Capítulo 4. Axiología o teoría de los valores

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Marina del Pilar Olmeda García


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Capítulo 4. Axiología o teoría de los valores

4.1. Definición de valor

Aunque el término valor se encuentra en el lenguaje desde hace ya siglos, es hasta el siglo xix cuando su significado recibe un carácter específico en el campo de la ética, a partir de la aparición de la axiología o ciencia de los valores.

Intentar una definición del término valor es un problema difícil, el significado de este concepto tiene acepciones diferentes para los filósofos. La axiología ha desarrollado diversas corrientes teóricas que han investigado el significado de valor y su naturaleza. El término, conforme al Diccionario de la Lengua Española (2000):

[…] procede del latín valor –oris, grado de utilidad o aptitud de las cosas, para satisfacer las necesidades o proporcionar bienestar o deleite. Cualidad del ánimo, que mueve a acometer resueltamente grandes empresas y a arrastrar los peligros. Filosóficamente, cualidad que poseen algunas realidades, llamadas bienes, por lo cual son estimables (p. 724).

La definición de valor que aporta Nicolás Abbagnano (1989)

[…] proviene del latín aestimabile; en inglés: value; en francés: valeur; en alemán: wert; en italiano: valore. En general, todo objeto de preferencia o de elección. Desde la Antigüedad la palabra ha sido usada para indicar la utilidad o el precio de los bienes materiales y la dignidad o el mérito de las personas (p. 425).

Desde la perspectiva ética no ha sido fácil llegar a una definición de este concepto; para Raths et al. (1998) “es difícil encontrar una definición clara y aceptable por todas las disciplinas, pues cada una lo define de una manera diferente y por ello no hay una definición clara” (p. 33). En el mismo sentido, Pereira (1987) expone:

Definir la palabra valor resulta difícil [...] casi imposible [...] la falta de claridad en la determinación de los valores y actitudes que deben promoverse son, en la mayoría de los casos, la causa del desconcierto, desorientación e inconsistencia de la educación propuesta por las instituciones educativas (p. 64).

Algunos filósofos que realizaron investigación sobre los valores los caracterizan sin dar una definición del término. El destacado filósofo Inmanuel Kant se encuentra en este caso al omitir la definición del concepto en su obra Fundamentos para una metafísica de las costumbres, en la cual caracteriza los valores absolutos, valores relativos, valores propios, valores morales, valores íntimos, entre otros, sin definir el concepto (citado en Ortega y Gasset, 1978, p. 324).

Entre los conceptos que nos acercan con mayor claridad a una definición de valor se encuentran los de Lotzse y Hartmann, como entidades absolutas independientes del hombre; Scheler, como cualidad; Frondizi, como relación entre el sujeto y el objeto; Escames, como ideas arraigadas; Schwartz, como meta deseable; y Rokeach, como creencias perdurables.

Los conceptos descritos fueron desarrollados por los autores en las siguientes definiciones. Lotzse (citado por Hartmann, 1979) sostiene que “los valores constituyen una región de objetos completamente diferentes a los que había establecido la ontología tradicional, los valores no son, sino que valen”.

Por su parte, para Hartmann (1979) “los valores son entidades que existen idealmente, como objetos supraempíricos, intemporales, inmutables y absolutos, son independientes del hombre, una esfera ética ideal efectivamente existente y aprehensible en el fenómeno del sentimiento axiológico” (p. 179).

Max Scheler (1942), uno de los representantes destacados de la axiología, al hacer una crítica al formalismo kantiano, expone:

Existen tipos de comportamiento humano, e independientemente de la intención del sujeto, merecen una calificación positiva o negativa […] la esencia del valor está en la preferibilidad de un objeto, como cualidad que logra atraer la atención y la inclinación de las personas que lo perciben, como una especie de imán o atractivo especial que poseen algunos entes, gracias al cual una persona prefiere ese objeto (p. 23).

Para Frondizi (2001), “el valor surge de una relación entre el sujeto y el objeto y ésta relación produce una estructura empírica, humana y concreta” (p. 64). A esta teoría de Frondizi se le identifica en un punto ecléctico entre las teorías objetivista y subjetivista.

