Capítulo 6. Marco conceptual y trascendencia de la ética profesional

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Marina del Pilar Olmeda García


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Capítulo 6. Marco conceptual y trascendencia de la ética profesional

6.1. Definición de ética profesional

La palabra ética, confirmada por diccionarios y academias como se expuso en el capítulo 1, se define como la parte de la filosofía que comprende el estudio de la moral y de las obligaciones del hombre. A su vez, el adjetivo “profesional”, gramaticalmente, alude a lo perteneciente a una profesión.

Para integrar la definición de ética profesional nos detendremos un primer momento en la caracterización de profesión. El Diccionario de la Lengua Española (2002) define profesión como “empleo, facultad u oficio que una persona tiene y ejerce con derecho o retribución. Acción y efecto de profesar” (p. 1 186). Para Pedro Chávez Calderón (2001) “profesión en sentido amplio es la actividad específica que los hombres realizan para cumplir su función social” (p. 192). Por su parte, Rojo Marín (citado por Gutiérrez Sáenz, 2000) sostiene que “profesión es la actividad personal, puesta de una manera estable y honrada al servicio de los demás y en beneficio propio, a impulsos de la propia vocación y con la dignidad que corresponde a la persona humana” (p. 205). Para Aquiles Menéndez (2002), “profesión es una capacidad cualificada, requerida por el bien común, con peculiares posibilidades económico-sociales. Los elementos de esta definición de profesión son: capacidad cualificada; requerida por el bien común; con peculiares posibilidades económico-sociales” (p. 12).

Se puede considerar de estas definiciones que el sustantivo “profesión” comprende el arte, oficio, ocupación o empleo, en el que se ejercen conocimientos especializados de carácter científico o técnico.

Ya expuesta la definición de profesión, definiremos ahora ética profesional. En relación con este tema, Nicolai Hartmann (1961) expresa:

El fenómeno de la moral está sometido en el curso del tiempo a un cambio constante tal que hay una pluralidad de morales. Cada moral cree además ser la única justa y saber lo que es el bien. Esto quiere decir que algunas normas de ética profesional serán transformadas por él y podrá procederse a su revisión para determinar su validez actual, pues en un momento dado, pueden no estar a tono con la época o con el lugar (p. 150).

Para Pedro Chávez Calderón (2001),

[…] la ética profesional comprende deberes hacia los miembros de ese mundo y se dará prioridad a los deberes referidos a los clientes; en segundo lugar, estarán los que aluden a la institución donde trabaja; en tercero, los correspondientes a los colegas; y en cuarto, los relativos a las personas relacionadas con el círculo social (p. 194).

Aquiles Menéndez (2000) expone que “la ética profesional se suele definir como la ciencia formativa que estudia los deberes y los derechos de los profesionistas en cuanto tales” (p. 12).

Integrados los dos términos, ética y profesional, la ética profesional puede definirse como la ciencia normativa que estudia los deberes y derechos de los profesionistas. Aplicada al ejercicio de las profesiones, la ética recibe el nombre de deontología. Con la exploración doctrinal expuesta, puede concluirse que la ética tiene una plena configuración moral y no jurídica, ya que como lo establece el ya citado Diccionario de la Lengua Española, es la parte de la filosofía que trata de la moral y de las obligaciones del hombre. Por lo que se refiere a la ética profesional, es el conjunto de reglas de naturaleza moral que tienden a la realización del bien, en el ejercicio de las actividades propias de la persona física que se dedica a una profesión determinada.

La ética profesional está integrada por normas de conducta de naturaleza moral, lo que significa que se trata de reglas de conducta con las características propias de las normas morales, expuestas en el capítulo 2, cuando se analizó la relación entre ética y derecho; es decir, son unilaterales porque frente al sujeto obligado no existe un sujeto pretensor con facultades para exigir el acatamiento de las reglas de conducta. Son internas porque no basta con que la persona se pliegue a la exigencia de la norma, sino que es preciso que en su fuero interno considere que con plena convicción ha aceptado la procedencia de la obligatoriedad y no se le forzará al cumplimiento de la conducta debida. Esta característica va ligada a la autonomía, porque la propia persona la hace suya y, por último, no es coercible porque no tiene sanción.

