Descolonizando el imaginario migrante. Reescribiendo las subjetividades móviles - Miriam Reyes Tovar
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Descolonizando el imaginario migrante. Reescribiendo las subjetividades móviles
Miriam Reyes Tovar*
DOI: https://doi.org/10.52501/cc.121.05
Resumen
En un escenario internacional, donde la migración en tránsito está siendo cuestionada, las representaciones entorno a ella se nos muestran como narrativas que deben ser entendidas y sobretodo, visibilizadas. En este sentido, el presente trabajo parte de preguntar, ¿cómo entender la migración internacional ante un escenario de pandemia, donde el valor del sujeto migrante, en tanto campo de subjetividad, es trastocado por un valor de uso en producción?, Y de forma particular, ¿cómo ha sido creada este imaginario subjetivo del migrante? Como una forma de dar respuesta a estas interrogantes, este trabajo se propone abordar una mirada hacia el entendimiento de las migraciones internacionales en la época actual. Lo anterior, con la finalidad de presentar, una reflexión sobre la conformación de la subjetividad migrante y poder así, discernir entorno al establecimiento del imaginario de la subjetividad migrante en un discurso internacional.
Palabras clave: Subjetividades, movilidad, imaginarios.
Introducción
Pensar en las migraciones internacionales en nuestro contexto actual, principalmente, ahora, el trastocado por una epidemia mundial como lo ha sido el SARS-COVID-19, el cual ha tenido que reconfigurar fronteras, procesos y, sobre todo, movilidades. Ha ocasionado que las migraciones, como campos de movilidad, estén siendo observadas como procesos que no se han detenido y que, además, el reconocimiento hacia la dimensión espacial impacte en la relación sujeto-migrante, lugar de expulsión y, posteriormente, lugar de destino.
En el caso particular, de la relación mencionada anteriormente, es de sumo interés poder preguntar, ¿quiénes son aquellos sujetos inmersos en un proceso de movilidad que aún en la pandemia, siguen un trayecto hacia un lugar particular?, ¿cuáles son las condiciones que enfrentan en la movilidad?, de forma particular, ¿cómo es que, a nosotros, como espectadores de la movilidad migrante en un escenario de pandemia, se nos presentan estos migrantes que siguen caminando?
Estas reflexiones que demarcan el sentido de este trabajo, surgieron a partir del declive de las actividades no esenciales que se tuvieron que detener durante la pandemia por COVID-19, en la cual, el cierre de fronteras para frenar la migración y, con ello, los posibles contagios que pudieran darse en la sociedad de los países de tránsito, nos lleva a preguntar, ¿cómo entender la migración internacional ante un escenario de pandemia, donde el valor del sujeto migrante, en tanto campo de subjetividad, es trastocado por un valor de uso en producción?, ¿qué discursos son creados ante estos campos migratorios internacionales de aquellos sujetos que migran? Y, de forma particular, ¿cómo ha sido creado este imaginario subjetivo del migrante?
Como una forma de dar respuesta a estas interrogantes, este trabajo se propone abordar en un primer momento, una mirada hacia el entendimiento de las migraciones internacionales en la época actual. Lo anterior, con la finalidad de presentar, en un segundo apartado, una reflexión sobre la conformación de la subjetividad migrante y poder, así, en un tercer momento, discernir entorno al establecimiento del imaginario de la subjetividad migrante en un discurso internacional.
Las migraciones internacionales en el escenario mundial actual
En las sociedades contemporáneas, los procesos de movilidad, como lo son las migraciones, han restructurado las fronteras, físicas y simbólicas, los procesos sociales, encuentros culturales y, de forma particular, la configuración territorial a través de salidas, entradas y cruce. En este sentido, Ulrich Beck sostiene que las migraciones internacionales han sido uno de los puntos medulares para la transformación global de las sociedades modernas, en las cuales, la modificación no sólo ha sido social sino también espacial. Las fronteras físicas entre territorios se han visto permeadas por una apertura o porosidad simbólica e imaginativa, en tanto constructo cultural, pero también se han visto trastocadas por el cierre y militarización de estas, a fin de evitar el cruce de personas.
