8. Estudio sobre el descolonialismo: impactos y consecuencias en la territorialidad
Dimensions
8. Estudio sobre el descolonialismo: impactos y consecuencias en la territorialidad
María del Pilar Jiménez Márquez*
Víctor Cantero Flores**
Para el pueblo colonizado, el valor más esencial, por ser el más concreto, es primordialmente la tierra: la tierra que debe asegurar el pan y, por supuesto, la dignidad (Frantz Fanon, Los condenados de la tierra, pp. 38-39).
DOI: https://doi.org/10.52501/cc.202.08
Resumen
Este trabajo aborda la estrecha relación que las categorías de descolonización y territorialidad tienen entre sí. Se ofrece una revisión conceptual de cada una de ellas,y se aborda una de las rutas que los procesos de descolonización han seguido en relación con la apropiación y la construcción de una identidad en el sureste mexicano. Se describe el caso de la localidad de Xpichil perteneciente al municipio de Felipe Carrillo Puerto del estado de Quintana Roo, México. El caso arroja luz sobre la historia común de los procesos de descolonización y la apropiación del territorio, y nos ayuda a entender mejor cada categoría y su utilidad para comprender la realidad y sentar las bases para su transformación.
Palabras clave: descolonización, territorio, territorialidad, procesos territoriales.
Introducción
Este trabajo aborda la relación entre dos categorías. La primera es la categoría de descolonización y la segunda es la categoría de territorialidad. Ambas han tenido una estrecha relación e, incluso, una historia común. Y es difícil pensar en una de ellas sin que, en algún punto de nuestra reflexión, debamos referir a la otra. El objetivo del texto es revisar cada noción y algunas de las maneras en las que han sido caracterizadas y las rutas teóricas que han surgido para comprenderlas y emplearlas a la hora de entender una gran variedad de fenómenos y problemáticas comunes. Por un lado, se habla de descolonizar prácticamente cualquier aspecto de la vida pública, política y social de un país o una región: se habla de descolonizar la política, la economía, la cultura, el arte, la ciencia, e incluso la educación y el pensamiento. Sin embargo, por otro lado, la forma que estos procesos de descolonización han tomado no ha estado siempre bien definida. Por ello, se busca en este trabajo dar un bosquejo de algunas de las rutas que estos procesos han seguido. Y de manera más concreta, se busca explorar una ruta en relación con la territorialidad: los procesos de descolonización han sido fundamentalmente procesos de liberación del territorio de fuerzas coloniales y de otros procesos de apropiación y reapropiación que den lugar a la construcción de un sentido o de una identidad en ese territorio. Se ilustra este proceso con el estudio de comunidades textiles en la localidad de Xpichil, perteneciente al municipio de Felipe Carrillo Puerto del estado de Quintana Roo, México. El trabajo se desarrolla de la siguiente manera. En la primera sección, se aborda la categoría de descolonización. En la segunda sección, se aborda la de territorio y otras nociones cercanas, como territorialidad y procesos territoriales. En la tercera sección, se aborda el ejemplo de la comunidad Xpichil (municipio de Felipe Carrillo Puerto del estado de Quintana Roo).
Descolonización
El concepto de descolonización se atribuye usualmente al economista alemán Moritz Julius Bonn, aunque él empleó el término anticolonialismo1 originalmente (Bonn, 1935, pp. 608 y 611).2 Dicho término era empleado, en primer lugar, para referir a los movimientos internos de pueblos sojuzgados para liberarse del gobierno colonial. En segundo lugar, fue usado también para referir a la serie de tendencias y movimientos globales que establecieron la base para la caída de buena parte de los imperios coloniales (cambios en la economía mundial, globalización, etc.) (Rothermund, 2006, p. 1). Y de manera más concreta, se ha empleado para referirse a los procesos por medio de los cuales, países del tercer mundo (o en vías de desarrollo) han ganado independencia de los gobiernos coloniales. Sin embargo, hoy en día el término puede referir a movimientos muy anteriores (cuando todavía no había sido acuñado) e, incluso, a cualquier movimiento que busque la liberación de un pueblo bajo un yugo colonizador.3
Después del fin de los gobiernos coloniales, se podría pensar que los procesos de descolonización habrían llegado a su fin. Sin embargo, incluso con la caída de los gobiernos coloniales y la independencia de los territorios ocupados, el colonialismo dejaba un “legado” que requiere ser repensado y, para algunos, superado. Estos procesos de liberación del territorio llevaron al siguiente paso de la descolonización: la autodeterminación y la autogobenanza. Al menos, detro del marco de la Organización de las Naciones Unidas (onu), el elemento central que define a un territorio libre es la autogobernanza (onu, s. f.).
Esto a su vez se conecta con otras nociones muy cercanas, como la autonomía y la soberanía, que se vuelven condiciones necesarias para la descolonización en un sentido más robusto.
El concepto de descolonizar es hoy en día ampliamente utilizado y, cubre una amplia gama de fenómenos y movimientos que buscan “liberar” distintas áreas de la actividad humana, para que ciertos grupos marginados escapen de la influencia de grupos hegemónicos, con el objetivo de buscar la propia libertad, autonomía, originalidad e identidad. Si bien su sentido original —dejar de ser territorios ocupados o gobernados por un poder exterior— se mantiene como un núcleo importante, los procesos de descolonización han tomado diversas rutas que se alejan de él.
