V. Agroecología y sustentabilidad: una convergencia para el desarrollo
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V. Agroecología y sustentabilidad: una convergencia para el desarrollo
El desarrollo capitalista dependiente y subordinado en México ha tenido consecuencias significativas desde el punto de vista ambiental, antropológico, social, económico, político y ético. En términos ambientales, se ha observado una creciente degradación y destrucción del medio natural de México. Esto se manifiesta en la transformación y, en algunos casos, la destrucción de espacios naturales, la ocupación creciente de suelos productivos, la degradación paisajística, el aumento del consumo energético y de otros recursos naturales, y el incremento de la producción de residuos (Reyna y Reparaz, 2014).
Desde el punto de vista antropológico, social, económico, político y ético, el desarrollo capitalista dependiente y subordinado ha generado una crisis de conciencia frente a diversas crisis que afectan a la sociedad mexicana. Estas crisis incluyen la crisis agraria, alimentaria, industrial, energética, económico-financiera y urbana. Estas crisis se manifiestan en la pobreza, marginación, desempleo y endeudamiento externo que afecta a la mayoría de las poblaciones mexicanas. Además, se ha observado una concentración de la riqueza nacional en pocas manos, así como el despilfarro de recursos naturales y humanos en los extremos de la estructura clasista de la sociedad mexicana (Reyna y Reparaz, 2014).
En el contexto global, uno de los problemas ambientales más ambivalentes y complejos a los que se enfrenta la humanidad en el nuevo siglo es la proliferación de lo urbano, tecnológico e industrial. Este fenómeno tiene ramificaciones en lo económico, social, político, ambiental y cultural. Por un lado, se observan consecuencias ambientales evidentes como la transformación y destrucción de espacios naturales, la ocupación de suelos productivos, la degradación paisajística, el aumento del consumo energético y de otros recursos naturales, y el incremento de la producción de residuos. Por otro lado, surgen problemas sociales como la exclusión, la ruptura de los tejidos sociales y la progresión de los mecanismos represivos de control social.
Según el modelo de desarrollo lineal y “productivista” imperante hasta hoy, las ciudades funcionan como consumidoras de recursos provenientes del medio natural y depositan en él los desechos que se producen en su interior. Esto ha llevado al agotamiento de recursos y a la contaminación ambiental, caracterizando la crisis actual del mundo. Las necesidades del ecosistema urbano sobrepasan las posibilidades de su territorio de influencia para reproducir los recursos y reciclar los desechos, lo que se conoce como capacidad de carga. Por lo tanto, es necesario reconocer que las ciudades forman parte del medio ambiente construido y creado por el hombre, y que interactúan con el medio ambiente natural. Para lograr un desarrollo sostenible, es necesario adoptar patrones de desarrollo y estilos de vida que permitan satisfacer las necesidades de las generaciones actuales, sin comprometer la posibilidad de que las próximas generaciones también puedan satisfacer las suyas.
Este desarrollo capitalista dependiente y subordinado en México ha llevado a una creciente degradación y destrucción del medio natural, así como a una crisis de conciencia frente a diversas crisis sociales, económicas y políticas. A nivel global, la proliferación de lo urbano, tecnológico e industrial ha generado problemas ambientales y sociales complejos. Es necesario adoptar patrones de desarrollo sostenible que permitan satisfacer las necesidades actuales sin comprometer las de las futuras generaciones.
En el proceso de industrialización-urbanización actual, surge la pregunta de si es posible lograr un desarrollo sustentable. Las propuestas de desarrollo neoliberales han conceptualizado los problemas ambientales en términos de contaminación y escasez de recursos naturales, y han desarrollado estrategias para incorporar fenómenos ambientales en el proceso de desarrollo (Sousa y Uceda-Maza, 2017). Sin embargo, la gestión del desarrollo requiere estrategias integrales que consideren la sociedad en su conjunto y tomen decisiones integradas en áreas temáticas clave (Chant, 1997).
Es importante considerar la integración de las áreas metropolitanas en sus contextos regionales para diseñar modelos sostenibles (Chant, 1997). Además, la relación entre la sociedad y el medio ambiente va más allá de las cuestiones físicas y naturales, y afecta a todos los sistemas y grupos sociales por igual. Para lograr un desarrollo sostenible, es necesario un enfoque multidimensional que se enfoque en la preservación de la vida en todas sus manifestaciones (Tiana et al., 2017).
En el contexto de la agricultura, la agroecología juega un papel importante en el desarrollo humano al buscar una distribución justa y equitativa de los costos y beneficios asociados a la producción agrícola. La agricultura sostenible se centra en la gestión y conservación de los recursos naturales, así como en los aspectos técnicos e institucionales que aseguran la satisfacción continua de las necesidades humanas (Cruz-Cárdenas et al., 2021). La seguridad alimentaria también es un aspecto importante en el desarrollo sostenible, y se aborda a través de la disponibilidad, acceso y uso de los alimentos, así como la estabilidad de la oferta (Urquía-Fernández, 2013).
Para lograr un desarrollo sostenible, es necesario fortalecer los colectivos campesinos y promover proyectos de territorios sostenibles en las comunidades rurales (Marcelino-Aranda et al., 2017). Además, es importante considerar la relación entre la urbanización y los cambios ambientales, y desarrollar estrategias de planificación y desarrollo territorial que aborden los desafíos ecológicos, culturales y económicos (Solinís et al., 2020; Lwasa, 2014). La adopción de prácticas agrícolas sostenibles también juega un papel clave en el desarrollo sostenible, y se ve influenciada por factores socioeconómicos y psicosociales (Waseem et al., 2020).