En el caso de las migraciones internaciones, las connotaciones puestas hacia los países de salida de los migrantes, demarcó una mira hacia las particularidades de los lugares que se dejaban, ya fuese por cuestiones políticas, económicas, sociales o ambientales, la mirada estaba puesta en las condiciones que se presentaban como elementos expulsores. Hoy en día, estos elementos se han visto trastocados por la geopolítica y geoeconomía de las grandes naciones a nivel mundial.
De tal suerte, y en la lógica de los desplazamientos, las dinámicas inherentes a las transformaciones sociales y territoriales nos permiten entender que la migración, en tanto proceso de movilidad, se ha logrado mundializar no sólo por el incremento de migrantes; de forma particular, se ha gestado este proceso a partir de la diversidad de países de acogida y de las rutas migratorias que se han creado, así como por los éxodos que cada vez se desplazan más allá de sus propias fronteras.
De tal forma, este desarrollo de la movilidad migrante corresponde a una serie de elementos tanto del interior como exterior de los países, permitiendo, atender al menos, cuatro etapas de la movilidad en su proceso histórico (Potot, 2003; Cortes y Faret, 2009; Agatón, 2008). Siendo estas:
Primera etapa, correspondiente a los siglos xvi y xix denominada “la era los descubrimientos”. Se estableció una expansión y colonización tanto política como militar y de comercio de las potencias europeas hacia América, Asia y África. Existió una demarcada creación de colonias, conllevando una imposición cultural, tráfico de esclavos y mano de obra barata, particularmente de África, India, China y Japón.
La segunda etapa, que abarca de 1850-1945, se caracteriza por una constitución del mercado capitalista mundial; se demarcaba el desplazamiento de los países, principalmente, por un proceso de industrialización y urbanización que dio paso, en su mayoría, a una migración de los países europeos hacia América Latina. Sin embargo, las colonias africanas y asiáticas constituyeron una importante fuente laboral. Posteriormente, en esta segunda etapa, el periodo correspondiente a los años de 1914 y 1945, marcado por la Primera y Segunda Guerra Mundial, respectivamente, trajeron como consecuencia el retorno de europeos emigrados para cumplir con el servicio militar, así como el reclutar inmigrantes para trabajar en los espacios abandonados por las personas que estaban en el frente de batalla.
Este segundo periodo, particularmente, va estableciendo las movilidades internacionales mediante los cambios estructurales de tipo social. En la reestructuración de los órdenes sociales, políticos y económicos, las fronteras físicas de los territorios se van desplazando cada vez, y su conformación simbólica permite, que la construcción de los imaginarios geográficos de la movilidad, se vayan constituyendo. Es decir, y como punto de referencia para la tercera etapa de los procesos migratorios, la distinción territorial entre países con mayor desarrollo económico y social, fungieron como polos de atracción para la movilidad.
En este sentido, la tercera etapa correspondiente al periodo de 1945 a 1973, marcada por la Posguerra, demarcó un incremento en número de migrantes con una mayor diversificación de países de destino. Entre los principales países de acogida, estuvieron los trabajadores de la Europa periférica hacia los países europeos centrales, se dio una migración permanente hacia América del Norte y Australia, motivada particularmente por refugiados que buscaron asilo después de la Segunda Guerra Mundial. Esto trajo como consecuencia un crecimiento en el modelo fordista de producción, al incrementar el número de obreros en las fábricas, para con ello incentivar una migración promovida por los países receptores. Tal es el caso de la migración calificada que promovió Canadá en la década de los años setenta, o bien, la migración incentivada por Australia basada en un criterio de pureza.
Este periodo conllevó, un incremento en la diversidad de países de origen de los migrantes, así como en los países de destino, impactando en las diferencias culturales entre los migrantes y las personas originarias de los nuevos lugares de arribo. Estas diferencias, tuvieron una consecuencia aún mayor en la demarcada diversidad cultural, me refiero de forma particular, en la segmentación, segregación y rechazo que se tenía ante lo diferente, ante aquel que llegaba a un nuevo territorio con ánimos de mejorar sus condiciones de vida pasada. Ante este escenario, lo migrantes que fueron contratados para sustituir a los obreros o bien, aumentar la producción en las fábricas y el campo, se vieron confrontados con un espacio que los demarcaba en grupos poblacionales diferentes, pero, quienes, al mismo tiempo, podían constituirse en comunidad y con ello conformar lo que podríamos denominar, como territorios de la migración. Es decir, lugares habitados por miembros de una misma comunidad que van estableciendo anclajes sociales en nuevos espacios de vida.