De manera análoga al concepto de libertad —para el que las definiciones negativas (librarse de) no son del todo satisfactorias—, así, la definición de descolonización como dejar de estar colonizado o librarse del gobierno colonizador, tampoco es suficiente para considerar a un territorio como completamente descolonizado. El punto parece ser simple y se puede comprender a partir de los siguientes cuestionamientos: ya que se ha expulsado al gobierno externo y se ha logrado la independencia, ¿qué sigue ahora? ¿Cuál es el siguiente paso? Este paso es el que ha representado ser uno de los mayores retos de los territorios independientes, países nacientes y jóvenes. ¿Qué políticas tomar, qué acciones hacer para empezar a reconstruir (o construir por primera vez, si es el caso), una identidad propia, un territorio propio? Cualquiera que sea la respuesta, se debe evitar caer de nuevo en otras versiones o formas veladas de colonialismo (copiar estructuras políticas, económicas, culturales o ideológicas del viejo régimen).4
Las dificultades que surgen tras la liberación del gobierno colonial, se han manifestado de diversas maneras. Por un lado, se evidencian en la resistencia casi natural al cambio y a la costumbre, que vienesn de prácticas enraizadas; y, por otro lado, incluso con el más intenso deseo de dejar atrás las prácticas usuales y buscar cambiar y construir una identidad nueva, simplemente no se sabe cómo hacerlo (Bozzoli, 2021). Se sabe de esclavos en Estados Unidos que después de ser liberados, simplemente no sabían qué hacer. No sólo eso, los esclavistas tampoco sabían qué hacer con personas negras libres a su alrededor. Houston Hartsfield Holloway escribía, “Pues nosotros gente de color no sabíamos cómo ser libres y la gente blanca no sabía cómo tener gente de color a su alrededor” (Townsend, 2023).
En México, tras la independencia de la corona española, surgieron dos visiones de cómo debía reconfigurarse el país. La visión centralista que buscaba una monarquía o imperio, y la visión liberal que buscaba una república. Cada visión traía consigo retos y cuestionamientos sobre cómo formar una nueva nación (Ramírez, 2017; Abel y Lewis, 1985, capítulo II). Décadas después, durante la intervención francesa en México, con una visión centralista, hubo un grupo de mexicanos que imploraba que un gobierno extranjero fuera instaurado en México para darle la dirección y orden requeridos. José María Gutiérrez de Estrada anotaba en relación con el pobre estado en el que la república tenía a México “Por eso, repito, que me parece llegado ya el momento en que la nación dirija su vista hacia el principio monárquico como el único medio de hacer que renazca entre nosotros la paz por que tan ardientemente anhelamos” (1862, p. 7).
Es claro que su mirada apuntaba hacia un gobierno extranjero:
Podrán haberse hecho, si se quiere, algunos progresos en ciertos ramos de industria, y acaso en el lujo (el cual en las circunstancias actuales de la nación no puede dejar de ser ruinoso), pero no deben atribuirse en manera alguna tan menguados adelantos á la forma del gobierno republicano, sino á la comunicación franca y al roce frecuente con los pueblos extranjeros (p. 8).5
Esta visión logró colocar a Maximiliano de Habsburgo como emperador, hasta que la visión liberal y quienes la seguían llevaron a su fusilamiento y al triunfo de la república (cuyos principios fueron capturados por la Constitución de 1857). No obstante, esta visión liberal también ha enfrentado retos no fáciles de superar (Hale y Orensanz, 1997).
Estos ejemplos, y muchos otros,6 muestran que el proceso descolonizador no parece terminar con la expulsión del gobierno colonial y ganar la autogobernanza. Parece que aún hay mucho más por hacer. Pero cuando se ha tratado de articular qué más hace falta o qué acciones se requieren para descolonizarnos por completo, no es fácil encontrar qué decir o, veces, hay mucho por decir.
No obstante, es importante mencionar que la extensión o ampliación del concepto de descolonización, más allá de su origen histórico, está justificada a la luz de la amenaza de lo que algunos han llamado “neocolonialismo”—un caso claro es África (véase Rahaman et al., 2017)—, pero América Latina presenta una situación similar (véase Abel y Lewis, 1985, cap. V).7 Esto incluye nuevas maneras en las que los países poderosos siguen ejerciendo, de manera encubierta o a veces explícita, poder político y económico sobre los países libres, así como otras maneras de control e influencia en estas nuevas naciones (desde la influencia cultural, educativa, económica, social, etc.) (Kennedy, 2016, pp. 93 y ss.).8 Esto ha resultado en manifestaciones y movimientos descolonizadores que han buscado rechazar ideologías, ideas, prácticas, valores y estilos de vida occidentales (o derivadas de los poderes coloniales) y hacen un llamado a regresar a las prácticas, valores y estilos de vida precoloniales o no occidentales.9 Esto ha tenido una especial resonancia en relación con el territorio, donde hay llamados a un regreso a las relaciones precoloniales del ser humano con la tierra—más adelante regresaremos al tema del territorio y los procesos territoriales— pero pueden verse Assaudiran (2005) y Foreman (1950) con un estudio detallado del uso de la tierra de cultivo antes y después de los españoles.
