VII. El desafío de la movilidad social: un tema persistente en la educación superior en México
Dimensions
VII. El desafío de la movilidad social: un tema persistente en la educación superior en México
Addy Rodríguez Betanzos*
Martín Sánchez Islas**
DOI: https://doi.org/10.52501/cc.212.07
Resumen
Ante el fenómeno de la globalización y el contexto global de la sociedad del conocimiento y la inminente llegada a fines de esta segunda década del siglo actual, comprender la complejidad de la movilidad social resulta esencial para los especialistas en política educativa internacional, ya que en muchos de los discursos de los gobernantes y principales dirigentes de las instituciones políticas, sociales y económicas se recalca el papel fundamental que juega la educación, principalmente la educación superior para resolver los desafíos que derivan de la desigualdad social y económica de los connacionales de un país. Presentar el estado del arte y de la cuestión, particularmente de México, es el objetivo principal del capítulo cuya reflexión —después de desarrollar el tema— lleva a comprender cómo advertir, por un lado, que la educación no es la panacea de todos los males que se identifican por parte de los políticos, cuando en sus discursos hablan de cómo van a resolverlos si no los acompañan de otros instrumentos y estrategias además de lo educativo y, por otro lado, el rol que debe guiar los modelos educativos y las acciones estratégicas de todas y cada una de las instituciones de educación superior.
Palabras clave: Movilidad social, educación superior, política educativa internacional, modelos educativos.
Introducción
El factor más importante de producción de la economía moderna es el conocimiento, el cual se transmite a través de la escolarización. Gribble (2008) menciona que, en el contexto de la sociedad contemporánea y la economía basada en el conocimiento, los trabajadores del conocimiento altamente calificados son vitales para impulsar el crecimiento económico a través de su capacidad para generar ideas innovadoras que impulsan el progreso y el avance. En dicho sentido, la educación es un compromiso fundamental de la sociedad moderna en su búsqueda del progreso colectivo. Por consecuencia, la educación tiene, por un lado, una función formativa cuyo fin es alcanzar mayor nivel de bienestar social y crecimiento económico (Locatelli, 2018). La educación superior reduce la desigualdad; propicia la movilidad social; contribuye para conseguir mejor empleo; amplía las oportunidades para la juventud; permite alcanzar mayor democracia, y asegura alcanzar mejores indicadores de ciencia, tecnología e innovación (Barragán, Tarango y González, 2022). Por otro lado, la educación cumple su función política reforzando la creencia en un futuro igualitario y promisorio. (Bourdieu, 1987)
El telón de fondo del rol de la educación superior en la actualidad y por la cual, según Villa (2016), ha habido una redefinición de dichos espacios institucionales, para producir conocimiento y poder participar en mercados de mayor competitividad, tiene como base el fenómeno de la globalización económica y las tendencias que marcan los organismos internacionales en busca de impulsar el crecimiento de la matrícula, la calidad y el financiamiento con el propósito de evitar las asimetrías en el desarrollo de los sistemas de educación superior, ya que, si bien algunas universidades sí tienen la capacidad para responder a las demandas de la sociedad del conocimiento, otras que no sí responden a las necesidades del mercado local. La literatura sugiere que las posibilidades de movilidad social ascendente están vinculadas al efecto acumulativo de la adquisición de educación superior para los estudiantes universitarios de primera generación y, en general, la educación universitaria en México ha sido uno de los símbolos más importantes de la movilidad social, un habilitador de oportunidades en el mercado laboral y con amplios beneficios de desarrollo humano (López-Murillo, 2023).
De ahí la importancia que tiene la educación superior en la definición de las condiciones para la movilidad social, ya que el nivel educativo de las personas ha adquirido relevancia especial en la sociedad actual por cómo las diferencias educativas entre la ciudadanía causan divisiones sociales notables (Easterbrook et al., 2016).
