Sin contextos para retornos, sin contextos para tránsitos: Movilidades permanentes - Ariel Mojica Madrigal
Dimensions
Sin contextos para retornos, sin contextos para tránsitos: Movilidades permanentes
Ariel Mojica Madrigal*
DOI: https://doi.org/10.52501/cc.121.06
Resumen
Las últimas dos décadas han sido complicadas para México, en términos de política migratoria. Después de 2008, con la crisis económica en Estados Unidos, se llevaron a cabo de forma importante procesos de deportación como parte de las acciones para hacer frente a la crisis económica; algo similar a lo ocurrido 80 años atrás (Alanís, 2015). En 2010, se dio la crisis migratoria haitiana en Baja California; entre 2012-2015, fueron los desplazamientos de Estados como Michoacán, Guerrero, Chihuahua, producto de las violencias internas. En esos mismos años, se visibiliza la migración infantil en la frontera México-Estados Unidos, y una nueva crisis se destapó: la de niños y niñas con y sin acompañante. Entre 2019-2021, las caravanas desde Centroamérica pusieron a prueba el sistema migratorio mexicano, visibilizaron nuevas formas de movilización en grandes grupos. Entre los años de las caravanas, también se incorporaron de nueva cuenta migrantes haitianos y la entrada de venezolanos, africanos, además de migrantes de Oriente Medio. Han sido años de crisis y de acciones generadas para atenderlas o tratar de hacerlo. Sin embargo, han sido también eventos que han evidenciado la falta de acciones y propuestas estructurales hacía población migrante, sean nacionales o internacionales. Así, el presente capítulo se centra en la migración en tránsito de 2018-2021, en las dificultades encontradas en los contextos de movilidad bajo políticas de permanecer en casa, y donde las violencias inciden en la decisión de migrar.
Palabras clave: Retorno, tránsitos, violencias.
Introducción
Después de la llamada “crisis de retornados” que se dio luego de otra crisis (la económica, en Estados Unidos en 2008), se llevaron a cabo acciones para la inserción de la población deportada desde Estados Unidos a México. Entre estas, se encontraba la creación del Fondo de Apoyo al Migrante de Retorno y su Familia (fam), que consistió en apoyo para vivienda y la implementación de negocios de migrantes y sus familias en los sitios de residencia en México. Pero también se llevaron a cabo acciones para apoyarles en el proceso de repatriación desde la frontera, permitirles llamadas telefónicas (una), alimento (sopa instantánea de bote, burrito o lata de atún), traslado a espacios para dormir (casas de migrantes), apoyo con medicamentos (muy reducidos y controlados), y apoyo económico para su traslado al Estado de origen (aunque en ocasiones los dejaban en centrales de autobuses, lejanas a los sitios de destino).
Sin embargo, lo que he señalado al respecto es que no fue una “crisis” reciente. Alanís ha apuntado lo que fueron las repatriaciones entre 1930-1934, que en términos numéricos son similares a las de posterior es a 2008, en cuanto al porcentaje que representaron respecto al total de la población en México en sus respectivos años (Alanís, 2015).
De manera acertada, Escobar Latapí y Masferrer apuntan a la década de 2000 como la que cambió la migración (2021). Señalan que en esa década incrementó la seguridad en Estados Unidos, pero con tintes antimigratorios. La década 2000 inició con los ataques del 11 de septiembre de 2001 a Estados Unidos, y fue lo que dio argumentos para dirigir la atención a inmigrantes, primero a los de Oriente Medio, y después a inmigrantes en general. Huntington apuntó al nacionalismo que generaron los ataques del 11 de septiembre, y la preocupación a la multiculturalidad que podría representar más un problema que una virtud, en un país con cada vez más inmigrantes sin integrarse a la cultura norteamericana (2004).