Este desarrollo sustentable debe frenar el proceso de industrialización-urbanización actual que, entre otras cosas, es posible, pero requiere estrategias integrales que consideren los aspectos ambientales, sociales y económicos. Es necesario incorporar fenómenos ambientales en el proceso de desarrollo y promover la integración de las áreas metropolitanas en sus contextos regionales. Además, la relación entre la sociedad y el medio ambiente debe abordarse de manera multidimensional, y se deben adoptar prácticas agrícolas sostenibles y fortalecer los colectivos campesinos.
Todo esto requiere una planificación exhaustiva y un enfoque interdisciplinario (Sousa y Maza, 2017; Chant, 1997; Tiana et al., 2017; Cruz-Cárdenas et al., 2021; Marcelino-Aranda et al., 2017; Lwasa, 2014; Waseem et al., 2020).
Relaciones dialécticas
El desarrollo de la sociedad se caracteriza por un aumento constante de las capacidades cognitivas humanas y de la capacidad de influir en la naturaleza. Sin embargo, este poder se enfrenta a una cadena dinámica de fenómenos y circunstancias que gradualmente se revelan y plantean nuevas exigencias a sus acciones y medios, así como a su forma de captar y conceptualizar la realidad. Un acervo “lineal” de conocimientos formado por innumerables disciplinas paralelas ya no puede alcanzar objetivos científicos o prácticos. Los procesos de desarrollo esenciales implican complementariedades y transformaciones que tienen lugar en un universo interdependiente (Navarro-Cabrera, 2022).
La historia de la humanidad ha sido una búsqueda constante de herramientas y métodos para establecer una relación con la naturaleza, que hemos utilizado y adaptado a nuestras necesidades durante este proceso histórico. Este cambio permanente en la naturaleza también afecta a las personas, provocando cambios en sus condiciones de vida y en sus relaciones con otros humanos. En este proceso dialéctico de influencia mutua, la relación entre los humanos y la naturaleza no ocurre en abstracto, sino entre los humanos como grupo social; parte de un sistema social específico en un entorno específico. Por tanto, la relación entre los seres humanos y la naturaleza y los cambios resultantes son fenómenos sociales (Navarro-Cabrera, 2022).
No existe, por lo tanto, una escisión entre sociedad y naturaleza o, mejor dicho, entre sistema social y sistema natural, debiendo éstos ser concebidos como partes de un todo, como dos subsistemas interrelacionados, integrados a un sistema mayor. La naturaleza sólo tiene sentido en cuanto está relacionada con una acción práctica eminentemente humana (la naturaleza, tomada en forma abstracta, por sí, fijada en la separación del hombre, no es nada por el hombre). Por lo tanto, la relación del hombre y el medio ambiente debe fundamentalmente concebirse como un fenómeno social (Navarro-Cabrera, 2022).
El desarrollo de la sociedad implica un aumento de las capacidades cognitivas humanas y de la capacidad de influir en la naturaleza. Sin embargo, este poder se enfrenta a fenómenos y circunstancias que plantean nuevas exigencias. La relación entre los seres humanos y la naturaleza es un fenómeno social y no hay una escisión entre sociedad y naturaleza. Ambos deben concebirse como partes interrelacionadas de un todo.
El ser humano, aunque forma parte de la naturaleza, se enfrenta a ella con una actitud de transformación y apropiación. De ello se derivan dos elementos importantes para explicar el impacto del desarrollo de la sociedad en el medio ambiente: su actitud utilitaria y su enfoque parcial y selectivo de los fenómenos naturales (Martin, 2015). Esta dominación no debe entenderse como una actitud expoliadora o depredadora de la naturaleza. No se trata de una explotación indiscriminada, sino de un manejo adecuado del sistema natural con el objetivo de satisfacer las necesidades humanas. Engels (1972), señala que la relación entre los seres humanos y la naturaleza no es de conquista, sino de pertenencia y comprensión de las leyes naturales.
A lo largo de la historia, la acción del ser humano sobre los procesos naturales se ha materializado en lo que podría llamarse un entorno construido, que se superpone al entorno natural. El proceso social e histórico se lleva a cabo en un lugar determinado, en un espacio que existe antes de la vida humana y cualquier sociedad. Este espacio es el entorno físico, natural o, en su sentido más común, el medio ambiente. Con el transcurso de la historia, se crea otro espacio que está principalmente determinado por las relaciones humanas y su forma de organización social (Valera, 2019). Ambos están tan estrechamente relacionados que es imposible diferenciarlos sin un análisis profundo del contexto y la realidad.
Marx y Engels entienden el desarrollo humano como un proceso de cambio en la formación social a través del desarrollo de las fuerzas productivas (Lange, 1966). Las fuerzas productivas reales y las fuerzas productivas humanas se forman y modelan en estrecha interdependencia. Las personas crean los medios de producción y los métodos técnicos que permiten utilizarlos, al mismo tiempo que modelan el proceso de producción y las capacidades humanas en el uso de los medios de producción. Las fuerzas productivas son una expresión de la relación entre el ser humano y el mundo material que lo rodea, y también reflejan el carácter positivo de esta relación (Arias, 2017).
El desarrollo de las fuerzas productivas cambia la relación entre los seres humanos y la naturaleza, lo que a su vez cambia el proceso de interacción entre la sociedad y la naturaleza. El cambio dentro de una formación social surge de la superación de contradicciones internas que adaptan la sociedad a nuevas circunstancias. En este sentido, la relación entre el ser humano y la naturaleza se expresa como una interacción dialéctica (Arias, 2017).
Esta relación entre el ser humano y la naturaleza se caracteriza por una actitud de transformación y apropiación. El ser humano utiliza la naturaleza para satisfacer sus necesidades, pero no de manera indiscriminada, sino con un manejo adecuado del sistema natural. A lo largo de la historia, se ha desarrollado un entorno construido que se superpone al entorno natural. El desarrollo de las fuerzas productivas cambia la relación entre los seres humanos y la naturaleza, lo que a su vez cambia el proceso de interacción entre la sociedad y la naturaleza. Esta relación se entiende como una interacción dialéctica en la que el ser humano y la naturaleza se influyen mutuamente.