Desde el punto de vista teleológico, las normas éticas tienen como finalidad la realización del bien. El ser humano, poseedor de la libertad, tiene la facultad innata de distinguir el bien del mal, y está capacitado conforme a su propia naturaleza y libre albedrío para conocer la suprema virtud del bien y para identificar el mal. Aplicado a una profesión, la rectitud de la conducta obliga a una actitud de respeto a todo lo positivo, ya sea desde una perspectiva personal o desde la perspectiva de nuestros semejantes.

6.2. Ética profesional y deontología

El Diccionario de La lengua Española (2002) determina que la deontología es la ciencia o el tratado de los deberes (p. 420). El diccionario de Nicolás Abbagnano (2004) expone que “el término deontología fue creado para designar una ciencia de lo conveniente” (p. 292). El diccionario Larousse (2003) considera a la deontología como “un neologismo que significa tratado de los deberes y derechos” (p. 326).

En el Diccionario de Derecho de Rafael de Pina (1985) no se encuentra referencia a la ética profesional con esta denominación, pero se encuentra la definición de deontología jurídica como el tratado de la moral en relación con el ejercicio de las profesiones jurídicas. Define la deontología como “la parte de la ética que trata de la moral profesional en general” (p. 100).

Para el maestro Víctor Manuel Pérez Valera la palabra deontología es de origen griego y significa tratado o estudio del deber. El neologismo se debe, como hemos visto, a Jeremías Bentham: su libro Deontology or the science of morality se publicó en Londres en 1834, dos años después de su muerte. Sigue afirmando Pérez Valera (2002) que “la ética aplicada al ejercicio del derecho se denomina deontología jurídica. Actualmente la palabra deontológico se utiliza también para distinguir los enfoques de la moral moderna en contraposición al enfoque teleológico” (p. 10).

Por su parte, para el maestro Carlos Arellano García (2001),

[…] la palabra “deontología” podría ser útil para aludir a los deberes que emergen de la ética profesional, pero resulta una expresión más amplia, pues generalmente la empleamos para establecer una comparación entre el “ser” y el “deber ser”. En ocasiones, la realidad propende a mejorar para alcanzar el deber ser y mientras no lo alcanza, es útil la comparación aludida para presionar el mejoramiento de la realidad circundante que debe aproximarse al perfeccionamiento, aunque difícilmente pueda obtenerlo […] Es decir, a la deontología se le asigna el significado más amplio del tratado del deber ser y, en este sentido, excede de lo puramente ético profesional al abarcar el deber ser no sólo en lo profesional, sino en otras actividades del hombre (p. 266).

De las nociones aportadas se encuentra que a la deontología se le asigna el significado más amplio que al de la ética profesional, o sea, el de tratado del deber ser, y en este sentido excede a lo puramente ético profesional para abarcar el deber ser, no sólo en lo profesional, sino también en otras actividades del hombre.

La palabra “deontología” significa colección o tratado de los deberes e integra un sistema de moral. El objetivo de la deontología se centra en delimitar la línea de conducta que se necesita tener en la vida de relación. La palabra es adoptada para designar la teoría de los deberes relativos a una situación social dada.

En consecuencia, el alcance del término deontología excede lo puramente ético profesional. Esta expresión es de alcance más amplio que el que en condiciones normales se asigna para abarcar exclusivamente la ética profesional.

Otra denominación empleada para designar a la ética profesional es la de moral profesional, por la equivalencia entre las expresiones ética y moral, si bien se aplica generalmente la de ética profesional en atención a que se ha arraigado más entre los autores que se ocupan de ella y es la más usual en nuestro medio mexicano.