En este sentido, es importante subrayar otro aspecto importante de esta tercera etapa de movilidad, la inversión extranjera mediante las empresas transnacionales, particularmente a países fuera de Europa y Estados Unidos. A partir de esta movilidad económica y de infraestructura, se estableció una concentración capital e industrial que fue demarcando aún más una desigualdad económica y de desarrollo social. Este tipo de inversión trajo consigo una movilidad diversificada, es decir, una migración interna que buscaba un empleo en las empresas transnacionales; otra fue una migración gerencial, al tener trabajadores de los países de origen de las empresas en los nuevos lugares, y una migración internacional que busca, a través del imaginario que representa el desarrollo industrial de los países con empresas transnacionales, buscar un mejor empleo y con ello un aumento en los ingresos económicos.
Ante este cruce de fronteras, y con el incremento del desplazamiento de trabajadores, la cuarta etapa correspondiente de 1973 hasta nuestros días da como resultado un proceso de mundialización y diversificación de los movimientos migratorios, enmarcados principalmente, por una movilidad creciente de personas que tratan de incorporarse a las diversas regiones económicamente activas del mundo. Pero en donde, además, hoy en día podemos observar cómo esta mundialización y diversificación también está dada por los desplazamientos ocasionados por la violencia, las guerras y los desastres naturales.
En este último sentido, ante los desplazamientos ocasionados por la violencia, la incertidumbre económica, los problemas políticos y sociales de las diferentes naciones, podemos observar cómo, hoy en día, la construcción del sentido del ser migrante se va configurando en una diversidad de imaginarios que ponen de relieve el desconocimiento del otro y de forma particular, la constitución del sentir del “ser diferente”.
De tal manera, la evolución de lo que podemos denominar como sistema económico mundial en su relación espacial, ha dado como resultado el impacto de las lógicas diferenciadas de crecimiento y desarrollo económico, en donde la búsqueda de una solución a las condiciones de vida, en el marco de la disparidad socioterritorial, ha sido la migración. Es por ello, que, en el marco de la mundialización migratoria, las conexiones a través del mundo permiten ver el ámbito espacial de la migración mediante el entramado de procesos que las crean.
Razón por la cual, a partir de una estructuración de los lugares —de acuerdo con una perspectiva política que dicta las desigualdades entre los territorios y la interdependencia que se enmarca en las relaciones de poder— puede entenderse, cómo fue que la diversificación de las rutas migratorias ha podido traspasar las fronteras e incluso concretizar nuevos espacios de movilidad.
Ante estas relaciones socioespaciales que se establecen mediante la movilidad migrante, la articulación de espacios, la significación de los lugares y, de forma particular, la simbolización que se hace de aquellos que se mueven entre un “aquí” y un “allá”, configura un escenario necesario para ser cuestionado a partir de su propia complejidad, me refiero al sujeto que migra; ese sujeto que categóricamente no es el mismo que se conceptualizaba en los años cuarenta o a principios de los noventas; ese sujeto que se ha venido develando en un cuerpo que se mueve entre anhelos, frustraciones, pero también entre imaginarios que le son dotados y que, mediante la propia complejidad significativa de la migración, se convierte en un punto articulador entre el sujeto que migra y el lugar desde el cual lo hace.
La subjetividad migrante
Con base en lo anterior, la inscripción territorial que el sujeto migrante posee se convierte, primero, en una carga categórica para la construcción y constitución del “ser migrante”, y segundo, en un campo de identificación sobre las prácticas y causas que originan la migración. Es decir, y con base en Prieto Díaz (2020), “[los migrantes son] personas oscuras, sin voz, asociadas con la pobreza y las violencias que las expulsan hacia otras fronteras, amenazando casas, puestos de trabajo, cultura, privilegios” (Prieto Díaz, 2020, p. 18).
