales sobrepoblaciones de estos insectos. Además, se ha visto que los espacios con una alta presencia de abejas cleptoparásitas son los que potencialmente se encuentran en mejores condiciones; con base en esta información se ha propuesto utilizar a las abejas cleptoparásitas como bioindicadoras de la calidad del ambiente, dándoles una relevancia en la conservación de ecosistemas (Sheffield et al., 2013; Danforth et al., 2019).
En México hay alrededor de 36 géneros de tres familias (Megachilidae, Halictidae y Apidae) que presentan este comportamiento. Algunos géneros interactúan con abejas que tienen importancia en la polinización de cultivos, y estos individuos se pueden ver merodeando entre los campos en busca de los nidos de sus hospederas (Ayala et al., 1996).
En Megachilidae hay dos géneros cleptoparásitos que son comunes en todo México: Coelioxys y Stelis. Coelioxys se caracteriza por presentar un cuerpo en forma de cono, de color oscuro con algunos patrones de setas cortas (figura 30).
Los machos tienen la punta del metasoma (o falso abdomen) provista de púas y la hembra presenta esta estructura lisa en forma de aguja. Parasitan especies del género Megachile, importantes polinizadoras de rosáceas como manzanas, fresas y frambuesas. Por otro lado, Stelis presenta un cuerpo más redondeado, pero sus tibias están provistas de púas apicales; estas abejas parasitan una gran cantidad de megachílidos, como Megachile, Osmia y Trachusa, géneros de amplia distribución en México. Otro género poco común en México es Hoplostelis, que, a diferencia de los dos anteriores, parasita a Euglossa, siendo un comportamiento poco usual dentro de las abejas cleptoparásitas, ya que evolutivamente estasa dos especies no son muy cercanas.
En la familia Halictidae se encuentra un género de amplia distribución, Sphecodes (figura 31).
Este género es peculiar por parasitar un amplio espectro de abejas, desde aquellas de su misma familia, como Lasioglossum o Augochlora, hasta abejas como Colletes o Perdita, que pertenecen a familias diferentes. Sphecodes presenta un aspecto similar a una avispa pequeña y un característico metasoma de color rojo intenso, a veces con la punta negra. Otros géneros presentes en México son Temnosoma, que parasita a Augochloropsis, y Ptilocleptis, un género poco estudiado y cuyas relaciones parásito-hospedero son desconocidas. Algunas especies de Lasioglossum (Dialictus) también presentan un comportamiento cleptoparasítico; estas especies se pueden reconocer por presentar un labro achatado, carecer de escopa y tener un cuerpo ligeramente más duro.
Apidae es la familia con mayor diversidad de géneros cleptoparásitos. Dentro de su clasificación se encuentra la subfamilia Nomadinae, que comprende exclusivamente abejas con este comportamiento y se compone de 17 tribus. Un género diverso de Nomadinae es Nomada, que presenta abejas con aspecto de avispas, incluso con patrones de coloración similares, y que se comporta como cleptoparásito de muchas especies de abejas de varias familias; como ejemplos de sus hospederos destacan Andrena (Andrenidae), Agapostemon (Halictidae), Eucera y Exomalopsis (Apidae), todas estas abejas relevantes en la polinización de varias plantas, como las Asteraceas.
Otros géneros importantes son Triepeolus, que parasita a abejas de las calabazas Eucera (Peponapis), y se puede ver con frecuencia merodeando por cultivos de estas plantas (figura 32).
Triepeolus presenta un cuerpo más robusto, a menudo con una impresión en forma de cara sonriente en el escudo. Emparentado a este género se encuentra Epeolus, el cual parasita abejas del género Colletes (Colletidae), que también son importantes polinizadoras de chiles, tomates y algunas plantas de la familia de las calabazas. Epeolus presenta un cuerpo menos robusto, pero provisto de varias púas en el mesosoma y las patas.
Una tribu de abejas parásitas importante en la región Neotropical es Ericrocidini, la cual presenta abejas robustas, de colores metálicos o pelos de tonos azul, amarillo o blanco. Se caracterizan por tener una espina robusta en la pata media, la cual está adornada por una serie de púas y protuberancias con las que desentierran nidos de abejas y pelean con las hospederas. Estas abejas son parásitas de Centris y Epicharis, importantes polinizadoras de plantas como el nanche o nanxi, un fruto cultivado en el centro y sur de México, así como de diversas fabáceas y orquídeas. Algunos géneros de Ericrocidini que destacan en México son Ctenioschelus, Mesocheira y Mesoplia (figura 33), que se encuentran en zonas boscosas, aunque sus avistamientos son muy raros.
Hay unas abejas de la familia Apidae que presentan un comportamiento cleptoparásito independiente de Nomadinae; se trata de Exaerete, perteneciente a la tribu Euglossini (abejas de las orquídeas; figura 34).
Son abejas robustas con tonos metálicos verdes o azules, que podemos ver en bosques de todo el país. Los machos de estas abejas, al igual que todos los euglossinos, presentan el comportamiento de buscar aromas atractivos de orquídeas para cortejar a las hembras. Por lo que presentan una importancia adicional al actuar como polinizadores de estas plantas.
Otro grupo son los parásitos sociales, en este caso del género Bombus, que presentan un subgénero con este comportamiento: Bombus (Psithyrus) (figura 35).
Psithyrus se caracteriza porque las hembras han perdido su corbícula y no colectan polen, sino que intervienen como parásitos de otras especies de Bombus. Las hembras fértiles buscan colonias de abejorros en las que se meten para posteriormente pelear con la hembra, matarla y tomar su lugar mediante el control con feromonas. Las obreras sometidas cuidarán de su descendencia, la cual consumirá todos los recursos almacenados para después abandonar el nido, aparearse y buscar una colonia nueva para atacar. En México se conoce a Bombus variabilis, cuya distribución va desde Estados Unidos hasta Guatemala, es una especie que parasita a Bombus sonorus, la cual es relevante como polinizadora en el país.
Las abejas cleptoparásitas son un grupo peculiar e importante en términos evolutivos y ecológicos. Lamentablemente son difíciles de ver, siendo esto una limitante importante en su estudio taxonómico y estado de conservación. Se ha planteado que, a causa del declive de sus hospederos, estas abejas se han convertido en un grupo amenazado debido a su impedimento para atacar poblaciones grandes o sanas de abejas. Por ello es necesario intervenir en el monitoreo de sus poblaciones, utilizando las zonas agrícolas como primer paso, y manejando estas áreas bajo condiciones orgánicas, que permitan el mantenimiento de poblaciones sanas y prolíficas de este relevante y valioso grupo de abejas.