En México, otros ejemplos son la lucha por contener la hegemonía del lenguaje español frente a otras lenguas originarias y la promoción y rescate de estas lenguas.10 También se ha hablado de descolonizar la mente y se han explorado perspectivas de liberación psicológica y en la educación (Albatch, 1977; Barreto, 2018); así como también cultural. Véase Vargas (2017) quien describe los procesos de liberación política y cultural en el Caribe francófono (Haití, Martinica y Guadalupe). También hay una influencia epistemológica, es decir, que la cultura colonial impuso también ideas sobre qué es conocer, qué cuenta como ciencia y conocimiento, lo que algunos creen que deja de lado o descarta ideas y concepciones del mundo precoloniales al tratarlas como pseudociencia, religión, prejuicio o pensamiento mágico.11
En este intento por descolonizar el pensamiento (y casi cualquier otra esfera de la acción humana), ha habido una suerte de inmadurez y amateurismo natural de alguien que hace algo por primera vez. Por un lado, el uso indiscriminado del término puede llevar a que se convierta en un término ambiguo, impreciso e, incluso, se vuelva estéril. Los conceptos pueden ser herramientas útiles para entender, capturar o clasificar fenómenos de una manera precisa y distinguirlos cuidadosamente de otros fenómenos parecidos. Pero si un concepto es demasiado permisivo como para clasificar una serie de fenómenos distintos de manera que se tratara de lo mismo, el concepto es de poca utilidad. Por ello, si hemos de seguir empleando el concepto, es importante que tratemos de usarlo de la manera más precisa posible.12
En esta dirección, buscamos a continuación enfocar la discusión en el tema del territorio y cómo los procesos de descolonización, en un primer momento, son inicialmente procesos de recuperación y liberación de territorio y, en un segundo momento, procesos de reconfiguración y apropiación (o reapropiación). Examinamos este tema a continuación. En la siguiente sección haremos una revisión de las categorías de territorio, territorialidad y procesos territoriales, y luego examinaremos el caso concreto de la localidad de Xpichil, perteneciente al municipio de Felipe Carrillo Puerto del estado de Quintana Roo, México
Territorio
El territorio, como categoría de análisis, registra pocos estudios en el campo histórico y filosófico, limitados a diccionarios o trabajos de geografía política y política. Es usado como sinónimo entre lugar o espacio, aunque busca plantear diferentes posturas epistemológicas (Ramírez y López, 2015, p. 127). El concepto de territorio es discutido ampliamente, igual que las otras categorías relacionadas con él (D'Angelo, 2020), tales como, territorialidad (Wilson, 1975 y Rifá, 1988, en Ramírez y López, 2015), territorialización, desterritorialización, reterritorialización (Deleuze y Guattari, 2004; Haesbaert, 2011), multiterritorialidad (Haesbaert, 2021) y procesos territoriales (Zanotti, 2018; Herrera y Herrera, 2020; D'Angelo, 2020).
El concepto de territorio se emplea en múltiples latitudes: “anglosajona, francesa y América Latina” (Ramírez y López, 2015, p. 128), para efectos de este trabajo retomaremos la postura epistemológica Latinoamericana, que propone cuatro visiones para su reflexión: (a) la perspectiva geográfica, (b) el territorio como crítica al espacio, (c) la visión de la cultura y (d) la de los grupos originarios (Ramírez y López, 2015).
Desde la perspectiva geográfica, Milton Santos y Rogério Haesbaert abordan la categoría espacio y territorio como sinónimos. Para el primer autor, Milton Santos, coincide con el planteamiento que se hace desde la politología, en el que el estado nación está formado por tres elementos: “un territorio, un pueblo y una soberanía”. El uso de un territorio por un pueblo crea un espacio y las relaciones “entre territorios” están “reguladas por una soberanía” (Ramírez y López, 2015, p. 141).
El territorio para Santos (2000) adquiere importancia como categoría de análisis para la geografía cuando se considera desde su “uso”, como “territorio usado”, es decir, comom“territorio utilizado”, porque únicamente como territorio no lo asume como una categoría de la geografía. En cambio, si se asume al territorio usado, entonces se estará hablando desde la posibilidad del uso que se le da en distintas actividades, principalmente económica, política, social o cultural.
El segundo autor, perteneciente a la perspectiva geográfica, Haesbaert (2013) fundamenta su propuesta en Deleuze y Guattari (2004) que consideran al territorio también como una categoría eminentemente conectada con las relaciones de poder. Los dos conceptos que asocian para la comprensión del territorio son: la desterritorialización y la reterritorialización, que fundamentan su argumento en el ejercicio del control y del poder (Haesbaert, 2013, p. 11).
Haesbaert (2013) y Deleuze y Guattari (2004) hacen referencia a la dinámica incesante de la movilización humana, en la que observan que serán comunes los intercambios culturales y los procesos migratorios a diferentes escalas. En tal sentido, las decisiones que tomen los grupos humanos de movilizarse producirán un proceso de desterritorialización. Dando pie a que muchas de las prácticas de la vida cotidiana de las personas que migran, se vean reproducidas en diferentes lugares, tales como: las formas de pensamiento, sabores y costumbres aprendidos, que tendrán que adaptarse a los nuevos entornos, pero sobrevivirán ahora con nuevos aprendizajes. Proceso que Haesbaert (2013) identifica como el surgimiento de nuevos tipos de territorios, mismos que denomina “territorio-red, o redes que reúnen múltiples territorios”.
Haesbaert (2013) destaca también que, los amplios flujos migratorios “intensifican los procesos sociales de precarización”, en este caso identifica a los grupos “subalternos” o grupos más vulnerables de la población, como los que tienen “menos control sobre sus territorios”, en este caso el control está siendo ejercido por otros que expropian los derechos de posesión y disfrute a los usuarios (Haesbaert, 2013, p. 12), que se puede presentar como una variante de estos desplazamientos humanos.