Desde otro punto de vista se encuentran dos enfoques, el enfoque realista y el fenomenológico. Para la perspectiva realista los valores son en sí mismos, y algunos pensadores afirman que son cualidades. El término valor para la metafísica realista implica la analogía del mismo. El valor es primordialmente la realidad y en función de ella se atribuye a las metas por realizar. Por su parte, para la axiología fenomenológica el valor es una propiedad del ser; desde esta perspectiva se afirma que ser y valor se identifican realmente y son coexternos; así, todo lo que es, por el hecho de ser, vale, y todo lo que vale, es. Esta identificación entre el ser y el valor es la fundamentación de los valores conforme a la axiología fenomenológica. En este sentido, el valor es paradigma modelo de la conducta: la ética ordena que el acto humano se adecue a un modelo en el cual se realice la plenitud del ser moral.

Según el doctor Juan Escames (1994), “los valores son ideas o creencias fuertemente arraigadas, a partir de experiencias significativas, relacionadas con el bien hacer” (p. 14); esta definición es aceptada por un buen número de académicos de Iberoamérica. Por su parte, Shalom Schwartz (1994) define valor como “metatransituacional deseable, variable en importancia, que sirve como guía o principio en la vida de una persona u otra entidad social” (p. 27). Para concluir el listado de definiciones doctrinales, Milton Rokeach (1973) proporciona la definición de valor como la “creencia perdurable de que un modo específico de conducta o estado final de existencia es personal o socialmente preferible a un modo de conducta o estado final de existencia opuesto o contrario” (p. 163).

De las definiciones expuestas, por su diversidad se puede afirmar que no hay un acuerdo pleno para la mejor comprensión de este tópico tan importante para la humanidad. Arturo Cardona Sánchez (2000) afirma en este sentido que “el hombre prácticamente ha llegado al tercer milenio sin siquiera estar de acuerdo con una definición de lo que debe entenderse por valor en un sentido ético y humanista” (p. 43).

A partir del siglo xix la filosofía destacó con especial énfasis el concepto de valor, encontrándose que no hay un acuerdo unánime acerca de lo que se entiende por este término. Ciertamente, los filósofos proponen sus definiciones, con la dificultad de que se parte de diferentes concepciones. Sin embargo, podemos resumir que la esencia de los valores es su valer como guía orientadora de la conducta humana hacia lo que sea bueno para el hombre. Este valor no depende de apreciaciones subjetivas individuales: los valores existen situados fuera del tiempo y el espacio. Se enuncian como principales: el amor, la justicia, la paz, la generosidad, la honradez y la prudencia, entre otros.

4.2. Los valores como objeto de conocimiento

La axiología es la disciplina que tiene por objeto el estudio de los valores. Esta disciplina se ha enfrentado a grandes obstáculos en su investigación sobre los valores, entre los que se encuentran: la ambigüedad y generalidad con que se ha aplicado el concepto de valor, los prejuicios y dudas sobre la posibilidad de su investigación, las dificultades para cuantificar y medir el fenómeno, la falta de tradición investigativa sobre el tema, así como un inicio tardío en la investigación formal.

Según Cardona Sánchez (2000):

[…] durante mucho tiempo se pensó que el estudio de los valores pertenecía al terreno de las ciencias formales, dado que, conforme a esta manera de pensar, la naturaleza de los valores estaba más relacionada con las “esencias” de las cosas, así como con lo intangible de la naturaleza humana y por ello era inaccesible para el método científico (p. 80).

Como disciplina fundamental de la filosofía, la axiología tiene ante sí seis problemas capitales: el problema de la esencia del valor: ¿qué son los valores en general?; el problema del conocimiento de los valores: ¿cómo se conocen los valores?; el problema de la clasificación de los valores: ¿cuántas clases de valores hay?; el problema de la valoración: ¿en qué radica la positividad y en qué la negatividad de un valor?; el problema de la jerarquía de los valores: ¿qué valores valen más?; y, finalmente, el problema de la realización de los valores: ¿qué relaciones internas existen entre los valores y los bienes?

Los campos en los cuales la axiología ha logrado sus mejores conquistas son los de la ética y la estética. Respecto de la ética, cuyo objeto es el bien o la bondad, se procura sustituir este último término por la idea de valor, es decir, la ciencia de los valores morales.