El propósito de este capítulo es definir qué es movilidad social y cuál es el papel implícito de la educación superior; sus desafíos y obstáculos más notables. Por consiguiente, el desarrollo de este objetivo se presenta en dos partes teóricas: una es la presentación somera del estado del arte del tema de movilidad social y educación superior, y el dos es el estado de la cuestión en México. Se espera —para efectos de los dos temas que se abordan en el libro que cobija este capítulo— coadyuvar en la comprensión de un tema tan complejo como el de movilidad social y cómo puede la educación superior contribuir con el desafío del mismo parece aún más complicado desentrañar y resolver dicha problemática.
El estado del arte de la movilidad social en relación con la educación superior
Para Atria (2004), un postulado en el debate contemporáneo acerca de los rasgos de la modernidad es que la sociedad a través de sus prácticas e instituciones afirma el valor de la equidad social y tiende a ella, es decir, que la sociedad es equitativa cuando sí asegura la igualdad de oportunidades y promueve la supresión de barreras económicas y sociales.
Empero y de acuerdo con Villa (2016), existen dos mecanismos de desigualdad que impiden la movilidad social, tales como una asimetría entre regiones o países, vinculadas con los cambios de producción a partir de los procesos de la globalización, específicamente los orientados a la educación superior que impactan en su capacidad de respuesta ante los requisitos y requerimientos del desarrollo basados en el conocimiento. Segundo, en las diferencias de clase que divide a las sociedades en grupos opuestos, traducidas, por una parte, la desigualdad en la distribución de recursos materiales y simbólicos a los que los individuos pueden acceder y, por la otra parte, la asimetría de posiciones entre los individuos pertenecientes a los distintos grupos sociales.
Por consiguiente, en estos tiempos modernos, un gran número de países no han alcanzado la igualdad de oportunidades entre los integrantes de la sociedad, tanto sus prácticas como sus instituciones no están alcanzado esa finalidad. En el caso de la institución educativa, ésta tiene también un componente polémico adicional —de acuerdo con Barragán, Tarango y González (2022)—, dentro del propio sistema educativo, la falta de capacidad para formar sujetos con pensamiento crítico, creativo y ético; el hecho de que no se están obteniendo los resultados esperados por la sociedad en materia de preparación de los estudiantes; la escasa preparación de los docentes e ineficientes procesos de enseñanza-aprendizaje en regiones como América Latina y el Caribe (Botero et al., 2017; Caicedo y Calle, 2019).
Fuera del ámbito educativo, la exclusión educativa que advierte Tarabini et al., (2018) se interpreta como consecuencia directa de las condiciones socioeconómicas y que implica no ser reconocido como un estudiante adecuado dentro de la institución educativa; el no estar representado o considerado; ser estigmatizado o ignorado; el sentirse alejado de las prácticas y el conocimiento educativo y del no contar con las condiciones para una experiencia educativa satisfactoria para su aprendizaje y su desarrollo humano.
Incluso, lo que resulta peor es que quienes obtengan una menor educación, debido a la escasez de recursos a causa de una baja posición social, sufran la sutil discriminación por parte de aquellos de quienes se esperaría mayor sensibilización por estar mejor educados; personas que son marcadas desde la infancia y contribuyen a acrecentar la desigualdad social (Kuppens et al., 2018).
Entiéndase por movilidad social: el cambio que viven las personas pertenecientes a una situación dada, en relación con su posición de origen en la distribución económica (Vélez, Campos y Fonseca, 2012; Vélez et al., 2015). La movilidad social mide la dimensión de riqueza más los ingresos, educación y ocupación de las personas y sus familias. De acuerdo con Grunsky y Cumberworth (2010), tanto para los sociólogos como para los economistas, si bien existen tres razones para estudiar la movilidad social, la principal es el compromiso de larga data con la igualdad de oportunidades. Las otras dos razones son: saber si las clases sociales están bien formadas, y responderse si hay tanto flujo de ingresos como para cuestionar las representaciones instantáneas convencionales de la desigualdad.