La desterritorialización no puede desvincularse del proceso de la reterritorialización. Este último proceso puede entenderse como “fragilización o pérdida de control territorial”, que adquiere un sentido “negativo” como “precarización social” o puede tener un sentido “positivo” si este proceso significa “simultáneamente una destrucción y una reconstrucción territorial” (Haesbaert, 2013, p. 13).
[El territorio es] concebido como producto del movimiento combinado de desterritorialización y de reterritorialización […] de las relaciones de poder construidas en y con el espacio, considerando el espacio como un constituyente, y no como algo que se pueda separar de las relaciones sociales (Haesbaert, 2013, p. 26).
Ramírez y López (2015) plantean la existencia del ejercicio del poder en el territorio, como un elemento que complejiza todas las interacciones que se generan en él.
Haesbaert (2021) profundiza, en trabajos recientes, sus reflexiones sobre las variantes del poder en el territorio y dice que, “toda relación es lugar de surgimiento de poder” y esto le da su multiterritorialidad. Haesbaert (2021) plantea al territorio como “diverso y complejo”, pues no sólo tiene que ver con el poder político-jurídico o con el poder político. El territorio tiene que ver con el poder, pero con una connotación amplia, con el “poder explícito de dominación” y con el “poder implícito o simbólico, de apropiación” (Haesbaert, 2021, p. 59).
Haesbaert (2021) retoma a Lefebvre para explicar que el poder de apropiación es aquél que va a hacer referencia a lo “vivido”, a los aprendizajes adquiridos, a los recuerdos generados, a los afectos construidos y a los saberes logrados, a todo aquello que se construye a través del tiempo y que da la oportunidad de generar historias, recuerdos que se crean en ese tiempo de apropiación al haber usado el territorio. El poder de dominación está visto como “posesión, propiedad” y está referido más al valor de cambio (Haesbaert, 2021, p. 60).
El valor de cambio es lo que mayormente prevalece sobre el valor de apropiación, el modelo de acumulación capitalista apoya a su permanencia. Pero en la confluencia del poder de dominación y apropiación en el tiempo, surgen nuevas relaciones y redefiniciones en las relaciones humanas. El poder de apropiación en el tiempo ha dado lugar a fortalecer los elementos de territorialidad. Haesbaert (2021) retoma a Lefebvre (1986) para explicar que el “tiempo y tiempos”, así como el “ritmo o ritmos, símbolos y una práctica” son fundamentales, porque entre más tiempo se mantenga la dominación de los “agentes”, la apropiación se ve desfavorecida, pues no se puede originar la apropiación del territorio si no hay “tiempo vivido”, entonces el usuario se “ubica fuera del tiempo […] tiempo diverso y complejo” (Haesbaert, 2021, p. 60), hay desapego del territorio y se generan otro tipo de relaciones de poder y de reacomodos o de multiterritorialidad, que es otra de las características que Haesbaert (2021) va a asociar al territorio.
El territorio como crítica al espacio. Es una postura que mantienen de manera principal autores como Pradilla y Coraggio desde una visión marxista, sostienen la necesidad de establecer las diferencias conceptuales entre el uso de las categorías de espacio y territorio, sobre todo porque la connotación de territorio en América Latina tiene una perspectiva de “crítica epistemológica” distinta, así que desde los estudios urbano-regionales van a plantear las diferencias (Ramírez y López, 2015, p. 143).
Pradilla (2014), hacer hincapié en la necesidad de usar “opciones de análisis propias” de América Latina, pues hace hincapié en que la teoría ha sido influenciada por “conceptos y modelos tomados […] de autores y países dominantes en el capitalismo”, que no considera las distintas realidades histórico-sociales que experimenta América Latina, así que desde la “línea de la descolonización de la teoría territorial, la urbana en particular”, Pradilla busca “enfrentar esta homogeneización del mundo” (Pradilla, 2014, p. 84).
Por lo que “propone […] el uso de la categoría territorio para designar la forma concreta como la sociedad se vincula con su entorno de forma particular, por medio de las relaciones sociales que el proceso de trato genera”, y plantea el estudio y análisis de América Latina desde el materialismo histórico, porque de alguna manera históricamente comparten elementos “estructurales económicos, sociales, culturales y políticos, positivos y negativos”, desde la época prehispánica hasta la época actual y hace hincapié en la coincidencia “aún a pesar de las clases dominantes”, pues los “territorios formados” por estas relaciones de dominación externa compleja, tienen “rasgos estructurales similares”, sin embargo, señala que sólo las particularidades permitirán hablar de algo “general o universal” para realizar los estudios, pues Pradilla (2014) insiste en la necesidad de ”construir explicaciones propias sobre los procesos socioeconómicos y territoriales, con las debidas precauciones sobre las particularidades”.
Coraggio (1994) coincide en la particularidad de los procesos sociales y en su dinamismo, por lo que reconoce la existencia de “estructuras sociales de manera procesal y no estática”. Asimismo, identifica conexiones entre el espacio físico y un proceso social en el territorio, de tal forma que lo registra cuando “una configuración territorial proyectada a un espacio geométrico —utilizando recursos formales isomórficos con el fenómeno social bajo estudio y en base a la teoría correspondiente a dicho fenómeno— resulta en formas espaciales (identificables, recurrentes al menos en una misma estructura social), cuyo sentido puede ser descifrado a partir de la lógica del proceso social correspondiente” (Coraggio, 1994, p. 63). Ambos autores coinciden en la necesidad de estudiar desde una perspectiva histórica los procesos estructurales territoriales, correspondiéndole a cada proceso y grupos humanos características especiales y diferenciadas.