6.3. Formación profesional y desarrollo curricular

En materia de formación profesional se identifican, en algunos casos, perfiles profesionales de licenciatura que no alcanzan a satisfacer la amplia diversidad y movilidad de un ejercicio profesional cambiante que exige creatividad, espíritu emprendedor, motivación permanente y una alta capacitación; no sólo en el campo del conocimiento específico de que se trate, sino, además, en una gran gama de metodologías y sistemas de información, sin olvidar por supuesto el elemento valoral, el sustento ético que debe guiar toda formación humana. Herrera Márquez (1996) expone a este respecto que

la sociedad en su conjunto demanda de profesionales que: a) Sean capaces de abstraer globalmente los procesos con los que trabajan; b) dominen las estrategias cognoscitivas que les permitan analizar datos formalizados; c) posean herramientas conceptuales y metodológicas que les aseguren administrar y conseguir recursos extraordinarios; d) funcionen con esquemas de pensamiento anticipatorio que promuevan el impulso de los elementos de mayor potencialización de futuro y conducción estratégica de la producción y; e) tengan capacidad de diálogo con todos los niveles de la organización. De este modo, la formación de los profesionales deberá descansar en la incorporación de mayores niveles de conocimiento, fomento del trabajo en equipo, capacidad de interacción simbólica, amplio conocimiento del proceso productivo, desarrollo de un pensamiento innovador y anticipatorio y la construcción de mentalidades críticas y propositivas. Asimismo, deberá asegurar la constitución de equipos de trabajadores del conocimiento de altísimo nivel a partir de mecanismos que vinculen los distintos sectores que componen la sociedad civil con las universidades y los centros de investigación (p. 50).

Se puede afirmar que el joven sistema de educación superior mexicano fue desarrollándose no con la planeación y evaluación que los educadores hubieran querido; en gran parte, la elección para el establecimiento de los programas de licenciatura se realizó repitiendo los ya existentes y copiando los planes y programas de estudio.

En materia de desarrollo curricular se identifican también avances, en particular para finales del siglo xx. Las instituciones de educación superior (ies) tenían un importante desarrollo en esta materia. En el caso de las universidades públicas se consideran, entre otros avances: la actualización de contenidos y diversificación de carreras; el haber superado estructuras curriculares en las que se contemplaban verdaderas cadenas de seriación que iban del inicio al final de la licenciatura y sólo con asignaturas teóricas que no incluían la parte práctica del conocimiento profesional; la reducción de la duración de las licenciaturas a ocho o nueve semestres en promedio y la eliminación de semestres previos y terminales; la delimitación de perfiles profesionales y explicitación de programas de estudio, así como la ampliación de las opciones de titulación.

Los rasgos más representativos del desarrollo curricular en México en las últimas décadas fueron: se establecieron sistemas de créditos; se superó el sistema anual por el semestral; se logró romper con el mito de las seriaciones; se pudieron establecer programas con troncos y asignaturas comunes; se incorporaron talleres, seminarios, prácticas de campo, clínicas, etc., en la formación profesional, que aborda la parte práctica, además de las teorías y metodologías. En algunos casos se avanzó en cuanto a los procedimientos de titulación y servicio social y, en algunas universidades, se mejoraron los sistemas y procedimientos de selección y atención psicopedagógica, los sistemas de administración y coordinación académica, el registro escolar y el seguimiento de planes de estudio, así como los procesos de planeación y evaluación institucional.

En la formación universitaria mexicana del presente, se identifica la necesidad de la incorporación de lenguas extranjeras a los sistemas de aprendizaje, acreditación mediante actividades curriculares formales que no sean exclusivamente asignaturas, así como la posibilidad de movilidad del estudiante, en su formación tanto al interior de la propia institución como en otras ies, nacionales y extranjeras, que le permitiera una formación más versátil, polivalente e interdisciplinaria.

En lo que se refiere a la calidad, para lograrla se requiere de un “cambio de actitud de los profesores y del concepto que tienen éstos del término docencia; se deben abordar campos y concepciones académicas novedosas; la acreditación de estudios dentro y fuera del país es algo que ya deberíamos oficializar” (Pasos Novelo, 1995, p. 4).