El trabajo es, por lo tanto, un proceso material en el que la acción humana se reintegra y se integra con las funciones de la naturaleza. Es una relación dinámica de constante intercambio e interacción. Tanto la sociedad como la naturaleza cambian y reaccionan comunicando esos cambios. Los seres humanos crean un intercambio de materiales con la naturaleza, utilizando sus capacidades físicas, su fuerza, habilidad, intelecto e imaginación con herramientas y máquinas, y transformando la materia en objetos que satisfacen sus necesidades cambiantes, según Godelier (1969).
A su vez, esta naturaleza transformada afecta a las personas y crea nuevos entornos que generan nuevas situaciones. La acción y la forma de proceder dependen de las directrices del grupo social que realiza la acción, y el entorno natural impone sus condiciones y posibilita determinadas intervenciones. Sin embargo, el proceso de trabajo, entendido en sus elementos simples, como momento clave de articulación de la sociedad y la naturaleza, es característico de todo tipo de organización de las sociedades humanas. Esta es una actividad dirigida hacia el objetivo de producir valor (Murillo et al., 2021).
El uso y la apropiación de la naturaleza para satisfacer las necesidades humanas son parte del metabolismo entre los seres humanos y la naturaleza, un estado natural eterno que es común a todas las formas de sociedad. La satisfacción de las necesidades humanas, junto con otras implicaciones relacionadas con el control del medio ambiente, las luchas de poder y la búsqueda de conocimiento, ha justificado el nivel actual de desarrollo y el camino para alcanzarlo (Murillo et al., 2021). La ciudad surge como resultado y símbolo de este proceso, en el que los seres humanos no sólo ocupan el territorio circundante, sino que también expanden su propio territorio y transforman el entorno para proporcionar los insumos necesarios para su propia expansión (Marx, 1988).
La urbanización también conlleva cambios ecológicos (Murillo et al., 2021). El trabajo es un proceso en el que la acción humana se integra con las funciones de la naturaleza. Existe una constante interacción e intercambio entre la sociedad y la naturaleza. El proceso de trabajo es característico de todas las sociedades humanas y tiene como objetivo la producción de valor. La satisfacción de las necesidades humanas y el control del medio ambiente son parte de este proceso. La urbanización también tiene un impacto en el entorno natural (Rees 1996 y Wackernagel, 1997 y Vitousek et al.,1997).
Sostenibilidad y desarrollo
Las limitaciones que los recursos naturales imponen a la actividad económica fueron la base de la literatura de los años 1960 y 1970 sobre los “límites al crecimiento” (Reinales y Osorio, 2018). Boulding (1978) habla de una inminente economía de “nave espacial Tierra”, señalando que el crecimiento ilimitado es imposible en un planeta con recursos finitos y no renovables. En el futuro, la felicidad ya no se basará en un mayor consumo material.
El Informe Meadows del Club de Roma (Meadows et al., 1972) proporciona las señales de advertencia más claras sobre la sostenibilidad del modelo de desarrollo. El rápido aumento del consumo de recursos naturales y energéticos no es sostenible a medio y largo plazo, y es necesario elegir modelos de desarrollo que permitan no sólo la conservación y remediación del medio ambiente, sino también la mejora del bienestar y calidad de vida (Reinales y Osorio, 2018).
Según Castro (2002), hasta hace poco la ortodoxia económica no preveía que los objetivos ambientales se incluyeran en la lista de objetivos macroeconómicos. Este desarrollo se debió a una serie de acontecimientos que motivaron la transición de la lógica mecanicista dominante al neoclasicismo (la crisis energética de los años 1970, el desastre nuclear, el aumento de la desigualdad entre los países del Primer y Tercer Mundo) (Reinales y Osorio, 2018). En este modelo (Georgescu-Roegen, 1971), la “falacia de la sustitución infinita” apoyó el crecimiento ilimitado en los años 1960 y ha llevado al pensamiento actual que constituye la economía del desarrollo sostenible.
Passet (1996), Constanza (1999) y Castro (2002) definen el desarrollo como “crecimiento multidimensional en complejidad”. El bienestar humano se puede lograr aumentando el uso de materiales/energía en la producción (crecimiento) o utilizando los recursos de manera más eficiente (explotación). Hay límites claros al crecimiento, pero no los hay al desarrollo. El crecimiento se refiere a la expansión cuantitativa de los aspectos físicos de un sistema económico. Por el contrario, el desarrollo se refiere a cambios cualitativos en un sistema económico que no está creciendo físicamente y está en equilibrio dinámico con el medio ambiente (Reinales y Osorio, 2018). Comprender que la agroecología moderna es un concepto holístico y sistemático respecto del desarrollo de la relación entre la sociedad humana y las comunidades de flora y fauna de cada ecosistema, con el objetivo de la producción agrícola según las leyes naturales.
Según Daly (1997): “Crecimiento significa un aumento natural de tamaño a medida que se agrega nueva materia a través de la asimilación o el crecimiento.” Desarrollo es la expansión o expansión del potencial de algo; significa hacerse realidad. Gradualmente, conduce a un estado más completo, mayor y mejor. “Si bien el crecimiento es un aumento cuantitativo del tamaño físico, el desarrollo es una mejora cualitativa o explotación de oportunidades” (Reinales y Osorio, 2018).