La visión para definir el territorio desde los grupos originarios. Plantean que los estudios realizados desde la sociología o la geografía rural, evidencian que la categoría espacio no es la que permite explicar de la mejor manera la apropiación de la tierra de manera comunal, en esta relación que se da entre naturaleza y transformación de los recursos que ahí se encuentran.
El territorio adquiere importancia desde “su dimensión simbólica”, entendiéndose por territorio “un espacio culturalmente construido por una sociedad a lo largo del tiempo” (Ramírez y López, 2015, p. 150).
El territorio es, por consiguiente, ese depositario de la “cosmovisión, la mitología y las prácticas rituales”, las costumbres e identidad, son fundamentales y dan pertenencia a los grupos originarios que los reclaman como propios, basados en su herencia y en su historia, como herederos de sus ancestros, se trata de sus derechos políticos y su libertad cultural (Ramírez y López, 2015, p. 151).
Distintas son las visiones y perspectivas que abordan el estudio del territorio y, en su conceptualización, ofrecen elementos que evidencian procesos a través de los cuales la población genera vínculos junto a la tierra, entendida como un medio físico natural, en el que durante el proceso histórico, crea instituciones y formas de organización propias que se ven disminuidas o transformadas bajo los nuevos patrones de acumulación de capital, como Coraggio (1994) y Pradilla (2014) enfatizan en reconocer.
La sociedad construye formas de producción que cambian bajo las dinámicas de las nuevas formas de apropiación y las dinámicas multiterritoriales (Haesbaert, 2021), que combinan historias de vida individuales y en comunidad de forma organizada, y crean, así, interacciones entre diferentes actores, en distintas direcciones, interactuantes con el medio en un ambiente dinámico multifactorial que da pie a abordar y retomar un concepto que se genera de forma concomitante junto a lo que significa el territorio, el de la territorialidad.
Territorialidad
La territorialidad hace referencia a los procesos que describen la forma en cómo las personas —de manera individual, colectiva, organizada, representada en actores—generan lazos de apropiación de la tierra en la que viven y realizan su vida. Para Zanotti (2018), la territorialidad “son formas de acción sobre el territorio, de manera dinámica, en donde el poder para ejercer la territorialidad fluye entre actores que se contraponen y se complementan”, dado que el “territorio es una construcción social” a la que se le reconoce como “un espacio en disputa por distintos actores”, en el que llevan a cabo acciones “materiales” tales como “políticas públicas, formas de ordenar el territorio, regulación de actividades, etc.”, y acciones “simbólicas” como “la construcción de identidad, la construcción de discursos sobre otros, etc.”, a las que llama acciones “simbólicas”, procesos que dan origen a la territorialidad (p. 1).
Haesbaert (2021) plantea el poder a través de la apropiación por el valor, la pertenencia de la tierra en su disfrute, goce y para usufructo, así como la protección del estado; y por el otro lado, la apropiación por los recuerdos e identidad construida desde los imaginarios creados a partir de la cuestión de elementos culturales de los pueblos originarios, del ejercicio de pertenencia por cuestiones de cosmovisiones de pueblos junto a la tierra.
D'Angelo (2020) plantea que la territorialidad ha sido estudiada en dos campos e identifica que el primero es el de la política, considerando que la territorialidad es como un “atributo del estado moderno, junto a la soberanía”. Y el segundo campo, desde la perspectiva biológica, a partir de la etología, en el que el comportamiento geográfico animal es usado para establecer comparaciones con el humano, señalando que la territorialidad alcanza un significado mayor, pues además de incluir el componente geográfico en el estudio del aspecto humano, también se identifica una relación entre la “sociedad y el espacio” (p. 74).
Algunos otros autores como Monnet (2010), Jolly (2012) y Sack, todos citados en D'Angelo (2020), suman que en esta relación entre sociedad y espacio, surge el sentido de pertenencia, por lo que la territorialidad es entendida como “un valor o un sistema de valores que unos actores sociales le asignan a un territorio determinado” (p. 75).
Herrera y Herrera (2020) plantean que la territorialidad articula lo abstracto y lo concreto, ahí coinciden con Saquet (2015), a quien citan y le retoman tres elementos principales que se distinguen en los procesos de vida de los grupos humanos, “la sociabilidad, la animalidad y la espiritualidad” (Herrera y Herrera, 2020, p. 108). Este enfoque es fortalecido desde la propuesta indígena ecuatoriana, que desde el planteamiento realizado por el Consejo de Desarrollo de las Nacionalidades y Pueblos del Ecuador, visibilizan y practican ante el resto del mundo, y muestran, así, que la espiritualidad forma parte de la cosmovisión de los pueblos originarios ecuatorianos, mientras exponen la estrecha relación de la “espiritualidad con lo sagrado” y donde elementos como el “agua, fuego, aire y tierra” delinean los procesos rituales y describen el campo de relación entre la “cultura y la naturaleza”, unido a cinco dimensiones desde donde se reconoce la territorialidad, la “socio-cultural, ecológica-territorial, física espacial, económica-productiva y política-administrativa” (Zeas et al., 2004, p. 13, en Herrera y Herrera, 2020, p. 108), de tal forma que mediante la praxis de sus formas de vida, fortalecen sus lazos identitarios y promueven la prevalencia de su cultura. Hay evidentemente una integración a la vida institucionalizada, pero con un reconocimiento al fortalecimiento de los valores culturales y formas de vida de los pueblos originarios.