En educación superior, la movilidad social al ser estudiada ayuda a comprender la ampliación de la matrícula, la distribución por estrato social y género; así como el proceso de segmentación institucional que acompaña ese crecimiento. Existiendo para Daude (2010) dos supuestos: uno indica que, a medida que el nivel de bienestar de un hijo dependa del nivel socioeconómico de su familia, hay una mayor reducción en la libertad efectiva en la sociedad; y el otro es que, mientras más importante sea la situación económica parental, menor movilidad intergeneracional se dará entre el padre o la madre y el hijo o la hija.
Grunsky y Cumberworth (2010) sostienen que los sociólogos suelen realizar análisis de la movilidad intergeneracional en términos de ocupaciones debido a que éstas están profundamente institucionalizadas en el mercado laboral, por lo que sirven como un indicador general de las oportunidades de la vida. Por ejemplo, indican ellos que en una comida suelen preguntar a alguien que apenas conocen: ¿A qué te dedicas? Y su respuesta se ubica en las habilidades y credenciales; la capacidad de generar ingresos; los contactos sociales y redes; el prestigio y valor social; la trayectoria profesional e incluso las prácticas de consumo y actividades lúdicas o de ocio. Las ocupaciones están llenas de información sobre las personas. Habiendo, por tanto, tres formas de analizar la movilidad social en el ámbito educativo: primero graduar la deseabilidad general de la posición de los padres en el mercado laboral, y la asociación origen-destino que indica hasta qué punto es probable que los hijos asuman ocupaciones y estilos de vida deseables, en virtud de su acceso a los recursos económicos para permitirse una educación de élite, capitalizar toda vez egresados oportunidades laborales; su acceso a redes sociales que les proporcionan dichas posibilidades de acceso y, su acceso a recursos culturales que les proporcionan las habilidades intelectuales y sociales para calificar y tener éxito en las mejores ocupaciones.
Segundo, y con la finalidad de estudiar la movilidad social, a través de agregarlas en grandes clases sociales y examinar los intercambios entre estas clases, Grunsky y Cumberworth (2010) sostienen que las ocupaciones se entienden como el árbitro fundamental de la posición, suponiendo que las grandes clases sociales transmiten una constelación de condiciones laborales en un contexto social que afecta el comportamiento, toma de decisiones y la capacidad de adaptación al contexto cultural. Supone que todos los hijos nacidos en la misma clase social que sus padres tienen oportunidades de movilidad, al menos, similares o mejores, la clase social a la que pertenezcan es quien controla sus oportunidades de vida. La tercera es el enfoque de micro clases que, si bien comparte con el análisis anterior la idea de que los mercados laborales se encuentran balcanizados en categorías discretas, supone que dicha balcanización adopta la forma de ocupaciones institucionalizadas en lugar de grandes ocupaciones. Supone que los distintos mundos ocupacionales en los que nacen los hijos de algunas familias tienen consecuencias para las aspiraciones que desarrollan, las habilidades que se valoran y a las que tienen acceso y las redes a las cuales recurrir.
Grunsky y Cumberworth (2010), finalmente, indican que, además de estos tres enfoques, existe uno para estudios de movilidad educativa basado en el origen y destino educativo. Villa (2016) ha realizado sus investigaciones educativas sobre la movilidad social a partir de tres tipos de movilidades, la de bienestar económica, la educacional y la de percepción o subjetiva. La primera se mide obviamente por el ingreso familiar (bajo, medio o alto) y hace referencia a la posición socioeconómica que ocupa la familia en la sociedad. La segunda se mide a partir de la educación de los padres y hace referencia al tipo de instituciones educativas a las que pueden acceder los hijos. La última está relacionada con la apreciación que los integrantes de la familia —incluyendo a los hijos— tienen de su propia posición; y existen tres tipos de suposiciones: la posición socioeconómica, la posición laboral y la posición de prestigio. Es justamente a través de esta última percepción donde más puede analizarse la presunción de la función política de la educación, en donde existe la creencia de un futuro igualitario y de movilidad ascendente.