Sin embargo, no solamente fueron las políticas a población mexicana y de origen mexicano, en Estados Unidos y en la frontera sur de dicho país, las que se llevaron a cabo durante la década de 2000. Las acciones hacia población mexicana en Estados Unidos también encontraron eco en México. Con las deportaciones, en localidades y municipios de Michoacán, por ejemplo, se llevaron a cabo acciones contra migrantes y sus familias que volvían por deportación (Mojica, 2015). Pero es algo que también ha ocurrido con población procedente de otros países que en los últimos años han transitado y llegado a México. Las instituciones de gobierno han buscado contener las movilidades, y han pasado en ocasiones la responsabilidad a organizaciones de sociedad civil, que con recursos propios han hecho frente a las crisis en las movilidades. Efectivamente, la década de 2000 ha sido una a partir de la cual se ha visualizado una serie de crisis, que lo son por la ausencia de políticas en los países expulsores y por los controles a las movilidades desde el país que pretende ser de destino, Estados Unidos.
Las crisis se registraron de la siguiente manera; 2010 inició con la de los deportados; 2014-2015, la de niñas, niños sin y con acompañante procedentes de Centroamérica, pero también se registraron de México; 2012-2015, los desplazamientos en México, Estados como Michoacán, Guerrero y Chihuahua vieron cómo su población se movilizaba por las violencias; 2016, la presencia de migrantes haitianos en la frontera de Mexicali y Tijuana; entre 2019-2021, las caravanas procedentes de Centroamérica; y, entre 2019-2022, una nueva ola de haitianos y africanos llegaron a México. Pero, la década de 2000 se inició con una serie de políticas que criminalizaban a inmigrantes desde Estados Unidos, y marcó un antes y después en las políticas de seguridad y migratorias en Estados Unidos que incidieron en México.
Así, el presente capítulo busca visibilizar a través de testimonios recabados con migrantes en tránsito entre 2018-2021, lo que ha implicado movilizarse en un contexto de pandemia que apostó a una no movilidad, a permanecer en casa, pero que contrastaba con los incrementos de migrantes que buscan llegar a Estados Unidos, luego de la llegada de Joe Biden a la presidencia de Estados Unidos, en enero de 2021. Sin embargo, queda claro que no todos pudieron permanecer en casa, y la pandemia, tal como señaló De Souza, permitió la cuarentena a unos, mientras que a otros no, siendo estos últimos los que pertenecían a los sectores más vulnerables (2021). Los testimonios han sido recabados en 3 puntos: Jiquilpan y Zamora, Michoacán, donde la migración de centroamericanos, africanos y haitianos se ha hecho presente. Y en Casa Migrante San Agustín, Chihuahua. En total, se recabaron 26 entrevistas a profundidad, centradas en tres ejes: situación socioeconómica en los sitios de origen; conocer cómo han sido los tránsitos y los planes a futuro.
Migrar en tiempos de Covid-19, trayectos desde las caravanas y circularidades en México
La llegada de Andrés Manuel López Obrador a la presidencia de México inició con una importante presencia de migrantes centroamericanos transitando por México con dirección a Estados Unidos, a través de las llamadas caravanas. Fue una movilidad sin precedentes, aunque años atrás, entre 2014-2015, se había registrado movilidad importante de niños y niñas centroamericanos rumbo a Estados Unidos,1 y en los mismos años, la presencia de población haitiana en las ciudades fronterizas de México se hizo presente.2
En el caso de Centroamérica, hay una movilidad que se ha arraigado entre los países de origen y Estados Unidos, y que ha tenido algunos eventos que agudizaron las salidas, como han sido problemas de tipo “natural”, el huracán Mitch en 1998, además de problemas políticos, como el golpe de Estado en Honduras en 2009, ambos eventos afectaron la estabilidad económica de la región centroamericana (Sierra Fonseca, 2019). Pero, además, encontramos la presencia de grupos criminales que inciden también en las movilidades, y entre los motivos de salida se menciona la violencia como causa (Redodem, 2019, p. 29; Conapo BBVA, 2021, p. 59). La Red de Documentación de las Organizaciones Defensoras de Migrantes ha señalado que migrar cada vez más es un acto de sobrevivencia en un contexto cada vez más violento:
la migración se constituye en muchos de estos escenarios como un acto de sobrevivencia, una huida a la debacle de los Estados nacional y sus políticas de desarrollo económico… y el nulo interés por contener y erradicar la violencia, la pobreza y la marginalidad [Redodem, 2015, p. 17].