Herrera y Herrera (2020) otorgan dos elementos interesantes a la territorialidad y es el de identificarla como un proceso existente de resistencia contrahegemónica, elemento con el coincide con Zanotti (2018), pues aceptar la territorialidad implica cambios societales en el territorio bajo la lógica capitalista. Entonces, el otro elemento es que la territorialidad es, además, un proceso que resiste a procesos frenéticos y caóticos de territorialización. Pero al mismo tiempo se constituye como un proceso en el que se originan acuerdos y nuevas formas de organización, procura reterritorializaciones y territorializaciones, da posibilidad a la búsqueda de acuerdos, alianzas y solidaridad, por ello se puede constituir como una vía que mediante el reconocimiento multicultural e intercultural permite la creación de acuerdos.
Por tanto, los procesos territoriales que dan forma a los tipos de territorialidad que se crean entre los actores y el medio, son de tipos diversos y “múltiples” (Haesbaert, 2021), pueden ser procesos de distintas magnitudes, desde aquellos que representan grandes resistencias debido a la profundidad de los cambios que se dan en las formas de concebir la vida de los actores y el medio físico (tal es el caso de cambio en las cosmovisiones de los grupos
humanos), hasta los procesos que llevan a cambios y a la construcción de acuerdos (Herrera y Herrera, 2020) o a una nueva forma de territorialidad o multiterritorialidad (Haesbaert, 2021).
Procesos territoriales
Los procesos territoriales pueden ser “de carácter histórico, geográfico, cartográfico, jurídico”, lingüístico, iconográfico, político (Alonso, 2020, p. 39), económico, de salud, etc., y abarcar cosmovisiones que consideran la forma en cómo se construye el territorio (Zanotti, 2018; Herrera y Herrera, 2020; D'Angelo, 2020), en la manera en cómo se da la interacción entre los actores sociales y la naturaleza.
La explicación de los procesos territoriales de acuerdo a Torres (2022), se da a partir del estudio de los “saberes y tradiciones” de una comunidad maseual de Cuauhtamazaco, en San Andrés Tzicuilan, Sierra Nororiental de Puebla. En la investigación que hace Torres (2022), inicia con el reconocimiento de que el “territorio es un espacio apropiado […] instituido por
sujetos y grupos sociales que se afirman por medio de él” (p. 101), por lo que de manera permanente reconoce que existe “territorio y territorialidad”, y que continuamente se están dando procesos de territorialización en el mismo territorio, por lo que existen múltiples territorialidades (Torres, 2022, p. 102).
El msmo autor plantea que en el territorio está considerada la cosmovisión de los pueblos; lo que implica, el entendimiento de los saberes, costumbres, tradiciones que van a ser tangibles e intangibles y que en la cotidianeidad va a involucrar tensiones debido al permanente intercambio global con una visión preponderantemente occidental. Sin embargo, la conservación de las costumbres y, principalmente, la preservación del etnolingüismo, son fundamentales para mantener la territorialidad fortalecida. Pues la existencia de las lenguas originarias permite el rescate de los “saberes populares”, del conocimiento de la vida cotidiana.
El territorio dota de identidad, que a la vez se reivindica a partir de la lengua, y por ende, de la denominación de los lugares. Esta denominación simbólica y toponímica trae consigo un grado de percepción, que depende de la experiencia que cada uno tenga en dicho espacio (Torres, 2022, p. 103).
En tal sentido, se enfatiza la imperiosa necesidad de la conservación de la lengua como parte importante del fortalecimiento y rescate de los pueblos originarios. La prevalencia de la lengua abre la posibilidad de que los hablantes de lenguas originarias las mantengan vivas, promoviendo que se conozcan los significados y símbolos que la lengua relaciona con las cosas de la vida cotidiana. Es impostergable que, como estrategia, se preparen formadores de la enseñanza de la lengua entre los hablantes de las lenguas originarias, pues esto significa un acercamiento a la cosmovisión de los pueblos originarios y a la profundización en el conocimiento de las raíces identitarias, de la historia de los pueblos originarios y de las naciones que, en su configuración, se fundaron en estos pueblos ancestrales, antes de llegar a conformarse en las sociedades que son actualmente.
Una breve aproximación a lo que la práctica artesanal aporta a la identidad en los pueblos originarios. Caso de personas dedicadas a los bordados de la localidad de Xpichil, perteneciente al municipio de Felipe Carrillo Puerto, del estado de Quintana Roo
La actividad artesanal implica el reconocimiento de su esencia inmemorial y los retos que enfrenta para permanecer como una actividad productiva en los mercados actuales de extensa competencia (Aranzazu et al., 1990).
Las personas artesanas preservan saberes mediante distintas formas como:
[…] la observación, la práctica, reproducción, leyendas, mitos, historias de vida y cualquier otro medio que hace uso de la oralidad […] a las nuevas generaciones, […] les implicó distintas formas de organización social, actividades económicas, cosmovisiones, técnicas y tecnologías donde han incidido una serie de aspectos (económicos, institucionales y de saberes tradicionales) (Lugo et al., 2018, p. 77).