El estudio del valor como problema filosófico comenzó a interesar a los investigadores a partir de la segunda mitad del siglo xix. Los primeros trabajos sistemáticos sobre los valores se realizaron en Alemania a finales del siglo xix. Uno de los más antiguos de estos trabajos es el de Windelband, publicado en 1884. Poco después vieron luz las investigaciones de Ehrenfels y Meinong. La obra fundamental sobre la materia apareció en el siglo xx, un año antes de estallar la primera Guerra Mundial: Ética, de Max Scheler. A esta obra siguieron los libros de Lessing, Müller Freienfels, Stern y Johanes Erich Hiede. En 1926 fue publicada la Ética de Nicolai Hartmann. Para el maestro Eduardo García Máynes (1982) la obra de Hartmann es “el mejor tratado sobre cuestiones axiológicas escrito en este siglo” (p. 205).

Los valores constituyen un tema nuevo en la filosofía; se encuentra que la axiología como disciplina que los estudia ensaya sus primeros pasos en la segunda mitad del siglo xix. Es cierto que algunos valores fueron la inspiración de profundas páginas de los filósofos, de Platón en adelante, y que la belleza, la justicia, el bien y la santidad, han sido temas de preocupación de los pensadores en todas las épocas.

Los intentos de la axiología se dirigían, sin excepción, al entendimiento de los valores aislados y en particular al bien y el mal. El estudio de estos valores aislados adquiere hoy nueva significación al advertirse el hilo sutil que los une y la proyección de luz sobre cada uno de estos sectores que arroja toda investigación de conjunto sobre la naturaleza propia del valor. De ahí que la ética —de vieja estirpe filosófica— haya dado, en los últimos años, un gran paso adelante al afinarse la capacidad de examen de los valores.

No se puede menospreciar el descubrimiento de una nueva provincia del mundo. Si la filosofía tiende, por su propia esencia, a dar una explicación de la totalidad de lo existente, cualquier hallazgo que ensanche nuestra visión será un verdadero descubrimiento filosófico. Tanto o más importante que una nueva explicación del mundo, es el descubrimiento de una zona antes no explorada, pues mal podrá satisfacernos un esquema interpretativo si ha dejado fuera, por ignorarla, una región completa de la realidad. ¿A quién viene a agregarse esta nueva zona?, ¿qué regiones habían sido ya exploradas cuando se descubren los valores?

Desde sus inicios, la filosofía pretendió dar una visión abarcadora de la totalidad del mundo, pero al hacerlo confundió la totalidad con uno de sus aspectos. La filosofía occidental comenzó hace 26 siglos con una preocupación sobre el ser del mundo exterior. Cuando los jónicos, en el siglo vi a. C., se preguntaban cuál es el principio, o arché, de la realidad, entendían por realidad la naturaleza, el mundo exterior. De ahí que hayan escogido como respuesta sustancias materiales, llámense agua, apeiron o aire. El mundo exterior es, pues, el primer tema de investigación filosófica y las “cosas”, en el sentido habitual del término, la primera forma de realidad. Pero un pueblo de la capacidad racional del griego —se ha dicho más de una vez, exageradamente, que el griego “descubre” la razón— no podía conformarse con la contemplación del mundo físico, y pronto advierte que junto a ese mundo existe otro, de tanto mayor significación que el anterior, un mundo ideal, digámoslo así. Es el mundo de las ciencias, los conceptos, las relaciones, esto es, de lo que hoy se denomina objetos ideales. Los filósofos pitagóricos, Sócrates y Platón, son los descubridores de este mundo de las esencias.

A la realidad física y a los objetos ideales se agregó más tarde el mundo psíquico-espiritual. Además de piedras, animales, ríos y montañas, y de números, conceptos y relaciones, existen nuestras propias vivencias: nuestro dolor y nuestra alegría, nuestra esperanza y nuestra preocupación, mi percepción y mi recuerdo. Esta realidad es innegable; aunque estaba tan cerca del hombre, éste tardó mucho tiempo en darse cuenta de ella. Como el ojo que ve las cosas exteriores y sólo años después se descubre a sí mismo —según la analogía de Locke—, el espíritu se volcó primero hacia afuera y después, una vez maduro, se replegó sobre sí mismo.

Cuando se descubre una zona nueva se producen, por lo general, dos movimientos opuestos. Uno, al que ya aludimos, y que encabezan los más entusiastas del hallazgo, plantea el análisis desde una nueva perspectiva e intenta reducir la realidad anterior a esta nueva. En oposición a este movimiento, se origina otro que pretende reducir lo nuevo a lo viejo. Así, mientras unos sostienen que toda la filosofía no es más que axiología, otros se empeñan en que los valores no constituyen ninguna novedad, que se ha descubierto un hombre nuevo para designar viejos modos del ser.

