IX. Por una expresión de la ciencia en español

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Willelmira Castillejos López


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IX. Por una expresión de la ciencia en español

Willelmira Castillejos López

Resumen

En una época de la difusión científica en que se considera esencial al idioma inglés, el presente ensayo tiene por objeto generar una reflexión sobre la importancia de las lenguas de comunicación de los trabajos académicos. En este tenor, se considera importante no sólo lo que se comunica, sino en qué idioma se hace tal actividad, dado que el instrumento de transmisión le atribuye cierta identidad al quehacer científico. Dos lenguas se analizan: el inglés y el español, considerando ambas como medios válidos para la expresión del discurso científico. La idea no consiste en anteponer una por encima de otra, sino en ahondar en los valores sociales que comportan los usos lingüísticos, mismos que están ligados a la identidad cultural, a las formas de pensamiento y a la concepción del mundo. Poner en equilibrio la decisión de la lengua en la que se decide emprender una tarea científica (principalmente publicaciones) sería una invitación a los investigadores, junto con la revisión histórica del papel que han jugado ciertos idiomas en las ciencias, en las artes y, en fin, en el desarrollo del conocimiento. Mediante ese equilibrio reflexivo podríamos dirigirnos a seguir, no sólo en la ruta del conocimiento científico, sino en la de la conservación de la identidad lingüística.

Palabras clave: inglés, español, discurso científico, conocimiento.

Introducción

Las siguiente reflexiones tienen un corte valoral en relación con la lengua de transmisión de la ciencia. En nuestro contexto, regido por políticas académicas occidentales y por la omnipresencia tecnológica, se atribuye un peso notable al idioma inglés para vehicular el conocimiento científico; no obstante, escribir en la lengua materna, cualquiera que ésta sea, significa asumir un compromiso con su continuidad como sistema de signos que unifican y promueven la identidad y la cultura de los investigadores. Siendo el español la lengua materna de la mayoría de los mexicanos, tenemos que promover su uso en aras de la conformación de comunidades discursivas que profundicen en el trabajo académico de las disciplinas.

Este ensayo consta de dos apartados principales. En el primero me refiero a la valoración del inglés como lengua principal de la comunicación científica, al tiempo que pondero el valor del español para ese mismo propósito. El segundo aporta algunos datos cuantitativos sobre el papel del español en el mundo y en particular en el ámbito de la ciencia.

Valoraciones sobre dos idiomas

En una época en que se aprecia el conocimiento del inglés si se quiere trascender en el campo de la ciencia, es oportuno reflexionar sobre el valor del español como lengua materna de más de 400 millones de hablantes. Con un número tal de personas que resuelven sus necesidades cotidianas de comunicación en este idioma, la reflexión orilla a plantearse por qué quienes se dedican a la ciencia y tienen como lengua nativa el español consideran que la mejor forma de hacer trascender sus trabajos es mediante el idioma inglés.

La tendencia de promover la escritura académica en inglés ha ido cobrando mayor fuerza debido al papel preponderante de ese idioma en el ámbito científico, a la par de la hegemonía económica de los países de habla inglesa. Crystal (2004) ubica esa tendencia desde la Revolución Industrial y, quienes hemos estado involucrados en asuntos académicos en las últimas décadas, hemos apreciado la notable influencia del inglés. Eso está bien considerando que la ciencia requiere de un medio común para mejorar el entendimiento entre las personas que se dedican a alguna rama de la ciencia. Las dos formas más comunes de difusión de los avances científicos son las publicaciones y las comunicaciones en congresos o directamente con pares de instituciones educativas. Una lengua común con toda seguridad beneficia la interacción, sin embargo, no hay que considerar que escribir en español nos dejará fuera de la trascendencia científica.

Sin demeritar la importancia del idioma extranjero, vale la pena reconocer que la producción escrita de los trabajos académicos constituye un medio para fortalecer una lengua, cualquiera que ésta sea. De modo que entre menos escribamos en español, menos valor tendrá nuestra lengua nativa como vehículo de comunicación científica.

Una asunción de defensa de la lengua que hablamos no es una tarea banal. No se trata de abogar a ultranza por puro orgullo lingüístico, sino de emplear el español en los espacios sociales que la promueven, reconociendo en el lenguaje la existencia de fuerzas operantes de carácter literario, social, económico, político (Lorenzo, 1994) y, por supuesto, científico, fuerzas todas que orillan a la expresión en ciertos formatos, modos, estructuras y léxicos, en los cuales los hablantes podemos desenvolvernos. La defensa de la lengua de Hispanoamérica tiene que ver entonces con una asunción de la libertad de hacer fluir el pensamiento en el código que se adquirió desde temprana edad, y el que ha conformado la estructura mental de millones de hablantes. La ciencia tiene así la gran oportunidad de visualizarse bajo una ventana exclusiva que, al tiempo que le dará sentido a unos contenidos, imprimirá la identidad (una visión determinada del mundo) de quienes expresan los trasfondos científicos.