Xpichil es una localidad perteneciente al municipio de Felipe Carrillo Puerto, que se encuentra en el centro oriente del estado de Quintana Roo, forma parte de la región en la que floreció la cultura maya en la época prehispánica y en la que el pueblo originario maya del siglo xix, históricamente se vio presionado a migrar hacia el oriente del territorio, lo que hoy es el estado de Quintana Roo, debido a las diferentes guerras que tuvo que enfrentar tras el despojo de sus tierras cercanas al mar Caribe.
En el sigloxxi, tras grandes cambios en los procesos históricos a diferentes escalas —global, nacional, regional y local— la población de Xpichil preserva viva la cultura de su pueblo a través de sus bordados. Las personas dedicadas a este trabajo son en su mayoría bilingües —hablan maya y español— y a través de la técnica del bordado preservan y hacen latir sus conocimientos ancestrales.
En un trabajo de investigación —mediante entrevistas semiestructuradas, realizado a personas dedicadas a los bordados artesanales en la comunidad de Xpichil, perteneciente al municipio de Felipe Carrillo Puerto del estado de Quintana Roo, durante el mes de agosto del año 2023— se identificó que, en un inicio, la observación y convivencia en la vida cotidiana, es la herramienta que se utiliza para el aprendizaje de este bordado único de prendas emblemáticas, tales como el hipil (vestido tradicional de la región maya), guayaberas (prendas de vestir que cubren la parte superior del cuerpo como las camisas), pero también de servilletas para envolver alimentos. Y actualmente bordan otros productos, como blusas, camisetas, gorras, separadores de libros, etc., distintos artículos que se han ido sumando a la diversificación, con el objetivo de ampliar el espectro de venta.
El bordado como parte del proceso territorial en la región maya
En Xpichil, el bordado se hace a mano y la técnica se transmite de generación en generación, lo que permite identificar distintos momentos para su aprendizaje. Aprender a bordar puede hacerse desde la edad infantil, en la que un pequeño trozo de tela e hilos pueden servir para jugar y empezar a combinar diferentes colores de hilos. Actualmente no existe una observación en cuanto al género para hacerlo. También se puede aprender por gusto a una edad mayor o aprender hasta la edad adulta si las personas tienen el interés de adquirir una actividad que les permita generar ingresos.
Mediante el bordado podemos identificar dos grandes momentos que evidencian la herencia de su cultura. El primero es a través del diseño de las figuras de sus bordados. El diseño es una parte importante, porque la persona bordadora decide la muestra que usará para realizar su Chúuy k'ab (bordado a mano en maya). Para esto, si usa una de las muestras con las que cuenta, usará alguna diseñada por su mamá, abuela o bisabuela; pero también puede ocurrir que no tenga muestras, entonces, revisará sus hilos y colores para decidir la figura que bordará. Dependiendo de la persona que hará el bordado, el proceso de tomar esta decisión le puede tomar al menos un día. El segundo momento importante que identificamos, es la aplicación de la técnica del contado de hilos, Xook bil chúuy (hilo contado en maya). Esta etapa es fundamental, pues la persona realizará el bordado sobre una tela llamada canevá, especial para bordar, que es lisa con agujeros marcados muy ligeramente, de tal manera que contará los pequeños agujeros de la tela para identificar el tipo de bordado que realizará, entre más pequeño sea el bordado, más fino será el trabajo y, por supuesto, su elaboración llevará más tiempo.
La inspiración para los diseños del bordado está estrechamente ligada a la cosmovisión maya. En los bordados se encuentran reflejados sus dioses, su forma de ver la naturaleza y su interpretación de la vida.
De tal manera que una bordadora explica que la técnica de los triángulos, permite elaborar diseños bordados basados en la serpiente, “och kan (que en maya significa serpiente pero referida a la boa, por tener un tamaño más grande)”. La bordadora dibuja, en la superficie de una mesa que tiene enfrente, la silueta de la serpiente y expresa que mediante el diseño de los triángulos bordados, se representan los colores y las formas de la serpiente, de tal manera que el cuerpo de la serpiente queda fielmente construido, al bordarse las diferentes partes de su cuerpo “trae la costilla, te trae el hueso vertebral de su columna, te trae la forma de su cabeza, te trae el dibujo de toda su espalda y te trae la punta de su cola”, “porque los antiguos mayas o tatara-abuelitos te cuentan qué significado trae y cómo lo vas a hacer […] pues cuando se sientan con sus nietecitos, con sus hijas, empiezan a platicar qué significado trae ese bordado”.
La comprensión que las bordadoras tienen sobre la representación de su trabajo, nos refleja tan solo un destello de la importancia que ellos mismos le confieren, en ellos está viva la cultura maya de los pueblos originarios, el gran aporte de su cosmovisión en la percepción y comprensión de la vida. Al preguntarle, ¿qué prenda o qué bordado de los que hace es el más importante? Su respuesta fue contundente, enfatizó la importancia de “No desaparecer la cultura, no desparecer los trabajos de los difuntos mayas”. Y en la explicación que agrega, aclara que el bordado representa la enseñanza de sus “tataraabuelitos y el significado que tiene como herencia de su familia”.
