15. Elementos para una agenda social: la actividad del cuidado doméstico de personas mayores en la ciudad de Durango, México

https://doi.org/10.52501/cc.081.15


Jorge Enrique Bracamontes Grajeda


María Concepción Arroyo Rueda


Lizzet Arreola Heynes


Perla Vanesa de los Santos Amaya


Dimensions


15. Elementos para una agenda social: la actividad del cuidado doméstico de personas mayores en la ciudad de Durango, México

Jorge Enrique Bracamontes Grajeda*, María Concepción Arroyo Rueda**, Lizzet Arreola Heynes***, Perla Vanesa de los Santos Amaya****

Resumen

Los cuidados representan una de las actividades que en la actualidad reproducen condiciones de desigualdad para la población de mujeres que cuidan, sea que atiendan a niños, personas enfermas o personas mayores o en situación de discapacidad. La literatura reporta, desde distintas perspectivas, que básicamente el cuidado es y debe considerarse como materia de lo público, es decir, espacio para la actuación y protección del Estado, sin embargo, también es un fenómeno que debe entenderse como particular y situado geográfica y sociológicamente, sólo por acotar, y ello implica junto con otros ámbitos analíticos que se deba abordar desde lo local. Este capítulo explora la situación en que mujeres de la ciudad de Durango realizan la actividad del cuidado, y con ello se derivan algunas reflexiones y análisis que pueden fundamentar lo que se conoce como agenda social. En líneas generales, se encuentra ampliamente documentado que el cuidado es una actividad feminizada, de bajo o nulo reconocimiento social y económico y culturalmente una más de las labores domésticas, pero para poder constituir estructuras de política social situadas es necesario continuar documentando cómo se presenta el fenómeno desde una mirada regional y local.

Palabras clave: cuidados, política social, agenda social, género.

Introducción

La transición demográfica es un fenómeno cuya presencia ha dado sitio a discusiones importantes acerca de diversas implicaciones sociales, políticas, económicas o culturales a partir de la situación que representan, en este caso, un proceso de envejecimiento constante y acelerado de la población mexicana y del mundo. Desde distintas latitudes del globo, la velocidad con que los países atraviesan por la transición demográfica es distinta y por ello también es diferente la etapa de transición en que se encuentran. Esto se vincula sustantivamente con las distintas respuestas sociales, institucionales y del Estado hacia los retos que implica el envejecimiento de la población, desde las políticas de salud hasta las de protección del ingreso de la población mayor, pasando por los cuidados, la participación social, la recreación/esparcimiento y ocio, la educación y el trabajo.

La experiencia social es tan heterogénea que ha sido indispensable que en materia de los estudios sobre vejez y envejecimiento (como en otros campos de estudio social), se tengan que caracterizar de forma más particular y situada los conjuntos de fenómenos sociales. En dicha tendencia de trabajo analítico los estudios sobre el cuidado han tenido la misma inercia, ya que tratándose de información de primer orden en la formulación de intervenciones sociales en varios niveles (que van desde actividades en intervención comunitaria o social hasta la conformación de políticas sociales) se requiere de un acercamiento más inmediato a estas distintas realidades (Esquivel et al., 2009, p. 54).

En lo que respecta al cuidado de personas mayores (en adelante pm), este capítulo pretende bosquejar posibles rutas para la comprensión del abordaje, desde agendas sociales y políticas sociales, de la actividad del cuidado. Dicha comprensión es necesaria, ya que es tortuoso este camino entre lo público y lo privado, en consideración de las implicaciones sociales y familiares que desprende la provisión del bienestar. Como materia prima de este análisis se utilizarán los datos y resultados del proyecto denominado “Envejecimiento, género y cuidados: un tema pendiente para la agenda pública y social” financiado durante el periodo de diciembre de 2017 a abril de 2019 por el Consejo de Ciencia y Tecnología del Estado de Durango (Cocyted).1