El término sostenibilidad es complejo y tiene muchas definiciones diferentes. Lo cierto es que surgieron después de que se alcanzó claramente la capacidad de carga del ecosistema. Por lo tanto, el término ha estado presente en el discurso político y en los medios de comunicación durante décadas; ha sido objeto de diversas investigaciones académicas y se ha convertido en un campo popular (Reinales y Osorio, 2018). Lograr la sostenibilidad en el manejo de los recursos naturales requiere esfuerzos interdisciplinarios, así como la participación estatal y la cooperación entre estados en varios niveles (Sánchez, 2019). De manera similar, el concepto de sostenibilidad es dinámico y cambia con el tiempo dependiendo de la escala espacial, las preocupaciones de la época, el nivel de tecnología y nuestro conocimiento de cómo funcionan los ecosistemas (Dixon y Fallon, 1989).
Según Rodríguez y Govea (2007), la sostenibilidad no es una cuestión ecológica, social o económica, sino una combinación de estas tres. La necesidad de este proceso de transformación surge del mal uso de los recursos por parte de los humanos provocado por los cambios sociales globales debido al crecimiento demográfico, el crecimiento económico, el progreso tecnológico y la pobreza (Jiménez-Herrero, 1989).
Para Allen (1996), la sostenibilidad se extiende no sólo en el tiempo sino también a nivel mundial, y es importante considerar el bienestar de todas las personas y criaturas de la biosfera, no sólo de las generaciones futuras. Allen (1996) sostienen que la agricultura sostenible debería abarcar todo el sistema alimentario y agrícola, no sólo el proceso de producción. Además, estos autores señalan que categorías como clase, género y raza deben considerarse en las discusiones sobre el significado y el impacto de la agricultura sostenible.
Como se ha visto, en la literatura de los años 1960 y 1970 sobre los “límites al crecimiento” y la economía de “nave espacial Tierra”, destacan las limitaciones que los recursos naturales imponen a la actividad económica (Reinales y Osorio, 2018). El Informe Meadows del Club de Roma advierte sobre la insostenibilidad del modelo de desarrollo basado en el rápido aumento del consumo de recursos naturales y energéticos. El desarrollo sostenible se define como un crecimiento multidimensional en complejidad que busca mejorar el bienestar humano y la calidad de vida, utilizando los recursos de manera más eficiente. La sostenibilidad es una combinación de aspectos ecológicos, sociales y económicos, y requiere esfuerzos interdisciplinarios y cooperación entre estados. Además, la agricultura sostenible debe abarcar todo el sistema alimentario y agrícola, considerando categorías como clase, género y raza (Meadows et al., 1972).
Los esfuerzos de sostenibilidad presentan complejidad en términos de su multidimensionalidad, las escalas temporales y espaciales que deben cubrirse y la necesidad de enfoques interdisciplinarios. La sostenibilidad se basa en el reconocimiento de que es un fenómeno natural en el mundo, ya que los recursos son finitos y los límites biofísicos de la Tierra limitan el crecimiento económico (Ferraz, 2003). El mayor desafío en el ámbito de la sostenibilidad es cambiar el comportamiento de los consumidores, ya que la lógica del mercado no puede prevalecer sobre la lógica de las necesidades (Sainz-Rozas et al., 2011).
Para alcanzar el desarrollo humano es necesario que la sostenibilidad sea económica, ambiental y social. Esto implica la existencia de condiciones territoriales, sociales y políticas que promuevan la conservación de los bienes naturales, eviten la destrucción de los mismos y garanticen la equidad en la distribución de los beneficios (Rodríguez y Govea, 2007). No puede haber desarrollo social cuando los bienes naturales se destruyen o se abandonan; cuando la riqueza en un sector se logra a expensas de la pobreza en otro; cuando un área se explota en beneficio de otra, o cuando algunos grupos de personas se benefician a expensas de otros. Además, no puede haber sostenibilidad en un mundo donde hay comunidades, países y regiones que no lo son. La sostenibilidad debe ser global, regional, local y personal, abarcando los ámbitos ecológico, territorial, económico, social y político (Sainz-Rozas et al., 2011).
En el contexto de la agroecología, se identifican diferentes niveles de sentido y enfoques (Wezel et al., 2009). En primer lugar, se reconoce que la agroecología puede ser entendida como una disciplina científica, un movimiento social y un conjunto de prácticas agrícolas. En segundo lugar, se identifican tres grandes tipos de usos del concepto de agroecología basados en una escala de enfoques a nivel parcelario, agroecosistema y sistema alimentario (Rodríguez y Govea, 2007).
La sustentabilidad de la agricultura se refiere a la capacidad de un agroecosistema para mantener su producción a lo largo del tiempo (Conway, 1994), superando las tensiones ecológicas y las presiones socioeconómicas. En este sentido, es importante considerar el manejo forestal como un eje de desarrollo en las comunidades rurales. El manejo forestal puede ser un patrimonio biológico, social y cultural que contribuya al desarrollo comunitario, siempre y cuando se realice de manera sostenible y se conserve el macizo forestal (Martin-Trujillo et al., 2023).
La agricultura familiar también juega un papel importante en el desarrollo local y la sostenibilidad económico-ecológica. Los sistemas agroforestales establecidos por agricultores familiares en la Amazonía Oriental pueden generar ingresos adicionales y mejorar las condiciones de vida de las comunidades rurales. Estos sistemas agrícolas, basados en el uso diversificado de la tierra, pueden contribuir a la conservación del medio ambiente y a la consolidación económica de las comunidades (Santos y Mitja, 2012).
La construcción de ciudades y comunidades sostenibles es otro aspecto clave para la sostenibilidad. Esto implica integrar elementos biogeográficos, productivos y sociales para generar medios de vida sostenibles y mejorar la calidad de vida de las generaciones actuales y futuras (Salazar et al., 2020). Es necesario adoptar enfoques interdisciplinarios que comprendan la relación sociedad-naturaleza de manera multidimensional y que integren los múltiples valores ambientales dentro de la matriz urbana (Wezel et al., 2009).