Según la corriente psicologista, tres eran los grandes sectores de la realidad: las cosas, las esencias y los estados psicológicos. Se intentó, en primer término, reducir los valores a los estados psicológicos; el valor, para estos filósofos, se reduce a meras vivencias.

En abierta oposición con esta interpretación psicologista se constituyó una doctrina que adquirió pronto gran significación y prestigio, y que terminó por sostener, con Nicolai Hartmann, que los valores son esencias, conforme a las ideas platónicas.

Para evitar confusiones se debe distinguir entre los valores y los bienes. Los bienes equivalen a las cosas valiosas, esto es, a las cosas más el valor que se les ha incorporado. Así, un trozo de mármol es una mera cosa; la mano del escultor le agrega belleza al “quitarle todo lo que le sobra”, y el mármol-cosa se transforma en una estatua, en un bien; la estatua continúa conservando todas las características del mármol común, su peso, su constitución química, su dureza; se le ha agregado algo, sin embargo, que lo ha convertido en estatua: este agregado es el valor estético. Los valores desde el punto de vista filosófico no son, por consiguiente, ni cosas ni vivencias ni esencias: son valores.

4.3. Naturaleza de los valores

En este apartado se intenta explicar la naturaleza de los valores éticos, sus características, así como sus diferencias con otras clases de valores y con otros conceptos.

4.3.1. Objetividad de los valores

El análisis de los problemas axiológicos tiene su centro de discusión en la existencia por sí misma de los valores; es decir, si el valor que se les atribuye está o no está en ellos. Las dos posiciones igualmente fuertes desarrolladas sobre el tema son la teoría subjetivista y la teoría objetivista.

La primera teoría del subjetivismo axiológico fue expuesta por Alexius Meinong en su obra Investigaciones psicológicas y éticas sobre la teoría de los valores (1854); en ella, el autor explica que “una cosa tiene valor positivo cuando nos place y en la medida en que nos place; valor negativo, cuando nos desagrada y en la medida en que nos desagrada” (citado en García Máynez, 1997, p. 240). Conforme a esta teoría, la valoración positiva o negativa de un objeto no se encuentra en él, sino en nuestra sensibilidad y, por lo tanto, los valores morales no tienen objetividad, es decir, no tienen valor por sí mismos, sino que su valor es subjetivo porque depende del sujeto que lo interioriza y que orienta su conducta conforme a ese valor.

Otro teórico de la teoría subjetivista es Christian von Ehrenfels (1859-1932), filósofo austriaco que desarrolló estudios de psicología y moral, perteneciente a la escuela fenomenológica y uno de los máximos representantes de la psicología gestalt. En su obra Conceptos fundamentales de ética, publicada en 1907, este autor explica que un objeto es valioso cuando lo deseamos y que lo único real que hay en su valor es el hecho de desearlo. Esta teoría, sostiene el maestro García Máynez (1997),

plantea un problema análogo que suscita la teoría de Meinong, pues en todo caso […] ¿son nuestras reacciones estimativas simple creación de nuestra subjetividad, o hay en el objeto positiva o negativamente valorado un valor o un disvalor condicionante de tales reacciones? (pp. 420-421).

Debe considerarse, también, que la palabra objeto a que hacen referencia las teorías positivistas, no puede referirse solamente a cosas, sino que debe comprender todo aquello susceptible de una cualidad, es decir, de ser estimado, como sentimientos, actos, intensiones, manifestaciones, entre otros. Sin embargo, para los teóricos subjetivistas, el valer de los valores o sus cualidades, dicho en otros términos, no depende de ellos mismos, sino exclusivamente de las valoraciones del sujeto de algo que está en nosotros, no en lo valorado.

En la corriente subjetivista se encuentran diferencias, la teoría de Meinong y de Ehrenfels se identifica como subjetivismo axiológico individualista porque sostiene que los juicios de valor son determinaciones individuales del sujeto que actúa, decide o guía su conducta conforme a determinados valores a los que él está asignando una ponderación. Para el maestro García Máynez (1997) el subjetivismo puede asumir también un carácter axiológico social el cual consiste en sostener que “es valioso lo socialmente valioso o en otras palabras lo que cada sociedad considera como tal” (p. 422). Ciertamente, para algunos actores hay valoraciones socialmente dominantes que se dan entre los miembros de un determinado grupo cuyos juicios tienen una aceptación por los componentes de una sociedad. El hecho de que un valor sea socialmente dominante no demuestra su objetividad, esto es sólo prueba de una aceptación más generalizada, sólo se trata de un grupo de juicios individuales coincidentes.