Desde la antesala a la presidencia, Andrés Manuel López Obrador señaló que se debía permitir el tránsito libre de personas por México. Esto con la primera caravana que enfrentó Enrique Peña Nieto al finalizar su mandato. Entre los últimos meses de 2018, las casas de migrantes, albergues y estaciones migratorias a lo largo del país, quedaron rebasadas por la cantidad de personas que se adentraba por territorio mexicano rumbo a Estados Unidos. Entre los testimonios recabados, la responsable de una casa de migrante de Guanajuato señaló: “no teníamos espacio para atenderles, ni darles espacios para dormir, y eso, a veces nos trajo problemas con los propios migrantes que casi nos tumbaban la puerta para poder entrar, cuando ya no teníamos espacios” (Responsable de casa del Migrante el Buen Samaritano, Salamanca, Guanajuato, enero de 2019).
Ante la demanda de espacios para descansar, las casas migrantes, albergues y otros espacios de organizaciones de sociedad civil y religiosas, tomaron la decisión de cerrar como medida de presión a gobierno y solicitando apoyo para atender a migrantes, pero también, para que les permitieran continuar realizando su trabajo sin intervenir en sus actividades. Algunos centros cerraron puertas entre noviembre 2018 y enero 2019, la mayoría del corredor centro y occidente.
Con las caravanas, la migración centroamericana fue visibilizada, a pesar de ser una movilidad constante por México, y fue tema de discusión en el Foro Social Mundial de las Migraciones de 2018 que se llevó en la Ciudad de México los días 2, 3 y 4 de noviembre. Ocurrió algo similar con las deportaciones posteriores a 2008, donde se visibilizaron las repatriaciones y retornos forzados a México de migrantes provenientes de Estados Unidos, que tampoco era una movilidad nueva, pero sí visibilizada debido a la presión pública al contabilizarles en cantidades importantes, y fueron parte de las políticas durante los siguientes 5 años.
Así, el discurso inicial de Andrés Manuel, en la antesala de la presidencia de México, apuntaba a los derechos de las personas y a la libre movilidad, así como también señalaba la construcción de proyectos para ofrecer empleos a la población migrante, y al tomar la presidencia, lo siguió manejando, pero ya bajo un control fronterizo, y atendiendo a una migración bajo una forma segura, ordenada y regulada, acuerdo dentro del Pacto Mundial sobre Migración (Naciones Unidas, 2018). Sin embargo, más allá de buscar centrar atención en las personas, por ejemplo, optó por centrarse en buscar que la inmigración fuera discutida dentro de la soberanía nacional. Así, el panorama hacia población migrante empezó a cambiar de forma radical en los discursos y prácticas. Se manejó el respeto por la movilidad, pero siempre y cuando se contara con un permiso, bajo el lema de seguridad para migrantes, y, las entradas irregulares con acciones de retención, persecución y deportación para su regularización.
Lo último es lo que resultó más complejo y que complicó aún más el tránsito de migrantes por México, que se conjuntó con el rechazo por parte de sociedad civil hacía migrantes; aunque también es importante señalar que, en voz de algunos migrantes, con los que he tenido contacto desde 2017 a 2021, hay más solidaridad que rechazo por parte del “pueblo mexicano”. Los hechos ocurridos en Tijuana posteriores a las caravanas, los señalaron como aislados, por parte de la población, y reconocen el trabajo que las distintas organizaciones hacen por apoyarles.