En el contexto de la planificación territorial, es importante considerar la relación entre la infraestructura educativa y los servicios ecosistémicos urbanos. Los enfoques tradicionales de planificación suelen carecer de la información necesaria para integrar de manera adecuada la relación entre la infraestructura educativa y los servicios ecosistémicos urbanos. Por lo tanto, es necesario contar con enfoques interdisciplinarios que comprendan esta relación de manera integral (Mujica et al., 2022).
En el caso de la Amazonía, es importante analizar los sistemas de uso de la tierra por parte de los pequeños propietarios y su sustentabilidad socioeconómica y ecológica. Estos sistemas agrícolas se enfrentan a desafíos como la sobreexplotación de los recursos naturales y la presión urbana, pero también pueden ser una alternativa para mantener la agricultura en la región y mejorar las condiciones de vida de las comunidades (Hurtienne, 2004). La gestión del paisaje como patrimonio cultural también es relevante para la sostenibilidad. Es necesario realizar análisis multicriterio del paisaje para evaluar su valor como patrimonio cultural y su influencia en el desarrollo sostenible de las ciudades. Esto implica considerar aspectos como la estructura económica, la calidad de vida, la cohesión social y la gestión de los recursos naturales (Ortega et al., 2023).
El trabajo a desarrollar para alcanzar la sostenibilidad presenta desafíos en términos de su multidimensionalidad y las escalas temporales y espaciales que deben abordarse (Rosa et al., 2011). Es necesario adoptar enfoques interdisciplinarios y considerar aspectos como el cambio de comportamiento de los consumidores, la conservación de los bienes naturales, el desarrollo local, la agroecología, la construcción de ciudades sostenibles y la gestión del paisaje como patrimonio cultural (Rosa et al., 2011; Rodríguez et al., 2022; Trujillo et al., 2023; Santos y Mitja, 2012; Salazar et al., 2020; Mujica et al., 2022; Hurtienne, 2004; Ortega et al., 2023). Estos enfoques permitirán avanzar hacia la sostenibilidad económica, ambiental y social, y garantizar el desarrollo humano y el aumento del bienestar de la población (Conway (1994).
Agroecología y sustentabilidad
Una agricultura sustentable es aquella que, a largo plazo, promueve la calidad del medio ambiente y los recursos naturales sobre los cuales depende la agricultura; provee los alimentos y fibras necesarios para el ser humano; es económicamente viable y mejora la calidad de vida de los agricultores y la sociedad en su conjunto, según lo señala la American Society of Agronomy (1989).
La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (fao, 1991) define la agricultura sustentable como el “manejo y la conservación de la base de los recursos naturales y la orientación del cambio tecnológico e institucional, de manera que se asegure la obtención y la satisfacción continua de las necesidades humanas para las generaciones presentes y futuras. Este desarrollo sostenible en la agricultura conduce a la conservación del suelo, el agua y los recursos genéticos de plantas y animales. Además, no sólo es perjudicial para el medio ambiente, sino también técnicamente sensato, económicamente racional y socialmente aceptable” (Masera, 2000).
En el contexto de la sostenibilidad, que se considera un proceso multidimensional, la agroecología se define como “un proceso destinado a apoyar la transición de los modelos actuales de desarrollo rural y agricultura convencional a estilos de desarrollo rural y agricultura sostenible” (Caporal y Costabeber, 2002); (Macías y Sevilla, 2021). Para Altieri (2002), la agricultura sustentable se refiere a la búsqueda de rendimientos duraderos, a largo plazo, a través del uso de tecnologías de manejo ecológicamente adecuadas; lo que requiere la optimización del sistema como un todo y no sólo el rendimiento máximo de un producto específico (Masera 2000).
Según la Empresa Brasileira de Pesquisa Agropecuaria (2006), “La Agroecología solamente puede ser entendida en su plenitud cuando se relaciona directamente al concepto de sustentabilidad y justicia social. En ese sentido, la agroecología se concreta cuando, simultáneamente, cumple con los dictámenes de la sustentabilidad económica (potencial de renta y trabajo, acceso al mercado), ecológica (manutención o mejora de la calidad de los recursos naturales), social (inclusión de las poblaciones más pobres y seguridad alimentaria), cultural (respeto a las culturas tradicionales), política (movimiento organizado para el cambio) y ética (cambio dirigido a los valores morales transcendentes)”.
La agroecología —que es considerada por algunos como una ciencia, práctica y movimiento social— corresponde a un nuevo paradigma del desarrollo rural que genera gran influencia en los territorios. Las prácticas agrícolas cuyo enfoque agroecológico es emprendido en territorios de montaña, aportan a su sustentabilidad; permiten generar redes de trabajo; llevan a fortalecer el empoderamiento de los campesinos, y son en suma mecanismos de adaptación eficaces ante el cambio climático (Acuña y Marchant, 2016).
La Nueva Revolución Verde implica una clara tendencia en promover una agricultura intensiva ecológica o sustentable, para hacer un uso eficiente de los insumos agrícolas sin deteriorar los agroecosistemas, lo que motiva la producción de alimentos con productos y tecnologías innovadoras. Para lograr mayor eficiencia en el uso de agroinsumos y el rendimiento de los cultivos, se requiere considerar que la absorción de nutrientes por las raíces se presenta en la zona de la rizósfera, lo que obliga a buscar nuevos productos que promuevan el crecimiento radicular y que se mantengan las condiciones óptimas para la absorción de agua y nutrientes para inducir mayor crecimiento vegetativo (Méndez-Argüello y Lira-Saldivar, 2019).