Cabe distinguir entre la movilidad social vertical, donde puede notarse si es intergeneracional o intrageneracional, y la movilidad social horizontal. Vertical u horizontal es con respecto a la dirección de la movilidad social que resulta dentro del mismo estrato (horizontal) o entre los estratos (vertical). Si en esta última hay cambio de una generación a otra (intergeneracional) o si los cambios que atraviesan los integrantes de una misma generación a lo largo de su vida les afecta en su trayectoria laboral (intrageneracional). La facilidad con la que una persona sube en la escalera socioeconómica de un país puede ser ascendente o descendente, incluso puede haber inmovilidad social (Orozco et al., 2019; Barragán, Tarango y González, 2022).
Este análisis sobre la movilidad social importa por motivos de justicia, eficiencia y cohesión social, pero además por los obstáculos que llegan a presentarse en la educación superior y son aquellos conocidos por la literatura en formas de posturas teóricas y relaciones académicas o laborales, educacionismo, racismo de la inteligencia, meritocracia y primera generación de estudiante universitario. El educacionismo parte de que, como la educación desempeña un papel social trascendental, incluso al grado del discurso político de considerarse como la panacea de los males de la sociedad, la acumulación de títulos universitarios es el máximo fin para subir al último escalón de la escalera socioeconómica (Robertson y Dale, 2017; Barragán, Tarango y González, 2022).
El racismo de la inteligencia parte del prejuicio hacia quien recibe menos educación, crea una división social simbólica y significativa, con base en la medición de la inteligencia, y por la cual la clase dominante justifica el orden social. La inteligencia se basa en el número de títulos universitarios siendo la realización académica una autopista de alta velocidad para algunos, pero para otros, llena de obstáculos generando incluso a nivel laboral una consecuencia no deseada, como lo es la inflación de titulaciones, donde en algunos trabajos solicitan mayor preparación académica de lo que la tarea precisa, pero es la forma de seleccionar entre los candidatos a un puesto laboral. Existen universidades donde se produce y reproduce ese racismo a partir del establecimiento de relaciones verticales entre las personas. Por ejemplo, dirigirse a un colega por su grado académico o incluso exigir al personal administrativo ser tratados bajo ese título (Bourdieu, 1987; Solís, 2018; Barragán, Tarango y González, 2022).
La meritocracia es, como su nombre lo indica, distinguida por los méritos personales que se adjudican a una persona por determinados puestos de responsabilidad, generando una competencia donde la educación formal que tiene acumulada una persona se cree que es lo que cuenta, en lugar de la clase social, etnia o sexo. Supone una cultura del esfuerzo en la cual, a quien trabaja duro, se le garantiza el éxito tarde o temprano. La motivación, inteligencia, aptitud, autoeficacia académica, hábitos, estrategias o estilos de aprendizaje, así como los aspectos familiares, variables socioeconómicas, clima escolar y los factores psicológicos determinan el rendimiento académico garante de éxito o fracaso de la trayectoria académica del estudiante. Lo cual trae como consecuencia no deseada la inevitable división entre ganadores soberbios y perdedores humillados creando un abismo social y desigualdad de reconocimiento (Sandel, 2020; Vitale et al., 2020; Barragán, Tarango y González, 2022).
Los desafíos de la movilidad social y el rol de las universidades mexicanas
Cabe mencionar que, en términos mundiales, con respecto a la distribución del ingreso, es la región latinoamericana —incluyendo al Caribe— donde se ubican los índices más bajos en comparación (Villa, 2016), indicando una concentración de la riqueza versus altos niveles de pobreza e índices de desempleo y subempleo. En el caso mexicano, ha habido una movilidad social absoluta ascendente, mejorando los indicadores de bienestar en el conjunto de la distribución económica, empero mantiene baja movilidad social relativamente, lo que demuestra —según Vélez (2013) y Villa—, el grado de estratificación de la sociedad mexicana con fuertes barreras sociales a la movilidad que deben sobrepasar los sectores más desfavorecidos.