Resulta importante reconocer que la actividad de cuidar tiene un carácter transdimensional al mismo tiempo que es producto de una construcción social (Rogero-García, 2010). Es transdimensional porque a partir de definiciones actualizadas se comparte entre el espacio privado y público, lo que supone un rasgo de amplitud y al mismo tiempo resulta ser algo tan específico como lo puede ser una construcción social en un contexto determinado. Esta configuración no sólo multi, sino transdimensional del cuidado da lugar a la necesidad de encontrar y construir modos distintos para dos propósitos acerca del fenómeno, uno relacionado con conocerlo y otro acerca de transformarlo, es decir, investigar e intervenir, lo que en todo caso se vuelve en estrategia analítica que aspira a superar las limitaciones que tiene el entender (y conocer) dicha dimensión estructural del cuidado sólo desde la generalidad de la perspectiva administrativa y eficientista con que por lo común se impregnan las prácticas en la política pública.

Con las consideraciones antes expuestas, indicamos que el presente capítulo se compone de tres secciones adicionales a la presente introducción. En la siguiente sección se exponen las generalidades del cuidado donde se destacan aquellos elementos estructurales que caracterizan a grandes rasgos la situación del cuidado en la región. En una sección subsecuente se presenta una descripción del cuidado realizado por mujeres en la ciudad de Durango, contenido que sirve como material para el análisis en la cuarta sección del capítulo, denominada “Reflexiones acerca de la agenda social del cuidado”, misma que culmina con las conclusiones analíticas del capítulo.

Definiciones del cuidado como objeto de agenda y política social

El cuidado como objeto de política social y contenido de agendas sociales tiene que ver con el entendimiento de que es indispensable que el cuidado, trascienda la “esfera privada” o “familiar” rumbo a la posibilidad de que la propia sociedad —mediante la participación de distintos actores— intervenga y dé sostén a dicha actividad. Desde luego no se trata de que los distintos actores excluyan o sustituyan la función que han tenido históricamente las familias, sino, más bien, de dar soporte y diversidad de recursos coadyuvantes del bienestar, entre otros elementos, a fin de que la autodeterminación de las familias no redunde en la reproducción social de las desigualdades vividas por las cuidadoras en sus entornos familiares. Esta idea es la que subyace en la formulación del proyecto que aporta los datos empíricos para este capítulo que es, en concreto, indicar que los cuidados en el envejecimiento son un tema de género pendiente en la formulación de agendas sociales y públicas.

En la revisión de literatura se han identificado dos posibles rutas de acceso al estudio de los cuidados como materia de intervención mediante la política pública. Podemos juzgar una ruta como la más larga, ya que ésta tiene que ver con la identificación de las consecuencias del cuidado doméstico o familiar para las personas que lo realizan; indicamos esta vertiente como ruta larga porque si bien se pueden abordar y comprender las distintas situaciones críticas de sobrecarga y desigualdad para las cuidadoras, no sugiere de inmediato un argumento que vincule dicha problemática con la cuestión pública, aunque no resulta difícil derivar la conexión (Rogero-García, 2010).

La alusión analógica a una ruta larga.o ruta corta se refiere a los procesos que llevan a los actores sociales a la construcción de agendas sociales. En este sentido la explicación es la siguiente: una ruta larga tiene que ver con documentar un inventario de desigualdades y consecuencias adversas para las mujeres que cuidan en un contexto de inequidad de género y precariedad del trabajo no remunerado y, por el contrario, una ruta corta estaría más relacionada con conjugar dicha investigación empírica con una serie de transformaciones institucionales, de orientación y ordenamiento de los procesos de construcción de la política pública desde abajo. Para una comprensión más amplia puede revisarse el trabajo de Thoenig (1997) Política pública y acción pública o más recientemente Estado, políticas sociales y pobreza de Roberto Moreno (2019).