En oposición a la doctrina subjetivista se encuentra la doctrina objetivista, representada por dos máximos exponentes de la teoría de los valores: Max Scheler (1874-1928), filósofo alemán que dio a la humanidad fuertes aportaciones para el desarrollo de la ética, la antropología filosófica y la filosofía de la religión, y Nicolai Hartmann (1882-1950), filósofo alemán considerado como uno de los más grandes exponentes de la teoría de los valores a partir de sus trabajos sobre historia de la filosofía, la ética y la estética. De acuerdo con estos teóricos, los valores existen en sí mismos y por sí, independientemente de todo acto de estimación o conocimiento. Estos autores no niegan la relación entre el sujeto que valora y el objeto valorado, pero el valor no sólo está en función de esta relación; es decir, la fuerza cualitativa de los valores no está en función de la determinación del sujeto, sino del valor en sí mismo que tiene su propia existencia.

En su obra Ética (1926), Nicolai Hartmann caracteriza los valores morales como:

a) Esencias, su conocimiento es apriorístico y aparece ante el sujeto de la valoración como absoluto; b) Existen en sí y por sí, esto es, independientemente de las estimaciones humanas, su validez es objetiva y pertenecen al orden del ser ideal; c) Ostentan, además, el carácter de principios: como tales, no dependen de que se realicen o no aun cuando no sean indiferentes respecto de su realidad o irrealidad (p. 109).

Conforme a la teoría objetivista, los valores tienen existencia en sí mismos, son esencias que no dependen del sujeto que los valora, tampoco son formas sin contenido. Las doctrinas de Scheler y Hartmann son coincidentes al afirmar que los valores, aunque sean objeto de un conocimiento apriorístico y aun cuando tengan una estimación subjetiva y arbitraria, conservan su validez. Para atribuir a la realidad ética un ser en sí, esta teoría explica que el valor en sí mismo de la ética es aplicable a todo actuar, conducta, determinaciones y juicios del ser humano; que en este mismo concepto queda incluido todo lo que en orden real posea una significación para el moralista.

Para concluir este apartado se puede afirmar que la objetividad de los valores se sustenta en que los valores son y valen por sí y en sí, independientemente del sujeto que se concreta a captarlos o no. Todo bien auténtico es valioso, aun cuando no se le estime como tal. No es el individuo quien determina el valor de los bienes; la cosa vale para la persona aunque ésta no la conozca o, conociéndola, no la estime. Los valores valen por su propia virtud; se imponen al hombre y el hombre tiene que someterse a ellos. El objetivismo pone de manifiesto la importancia de establecer una diferencia entre la valoración y el valor. Confundir la valoración con el valor es igual a confundir la percepción con el objeto percibido. La percepción no crea el objeto; simplemente lo capta.

En otras palabras, las cosas no valen porque nos sean agradables, deseables o útiles; al contrario, nos son todo eso precisamente porque valen. Los valores exigen un sustrato material, sensible, que separado de la persona carece de sentido. Asimismo, debe destacarse el ámbito social de los valores, toda vez que éstos existen para una persona, entendida esta persona no en un sentido puramente individual, sino como ser social.

Los valores, aunque expresándose en las cosas, no son en primer lugar estructuras o propiedades de las cosas, esto es, inherentes a ellas, independientemente de cómo el hombre en el curso de su realización como tal los percibe. Los valores existen porque con ellos el hombre está en disposición de darle significado a su propia existencia. El centro o el lugar de los valores es el hombre concreto que existe con los demás en el mundo para realizar su propia existencia. Las cosas adquieren valor en la medida en que se insertan en ese proceso de humanización del hombre.

Finalmente, se considera que ni el objetivismo ni el subjetivismo logran explicar satisfactoriamente la naturaleza de los valores. Estos no se reducen a las vivencias de la persona que valora, ni existen en sí, como un mundo de objetos independientes cuyo valor se determine exclusivamente por sus propiedades naturales objetivas. Es la persona, como ser histórico-social y con su actividad práctica, la que crea los valores y los bienes en que se encarnan, y al margen de los cuales sólo existen como proyectos u objetos ideales. Las cosas no creadas por el hombre (los seres naturales) sólo adquieren un valor al entrar en una relación peculiar con él, al integrarse en su mundo como cosas humanas o humanizadas. Sus propiedades naturales, objetivas, sólo se vuelven valiosas cuando sirven a fines o necesidades de los hombres, y cuando adquieren, por tanto, el modo de ser peculiar de un objeto natural humano.