En México, se han impulsado parcelas de investigación en instalaciones universitarias, en las que se experimenta con diversas técnicas de cultivo agroecológico para producir alimentos de importancia regional, que protejan los recursos naturales, generen opciones económicas para los agricultores y permitan la reproducción de especies de importancia histórica regional (Macías y Sevilla, 2021). Además, existen ejemplos de comunidades que practican la agroecología y contribuyen a la sustentabilidad ambiental y productiva, como las comunidades seleccionadas en Oaxaca que se dedican a la producción de agave mezcalero (Bautista y Smit, 2018). Estas prácticas agrícolas tradicionales campesinas contribuyen a la sustentabilidad ambiental y productiva (Bautista y Smit, 2018).
La nanotecnología también ha surgido como un avance tecnológico que puede transformar la agricultura, proporcionando herramientas para la detección rápida de enfermedades en los cultivos, así como mejorar la capacidad de las plantas para absorber los nutrientes y crecer con mayor velocidad. Con la nanotecnología se abren oportunidades en la agricultura para producir agroproductos como nanofertilizantes, nanopesticidas, nanoherbicidas y nanosensores, que permitirán incrementar el rendimiento de alimentos de manera sustentable y reduciendo el impacto ambiental (Saldivar et al., 2018).
Sumado a todo lo anterior, la agricultura sustentable se refiere a un enfoque a largo plazo que promueve la calidad del medio ambiente y los recursos naturales; provee alimentos y fibras necesarios para el ser humano; es económicamente viable, y mejora la calidad de vida de los agricultores y la sociedad en su conjunto. La agroecología y la nanotecnología son dos enfoques que se están utilizando para lograr la sustentabilidad en la agricultura, promoviendo prácticas agrícolas ecológicamente adecuadas y desarrollando tecnologías innovadoras. Estos enfoques buscan optimizar el sistema agrícola en su conjunto, considerando aspectos económicos, sociales y ambientales, y adaptándose a las condiciones locales y a la diversidad de culturas y ecosistemas.
La agroecología es una disciplina que se puede analizar desde tres dimensiones, según Ottmann (2005) y Merola (2015). En primer lugar, está la dimensión técnico-productiva, que se centra en el diseño sustentable de los agroecosistemas. En esta dimensión, la ecología sirve como marco de referencia científico y se busca redefinir los fundamentos técnicos de la agronomía, la veterinaria y las ciencias forestales, en diálogo con el conocimiento tradicional campesino e indígena. En segundo lugar, desde el punto de vista socioeconómico, la agroecología tiene como objetivo reevaluar los recursos y el potencial de la región, así como restaurar el desarrollo endógeno. Se busca construir alternativas a la globalización de la economía agrícola y alimentaria a través de procesos participativos y redes críticas e iniciativas de investigación aplicada (Guzmán, 2000).
Por último, las ciencias sociopolíticas también juegan un papel importante en la agroecología al apoyar procesos participativos desde redes críticas e iniciativas de investigación aplicada. Se busca articular regionalmente la oposición al neoliberalismo y la globalización económica capitalista para lograr la transición agroecológica (Toledo, 1996). Estas tres dimensiones de la agroecología se complementan en cinco niveles regionales, según Guzmán et al. (2000). En el nivel comunitario local, se promueven los mercados alternativos y se diseñan e implementan estrategias endógenas. En el nivel comunitario, se busca articular regionalmente la oposición al neoliberalismo y la globalización económica capitalista para lograr la transición agroecológica. Y a nivel nacional, se busca apoyar la transición agroecológica a través de iniciativas de investigación aplicada y redes críticas (Wezel et al., 2018).
Además, Altieri (1991) sostiene que la agroecología también tiene un enfoque medioambiental. Su objetivo es contribuir con los recursos endógenos y la agricultura para el desarrollo rural, sin sacrificar los avances científicos y tecnológicos. La sostenibilidad ecológica es el principal objetivo de la agroecología, que busca promover la diversidad de cultivos y animales, la cobertura del suelo, la materia orgánica, la baja incidencia de plagas y enfermedades, y niveles óptimos de temperatura y humedad en todo el sistema agrícola y alimentario (Wezel et al., 2018).
Para lograr estos objetivos, es necesario manejar los agroecosistemas según principios y estándares agroecológicos. Esto implica repoblar las zonas rurales y mantenerlas vibrantes y diversas. Se utilizan métodos de investigación y acción participativa para promover la transición agroecológica (Wezel et al., 2018). Toledo (1996) destaca la importancia de las implicaciones sociales, políticas y prácticas de los conceptos ecológicos en la agroecología. La agroecología busca abarcar tres áreas indivisibles en sus actividades científicas: naturaleza, producción y cultura. Se critican los enfoques tradicionales que perpetúan la separación entre la cultura y la producción, y se rechaza la idea de que el mundo industrial urbano es superior al mundo rural. La agroecología reconoce el conocimiento indígena de los ecosistemas y busca comprender las interrelaciones entre los organismos y sus entornos.
Los nativos americanos han desarrollado prácticas agrícolas adaptadas a las peores condiciones ambientales, lo que demuestra la capacidad de la agroecología para enfrentar desafíos ambientales (Knight, 1980). Estas prácticas se basan en la continuidad, diversidad, uso óptimo del tiempo y el espacio, manejo de recursos, reciclaje de nutrientes, protección del agua, suelo, selvas, bosques, montañas y herencia de cultivos. Estos sistemas agrícolas tradicionales son sostenibles en el tiempo y se basan en la solidaridad (Wezel et al., 2018).
El conocimiento local del entorno físico también desempeña un papel importante en la agroecología. Los agricultores tradicionales utilizan calendarios lunares y otros indicadores basados en la fenología de la vegetación local para abordar el cambio climático y planificar sus cultivos. Este conocimiento local del entorno físico es amplio y se ha transmitido a lo largo de generaciones.