La ruta corta tiene en contraposición con la ruta larga, una perspectiva más amplia, pero al mismo tiempo más concreta y clarificadora, donde pueden de forma simultánea analizarse aspectos macroestructurales de la actividad de cuidar, como específicos o micro-sociales. Esta perspectiva significa o corresponde a lo que la literatura denomina como enfoque de derechos humanos y corresponsabilidad (Banchero y Mihoff, 2017, pp. 15-16), sobre todo entre cuatro actores primordiales: el Estado, las familias, la sociedad civil organizada y el mercado.2 Se ha indicado en la parte introductoria que el cuidado es una actividad transdimensional,3 y la interacción y acuerdos que por la vía del reconocimiento de derechos y la corresponsabilidad que entabla entre los tres actores citados da cuenta de dicha transdimensionalidad y complejidad.

Un análisis de la transdimensionalidad y complejidad que circundan el fenómeno del cuidado permiten la comprensión de la forma que adquirirá el arreglo social que dará soporte y apoyo a dicha actividad. Por esta razón la forma diferenciada en que se arregla la sociedad configura también un estilo de asunción de las actividades del cuidado, y ello no se contrapone a algunos rasgos distintivos históricamente construidos de dicha actividad. Estos rasgos tienen que ver con algunas características que podemos identificar en la definición siguiente:

El cuidado es pago o impago como consecuencia de elecciones políticas, valoraciones culturales compartidas y estructuras de género. Además, esta conceptualización amplia del cuidado, ofrece herramientas para percibir y analizar las conexiones entre distintas etapas de desarrollo en diferentes áreas del cuidado y las responsabilidades domésticas […] En definitiva, se trata de “desprivatizar” este tema, retirándolo de la esfera privada e integrándolo a la esfera pública […] En este sentido, Fraser [1997] nos plantea que el carácter doméstico de los cuidados es la base para su exclusión de los derechos ciudadanos; lo que está faltando es un concepto de ciudadanía que reconozca la importancia de los cuidados y las responsabilidades domésticas para la sociedad. El limitar las responsabilidades de los cuidados casi exclusivamente a la esfera privada, convirtiéndolo en un problema privado, torna muy dificultoso el convertir este tema en un objeto de derecho real. Un concepto de ciudadanía de este tipo es el que debería estar por detrás del carácter genérico de los cuidados y las responsabilidades familiares: basándose en la asunción de que cada ciudadano, hombre o mujer, puede reclamar su derecho a brindar cuidados a sus allegados cuando las circunstancias lo reclamen. (Batthyány, 2001, p. 27)

Otra definición que merece ser incluida es la de Fisher y Tronto:

El cuidado es una actividad de la especie humana que incluye todo lo que podamos hacer para mantener, perpetuar y reparar nuestro mundo de forma tal que podamos vivir en él lo mejor posible. Este mundo incluye nuestros cuerpos, nuestros yoes y nuestro entorno, elementos que intentamos entretejer formando una compleja red que permita sustentar la vida. (Fisher y Tronto, 1990, citado por Pérez-Bustos, 2018, pp. 60-69)

Esta definición integró dimensiones normativas y empíricas, pero también significados éticos y políticos de algunas teorías feministas. Por su parte, María de los Ángeles Durán (2018), desde una óptica de la economía feminista plantea que “[…] el cuidado es la gestión cotidiana del bienestar propio y ajeno; contiene actividades de transformación directa del entorno, pero también actividades de vigilancia que principalmente requieren disponibilidad y resultan compatibles con otras actividades simultáneas.

En distintos documentos (Aguirre et al., 2014; Batthyány, 2001, 2008; Cuns, 2014) se indica que en esencia el cuidado es una actividad realizada por mujeres y por lo general no es reconocida ni remunerada. En este sentido, el estudio del cuidado guarda un vínculo estructuralmente constituido desde los estudios de género. Conocer desde la ruta larga las situaciones de las cuidadoras ponen de manifiesto problemas y desigualdades de género, pero desde la ruta corta se puede plantear un potencial de convertir en públicos los dilemas civilizatorios que reproducen las desigualdades, trascendiendo la esfera familiar.