Así, los valores poseen una objetividad particular que se distingue de la objetividad meramente natural o física de los objetos, que existen o pueden existir al margen del hombre, con anterioridad, o al margen de la sociedad. La objetividad de los valores no es ni la de las ideas platónicas (seres ideales) ni la de los objetos físicos (seres reales, sensibles). Es una objetividad particular, humana, social, que no puede reducirse al acto psíquico de una persona individual, ni tampoco a las propiedades naturales de un objeto real.

La objetividad de los valores trasciende el marco de una persona o de un grupo social determinado, pero no rebasa el ámbito del hombre como ser histórico-social. Los valores, en síntesis, no existen en sí y por sí, al margen de los objetos reales cuyas propiedades objetivas se dan como propiedades valiosas, humanas, sociales, ni tampoco al margen de la relación con una persona; existen tanto objetivamente como con una objetividad social. Los valores, por lo tanto, únicamente se dan en el mundo social, es decir, por y para el ser humano.

4.3.2. Bondad de los valores

Los valores éticos tienen como finalidad la realización del bien; orientan el actuar humano en forma responsable hacia lo bueno, lo correcto, lo que represente un bienestar en lo familiar, en lo comunitario, en lo social y en lo personal.

Cuando se revisa la doctrina ética, encontramos que los filósofos coinciden en afirmar que los valores siempre tenderán hacia la realización de acciones que proporcionan bienestar humano. A manera de ejemplo, se encuentra que en la época de la filosofía griega se afirmaba que las acciones buenas eran aquellas relacionadas con el cumplimiento de las leyes naturales, ya que sólo ello podía conducir a la felicidad. La ética deontológica, representada principalmente por el filósofo Kant, por lo que también se le conoce a esta concepción como “ética del deber”, afirma que la conducta moral se rige por la razón, procurando con ello promover a hombres autónomos y autogestores de sí mismos. Asimismo, en la ética dialógica, cuyo principal representante es Habermas, se afirma que aunque es correcto basar las conductas éticas en razonamientos personales, con lo que en principio se adopta el pensamiento kantiano, es mejor aún apoyarse en acuerdos sociales a partir del diálogo; o sea, si un razonamiento referido a una conducta ética es válido para una persona, deberá serlo también para los demás porque lo que es bueno para uno es bueno para todos.

4.3.3. Los valores como guía

Los valores son ideas, creencias, principios interiorizados y convicciones. Milton Rokeach (1979) afirma que “existen por lo menos cuatro categorías de creencias: existenciales, evaluativas, causales y prescriptivas y que los valores que pertenecen a la cuarta categoría son de tipo prescriptivo” (p. 93).

Por su carácter prescriptivo, los valores ejercen una influencia muy importante en nuestras acciones, nos sirven de guía. Juan Escames (1973) afirma en este sentido que “una de las funciones más importantes de los valores es servir de patrones para guiar la vida de los hombres, así como regular su comportamiento” (p. 46).

Asimismo, el carácter de guía de los valores radica en que constituyen un parámetro porque actúan como marco de referencia para evaluar la conducta propia y la de los demás.

4.3.4. Polaridad de los valores

Se afirma que los valores “se mueven dentro de dos polos: positivo-negativo o valor-antivalor” (Cajamarca, 1994, p. 12). Los elementos que se encuentran en el polo positivo se denominan “valores” y los que se ubican en el polo negativo se denominan “antivalores”.

Esta característica de los valores los presenta desdoblados en un valor positivo y el correspondiente valor negativo. Así, a la belleza se le opone la fealdad; lo malo, a lo bueno; lo injusto, a lo justo. En su realidad, el desvalor, o valor negativo, no implica la mera ausencia del valor positivo: el valor negativo existe por sí mismo y no como consecuencia del valor positivo. La fealdad tiene tanta presencia efectiva como la belleza. Lo mismo puede decirse de los demás valores negativos como la injusticia, lo desagradable o la deslealtad.

Se ha sostenido que la polaridad implica la ruptura de la indiferencia. Frente a los objetos del mundo físico se puede ser indiferente. En cambio, tan pronto se incorpora a ellos un valor, la indiferencia no es posible; nuestra reacción —y el valor correspondiente— serán positivos o negativos, de aceptación o rechazo. No hay obra de arte que sea neutra, ni persona que se mantenga indiferente al escuchar una sinfonía, leer un poema o ver una pintura.