La visión del migrante en tanto cuerpo que se mueve, pero que lleva consigo un imaginario del lugar al que pertenece, donde sus circunstancias son la esencia categorizada por otro, hace que su subjetividad se vea permeada de cuestionamientos, preceptos y en ocasiones de narrativas creadas desde el desconocimiento o la repetición de estereotipos.
Ante ello, la argumentación de atender la subjetividad migrante, como un sujeto que en esencia se mueve por trayectos y traspasa fronteras físicas y simbólicas, se ve trastocado por las narrativas que se crean desde el componente espacial de la migración. Es decir, en función de las lógicas de ajustamiento económicas o políticas que establecen los procesos de migración, será el valor que se le otorgará al migrante. En este sentido, la imagen del migrante y de su proceso de migración se presenta como un campo que crea un riesgo, pero que a su vez se convierte en riesgo, en vulnerable.
Esta imagen de vulnerabilidad que permea a la movilidad, en tanto campo que la construye y en el cual se construye, establece una dualidad del sujeto migrante como un campo que se visibiliza también en una doble dimensionalidad. Por una parte, el migrante se muestra como un sujeto en riesgo porque atraviesa y experimenta situaciones que lo colocan en una situación de vulnerabilidad, pero a su vez este proceso de desplazamiento o de moverse entre dos o más territorios lo muestra como un migrante que es un riesgo.
Ante lo anterior y retomando la imagen del migrante en la doble dimensionalidad de su componente subjetivo, “la visión del migrante en riesgo y la visión del migrante como riesgo” (Ruíz, 2002, p. 2) nos permite ver cómo el carácter subjetivo que se le otorga al migrante dependerá desde el lugar de su enunciación. Es decir, el valor espacial o territorial de la movilidad tendrá un papel muy importante en la categorización del presentar: ¿qué tipo de migrante está en riesgo? Y ¿qué migrante es un riesgo? Esta situación nos permite poner atención en las diversas formas en las cuales, el valor espacial que la migración tiene no sólo está en entender los cambios o transformaciones que se originan por la movilidad —o por el número de rutas que se establecen, así como por los principales lugares de destino, expulsión o tránsito—, sino, de forma particular, nos permite entender cómo se compone el escenario mundial de las narrativas migrantes hoy en día; nos permite entender cómo las dinámicas de encuentros físicos o imaginarios que la migración ha propiciado en lugares particulares conllevan un imaginario de ese migrante que va transitando.
Esta construcción del sujeto que se devela en el transitar, se diluye ante la subjetividad y la objetividad que se le otorga en un proceso migratorio. Aquí me gustaría retomar una imagen que Ulrich Beck establece en su pensamiento sobre la segunda modernidad, y versa en el “proceso de individualización”. En el estadio de la segunda modernidad, la dimensión individual es trastocada por la vida social, es decir, el individuo y su individualidad no están fijos, se van construyendo y deconstruyendo conforme la propia cotidianidad va cambiando. Y en este marco, los individuos se ven separados de patrones fijos, y la migración es uno de los elementos que transforman estos patrones. Es decir, la movilidad, como proceso transformativo, desdobla al sujeto migrante en una doble individualidad, en el caso de la migración, se crean diversas identidades.
Retomando nuevamente a Beck, la individualización que el sujeto posee se convierte en un aspecto que se restructura. En el caso de la migración, como proceso de movilidad, se le otorga al sujeto un punto central en función de hablar de no una sino de varias experiencias que se van construyendo en el andar. Es decir, y con base en Flores y Alquisiras (2017), las formas de movilidad contemporánea constituyen espacios de encuentro, negociaciones e intercambios culturales, materiales y símbolos que demarcan a las subjetividades migrantes como formas de producción de sentido.