Esta agroecología es una disciplina que se puede analizar desde diferentes dimensiones, como la técnico-productiva, socioeconómica y sociopolítica. También tiene un enfoque medioambiental y busca promover la sostenibilidad ecológica en los sistemas agrícolas y alimentarios. La agroecología se basa en principios y estándares agroecológicos y busca integrar el conocimiento científico con el conocimiento tradicional campesino e indígena. Además, reconoce la importancia del conocimiento local del entorno físico y busca comprender las interrelaciones entre los organismos y sus entornos. La agroecología tiene como objetivo principal lograr la transición hacia sistemas agrícolas y alimentarios más sostenibles y resilientes.
Existe un acuerdo entre Toledo (1985), Altieri (1991), Odum (1996) y Gliessman (2001), en que el conjunto de conocimientos para la sostenibilidad se puede dividir en varias categorías. En primer lugar, se encuentra el medio físico, que incluye aspectos como las fuentes de agua y sus ciclos, el relieve, la topografía, el tipo de suelo, la precipitación, la humedad ambiental, la temperatura y el clima. En segundo lugar, se encuentra el sistema general de identificación de los seres vivos, que abarca la flora, la fauna, los bosques y los arbustos, así como los fenómenos naturales y la ubicación exacta de los recursos naturales y sus ciclos de producción. Por último, se encuentran las prácticas de conocimientos tradicionales, que se basan en el conocimiento etnobotánico de diferentes culturas, como las culturas tsertales, purépecha y maya en México, que han permitido reconocer y utilizar una amplia variedad de especies de plantas.
Estos conocimientos tradicionales se basan en la experiencia adquirida a lo largo de los años y se transmiten de generación en generación. Se basan en un complejo sistema de clasificación etnobotánica y permiten asignar prácticas productivas específicas a cada paisaje, obteniendo así diferentes productos de las plantas a través de estrategias multipropósito. Al reactivar estos conocimientos y saberes ancestrales, la nueva agroecología transforma la perspectiva del desarrollo humano hacia la sostenibilidad, convirtiéndose en un paradigma que busca optimizar el sistema agrícola y alimentario en su conjunto.
Gliessman (2001) propone que la transición hacia agroecosistemas sostenibles implica al menos tres niveles básicos. En primer lugar, se busca mejorar la eficiencia de las prácticas tradicionales para reducir el uso de insumos externos nocivos para el medio ambiente. En segundo lugar, se busca la sustitución de insumos tradicionales por insumos alternativos. Y en tercer lugar, se busca el rediseño de los agroecosistemas con la incorporación de prácticas y principios agroecológicos, como la biodiversidad, que permiten mejorar la sostenibilidad y la resiliencia del sistema (Santos, 2017).
El enfoque agroecológico es más sensible a las complejidades de la agricultura local y abarca propiedades de la sustentabilidad, la seguridad alimentaria, la estabilidad biológica, la conservación de recursos y la equidad. Se reconoce que el proceso agrícola es un sistema integrado que involucra aspectos ambientales, económicos, sociales y culturales, y que el objetivo no es sólo aumentar la productividad de uno de los componentes, sino optimizar el sistema en su conjunto y mantener la sustentabilidad a lo largo del tiempo y el espacio (Altieri et al., 2000).
Se puede decir que la agroecología se basa en un conjunto de conocimientos que abarcan desde el medio físico hasta las prácticas tradicionales. Estos conocimientos se basan en la experiencia adquirida a lo largo de los años y se transmiten de generación en generación. La agroecología busca optimizar el sistema agrícola y alimentario en su conjunto, teniendo en cuenta aspectos ambientales, económicos, sociales y culturales, y buscando la sostenibilidad a largo plazo. La incorporación de principios agroecológicos, como la biodiversidad, permite mejorar la sostenibilidad y la resiliencia de los agroecosistemas. Así, la agroecología se presenta como una alternativa para lograr sistemas agrícolas y alimentarios más sostenibles y resilientes.
La agroecología es un sistema que aplica principios ecológicos para la producción agrícola. Se basa en varios principios fundamentales que incluyen el manejo orgánico del suelo, la diversificación de los sistemas agrícolas, la adaptación a las condiciones locales, la creación de sinergias entre los componentes de la biodiversidad, el balance del flujo de nutrientes y la conservación de la naturaleza y el restablecimiento de los equilibrios naturales (Gliessman, 1998).
El manejo orgánico del suelo es uno de los principios fundamentales de la agroecología; implica buscar mecanismos que permitan contar con un suelo rico en materia orgánica, con intensa actividad biótica y una buena estructura física y química (Altieri y Nicholls, 2021). Esto se logra a través del manejo de la materia orgánica, el incremento de la actividad biológica del suelo, el reciclaje de nutrientes y la conservación de la estructura física y química del suelo (Reinales y Osorio, 2018).
La diversificación de los sistemas agrícolas es otro principio clave de la agroecología. Esto implica el uso de cultivos combinados, agrosilvicultura y otros métodos de diversificación que imitan los procesos ecológicos naturales. Estos sistemas agrícolas diversificados optimizan el uso de la luz solar, los nutrientes del suelo y las precipitaciones, lo que contribuye a la sostenibilidad de los agroecosistemas (Nicholls y Altieri, 2019).
La adaptación a las condiciones locales es otro aspecto importante de la agroecología (Altieri, 1994). Esto implica utilizar variedades locales adaptadas al agroecosistema y aprovechar el conocimiento de los agricultores locales sobre las condiciones climáticas, las precipitaciones, la humedad, el suelo y las variedades de cultivos. La adaptación a las condiciones locales permite restablecer el equilibrio ecológico y nutricional de manera más eficaz y en menos tiempo (Condé et al., 2022).