4.3.5. Jerarquía de los valores

Los valores se pueden ordenar jerárquicamente, esto es, hay valores inferiores y valores superiores. No debe confundirse la ordenación jerárquica de los valores con su clasificación. Una clasificación no implica, necesariamente, un orden jerárquico. Los valores, en cambio, se dan en su orden jerárquico o lo que llaman algunos autores “tabla de valores”; porque aunque todos los valores valen, su valor no se da en el mismo grado, unos son más relevantes que otros.

Desde una perspectiva filosófica, mucho se ha reflexionado acerca de por qué unos valores son más relevantes que otros, sin embargo, aún no hay una jerarquía definitiva que sirva de referencia para ordenar todas las valoraciones. Uno de los primeros investigadores en estudiar este fenómeno formalmente fue Milton Rokeach (1973) quien encontró, entre otras cosas, que “cuando existían diferencias entre una cultura y otra, éstas tendían a variar el grado de preferencia de algunos valores, secuenciándolas de manera distinta entre una cultura y otra” (p. 146).

Por otra parte, si bien es fácil afirmar la existencia de un orden jerárquico, lo difícil de la jerarquía de los valores está en identificar concretamente cuál es este orden, o determinar criterios válidos que nos permitan establecerlo. Sin embargo, la existencia de un orden jerárquico es una incitación permanente a la acción creadora y a la elevación moral. El sentido creador y ascendente de la vida se basa, fundamentalmente, en la afirmación del valor positivo frente al negativo y del valor superior frente al inferior.

El hombre, individualmente, tanto como las comunidades y los grupos culturales concretos, se apoya en alguna tabla de valores. Es cierto que estas tablas valorales no son fijas, sino fluctuantes y, por tanto, no siempre coherentes; pero es indudable que nuestro comportamiento frente al prójimo, sus actos, las creaciones estéticas y demás, son juzgados y preferidos de acuerdo con una tabla de valores que influyen en nuestra conducta y nuestras preferencias. Sin embargo, no se podrá determinar críticamente una tabla de valores sin examinar previamente la validez de los criterios que pueden utilizarse para descubrirla. Ésta es una de las cuestiones que estudia el capítulo siguiente.

4.4. Categorización de los valores jurídicos

En el desarrollo doctrinal de la investigación científica sobre la teoría de los valores se encuentran esfuerzos por ordenarlos y sistematizarlos. En este apartado se presenta la estructuración de los valores, elaborada por los autores que consideramos más representativos, con énfasis en los valores jurídicos.

La clasificación y, en algunos casos, sistematización de los valores jurídicos, ha sido atendida profusamente por la filosofía del derecho. Una de las clasificaciones mayormente aceptada es la que integra los valores en tres grandes rangos: valores jurídicos fundamentales, valores jurídicos consecutivos y valores jurídicos instrumentales.

Los valores jurídicos fundamentales integran todos los fundamentos o principios estructurales que sustentan la existencia de todo el orden jurídico; entre estos valores se encuentran la justicia, la seguridad jurídica y el bien común. Según García Máynez (1997), cuando estos valores no se cumplen por los “detentadores del poder […] en los destinatarios de estos mandatos surge a la postre el convencimiento de que se hallan sometidos a la fuerza, no al derecho” (p. 439). En efecto, los valores fundamentales se constituyen como el sustento de todo el orden jurídico que permite a cada uno de los integrantes de un Estado en lo individual realizar un programa de vida digna y como grupo un mejor desarrollo humano.

Los valores jurídicos consecutivos, por su parte, son aquellos valores que tienen como consecuencia inmediata la armónica realización de los valores jurídicos fundamentales. Es decir, a través de los valores jurídicos fundamentales como la justicia, la seguridad jurídica y el bien común, cuando éstos se respetan, tienen como consecuencia los valores consecutivos como la libertad, la igualdad y la paz social. En un Estado donde las relaciones entre gobernantes y gobernados y gobernados entre sí se respeten, se apliquen y se vivan los valores fundamentales, necesariamente habrá como consecuencia la existencia de valores consecutivos.