Además de visibilizar la situación de las cuidadoras como condición crítica de género, la cita enuncia un camino a seguir en la lógica de la ruta corta. la reformulación del concepto de la ciudadanía social de las mujeres, cuestión que en la experiencia de diversos países ha contribuido a justamente construir una agenda social para el cuidado.4 De lo anterior se desprende la necesidad de conocer desde un escenario estructuralmente feminizado, cómo es que podremos volver público lo naturalmente privado.

La cuestión de volver público lo privado en un escenario estructuralmente feminizado, desde la perspectiva de Jelin (1995, pp. 400-401) tiene el reto de trascender la contradicción que la domesticidad actual conlleva frente a la dicotomía entre la autonomía individual y las identidades colectivas. Esto significa, en otras palabras, que mientras que en la actualidad las mujeres ganan espacios en la vida pública y en el trabajo, no sucede así un reacomodo de las actividades domésticas no remuneradas y tampoco reconocidas, lo que establece las pugnas entre lo individual-privado que implica la actividad del cuidado en las familias (autonomía individual) y el cumplimiento de las responsabilidades del Estado, que en este caso son garantizar la ciudadanización completa y real de las mujeres (como identidades colectivas), ya que, como se ha dicho, el cuidado femenino históricamente provee bienestar en las familias, lo que es en términos estrictos área de influencia del Estado. Sin embargo, en la práctica social resulta muy complicada la armonización de las narrativas del discurso patriarcal y el discurso reivindicador de derechos, es decir, la confluencia de las subjetividades y de las memorias en pugna, ya que por lo general el ámbito de actuación de las mujeres se entiende socioculturalmente desde lo específicamente privado (Jelin, 2011, pp. 556-560).

Hasta aquí podemos puntualizar al menos dos grandes rasgos estructurales del cuidado: (a) la actividad del cuidado se encuentra mayoritariamente feminizada, lo que ha favorecido la reproducción social de desigualdades y desequilibrios de género y (b) dado el aporte al bienestar que a las familias hace la provisión del cuidado a personas mayores, niños o personas enfermas, es posible denominarla y definirla como un asunto público. En este sentido, es necesario entender que los abordajes de indagación son más eficaces para la comprensión si se articulan desde una base microsocial, es decir, en la indagación de escenarios y prácticas , ya que buena parte de los estudios sociales que han contribuido a visibilizar situaciones de desigualdad, se han centrado justamente en conocer los sistemas de prácticas y creencias, los entornos sociales y/o familiares y los escenarios institucionales y de la intervención social que dan origen y reproducción a dichas condiciones de desigualdad.5

Dicho esto, conviene retomar que la investigación social ha provisto de forma sustantiva los esfuerzos en agenda social y políticas públicas, y en tal sentido la investigación local en Durango sobre la situación de las cuidadoras hace su aportación. En la siguiente sección se hace un breve bosquejo de la metodología que siguió el proyecto de investigación en cuestión.

Metodología desarrollada

La investigación que sustenta el presente capítulo tenía como objetivo central, explorar las condiciones en que las mujeres cuidadoras en la ciudad de Durango realizan dicha actividad de cuidar. En este sentido, el proyecto de investigación se ejecutó en dos partes. La primera etapa correspondió al levantamiento de una encuesta mediante un cuestionario que recogió información general acerca de las cuidadoras. En específico, dicho instrumento constaba de cuatro secciones o dimensiones denominadas como 1. datos sociodemográficos de la cuidadora, 2. descripción de la actividad del cuidado, 3. redes de apoyo social de las cuidadoras y 4. indicadores de sobrecarga de las cuidadoras.

Para dar respuesta a las cuestiones planteadas por la encuesta mediante las cuatro dimensiones indicadas en el párrafo anterior se recurrió a un tipo de muestreo intencional de 110 casos (de los que finalmente se conservaron 96 por pérdida de datos durante el levantamiento) que sirvió para la identificación de posibles casos para la muestra cualitativa. Las mujeres cuidadoras encuestadas se seleccionaron a partir de dos criterios vinculados con (a) que hubiera una relación familiar o muy cercana con la persona mayor cuidada, es decir, que se ajustasen al perfil como cuidadora doméstica (González y Ruiz, 2007; Moreno Colom et al., 2016)y (b) que la actividad del cuidado fuera realizada en localidades urbanas o suburbanas del municipio de Victoria de Durango.