La creación de sinergias entre los componentes de la biodiversidad es otro principio fundamental de la agroecología. Esto implica mejorar las interacciones biológicas y promover importantes procesos y servicios ecológicos. Al aumentar las relaciones complejas entre los componentes de la agrobiodiversidad y abandonar el esquema lineal en las relaciones tróficas, se favorece la redundancia de funciones y la ocurrencia de vías alternativas al flujo de nutrientes y energía (Borsatto y Carmo, 2013).
El balance del flujo de nutrientes es otro aspecto clave de la agroecología. Se logra reciclando la biomasa y optimizando la disponibilidad de nutrientes, a través del uso de subproductos generados en otros subsistemas agrícolas. Esto implica minimizar las pérdidas debidas a flujos de radiación solar, aire y agua mediante el manejo del microclima, la cosecha de agua y el manejo del suelo a través del aumento en la cobertura (Rivera-Núñez, 2020).
Por último, la conservación de la naturaleza y el restablecimiento de los equilibrios naturales son principios esenciales de la agroecología. Los agroecosistemas no son simplemente fábricas de producción de alimentos, sino conjuntos de elementos bióticos y abióticos que interactúan de manera dialéctica. Las perturbaciones o modificaciones en uno de sus componentes pueden impactar y modificar a los otros componentes. Por lo tanto, es importante considerar los agroecosistemas con una perspectiva holística y en armonía con las leyes naturales (Van der Ploeg, 2012).
La agroecología se basa en principios ecológicos que buscan promover la sostenibilidad y la armonía entre la producción agrícola y el medio ambiente. Estos principios incluyen el manejo orgánico del suelo, la diversificación de los sistemas agrícolas, la adaptación a las condiciones locales, la creación de sinergias entre los componentes de la biodiversidad, el balance del flujo de nutrientes y la conservación de la naturaleza y el restablecimiento de los equilibrios naturales. Estos principios son fundamentales para lograr una agricultura sostenible y resiliente en el contexto del cambio climático y la escasez de recursos naturales.
La agricultura sustentable tiene como objetivos la producción estable y eficiente de recursos productivos, la seguridad y autosuficiencia alimentaria, el uso de prácticas agroecológicas o tradicionales de manejo, la preservación de la cultura local y de la pequeña propiedad, la asistencia de los más pobres a través de un proceso de autogestión, un alto nivel de participación de la comunidad en decidir la dirección de su propio desarrollo agrícola, y la conservación y regeneración de los recursos naturales (Reinales y Osorio, 2018).
Para lograr estos objetivos, la agroecología se convierte en una herramienta clave en la agricultura sustentable. La agroecología es una visión multidimensional de los agroecosistemas que incorpora la genética, la edafología y la agronomía, y busca comprender los niveles ecológicos y sociales de coevolución, estructura y función (Altieri, 1993).
La agroecología muestra el potencial de estructurar la biodiversidad para crear sinergismos positivos que permitan a los agroecosistemas mantenerse y retornar a un estado de estabilidad natural. La agricultura convencional, por otro lado, es considerada altamente degradadora del ambiente y la principal causa de la devastación de los bosques, la sobreexplotación de los suelos, la contaminación de los ríos, la contaminación de las aguas por agrotóxicos y el empobrecimiento de la biodiversidad (Lewandowski et al., 1999).
La sostenibilidad es un concepto difícil de conceptualizar, pero su evaluación es necesaria para mejorar los sistemas de producción. La agricultura sostenible busca rendimientos sostenibles a largo plazo mediante el uso de técnicas de gestión ecológicamente racionales. Esto implica optimizar todo el sistema, no sólo el rendimiento máximo de un producto específico. La agroecología propone una gestión ecológica de los recursos naturales a través de enfoques holísticos y estrategias sistemáticas que permitan redirigir el cambio estableciendo la coevolución social y el control ecológico a través de la acción social colectiva participativa (Núñez, 2017).
La transición hacia agroecosistemas sostenibles implica al menos tres niveles básicos (Gliessman, 1998). En el primer nivel, se busca mejorar la eficiencia de las prácticas tradicionales para reducir el uso de insumos externos nocivos para el medio ambiente. En el segundo nivel, se busca la sustitución de insumos tradicionales por insumos alternativos. Y en el tercer nivel, se busca el rediseño de los agroecosistemas incorporando prácticas y principios agroecológicos y la biodiversidad dentro de ellos, con el objetivo de modificar la forma de la cadena causal de la lógica capitalista y lograr una convergencia entre sostenibilidad y agroecología (Giraldo y Rosset, 2021).
La agroecología desempeña un papel estratégico en el contexto de las nuevas vulnerabilidades de la humanidad y la vida en la Tierra. Reconoce el medio ambiente como base de la vida y del desarrollo, y reconoce a los humanos como parte integral de la naturaleza. La agroecología busca proteger la vida y los recursos naturales, restaurar lo que ha sido dañado por el hombre y promover una relación dialéctica e inseparable entre los humanos y la naturaleza (Atiencie et al., 2020).
Por tanto, la agricultura sustentable busca alcanzar objetivos como la producción estable y eficiente de recursos productivos, la seguridad alimentaria, el uso de prácticas agroecológicas, la preservación de la cultura local y la conservación de los recursos naturales. La agroecología se convierte en una herramienta clave para lograr estos objetivos, ya que permite estructurar la biodiversidad para crear sinergismos positivos en los agroecosistemas. La agricultura convencional, por otro lado, es considerada altamente degradadora del ambiente. La sostenibilidad es un concepto importante en la agricultura sustentable y la agroecología juega un papel estratégico en el contexto actual de vulnerabilidades humanas y ambientales.
Se requieren nuevas medidas para sostener la vida e incluso aplicar métodos que han funcionado en culturas pasadas, porque de nada sirven los avances en ciencia y tecnología si no se priorizan métodos que preserven la vida y promuevan el bienestar de la humanidad.