El bordado como actividad de la vida cotidiana de las personas bordadoras mayas, nos ayuda también a la comprensión de las relaciones de género y a visualizar los procesos de transformación en la convivencia entre los grupos humanos de la comunidad. En tal sentido, revisaremos brevemente la forma en cómo la visión de género ha traído transformaciones en el pensamiento y las relaciones humanas.
La perspectiva de género en el bordado
En Xpichil, las mujeres y hombres entrevistados coincidieron en que la actividad del bordado a mano era solo para mujeres. Una de las entrevistas evidencia que hasta hace por lo menos 46 años, el bordado era realizado por las mujeres, como una actividad posterior a haber concluido los quehaceres de la casa, tales como: “buscar agua, lavar nixtamal […] llevarlo al molino […] hacer la comida […] y tortear”, responsabilidades que iniciaban a temprana hora, alrededor de las 06:00 horas del día. Terminadas estas labores, se dedicaban a bordar y no interrumpían sus responsabilidades cotidianas. En 2023, esta mujer de 58 años solía bordar junto a su mamá cuando tenía 12 años de edad. Y deciden que la mujer de 58 años va a continuar con el bordado y la mamá va a pintar e ir a vender a las localidades cercanas de Chunhuhub y Polyuc (también pertenecientes al municipio de Felipe Carrillo Puerto, Quintana Roo), en fechas importantes, como festejos populares, porque identifican que la venta de servilletas bordadas es una posibilidad de aumentar los ingresos de la familia. Así que continúan con estas tareas, que les representa el acceso a otros bienes de consumo de los que se carecía en casa.
En la actividad del bordado ha cambiado la dinámica de los roles que socialmente le fueron asignados. Ahora se detectan casos expuestos por bordadores, en los que observan a sus madres, hermanas, tías o amigas familiares que bordan y a quienes desean ayudar para cumplir algún compromiso de entrega de un pedido y, les piden que les enseñen o solo perfeccionan la habilidad para hacerlo, pues lo han estado viviendo durante varios años. También se identifican casos en los que las madres les enseñaron y aprendieron por el gusto a la actividad de bordar.
Es importante comentar que cuando los hombres estaban bordando y si llegaba alguna persona ajena al grupo familiar que estaba bordando, esos hombres se escondían para seguir bordando o, de plano dejaban de hacerlo por pena a verse descubiertos. Un hecho más que se logró registrar con respecto al género, es que en un programa gubernamental de apoyo a bordadoras, un bordador llegó a solicitar el apoyo institucional y tuvo que cubrir más requisitos para evidenciar que realizaba la actividad. En historias más recientes, las y los niños juegan con un trozo de tela e hilos y actualmente es frecuente el trabajo de hombres y mujeres en el bordado, aunque es importante comentar que de las personas a las que se entrevistó, 80% fueron mujeres, por lo que se observa que el proceso es gradual.
Muchos rasgos importantes se pueden obtener de esta práctica del bordado artesanal maya. Aquí encontramos inmersa la acción tan fundamental del conteo de puntos en la tela que se usa para el bordado, se hace alusión a las figuras geométricas y a los elementos que comprenden el medio físico que conforma el territorio. Elementos sobre los que se hace la construcción social del propio territorio y la forma en cómo la territorialidad se transforma, y mediante la vorágine de presiones que enfrentan las comunidades mayas, encuentran en su forma de vida y de ver la vida, las salidas para permanecer a través del rescate de su propia historia y de mantener elementos de identidad sólidos como el de su lengua, sus herencias y sus prácticas, que han insertado a la actividad mercantil de la época actual. Esta modernización es un elemento que se debe fortalecer, siempre vinculado a la historia del pueblo originario maya, para reivindicar la dignidad de lo que representa la historia de un país que aspira a lograr la justicia, equidad, desarrollo humano, pero sobre todo, a ser feliz.
Conclusión
La construcción de los conceptos están asociados a la evolución histórica de las sociedades. Las nociones “descolonización y territorio” en América Latina no son la excepción y están vinculados a los procesos históricos, políticos y culturales. Por lo que en este trabajo se reconocen las visiones antagónicas que hombres y mujeres imprimen a lo largo de la construcción de sus pueblos y naciones, y que abonan a dar significado a estas categorías.
Hablar de “descolonización y territorio” en América Latina significa reivindicar los derechos de libertad, igualdad, equidad y justicia, que no ha sido sencillo de lograr, porque a lo largo de siglos han persistido las diferencias raciales, de género, creencias y de clase. En tal sentido, reflexionar y discutir desde el reconocimiento de las realidades locales del territorio, nos permite aportar a la construcción de un cuerpo de teorías pensadas desde y para el territorio y fortalecimiento de las dinámicas de los territorios.
Como se logró advertir, una de las rutas que los esfuerzos de descolonización han seguido es la liberación de territorios y la autogobernanza. Pero esto ha sido sólo el comienzo, pues también se ha requerido de una nueva manera de relacionarse con el territorio, de lograr la apropiación, reapropriación y la construcción de una identidad. En este sentido, se analizó el caso específico de una comunidad de bordadoras en Xpichil, en el estado de Quintana Roo, en México. El caso revela la complejidad de los procesos territoriales y el largo camino que los procesos de descolonización aún tienen por delante en nuestro país. Es fundamental que las leyes y las políticas públicas se empeñen en una visión integral de la construcción del pueblo mexicano, visualizando la diversidad cultural, histórica, política, social y ambiental de los territorios, con una visión social y enfocada a eliminar las grandes desigualdades que históricamente se han creado.
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