Covid-19 Movilidad en tiempos de quedarse en casa
El Covid-19 se propagó aceleradamente por todo el mundo; el virus, al ser transmitido por contacto, incidió en la generación de acciones por parte de algunos gobiernos para cerrar actividades consideradas no esenciales; aquellas en las que se aglutinaban personas, como escuelas, servicios de restaurantes de forma presencial y otras actividades sociales, e inició una política de “mantente en casa”. Lo anterior se da en contextos de movilidades entre México y Centroamérica, y justo se buscó detener las movilidades, pero las de migrantes irregulares y aquellos sin recursos económicos, y se mantuvo la movilidad de aquellos con recursos y documentación, algo como lo que Bauman señaló respecto a la movilidad en Europa de turistas y su contraparte, vagabundos, los sin derechos (2001). Así, la movilidad permitía, y permite, un sistema político-económico que otorga preferencias a ciertos sectores.
De Sousa Santos señaló que la pandemia sólo agravó la crisis social, económica mundial, ya que desde hace varias décadas estamos ante una crisis que se ha vuelto permanente, y lo deja en claro al señalar lo que ha hecho con la política social, que la ha ido desvaneciendo, pero también apuntó al uso político que se ha hecho de la pandemia (2020, p. 19-21, 25-26); lo último ha quedado claro con la cancelación y retraso de los trámites de asilo que migrantes centroamericanos hicieron para Estados Unidos, y la respuesta a través del Protocolo de Protección a Migrantes (mpp por sus siglas en inglés), o Quédate en México implementado desde 2019. Migrantes inscritos en el mpp debían permanecer en México en espera de respuesta a su solicitud, y varios permanecieron en albergues y otros espacios habilitados para su estancia. Sin embargo, esa espera prolongada, empezó a generar estragos en la paciencia, bolsillos y planes.
Sobre el Covid-19, un migrante salvadoreño señaló que a principios de 2020 sabía algo, había escuchado que era una enfermedad en China, pero no en México. Así que no le prestó mucha atención. Sin embargo, a mediados de 2020, al intentar cruzar a Estados Unidos, supo que había un toque de queda, y que había pocos vehículos circulando en carreteras, y era por la “enfermedad del Covid”. De Monterrey salió con cuatros migrantes más y un caminador, que los llevó hasta la orilla del río, les dio la balsa y les dijo que del otro lado les encontraría el “raite” que los llevaría a su destino de Estados Unidos. Cruzaron, y el “raite” no llegó, se comunicaron con él por celular y les comentó que no podía ir, les pidió ubicación y luego les envió una ubicación en la que les esperaría, una nueva. Señaló el migrante que tuvieron que caminar, llegaron al punto y esperaron 6 horas. A las 10 de la mañana llegó el “raite” y los llevaron a McAllen, donde esperaron en una casa de seguridad por una semana. Salieron por cerro, caminaron 3 días hasta llegar a un punto donde los esperaba una camioneta, ahí los subieron con otras personas, señaló que eran aproximadamente 17 personas. Viajaron toda una noche y a la mañana siguiente, los detuvo inmigración y expulsaron a México. Comentó que el cruce es más difícil por el Covid-19, tienen que caminar más por monte para utilizar lo menos posible carreteras, ya que no hay muchos vehículos circulando y hacerlo por carretera les hace más detectables. Sobre su temor al Covid-19, apuntó que no le teme, lo que quiere es trabajar para pagar deudas, eso sí le da temor. No quiere hacer otro viaje, pero dice debe hacerlo para corresponder con el pago a sus familiares y amigos, “subiré una vez más, para pagar y ya descansar de mi corazón”. Lo último en referencia a los peligros que ha enfrentado, como usar el camino “de la droga” por accidente y viajar una noche con el temor de ser interceptado por usar un camino que no debía.
Un salvadoreño de 20 años al momento de la entrevista en 2020, señaló que sabía que Maryland estaba complicado por el Covid, y que no había mucho trabajo, por lo que tomó la decisión de esperar un poco más de tiempo, dijo un año, a que se tranquilizará la situación y por lo pronto esperaba ir a Santa Rosa de Lima, de donde es, ya que allá no se escuchaba del Covid por allá. Un hondureño de 39 años al momento de la entrevista en 2021, señaló que sabía del Covid-19, y por esa razón el camino para llegar a la frontera norte de México fue más complicado, no solamente es para llegar al destino en Estados Unidos, también se complica el camino a la frontera, y eso era por la falta de espacios a los cuales llegar y descansar, como son las casas migrantes.