Podría pensarse que la ciencia no es un asunto de identidad sino de conocimientos racionales y sistemáticos, ajenos a realidades subjetivas; sin embargo, también es un asunto de explicaciones de fenómenos estudiados mediante un camino discursivo organizado para llegar a un objetivo previamente establecido. Y la forma en que se prepara ese camino recoge la identidad del autor, pues configura particularmente la explicación del fenómeno a través de la lengua de expresión. De este modo, innegablemente el modo en que entendamos el fenómeno estará sujeto al modo de la lengua de transmisión, sin que por ello se afecte el reconocimiento de unos resultados derivados de aplicar cierto método de investigación.

La configuración de la ciencia se adhiere de algún modo a la forma de la lengua en que se transmite. La ciencia puede entenderse en cualquier lengua, pero los rasgos de claridad, precisión y rigurosidad que la distinguen pueden apreciarse mejor si ésta se expresa en la lengua de origen del investigador, porque es en la que él (o ella) ejerce mejor su libertad comunicativa.

Asimismo, la ciencia tiene una función social, entonces con mayor razón se puede sugerir que escribir en la lengua del lugar en donde se produce esa ciencia es fundamental, con el propósito de acercarnos a los ciudadanos y a las poblaciones. “Para afrontar los desafíos del desarrollo sostenible, gobiernos y ciudadanos tienen que entender el lenguaje de la ciencia y adquirir una cultura científica” (Unesco), por lo que las formas de expresión de la ciencia inciden en el carácter comunicativo de lo que se transmite.

El español reviste una importancia cultural tal que puede y debe expresarse en el ámbito académico con la certeza de que al hacerlo fortalecemos no sólo la propia lengua, sino la toma de consciencia sobre los efectos de la ciencia y la participación ciudadana, contribuyendo a su esencia de quehacer colectivo.

Esta reflexión conlleva a repensar la importancia de la expresión del conocimiento en la lengua materna. Decir que tenemos una lengua materna no es un simple rasgo social, de hecho el concepto es objeto de abundantes discusiones en Lingüística. Santos Maldonado (2002) sintetiza algunas orientaciones:

  • Lengua de la madre, para definir el calificativo de materna según la etimología.
  • Primera adquirida, para referirse al orden cronológico de apropiación.
  • Lengua que mejor se conoce, para expresar la valoración subjetiva de la competencia que un individuo posee en una lengua sobre otras lenguas también conocidas.
  • Lengua adquirida de forma natural, para señalar que se trata de una lengua adquirida mediante interacción con el entorno inmediato, sin intervención pedagógica y con una actividad mínima, o incluso inexistente, de reflexión lingüística consciente.

(Santos Maldonado, 2002: 20).


Las dos últimas ideas son suficientes para confirmar lo que se ha venido afirmando en este apartado, en el sentido de que la expresión en la lengua con la que convivimos en nuestro día a día facilita el despliegue de pensamientos y organización discursiva en torno a un resultado de investigación. De ese modo, el investigador tiene ante sí el solo reto del experimento o análisis que involucra el trabajo, disminuyendo la dosis de inquietud que supone la expresión en un idioma ajeno, ya sea que él mismo redacte sus textos o que pague porque alguien más lo haga. En efecto, en el momento actual de tanto énfasis en la publicación en inglés, pareciera que los investigadores tienen la doble tarea de investigar y aprender una lengua extranjera.

Ciertamente, no es mi intención en estas afirmaciones parecer desdeñosa en cuanto al aprendizaje del idioma inglés, simplemente refiero que un fortalecimiento de los textos en idioma español para transmitir resultados científicos es deseable y es valioso desde el punto de vista del enriquecimiento cultural de nuestros acervos bibliográficos.

Es posible lograrlo a pesar de la hegemonía del inglés en el ámbito científico porque, en una concepción sociolingüística, la lengua sigue siendo regida por sus hablantes. Se trata de una institución de amplio espectro capaz de resistir las presiones sociales más intensas (p. ej. la esclavitud, la guerra y la inmigración), prueba de ello son las lenguas originarias que se mantienen en un país como México, a cinco siglos de la colonización española.

Es cierto que también muchas lenguas desaparecen gradualmente, como consecuencia de la imposición de otra lengua, o como resultado de la movilidad humana, por lo que el escenario puede observarse como estado de vitalidad, noción que conlleva los esfuerzos de los hablantes por mantener una lengua o desplazarla en favor de otra.