De acuerdo con la unesco (2020), el acceso a la educación superior en el mundo aumentó de 2000 a 2018, pasó al doble de un 19% inicial. En América Latina y el Caribe fue de un 23% a un 52%, aunque con una concentración por parte de los hijos en familias de estratos sociales altos; en los estratos más bajos pasó de un 5% a un 10%; mientras que en los más ricos pasó de un 22% a un 77%. Ya Villa (2016) mencionó que, en América Latina y el Caribe, si bien estaban incrementando los recursos a la educación, era común observar que los hijos de recursos altos en la escala social terminaran sus estudios, a diferencia de aquellos hijos que provenían de hogares desfavorecidos, y si llegaban a concluir dichos estudios, lo hacían en instituciones educativas de dudosa calidad, de acuerdo a su permanencia a un estrato social determinado. En México sí han aumentado las tasas de escolarización, aunque no es el mismo en lo que corresponde la distribución social, pues depende del grado de riqueza y desarrollo académico de las instituciones educativas ofertantes. Tampoco la cobertura ha resultado equitativa entre los grupos sociales, solamente hay una reproducción de las condiciones estructurales en la educación superior por estratos sociales.
Aunado a lo anterior, el sistema de inequidad imperante se ha visto reforzada por dos tendencias, la participación de la educación privada orientada a hogares más acomodados, y segundo, la diferenciación entre las instituciones educativas; unas que fomentan la investigación y el posgrado, cuyas metas están dirigidas a contribuir con la sociedad del conocimiento, y las demás, muchas más, dedicadas únicamente a la función docente que satisfaga, en apariencia, las demandas educativas locales; y es que entre las instituciones educativas en el mercado mexicano hay una notable diferencia en la calidad educativa que no facilita el ingreso de sus egresados al mercado laboral (Daude, 2010; Villa, 2016).
En consecuencia, México tiene una sociedad segmentada; las diferencias de clase impactan de manera directa la inserción estudiantil a cierto tipo de instituciones de educación superior, lo cual conlleva una inclusión social desigual, dependiendo no sólo de los recursos económicos de la familia, sino de la escolaridad de los padres y el sexo del estudiante. Coincide el nivel de ingreso familiar del estudiante y el máximo grado escolar alcanzado por sus padres con el nivel académico de las universidades en las que estudian los hijos, demostrando que el sistema de educación, particularmente de educación superior, refuerza la permanencia en la posición social de origen, promoviendo la inmovilidad social; así como lo no deseable, el educacionismo y el racismo de la inteligencia de la que ya se mencionó arriba.
En México, como en el resto de los países latinoamericanos, son siete obstáculos los que se deben superar: (1) la diferenciación; (2) acceso y permanencia de la escolaridad desigual que causa el racismo por dicha división social; (3) el que una buena educación no sea suficiente para superar los efectos del retraso económico familiar; (4) el que egresar de la educación superior no garantiza más el ascenso en la escalera socioeconómica, aún cuando sí importa en el mercado laboral dado el efecto de la meritocracia y nepotismo; (5) el discurso contradictorio y doble de la pobreza económica, donde los pobres que deben ser incluidos en el desarrollo resultan ser los más excluidos del mismo; (6) las instituciones de educación superior necesitan mayor esfuerzo para contrarrestar las desventajas que experimentan sus egresados con el relación al capital social y económico, y por último (7) la educación superior resulta inequívocamente la panacea si no se le acompaña con otro tipo de estrategias de desarrollo económico y político (Barragán, Tarango y González, 2022).
Hamui (2022) recuerda que por muchos años se pensó que contar con una licenciatura aseguraba en gran medida una mejor posición social. En la actualidad esta idea ha ido perdiendo peso, puesto que tanto la distribución del ingreso como el de la riqueza muestran un fuerte proceso de concentración, un crecimiento más desigual, por lo que ella analiza si es posible la movilidad social en el contexto mexicano, cómo se refleja en el caso de los universitarios. Señala que, en su revisión de la literatura, encontró que las condiciones que permiten la movilidad social son la situación económica de los países, así como el acceso a las oportunidades, puesto que el mecanismo que sostiene a las personas que se mueven son las oportunidades a las que tienen acceso.