Para un hondureño de 34 años, al momento de la entrevista en 2021, señaló que, durante su tránsito por México, solamente encontró dos casas de migrantes abiertas, una en Palenque y otra la de Salto de Agua, ambas en Chiapas. Después, todo cerrado, solamente les daban alimento por las puertas, pero sin dejarles pasar a asearse, a descansar, y fue hasta llegar a Chihuahua, donde encontraron una casa abierta. Eso, señaló, les complicaba su “subida”. De tal forma que comentó que junto con otros tres migrantes, un hondureño o dos salvadoreños, se acompañaron buscando apoyarse para poderse cuidar, dormían en la calle, y hacían turnos para cuidarse. Solamente así podían descansar y continuar. Sin embargo, consideró que era mejor salir que permanecer en su país, donde se dieron toques de queda, anunciando que debían permanecer en casa, pero él señaló que eso era imposible cuando tenían que salir a trabajar, a buscar trabajo. De tal forma que migrar en momentos de permanecer en casa, fue la mejor opción para él y su familia. Durante su trayecto a Estados Unidos, ha trabajado como jornalero en el Estado de México, Jalisco, Sinaloa y Sonora, y al momento de la entrevista buscaba trabajo en Chihuahua. Con lo poco que ganaba, enviaba un poco a su familia y con otra parte continuaba su viaje. Y de manera enfática comentó que sabe que Covid-19 es una enfermedad peligrosa, pero al igual que los otros testimonios “nos da más miedo no comer”.
Profesionistas en las caravanas
Desde 2019, una inmigrante hondureña, su pareja e hijo, nacido en México, se encuentran bajo el mpp, saben que su trámite se encuentra en proceso, pero desconoce cuándo podrá tener información sobre el estatus del mismo. Desde que solicitaron asilo a Estados Unidos, han permanecido en la ciudad fronteriza de Mexicali. Viven en unos cuartos que les rentan a migrantes, su esposo encontró trabajo, pero a ella se le ha complicado. Comentó que se desespera de no encontrar trabajo, de no tener una situación “legal”, poder ir a Estados Unidos o tener ya una definición a su estatus en México, por su hijo mexicano. En enero de 2022, conversamos sobre varios asuntos, entre estos, su trámite, y seguían en espera de tener respuesta, comentó que les notificaron que los trámites volvían a su proceso, luego de estar pausados por Covid-19, pero sin saber cómo iba el de ella y su esposo. Comentó que, en junio de 2021, la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (acnur) les contactó para acompañarlos en el proceso, pero, aun así, no tienen claridad del mismo. Quedarse en México, no es lo que quería, y como ella apunta, “no por que México sea malo”, es porque quiere tomar una decisión ya definitiva, quedarse en México, pasar a Estados Unidos o regresar a Honduras, pero ya con una respuesta basada en el trámite de asilo, sea aceptado o rechazado.
Su caso es interesante. Es el de una mujer con grado de estudios de licenciatura que sale apoyando a sus paisanos en la caravana de enero de 2019, debido al activismo adquirido, posterior al golpe de Estado en 2009 que se debió a la falta de oportunidades. Ella obtuvo su título de licenciada en 2007, y desde entonces se mantenía concursando por plazas para la docencia, sin éxito. Eso, comentó, le llevó a una lucha social constante y a adquirir compromiso social, mismo que al ver a sus paisanos salir rumbo a Estados Unidos, decidió acompañar, apoyar, pero también ver la posibilidad de buscar mejores opciones de vida con el grupo.