Bajo el esquema de la movilidad, como un campo que constituye una producción de sentido de la idea del migrante, deseo rescatar de nueva cuenta: el esquema del migrante como sujeto en riesgo y sujeto de riesgo, para demarcar cómo, a partir de la forma en la que se construye el sujeto, se reestructuran sus identidades en función de las diversas maneras de relación que se le otorgan con el lugar del que se sale, los lugares de tránsito y finalmente, los lugares de destino. En este sentido, es importante subrayar la permanente forma de construcción de la subjetividad migrante, ante ello “la idea del migrante como riesgo hoy en día se enmarca dentro de la permanente elaboración y reelaboración de las identidades, de los modos cotidianos de vivir, tanto personales como nacionales” (Ruíz, 2002, p. 4).
De acuerdo a lo mencionado por Ruíz (2002), es interesante observar cómo, a partir de los hechos o acontecimientos que pudieran ser cotidianos, en el caso de la movilidad migrante, el sentido de identificación que se le otorga a los sujetos estará dado en función de condiciones generales de su ser y actuar; y en un orden categórico que la sociedad de origen, de destino y de arribo les establecerá. Es decir, la individualidad que el sujeto migrante puede tener, en un proceso de movilidad, ante los ojos del otro o los otros, se ve trastocada y se disuelve.
Esta idea del “ser que se disuelve o diluye” —un poco en alegoría a Bauman (2003) y su noción de la sociedad líquida— nos remite a entender cómo en un mundo donde la movilidad, no sólo física sino también simbólica, conlleva una fuerte interacción entre la individualización y la globalización, haciendo que la primera en muchas ocasiones se diluya en la segunda, y se convierta en caótica, restructurando la forma en la cual entendemos las interconexiones sociales e individuales. En el caso de la movilidad migrante, estos aspectos donde la influencia de lo que se presenta mediáticamente puede cambiar la concepción que se tiene de un individuo o grupo, los entreteje en un juego de horizontes que se comparten o se rompen.
Prosiguiendo con la idea anterior, las narrativas que se establecen sobre los sujetos migrantes en el marco de la globalización forman lo que, para Beck, sería la alteración de un imaginario global, es decir:
la forma en la cual nuestras actividades cotidianas se ven cada vez más influenciadas por sucesos que pasan al otro lado de la Tierra y los horizontes de experiencias locales y personales se rompen y alteran por dentro […], los estilos de vida locales tienen efectos mundiales y encuentran una propagación mundial [Beck, 2007, p. 57].
En este sentido, resulta pertinente destacar la complejidad que la movilidad migrante puede traer para los sujetos que se encuentran dentro de ella. Al estar en un campo de fronteras físicas e imaginarias articulando espacios de vida, subjetivando a los sujetos migrantes, configurando espacios y dando categorías de exclusión e inclusión, la elaboración y relaboración de identidades pueden llegar a ser conjugadas y a posicionar un discurso basado en la diferencia.
En un campo de relaciones socioculturales y espaciales, el sujeto migrante se ve inmerso en un campo paradójico y paradigmático en relación a su denotación. Las imágenes y discursos sobre las personas que salen de sus países atraviesan fronteras, se enfrentan a situaciones personales y sociales que los llevan a observarse y ser observados como diferentes, es lo que hace que las luchas de los países —por evitar que se siga incrementando la migración, y la lucha por contenerla— se desarrollen y se asocien a estos imaginarios sobre la pobreza, la violencia, la desigualdad y la necesidad de tener una mayor apertura o un mayor control.
Con base en Prieto (2020), la migración, vista como un fenómeno contemporáneo, ha sido categorizada como un problema que las sociedades de recepción poseen, tanto en el campo administrativo-legal como en el simbólico-significativo, es decir, y de acuerdo al autor, en el contexto mediático, político y social contemporáneo, se recurre a imágenes y discursos que muestran a personas desesperadas por huir de sus contextos de vida, y utilizar medios y vías que pueden atentar contra su vida y la de sus acompañantes, por tratar de luchar y entrar a un país más o mejor desarrollados (Prieto, 2020, p. 32). Sin embargo, estas imágenes que se muestran de sujetos que se mueven entre territorios y que cruzan las fronteras políticas, establecen otras fronteras simbólicas, las cuales están dadas en función de la configuración simbólica que se le otorga a la subjetividad del migrante.