Lo que es importante resaltar aquí es que los hablantes poseen un poder invaluable ante el sostenimiento de su lengua y que hay espacios particularmente propicios para llevarlo a cabo, como el académico, en donde la interacción con el conocimiento se ajusta a la posibilidad de la creación lingüística. En efecto, en el marco de la ciencia, se produce
la gran oportunidad de patentar mediante los signos del lenguaje los objetos de estudio, los resultados del análisis, los descubrimientos y las nuevas miradas hacia ciertos fenómenos.

Si no acabamos de convencernos, podemos imaginar en la gran contribución que hizo a su lengua materna el francés Lavoisier al introducir una nomenclatura química racional inexistente hasta ese momento, o en la de Carlos Linneo al clasificar a los seres vivos desarrollando una nomenclatura binomial. Y así, cada científico del mundo que decide hacer trascender su trabajo mediante la publicación, refuerza la lengua en la que aquella se produce.

El español en el mundo y en el ámbito académico

El español es la segunda lengua nativa más hablada en el mundo, después del chino mandarín. Alrededor de 567 millones de personas hablan español, sumando a los que lo hablan como lengua nativa, segunda o extranjera, además de ser también las segunda lengua de comunicación internacional (Instituto Cervantes, Informe 2016)

Los países en donde es una lengua nativa (Tabla ix.1) conforman 447 millones de hablantes, pero tiene una sólida presencia en países en donde no es oficial, siendo Estados Unidos el más representativo, con 42 millones de hablantes.

En el Informe 2016 del Instituto Cervantes, de donde se toman las cifras de este apartado, se establece que la producción científica proveniente de países hispanoamericanos ha ido creciendo, con España al frente, seguido a considerable distancia por México. Las principales áreas de conocimiento que cubre esta producción científica se refiere a las ciencias sociales, medicina, artes y humanidades. Es decir, aunque la producción científica vaya en aumento en los países hispanohablantes, varias áreas disciplinares, excepto las mencionadas anteriormente, optan por la publicación en inglés. En el mismo informe del Instituto Cervantes se señala que en 2014 el único país hispanohablante que figuraba entre los quince principales productores de libros era España.

Los datos anteriores exponen la realidad del prestigio lingüístico en determinados ámbitos. En el caso de la ciencia, aunque el español va cobrando peso, no se equipara con la importancia que ha cobrado el inglés en el último medio siglo, lo cual está bien para fines de la facilidad comunicativa entre los expertos de las disciplinas; sin embargo, la producción científica expresada por el investigador en su propia lengua nativa resulta en el beneficio adicional de una mayor claridad informativa y acercamiento profundo al objeto de estudio desde la perspectiva de una relación directa cognitivo-lingüística.

Tabla ix.1. Países hispanohablantes en el mundo

País Población Porcentaje de hablantes nativos
México 122.273.473 96.8
Colombia 48.483.138 99.2
España 46.600.949 92.09
Argentina 43.590.638 98.1
Perú 31.488.625 86.6
Venezuela 31.028.637 97.3
Chile 18.191.884 95.9
Guatemala 16.176.133 78.3
Ecuador 15.904.052 95.7
Cuba 11.220.354 99.7
Bolivia 10.985.059 83
República Dominicana 10.075.045 97.6
Honduras 8.721.014 98.7
Paraguay 6.854.536 67.9
El Salvador 6.324.253 99.7
Nicaragua 6.152.298 97.1
Costa Rica 4.890.379 99.3
Panamá 4.037.043 91.9
Puerto Rico 3.474.182 99
Uruguay 3.442.746 98.4
Guinea Ecuatorial 778.061 74
Total

Fuente: Instituto Cervantes, Informe 2016.

Por ello, una preocupación actual de los programas de posgrado es el desarrollo de una cultura escrita bajo la perspectiva de la alfabetización académica (Carlino, 2013). Su promoción dentro de las prácticas académicas de un posgrado es de gran valor para la comprensión y expresión apropiadas de los contenidos de un programa.

Se trata entonces de promover el español en el ámbito científico mediante el impulso a la escritura con fines de publicación. El uso del español, además de otras lenguas, fortalecerá su posición a nivel internacional, pero esto finalmente es un argumento simplista, pues lo fundamental es reactivar la cognición en el esquema lingüístico que adquirimos desde la infancia temprana, en el que potencialmente somos más competentes para la explicitación de las ideas.