La situación sociopolítica y cultural en el contexto nacional e internacional del nuevo siglo xxi plantea nuevas demandas en las concepciones y formas sociales. La educación es ajena a ello y particularmente la educación superior, que identifica la urgencia de replantear sus modelos, acciones, procedimientos y prácticas, a fin de atender no sólo las necesidades y los requerimientos sociales. Se debe ser más ambicioso, los universitarios debieran ser uno de los sujetos sociales que orientaran y reorientaran el rumbo de esta nación. Ianni (1995, p. 4) sostiene a este respecto que no se trata de suponer que el acervo teórico existente deba abandonarse, puesto que representa conquistas innegables en términos de explicación y comprensión. En él están conceptuados, categorizados, codificados o resumidos los aspectos básicos de la vida social en los niveles micro y macro. Por el contrario, se trata de reconocer que las conquistas teóricas ya alcanzadas por las ciencias sociales puedan desarrollarse, renovarse, repensarse. Gran parte de lo que constituía la problemática de las ciencias sociales se concluía en términos de interpretaciones micro y/o macro; hoy, en cambio, la interpretación puede ser micro, macro y meta.

Concluimos en este punto que, en materia de formación profesional, el elemento rector de su orientación lo constituyen los planes y programas de estudio, integrados en un sistema de valores, contenidos, metodologías y estrategias educativas que determinan las actividades y funciones académicas de una universidad.

El núcleo esencial del informe de la Comisión Internacional de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (unesco) sobre la educación para el siglo xxi expone las orientaciones que la educación debería adoptar ante los retos del futuro: aprender a conocer, a hacer, a convivir y a ser; estos son los cuatro pilares de una educación renovada, los derroteros deseables de la educación del siguiente siglo que esbozan las líneas maestras de un pensamiento pedagógico inspirado (Latapí, 1996, pp. 38-39).

6.4. Dimensiones del ejercicio profesional

La competencia en un profesionista como en todo ser humano no puede limitarse a la parte intelectual; es necesario que la inteligencia incorpore los valores, la virtud y la voluntad profesional hacia el bien. La ciencia y la técnica solamente son capaces de garantizar el bien si tienen incorporados los sustentos valorales.

La importancia de la ética en el mundo profesional es imprescindible; si la vida profesional estuviera impregnada siempre de valores éticos, avanzaríamos hacia una sociedad más humana y más justa.

Hay dos deseos superiores en todos los seres humanos y son: el de conocer y el de amar. La doctrina filosófica así lo confirma; desde la primera frase de la metafísica de Aristóteles, Pantes anthropoi tou eidenai oregontai fùsei, todos los hombres desean por naturaleza conocer, y éste es un deseo irrestricto, no sujeto a ninguna limitación.

Platón, en su interesante teoría de la dialéctica del eros, afirma que estamos atraídos hacia el bien, agathon, que trasciende al mundo. Ambos deseos supremos de conocer y amar, sin confundirse, pero integrados, están vinculados al ejercicio profesional, relacionado con la ciencia, la responsabilidad profesional y el respeto a las personas a las que se sirve en la profesión.

Griseiz Germain y Shaw Russell (citados en Pérez Valera, 2001) proponen ocho aspectos de la responsabilidad ética:

No debemos dejarnos llevar por la indolencia o la inercia de no actuar ante el bien que razonablemente debe hacerse. “El no hacer nada” puede ser una grave irresponsabilidad y, a veces, de las omisiones culposas o dolosas se pueden seguir graves daños.

En el combate al mal o en la promoción del bien no conviene proceder de modo individualista, cuando se capta que produciría mejores resultados el buscar cooperación o actuar de manera asociada. Muchas frustraciones en el área deontológica, como el combate a la corrupción, sólo podrían evitarse si se actúa como grupo o cuerpo social.

No es razonable actuar guiados únicamente por satisfacciones superficiales, sentimientos negativos o motivos no racionales. Es necesario estar atentos para actuar con disciplina y autocontrol ante arrebatos irreflexivos o impulsivos.

No debemos claudicar ante el deber por dejarnos dominar por sentimientos negativos, como cierta repugnancia, o por dejarnos intimidar, por temor a la crítica o por miedo a posibles represalias. El actuar ético exige, frecuentemente, valor y fortaleza que superen la debilidad y la cobardía.