A diferencia de otros autores, Hamui (2022) analiza la movilidad social a través de la postura teórica de Appadurai (2004) de la aspiración, definida como la capacidad cultural que los estudiantes vislumbran en grupo su futuro, ya que como colectividad representan imaginarios futuros sobre la vida. Entonces la cuestión es si los estudiantes de instituciones de educación superior en México aspiran a la movilidad social intergeneracional; hay a diferencia de las expectativas, proyecciones a futuro a largo plazo, inmersas en campos disciplinares, organizados curricularmente en las que se logran acciones socialmente definidas.
En su investigación, Hamui (2022) sostiene que en México, dado que los espacios universitarios son asimétricos, se divide a las instituciones de acuerdo con el grado de desarrollo académico: en consolidados y en vías de consolidación, tanto en el sostenimiento público como privado. Parte del hecho que cada sistema educativo universitario propicia la construcción de estructura de oportunidades a las que acceden diferenciadamente los estudiantes. Por ende, en la aspiración de movilidad identifica cuatro variables: el deseo; la posición familiar; el logro educativo que se manifiesta en el último año del programa educativo, y la construcción y el aprovechamiento de las oportunidades que brindan las instituciones de educación superior y los apoyos sociales. Estas variables asocian cuatro razones a la percepción de movilidad: (a) ser universitario es un logro que conlleva una marca distintiva que se traduce en un mejor status social y económico que el de los padres, sobre todo, si son de primera generación en acceder a la educación superior; (b) el rol del universitario se acompaña con un sistema de aspiraciones entre los que destaca la obtención del trabajo deseado y su percepción de un cambio respecto a su propia familia; (c) la aspiración del universitario de que al encontrar el trabajo deseado vivirán bien aunque lo que implica no es tan preciso, pero al menos se esperan posiciones sociales equivalentes al prestigio de su formación disciplinar o siempre igual o mejor que la vida a la que están acostumbrados en el seno familiar y (d) la aspiración a ser independiente ante la posibilidad de una inserción laboral congruente con la formación y socialización adquirida (Hamui, 2022). Respecto a esta última aspiración Villa, Canales y Hamui (2017) dicen que el trabajo deseado es aquel que esperan, por el cual recibirán una remuneración económica que les permita vivir, disfrutar, continuar sus estudios de posgrado si así lo definen. También lleva implícita la movilidad social intergeneracional con el debido reconocimiento social.
Sin embargo, Krozer (2021) hace notar que esas aspiraciones chocan con la desigualdad social y económica y las percepciones de los ciudadanos de a pie por lo que surge una aspiración más, el esforzarse más para merecer el logro de sus metas educativas. Pero, en realidad, no todos los y las estudiantes viven y proyectan igualmente su porvenir o pueden aspirar a todas las aspiraciones para ser reconocidos socialmente por su esfuerzo. Un ejemplo, no todos optan por la movilidad estudiantil nacional o internacional para potenciar el ascenso en su posición; y mientras que algunos ingresan a instituciones de educación superior consolidadas, otros se conforman con ingresar a instituciones con menor calidad académicas o a aquellas que se adecuen a sus condiciones, sin saber que de entrada se les ubica en un contexto de oportunidades desiguales y con proyecciones distintas.
Solís (2014) llama a eso desigualdad horizontal entre los distintos tipos de estudiantes, según sea la institución de educación superior. Saravi (2015) distingue, al respecto, entre escuela total y acotada para advertir también las diferencias en los procesos de socialización, la primera cuenta con las mejores condiciones para proveer al estudiante vivir una experiencia educativa acorde al desarrollo profesional y personal exitoso; por el contrario, en la segunda, los estudiantes suelen tener responsabilidades familiares o trabajar para poder estudiar. Ambas expresan mundos culturales distintos. Hamui (2022) menciona que, el acceso a una universidad consolidada significa la posibilidad de construirse oportunidades que se traducen en una mayor aspiración y cambiar el rumbo de la vida profesional, social y de prestigio, pues al interior de esos espacios educativos se sitúa un contexto cuyas oportunidades, beneficios y retos para los que acuden a ellas aún no perciben la desigualdad hasta que egresan y buscan trabajo, ya que son los mejor acomodados en la escala social quienes reciben mejores oportunidades debido a su posición familia.