Durante su trayecto, dice, encontraron apoyo, pero también rechazo. El paisaje natural era bonito, pero no el social. En Guatemala fueron rechazados de las plazas a las que llegaban, les señalaban que estorbaban y les pedían continuar su camino. Sin embargo, señaló que, en una plaza cerca había un mercado, y las personas de ahí les dieron fruta durante los días que permanecieron ahí, era fruta un poco mallugada, pero no en estado de descomposición, pero dejaron de hacerlo por órdenes de autoridades. Entre los grupos, señaló que había mexicanos ayudando a migrantes, apoyándoles desde Guatemala a cruzar a México, orientándoles y señalando los espacios de descanso que estaban por venir en México, a los que podían llegar. Esos “infiltrados” señaló, le parecían raros, pues aparecían y desaparecían, les daban información y se iban, y les encontraban más adelante. Así estuvieron hasta Chiapas, donde les dejaron de ver, y señaló que al parecer se fueron con otro grupo. A ella, le generaban más desconfianza que confianza, más por la actitud de liderazgo que parecían tomar dentro de los grupos. Sobre los liderazgos comentó que de pronto aparecían personas que iban guiando a los grupos, pero no sabían bien quiénes eran, sin embargo, cree que pudieron ser como ella, con un pasado activista y a raíz de esa experiencia tenían la capacidad para trabajar con grupos. Ella, a partir de Guatemala, ante las intenciones de quererles correr de la plaza que ocupaban en un pueblo, empezó a movilizar a las personas cercanas al grupo con que viajaba, les organizó para mantenerse unidos, y más cuando buscaron entrar a México. Su liderazgo fue espontaneo, pero se mantuvo durante gran parte del recorrido por México. Al entrar a México, los grupos empezaron a disminuirse, de ser de aproximadamente 100 personas, a 70-50, y cada vez iban dispersándose más. Estos grupos conformaban las caravanas, un grupo mayor, pero agrupado por cantidades menores dentro del mismo. En los albergues comentó que los buscaban dispersar, les prohibían hacer grupos, platicar en grupos, dijo entender la seguridad que buscaban darles, pero de pronto, era demasiado control que resultaba molesto, y sintió que de pronto se daba una “apropiación de las personas migrantes, entramos con la cabeza en alto y salimos con la cabeza baja, para todo había horarios”. A ella le mandaron llamar durante su estancia en un albergue en la región del sur de México, y le llamaron la atención por conversar con otros migrantes, organizarse estaba prohibido, señaló.
A Mexicali arribaron, y algunos, como su esposo, pudieron inscribirse en el mpp y otros optaron por no hacerlo. De ahí, ha estado a la espera de la resolución, ahora con hijo, y con su pareja, a la que conoció durante el trayecto. Ella comentó que la falta de oportunidades fue lo que la orilló a salir, y más cuando tiene capacidad para poder aportar a su país, como docente, pero sin oportunidades.
Como el caso señalado, en 2017 participé en la impartición de un Diplomado en la ciudad de Tegucigalpa, Honduras, y fue un módulo dirigido a trabajar en contextos de movilidad, y quienes lo tomaron fueron integrantes de organizaciones de sociedad civil. En 2020, me contacto una de las estudiantes de ese diplomado, me comentó de su experiencia en la caravana, junto con otra participante del diplomado, y me comentó que iban varios conocidos de ella de la universidad. Habían terminado carrera, y se ponían en marcha en las caravanas para buscar llegar a Estados Unidos de forma “segura” y reunirse con parientes. Las caravanas fueron también un vehículo para la reunificación familiar, y en el que se enrolaron personas con licenciaturas finalizadas, pero sin empleos.
“Subir al Yusa es una necesidad”: Huir para vivir y enfrentar violencias en el tránsito
Hay migrantes que señalan de manera directa huir de su país por las violencias, principalmente, la persecución de pandillas ante la negativa a incorporarse a éstas y de pagar para seguir trabajando.