Esta subjetividad que es escrita desde el contexto contemporáneo de índole económica, política o social, construye sujetos que en su mayoría —alude Prieto (2020)— son “personas oscuras, sin voz, asociadas con la pobreza y las violencias que las expulsan hacia otras fronteras, amenazando casas, puestos de trabajo, cultura, privilegios” (Prieto, 2020, p. 18). En este sentido, es necesario destacar la aseveración que realiza el autor sobre el color de la piel y el lugar desde el que parte del sujeto migrante, ya que estos se convertirán en los detonantes principales de la racialidad y discriminación que permea la forma en la cual, la subjetividad migrante se diferencia y se instaura en un discurso dominante y de superioridad no sólo económica sino también racial.
Esta condición narrativa, que se escribe en y con el cuerpo del migrante que se mueve, es lo que detonará la forma en la cual se entiende la migración, sobre todo, dará la voz de lo que es ser migrante en un contexto determinado. Pensemos en las caravanas de migrantes centroamericanos en su tránsito hasta llegar a México, la forma en la cual una individualidad se convierte en una totalidad, alerta de forma territorial por un cruce masivo que pone al descubierto la radicalización ante un posible descontrol de población en espacios localizados como son las fronteras sur y norte de México.
Sin embargo, y lo que llama la atención de esta forma de subjetividad que se le establece el sujeto en movilidad, es la forma en la cual se demarcan como sujetos a los cuales el sentido de la colonialidad no los ha abandonado. Es decir, son sujetos que, dentro del escenario de producción capitalista, se han convertido, y se les ha hecho ser, mano de obra que puede ser adaptable a cualquier situación y que estará dispuesta a trabajar por tener un mejor desarrollo económico y, por ende social, en comparación del lugar que dejaron.
Descolonizando la subjetividad del migrante
No obstante, y ante esta categorización, es importante destacar que el sujeto migrante en esta construcción narrativa de sujeto es observado desde su legado colonial. Si bien la significación con la cual está dotado está dada, desde la heterogeneidad cultural, no ha estado provista en la especificidad. Es decir, en el marco de las migraciones internacionales —particularmente me enfocaré en este aspecto—, la articulación entre lo global y lo local ha diversificado los territorios, los espacios de vida, los mundos de vida, los espacios de producción y significación de procesos. Pero, en el caso concreto de aquellos que deciden migrar, cada vez más, se ha polarizado la mirada hacia los lugares de origen.
En la producción de sentido espacial que la movilidad migrante posee, los espacios evocados por la mundialización constituyen, particularmente, una reorganización y diversificación de sujetos en movilidad; pero también, en este grado de mundialización, los migrantes —entendidos como individuos espaciales que pueden separar, acercar, cruzar y problematizar las fronteras— permiten dar un nuevo entendimiento a la espacialidad migrante, contrarrestando los discursos que se han creado alrededor de estos grupos que han sido descritos desde la diferencia.
En su trabajo Migración indocumentada y colonialidad: Una aproximación tentativa, Prieto (2015) establece una perspectiva analítica sobre la supervivencia que las características coloniales pueden llegar a tener sobre los sujetos migrantes, es decir, a partir de una mirada postcolonialista, entendida como la pervivencia de la colonialidad, en la cual, la ocupación y explotación directa de los territorios, los pueblos y la gente que en ellos habitan se convierten en los elementos de producción de sentido de las relaciones de desigualdad que se establecen. Los sujetos de la movilidad migrante, su demarcación simbólica y significativa a la luz del posicionamiento postcolonialista, le otorgan al sujeto migrante, una categoría de subalterno.
En el caso particular de las políticas impuestas por los países para evitar la migración indocumentada (como lo fue el caso de Tapachula en México, donde la militarización fronteriza se radicalizó y se dio un seguimiento hacia el avance de las caravanas), demarcó las pautas de la seguridad nacional mexicana, en términos de una acción de contención migratoria. Ante esto, recordemos el despliegue de las fuerzas militarizadas que se establecieron en la frontera en el verano de 2019, en la cual, ante la presión ejercida por el gobierno de Donald Trump, los sujetos migrantes se vieron envueltos en un contexto de vulnerabilidad. Tal como lo documentó The Washington Office on Los Angeles (wola) en agosto de 2019, al destacar en su recorrido por el sur de México, las variaciones de migrantes centroamericanos que intentaban ingresar y cruzar el territorio mexicano, y que, dada la militarización fronteriza, tuvieron que buscar nuevas zonas más remotas para cruzar y, por ende, fueron más expuestos a sufrir ataques del crimen organizado.