Reflexiones finales
Amartya Sen (2010) sostiene que la desigualdad es multidimensional y debe medirse mediante las capacidades de lo que las personas pueden hacer o ser; para ella, las conexiones son causales en las diversas dimensiones (el reconocimiento económico, social, político y cultural) y entre más estrechas son dichas conexiones, más amplias son las desigualdades, aunque las dimensiones relevantes varían de una sociedad a otra. Tocante a las oportunidades, las sitúa entre dos puntos de vista, los objetivos alcanzados y la libertad para alcanzarlos, ambos se conjugan en la oportunidad para lograr lo que se aspira. Hamui (2022) menciona que las oportunidades son lo que el estudiante construye mediante lo que decide y de cómo actúa a partir de sus capitales y condiciones que pone en juego para lograr lo que desea y valora en la circunstancia estructural en la que se encuentre. Sin embargo, la movilidad social no siempre se concreta debido al escaso crecimiento económico y a la alta desigualdad social en un país como México. Es cierto que las instituciones de educación superior en muchas ocasiones no reparan, al establecer sus modelos educativos o sus estrategias políticas, en el tema de trasfondo de la movilidad social, por lo que meramente reproducen el status quo establecido en la sociedad; están más preocupadas por temas como el del financiamiento y el alcanzar la calidad educativa para sostenerse económicamente, que en pensar en cómo y cuánto contribuyen a enfrentar los desafíos que la movilidad social ascendente y descendente les presenta.
Los y las estudiantes, como sus familias, traen consigo una serie de expectativas, de aspiraciones, de esfuerzos e incluso de competencia para acceder a mejores y más oportunidades dentro de la sociedad. La cultura del esfuerzo y la competencia está implícita para acceder y mantenerse hasta lograr egresar y conseguir insertarse en el mercado de las profesiones, laboralmente hablando. Mientras estudian el plan de estudios que siguen es el mismo; dependiendo del tipo de sistema educativo al que pertenecen será su experiencia y seguirán sosteniendo esas creencias hasta que egresan y empieza la carrera de encontrar un trabajo para vivir bien y mejorar su posición en la escalera social. Ahí llegarán verdaderamente a comprender cuál es su capacidad de agencia y de qué familia provienen; las oportunidades de conseguir una a una sus aspiraciones y vivir bien, aunque el bien tenga distintas definiciones dependiendo del estrato social en el que se ubique.
Los obstáculos más allá del educacionismo o la meritocracia, más que racismo es discriminación de la inteligencia a la que se verán más expuestos social y culturalmente hablando. Hoy por hoy, algunas vocaciones perciben económicamente más, aunque socialmente el haber alcanzado títulos académicos genere cierto aire de superioridad en el trato entre aquellos que son universitarios de los que no lograron serlo. La educación superior no es la panacea que resuelve todos los males que los políticos mencionan en sus discursos; coadyuva y tiene un rol protagónico, sin duda, pero debe ir acompañado de mejoras en la salud, en el mismo gobierno y la comprensión social del tema. De lo contrario no se va a resolver nada con mayor cobertura y acceso a la educación superior como ha sido la pretensión del actual Gobierno.
Algunas preguntas seguirán sin respuestas que realmente incidan en la resolución de dichos problemas y obstáculos; pero se concluye que el rol que tienen las instituciones de educación no debe ser minimizado; por el contrario, importa y mucho para hacerle un verdadero frente a la exclusión educativa y mejores oportunidades de inserción laboral, a la desigualdad económica, a la discriminación académica, en sí a la inmovilidad social horizontal, intergeneracional, ascendente.
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