Sobre el último punto, un salvadoreño de 35 años señaló que él tuvo que salir de su país por la violencia en su barrio. Su padre tenía un negocio de camiones en el mercado de abastos, La Tiendona. Un día llegaron y le señalaron que, a partir de ese momento, debía darles semanalmente un porcentaje de las ganancias. Con lo anterior, comentó que se vieron reducidas las ganancias. Además, señaló que a él empezaron a buscarlo para integrarle a la pandilla, pese a su edad, pero le decían debía apoyarles integrándose. Así, tuvo que salir en 2018, pero su padre continuó trabajando al no encontrar más opciones. Su finalidad era llegar a Estados Unidos, pero ese sueño quedó truncado por un accidente que tuvo en el que perdió una pierna, motivo por el cual sigue en México, y piensa permanecer en el país por el apoyo de organismos de una sociedad civil que le ha apoyado con la prótesis y otras necesidades. En 2020 seguía en espera de “actualizar” sus documentos para poder continuar en México que, como comentó, “es un país perfecto para vivir en comparación con mi país”.
Un hondureño de 39 años señaló que salió de su país debido a que buscaba mejores oportunidades para su familia, en especial para sus hijos, quienes están chicos, y son buscados desde edades tempranas para incorporarse a las pandillas. De tal forma que busca ofrecer a su familia la oportunidad de cambiarse de domicilio y estudios a sus hijos. Dice que así es como podrían tener oportunidades en la vida. Comentó que en su comunidad “los maras nomás andan viendo si lo pueden reclutar, pero como uno no quiere, ya camina con peligro”. De tal forma que el pertenecer a una pandilla, señaló, es casi obligado o podrían pagarlo caro, con la vida.
Para un hondureño de 46 años, su salida se debió al asesinato de su hermano menor por parte de las pandillas y la denuncia que presentó. Su hermano fue buscado de forma constante por las pandillas para incorporarlo, pero ante la negativa, lo asesinaron. Así que luego de levantar la denuncia, empezó a ser perseguido, por lo que salió para no volver; comenta que no puede volver, de tal forma que su único camino es Estados Unidos o mantenerse en México como lo ha hecho, en una circularidad constante. Por otro lado, un salvadoreño de 35 años señaló que no puede volver a su país, y eso se debe a que tomó venganza por el asesinato de su hermano por parte de las pandillas. Logró asesinar a dos pandilleros y tuvo que huir. Lo deportaron en 2020, pero tuvo que volver de forma inmediata a México para mantenerse a salvo. Así, su retorno ha quedado fuera de su país de origen y se da a donde pueda mantenerse como lo demuestra su testimonio.
De manera similar, un salvadoreño de 26 años, originario de Rosario de Mora, señaló que su comunidad es “bonita, hermosa, con casas antiguas, pero para vivir ¡no se lo recomiendo ni a mi peor enemigo!”. Detalló lo complicado que es permanecer en su comunidad, “hay bastante actividad, mucho trabajo, mucha fuente de ingresos. La cuestión es que, si recibes 150 dólares a la quincena, 100 son para la mafia, y 50 para ti, y así, así no se puede vivir”.
Para concluir
Además de la pandemia por Covid-19, migrantes de Zamora y Sahuayo apuntaron a que utilizan esa ruta, desde Guerrero hasta Sonora, por los Estados de Michoacán, Jalisco, Colima, Nayarit, Sinaloa y subir por Chihuahua, ante la inseguridad que enfrentan en México, y ante la falta de “clave” para mantener un cruce por la ruta del Golfo. Sin la clave, su tránsito podría ser interrumpido por grupos criminales, ya que es el “pase” que les da seguridad, y consiste en una clave numérica, que les dan al momento de contratar el servicio de pollero, número que les piden guardar e ir mostrando cuando se les solicite. Algunos migrantes señalaron que incluso la han presentado a autoridades de migración.
Lo señalado es otro factor que enfrentan migrantes en su tránsito por México, las constantes extorciones y violencias a que son expuestos por su invisibilidad en cuanto a derechos que les otorga o quita el Estado. Además de los motivos señalados por los que salen de sus países, las violencias que les persiguen y enfrentan en los sitios de origen, la invisibilidad a que son sometidos por gobiernos y el rechazo, enfrentan otro panorama: Covid-19.