No debemos proceder haciendo excepción de personas, movidos por antipatías, prejuicios, fanatismos, sesgos afectivos o sobornos. El comportamiento ético implica neutralidad y rectitud para no caer en parcialidad, discriminaciones egoístas o corrupción.

Conviene estar muy atentos a no preferir el bien aparente al bien real o tan sólo evitar el mal aparente y no el mal real. La sabiduría práctica o prudencia debe conducir a evitar la superficialidad, la frivolidad y el autoengaño.

Es imperativo estar alertas para no movernos por la hostilidad para destruir, dañar o impedir hacer el bien. El espíritu de tolerancia, de prudencia y de perdón debe atemperar los sentimientos de resentimiento, rencor o venganza.

Nunca debemos hacer un mal para que se pueda seguir un bien; el fin no justifica los medios. Nuestro compromiso es hacer el bien superando el pragmatismo, el maquiavelismo y el oportunismo (pp. 33-34).

Para Bernardo Pérez Fernández del Castillo (2003) los principios que deben guiar el ejercicio profesional son:

Dignidad. Debe sentirse portador de la dignidad de su profesión mediante la cuidadosa aplicación de una conducta ejemplar en ella, guiada por una conciencia recta y responsable.

Verdad. Como una formación intelectual y moral amplia y sólida, debe conducirse, en todo momento y bajo cualquier circunstancia, con honradez y veracidad.

Servicio. Como corresponde a la esencia de su profesión, es imprescindible que manifieste y ponga en práctica un real y honesto espíritu de servicio, no sólo en cuanto a dedicar tiempo y atención a los problemas y necesidades de los clientes, sino también a resolver, adecuada y oportunamente, dichas expectativas, sin comprometer en ello su libertad de criterio.

Sociabilidad. Como miembro de un cuerpo social en el cual desempeña una labor de relevancia, un profesional debe actuar siempre en función de ese conglomerado; por tanto estará consciente de no presentar nunca proyectos, expedir dictámenes o tomar decisiones que perjudiquen o lesionen a la comunidad en general.

Compañerismo. Es de primordial importancia que busque crear y mantener relaciones de afecto y solidaridad con sus compañeros de profesión, así como acatar, con disciplina y sencillez, cualquier disposición de los órganos representativos de su entidad colegiada. Esta cualidad es indispensable en tanto que el intercambio de criterios y opiniones entre colegas enriquece siempre la actividad profesional.

Lealtad. Una cualidad difícil de encontrar, pero para un profesional es determinante su existencia y fomento. Con ella sabrá ofrecer no únicamente amistad, sino cuanto sabe y puede hacer por quienes le rodean o solicitan sus servicios. Es obvio que si dicho atributo no está presente en su carácter, le costará mucho trabajo aceptar con espíritu crítico las aportaciones u opiniones de los demás.

Respecto de otras personas. En su trato interprofesional, cuida de respetar los principios y metodología que en otras disciplinas se manejan, así como las conclusiones a que llegan; sin embargo, lo anterior no obsta para que conserve la libertad de interpretación y aplicación desde su propia perspectiva e intereses.

Secreto profesional. La norma y la tradición son los pilares que lo obligan a mantener incólume el secreto profesional, mismo que encuentra muy contadas excepciones cuando la moral o la ley las justifican.

Remuneración. Sus emolumentos deben ceñirse a las normas legales o colegiadas que lo estipulen. En caso de discrepancias, procura establecer un arbitraje o regulación que le permita subsistir con dignidad en vista de la alta responsabilidad que supone ejercer cualquier profesión titulada.

Colegialismo. Atiende constantemente tres aspectos primordiales relacionados con la institución colegiada a la cual representa: como ámbito de convivencia entre compañeros, como órgano de defensa de legítimos intereses gremiales, y como instrumento de protección, asesoría y confianza en favor de la sociedad en general; todo ello por medio de la exigencia y el compromiso de una prestación profesional competente, eficaz, honesta y responsable (p. 39).