Para motivar el impulso al desarrollo del español como lengua del ámbito académico, baste con reconocer entonces su importancia sociodemográfica de más de 400 millones de hablantes y, por lo tanto, una de las lenguas más habladas a nivel planetario. Ese dato sirve para fundamentar la existencia de casi tres mil revistas académicas del área de las ciencias sociales: 1921 en papel y 884 electrónicas (Ramos y Callejo, 2013: 47) en toda Iberoamérica. Pero también podríamos considerar un conjunto de factores que nos permiten visualizar la notable fuerza del
español. Por una parte, están los factores internos a la lengua: gramática, ortografía y léxico homogéneos, con vocablos estandarizados que diluyen las diferencias dialectales y permiten la comunicación intergeográfica. Por otra parte, la vitalidad sociolingüística del español, una de las lenguas que más gustan de aprender hablantes de otras lenguas, la potencian y la vislumbran como una de las más fuertes en un futuro cercano. Se calcula que para la década de 2030, 7.7% de la población mundial la hablará, lo que representa un aumento respecto del actual 5.7%. Es probable que de seguirse esa tendencia, en unas dos o tres generaciones, uno de cada diez hablantes utilice el español como su lengua de comunicación cotidiana. (Ramos y Callejo, 2013).

Así, el potencial del idioma de Cervantes es halagüeño a partir de su fortaleza sociodemográfica. No obstante, el camino para fortalecerlo desde una perspectiva académica requiere de la voluntad de los investigadores de hacer valer la importancia de la expresión en la lengua materna, de la asunción de prácticas de escritura generadas por quien investiga, en lugar de delegar esa tarea a otras personas. Parece un reto complicado porque supone un cambio actitudinal respecto de la lengua propia, pero hemos visto que es posible revitalizar una lengua mediante un trabajo consciente y comprometido por parte de las comunidades de habla. En este caso, corresponde a la comunidad científica hispanohablante hacer lo propio.

A manera de cierre

Con la breve exposición que vengo de hacer no he tenido la pretensión de aludir a alguna postura ideológica en cuanto a la forma de transmisión del quehacer científico; creo que promover prácticas lingüísticas en el idioma materno favorece el procesamiento cognitivo de los resultados de las investigaciones y ayuda a la pervivencia de las lenguas. Aunque los textos sean traducidos, el tipo de análisis que exigen los diferentes sistemas lingüísticos impide la equivalencia fiel de los significados, por ello siempre ha sido una gran riqueza intelectual saber distintos idiomas. Considero también que al leer y escribir la ciencia en español se promueve la apertura a distintos modelos culturales de literacidad académica, en donde no sólo predomine una forma de decir las cosas.

Ello no significa que la existencia de una lingua franca para la ciencia sea un obstáculo, más bien, es importante acrecentar las posibilidades de la producción científica mediante una lengua común junto con las distintas lenguas en que se realiza la ciencia.

No hay razón, ni cultural, ni científica, ni económica, ni social, ni política, que justifique demeritar los distintos sistemas lingüísticos. Cuando pasa, en realidad se corre el riesgo de rechazar los distintos sistemas de pensamiento.

Referencias

Carlino, P. 2013. Alfabetización académica diez años después. Revista Mexicana de Investigación Educativa. Vol. 18, No. 57. p. 355-381. Consejo Mexicano de Investigación Educativa: México, D. F.

Crystal, D. (2004). The Stories of English. Londres: Allen Lane. Disponible en: http://www.privateacher.edu.pe/Boletin.asp?ArticuloId=0501_HistoriaIngles.

Lorenzo, E. (1994). Lenguaje y contexto socioeducativo. Montevideo: Plural.

Instituto Cervantes (2016). El español: lengua viva. Informe 2016. Departamento de Comunicación Digital del Instituto Cervantes. Disponible en: https://www.cervantes.es/imagenes/File/prensa/EspanolLenguaViva16.pdf

Ramos, R. y Callejo, J. (2013). El español en las ciencias sociales. En García-Delgado, J. L., Alonso, J. A. y Jiménez, J. C. El español, lengua de comunicación científica. Madrid: Ariel.

Santos Maldonado, M. J. 2002. El error en las producciones escritas de francés lengua extranjera: análisis de interferencias léxicas y propuestas para su tratamiento didáctico. Tesis doctoral. España: Escuela Universitaria de Educación de Palencia.

Unesco (2020). La ciencia al servicio de la sociedad. Disponible en:
https://es.unesco.org/themes/ciencia-al-servicio-sociedad


Voces sobre la investigación en la universidad,
coordinadores Willelmira Castillejos López y Liberio Victorino Ramírez,
publicado por Ediciones Comunicación Científica S. A de C. V, se terminó de imprimir en noviembre de 2021 en Litográfica Ingramex S.A. de C.V., Centeno 162-1, Granjas Esmeralda, 09810, Ciudad de México, México. El tiraje fue de 500 ejemplares.