En un estudio realizado en 2020, por la Organización Internacional para las Migraciones con informantes de México y Centroamérica, se encontró que el 47% de encuestados señalaron haber pospuesto su viaje por la pandemia; 10% lo cancelaron por la pandemia, mientras que el 43% dijeron haber cambiado de opinión, pero por motivos ajenos a la pandemia. El resultado es importante, ya que el 57% modificaron proyecto migratorio por Covid-19 (oim, 2020, p. 15).
Sin embargo, esa información resulta importante, pero también puede contrastarse con la que ofrecen migrantes en tránsito. En el caso de las entrevistas realizadas, sólo tres entrevistados señalaron, de manera directa, tener intención de volver al país de origen en espera a que la pandemia pase o se “calme” y volver a intentar “subir” el año entrante, pues para dos mujeres que viajaba con sus hijos, sus maridos e hijos se encontraban en Estados Unidos, y ellos les apoyaron para que volvieran y buscaran regresar el año entrante, 2022; mientras que un migrante salvadoreño esperaría y luego volvería a intentar el viaje, debido a que ya había adquirido una deuda con su primo que le había prestado para “subir”.
Así, pese a detener el interés por “subir”, es momentáneo y no definitivo, y contrasta con lo señalado por migrantes que no pueden volver a sus sitios de origen y permanecen en la movilidad o, como lo señaló Hess para migrantes en Grecia que, ante la imposibilidad de continuar su viaje, quedaban atrapados en la movilidad, sin poder ir atrás, ni continuar (2010). Mientras que el resto, buscan permanecer en México donde, dicen, la gente les apoya, pero, además, pueden trabajar en el campo o “charolear” en lo que cruzan a Estados Unidos. Es importante señalar que 9 de los entrevistados, tuvieron problemas directos con “las maras” y no pueden volver a su país; mientras que otros 7 señalaron que no hay condiciones para permanecer. De tal forma que, efectivamente, puede que Covid-19 haya detenido el intento de cruzar a Estados Unidos, pero también, como señalaron, “el virus no entiende de hambre” y “las pandillas andan más atentas a uno ahora”. De tal forma que permanecer no es opción, y migrar, aunque representa un riesgo, es preferible que quedarse “encerrados” por la pandemia y vigilados por las pandillas.
El Covid-19 en sus países les ha afectado no sólo por la pérdida de empleos, señaló un migrante hondureño, quien dice por ejemplo, que las medidas tomadas por el gobierno de su país les afecta, y señala que él perdió su empleo durante la pandemia, y solamente pueden salir a la calle de acuerdo al número de su identificación, no pueden andar todos los días en la calle, y le correspondería salir un día a la semana a hacer compras y otras actividades. Pero cuando le tocó salir, no tenía dinero para las compras, además, ante la falta de empleos, buscar trabajo en lo que sea resulta complicado por las medidas tomadas por su gobierno por Covid-19. De tal forma que, ante esos mecanismos contra el coronavirus, y la falta de empleos, migrar se vuelve la opción más viable, pese a que en México también hay ciertos protocolos; dice que en el campo el trabajo sigue y puede encontrar empleo, aunque el estar en constante movilidad le resulta complicado para poder enviar dinero a su familia, pero puede hacerles llegar “algo”. Señaló un migrante hondureño de 34 años que viaja con su esposa y tres hijas, pese a que el dólar está igual, el peso frente al dólar y el lempira frente al dólar, la diferencia entre México y Honduras es que en México se puede acceder más fácil a alimento, “allá no compras por 2, 3 pesos, aquí compras un bistecito por 10 pesos, allá unos palazos te ponen por pedirlo así”, en Honduras venden la carne por libra, y tiene un costo de entre 50-80 lempiras, no se vende por menos.
De manera que el panorama para migrantes en tránsito se torna complicado, con un escenario ya complejo, pero con el Covid-19 el escenario se complicó aún más.
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