Este uso de la fuerza militar para contener la migración tanto de centroamericanos como de propios mexicanos ha hecho que la vulnerabilidad que los sujetos migrantes viven, no sólo en sus recorridos sino en las fronteras, exhiba los riesgos que afrontan, pero también sobrestima el tipo de migrante del que se habla, particularmente en los discursos mediáticos y en muchas ocasiones, civiles.
La presencia que se le da a los sujetos en movilidad, a partir de la construcción narrativa que de ellos se puede elaborar, se diversifica en función del lugar desde el cual se emana la narrativa. Ante este punto, los discursos que ponen a la migración “como un peligro” o “amenaza”, han sido dictados, muchos de ellos, desde una especie de geografías imaginarias; se ha creado desde un etnocentrismo hacia una periferia que desea mantenerse alejada, invisible y al margen del desarrollo. Pero también, esta misma periferia se convierte en el espacio productor de la mano de obra y en el espacio preciso para las empresas transnacionales que fomentarán e incrementarán sus propios crecimientos y desarrollos económicos, volviendo a demarcar la desigualdad socioespacial en esta configuración territorial.
Ante lo anterior, resulta importante destacar el papel que la conformación de las geografías imaginarias, en alusión a Edward Said, y su legado postcolonialista, han demarcado en el transcurso del entender-ser de los sujetos migrantes y particularmente de sus espacios de interacción y producción de sentido. En su obra Orientalismo (2007), Edward Said demarca uno de los posicionamientos teóricos más representativos para entender la descolonización y la desconfiguración del pensamiento creado hacia los espacios otros, aquellos espacios físicos que han sido construidos desde marcadores geográficos diferenciados y que se convierten en puntos de referencia en la producción de la subjetividad migrante. El enclave teórico que propone Said se encuentra en entender cómo, desde la producción del Orientalismo, como dispositivo, como un artefacto de poder-conocimiento (Mendieta, 2006, p. 71), las culturas y los territorios son producidos narrativamente como objetos de conquista y consumo imperiales.
Este sentido, C. Said nos remite hacia la forma en la cual los marcadores geográficos que se han impuesto a los sujetos migrantes, en tanto su lugar de procedencia, han sido los constructos de la forma en la cual se entiende, presenta y significa la subjetividad migrante. Es decir, en la producción del “otro”, la posición jerárquica de construcción de sentido se vuelve presente y se va demarcando una producción imaginaria del sujeto, en este caso, migrante. Ante ello, quiero subrayar la importancia que posee el tiempo y el espacio en este constructo.
En el caso particular de las movilidades migrantes, su diversificación de rutas, los tiempos en sus trayectos, las historias o particularidades que las originan y los cambios que los sujetos llevan consigo, permea en la elaboración que se ha tenido del desarrollo y del entender ¿quiénes son los sujetos que evocan a la migración?, y de forma particular, ¿quiénes son aquellos a los que categóricamente se les acepta como migrantes y a quienes se les rehúye como migrantes?
En la co-copresencia demarcada por la migración, los sujetos en movilidad complejizan y demarcar lo que Ruiz (2002) denomina como “presencia de migrantes sísmica”, es decir, los preceptos de construcción y continuidad de la ciudadanía se ven trastocados y se cuestiona,
¿qué es lo nacional? (qué es lo mexicano, estadounidense), ¿quiénes tienen derecho a la nacionalidad? (quién es mexicano, estadounidense) y ¿qué personas tienen y deben tener derecho y acceso a los recursos? —tanto materiales como simbólicos de la nación—. Su presencia interroga lo que se ha erguido y naturalizado como inherente y “natural” al país; en ese sentido refleja la posición de las poblaciones minoritarias y marginadas al interior de la nación [Ruíz, 2002, p. 5].
y en el trayecto de aquellos que se convierten en países de tránsito o de nuevas rutas por cruzar.