Por último, para esta clasificación, los valores jurídicos instrumentales están integrados por los procedimientos o medios para la realización de los valores fundamentales y de los valores consecutivos. Para García Máynez (1997) “las garantías constitucionales y, en general, todas las de procedimiento, valen instrumentalmente en la medida en que fungen como medios de realización de valores de cualquiera de las otras dos especies” (p. 439). Estos valores se integran por todos los procedimientos, vías y medios que el sistema jurídico de un Estado crea para el respeto y defensa o, en su caso, restablecimiento de los valores jurídicos fundamentales y consecutivos. En este tipo de valores quedan comprendidos los derechos humanos, que están sistematizados en el apartado dogmático de los textos constitucionales de los Estados contemporáneos.

El estudio de los valores jurídicos es analizado por la filosofía del derecho. El maestro mexicano Eduardo García Máynez analiza este tema con detenimiento en su obra Filosofía del derecho (1997), publicada en su primera edición en 1974.

4.5. Categorización de los valores expuesta por la doctrina ética

Jerarquía de valores según Max Scheler

Valores sensibles (los más elementales):

Agradable-desagradable

Valores vitales

Noble-vulgar

Sano-insano

Juventud-vejez

Valentía-miedo

Generosidad

Honor

Valores estéticos

Bello-feo

Valores jurídicos

Justo-injusto

Valores del saber puro

Valores religiosos

Divino y sagrado-profano

Culto y sacramento

Beatitud-desesperación

Fe-incredulidad

Piedad-impiedad

Veneración

Adoración

Fuente: Gutiérrez Saenz, 2000, pp. 183-184.

Tabla de valores de Milton Rokeach

Valores terminales

Una vida confortable

Una vida interesante

Realización personal

Un mundo de paz

Un mundo de belleza

Igualdad

Seguridad familiar

Libertad

Felicidad

Armonía interior

Madurez en el amor

Seguridad nacional

Placer

Autorrespeto

Reconocimiento social

Amistad verdadera

Sabiduría

Valores

Ambicioso

Tolerante

Competente

Alegre

Valiente

Capaz de perdonar

Servicial

Honesto

Imaginativo

Intelectual

Lógico

Capaz de amar

Obediente

Cortés

Responsable

Independiente

Autodisciplinado

Fuente: Escámez & Ortega, 1996, p. 118.

Tipología motivacional de los valores según Shalom Schwartz

Poder

Logro

Hedonismo

Estimulación

Autodirección

Universalidad

Benevolencia

Tradición

Conformidad

Seguridad

Estatus social y prestigio, control o dominancia sobre personas y recursos.

Éxito personal al mostrar competencia de acuerdo con los estándares sociales.

Placer y gratificación sensual para uno mismo.

Emoción, novedad y retos en la vida.

Pensamiento independiente y conducta autónoma: escoger, crear o explorar.

Entendimiento, apreciación, tolerancia y protección para el bienestar de todas las personas y la naturaleza.

Preservación y mejoramiento del bienestar de las personas con las que se tiene contacto frecuente.

Respeto, compromiso y aceptación de las costumbres e ideas que la cultura tradicional o religión proveen.

Restricciones de acciones, tendencias e impulsos que pudieran molestar o dañar a otros o violar expectativas sociales o normas.

Seguridad, armonía y estabilidad en la sociedad,en las relaciones y en uno mismo.

Fuente: Schwartz, 1994, pp. 19-45.

Valores positivos y negativos propuestos por Ortega y Gasset

Capaz-incapaz

Útiles: abundante-escaso

Caro-barato, etcétera

Sano-enfermo

Vitales: selecto-vulgar, energético-inerte, Fuerte-débil, etcétera

Conocimiento-error

Intelectuales: exacto-aproximado

Evidente-probable, etcétera

Bueno-malo

Bondadoso-malvado

Espirituales y morales: justo-injusto

Escrupuloso-relajado

Leal-desleal, etcétera

Bello-feo

Estéticos: gracioso-tosco

Armonioso-inarmónico

Santo o sagrado-profano

Religioso: divino-demonio

Supremo-derivado

Milagroso-mecánico, etcétera

Fuente: Ortega y Gasset, 1978, p. 184.

Valores espirituales que propone el cristianismo

El cristianismo afirma que la vida moral del ser humano está sostenida por los dones del Espíritu Santo. Éstos forman las virtudes de quienes los reciben y los hacen fieles para obedecer las inspiraciones divinas. Estos dones corresponden a:

Sabiduría

Inteligencia

Consejo

Fortaleza

Ciencia

Piedad

Temor a Dios

Fuente: Estepa Llaurens, 1992, p. 414.