Esta presencia sísmica a la que apunta Ruíz, en tanto forma de detonante de interpretación y de cuestionamiento hacia lo establecido y creado en función de dar validez o no, aquello que es diferente, nos permite aludir a una de las reflexiones más importantes en los Estudios Latinoamericanos o Latinoamericanistas que tenemos hoy en día, y que me permite vincularlo con los sujetos en movilidad migrante, me refiero a la propia escritura al interior de Latinoamérica para saber, en su propio proceso autorreflexivo, quiénes y cómo son los sujetos que retratan al ser latinoamericano.
Enrique Dussel, en su obra Filosofía de la liberación (2013), devela uno de los puntos centrales que se conforman en estas narrativas de entender, quiénes y cómo son los sujetos que construyen su propia Latinoamérica y cómo ésta ha sido constituida por otro, y que en el caso de la migración nos permite develar la forma en la cual hemos sido construidos en función de la mirada de otro, pero que también nuestra propia condición de sujetos circunscritos en la periferia permite decantar en la propia constitución particular y tener nuestro propio locus discursivo. Al respecto, Dussel señala que América Latina fue un momento constitutivo de la Modernidad, fue un mundo construido de forma paralela a la evolución moderna europea y, por ende, sus sujetos se han constituido en espacios imaginativos que han sido construidos sobre una yuxtaposición. En este sentido, deseo retomar el argumento de Herrera (2018) sobre la diferenciación de los términos “colonialismo” y “colonialidad”, para demarcar el abordaje del sistema-mundo en el cual se inserta al sujeto migrante en tanto espacio de jerarquización y construcción de sentido diferenciado. La autora propone, desde el giro decolonial, una diferencia basada, “primero, en entender que el término colonialismo se refiere a la administración de las colonias desde el siglo xv al siglo xi; y segundo, la colonialidad, refiere a la continuidad que las formas coloniales poseen en una jerarquía política y en una cultura racializada” (Herrera, 2018, p. 17).
Desde esta argumentación de Herrera, podemos observar cómo en el caso particular de las migraciones latinoamericanas, como ejemplo, el caso de las migraciones centroamericanas, su constitución —como estado en la periferia— han sido el producto de las asimetrías del mercado y sobre todo, de un pasado colonial que aún trastoca los procesos de vida, las políticas y los campos económicos, en muchos, de dependencia. Estas periferias que proveen de mano de obra a los países creadores de las narrativas de control migrante son los mismos que incentivan la migración, que generan la desigualdad económica y que instauran el orden internacional del deber ser y del entender al sujeto que se construye desde la diferenciación y desde un imaginario desigual.
Las narrativas migrantes que encontramos en la producción de sentido del ser migrante, al que se le provee de una subjetividad, debe estar, hoy en día reconfigurada en función de su conformación territorial, su proceso histórico y su decantar cultural. Hablar hoy en día de una subjetividad migrante, es aludir a una descolonización del pensamiento, es romper los esquemas interpretativos de poder, y observar las particularidades de las subjetividades en movimiento.
Conclusión
En el marco de las sociedades contemporáneas, las movilidades migrantes cuestionan las narrativas espaciales sobre el devenir del sujeto migrante, cuestionan los mecanismos de control fronterizo, los procesos de reconocimiento de la ciudadanía, pero sobre todo, cuestionan los campos simbólicos de identificación que demarcan al sujeto que se mueve, que sale de un lugar, transita unos espacios e intenta llegar a otros. Las movilidades hoy en día cuestiona las distintas maneras en las que los sujetos que están inmersos en ellas son observados, percibidos y, sobre todo, enunciados.
Como un campo de reflexión en los estudios migratorios actuales, debemos establecer un análisis crítico y posicionado en los sujetos en movilidad, debemos indagar en cómo, su subjetividad ha sido y es constituida narrativamente por otro, debemos demarcar una mirada hacia la identidad cómo un proceso que ha sido construida y constituida desde una idea de periferia, a través de la enunciación de otro que está lejano a ella. En el campo de la movilidad migrante, hoy se vuelve fundamental apuntar hacia un proceso reflexivo que libere a los sujetos de sus espacios instaurados en un imaginario colonial.
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