Esta etapa sirvió como estrategia de identificación de casos para la segunda etapa, misma que correspondió a un abordaje cualitativo que exploró algunos elementos subjetivos sobre la actividad de las cuidadoras, pero que no es abordado en este capítulo, luego entonces, este documento sólo emplea la información proveniente de la encuesta.

Resultados del estudio; algunos aspectos para diseñar agendas sociales desde lo local

Los estudios sociales “desde lo local” contribuyen desde nuestra perspectiva a la construcción de agendas sociales, a la vez que también fundamentan sustento esencial de las políticas públicas, ya que, si bien los grandes temas sociales son enunciativamente los mismos, la particularidad de los contextos locales y sociales exigen formas concretas de abordar dichas situaciones críticas como los distintos tipos y formas de la desigualdad.

La literatura en materia de cuidados en la vejez es bastante amplia, de manera que vamos agrupando dicho material bajo cierta lógica, por ejemplo, se cuenta con las aportaciones de Leticia Robles (2001, 2005, 2010, 2020), mismas que, aún cuando abordan temáticas diversas, persisten los aspectos sociales inherentes a quién cuida, qué estructura institucional y social es la que opera en ese cuidado, además de hacer una consistente caracterización tanto de cuidadores y cuidadoras como de personas cuidadas. En sus análisis propone diversas rutas de construcción de políticas sociales (implicando por supuesto la construcción de la agenda social) así como ideas acerca de cómo involucrar, por ejemplo, temas de la naturaleza de la cuestión intergeneracional y las obligaciones de cuidado que tienen las generaciones más jóvenes del entorno familiar, social y comunitario. Además de estos estudios, habría que considerar también las colaboraciones que realiza la autora con Vázquez-Garnica (2008) y Rosas (2014), respectivamente.

También se encuentran los estudios realizados por Rocío Enriquez (2014a, 2014b), en los que la autora destaca conflictos, inercias y pautas de la actividad del cuidado que históricamente son fraguadas a la luz de complejidades socioculturales que ameritan ser entendidas como elementos fundamentales en la construcción de la política social. Esto contribuye de manera sensible a la visibilización de las situaciones que convencionalmente se confinarían a la esfera de lo privado, pero que, en definitiva, resultan ser, por el contrario, de orden público, dado este argumento de la actividad del cuidado como provisión de bienestar.

Finalmente, en nuestra revisión se cuenta con las aportaciones de María Concepción Arroyo (2010, 2011, 2015) en las que además de analizar lo referido a las políticas sociales y estructuras de cuidado, se exploran los ejes de género en la actividad del cuidado e incluso se hacen comparaciones entre los esquemas que operan en México y en Argentina, destacando la necesidad de profundizar en el conocimiento, sobre todo en la subjetividad de quien cuida y quien es sujeto de cuidado.

En conjunto, los trabajos anteriores arrojan luz sobre tres consideraciones importantes que pueden embonarse al proceso técnico-operativo de construir una agenda social; 1. la noción de lo social como parte sustancial de la actividad del cuidado, 2. la actividad del cuidado como parte de una cotidianidad que queda engarzada en una estructura institucional, social o comunitaria, y que en dicho engarce no quedan siempre reconocidas o clarificadas las limitaciones o los ámbitos de competencia de dichas estructuras y 3. la clarificación de justamente esas limitaciones y ámbitos de competencia mediante los estudios de subjetividades y desde una mirada sociocultural y de complejidad.

El entendimiento de las posibles aportaciones de este estudio para la construcción de agenda social y pública radica en una comprensión básica sobre los problemas, mecánicas y trayectos para la formulación de estas agendas, para lo que pueden considerarse los tres puntos señalados en el párrafo anterior. Además, dicho entendimiento está centrado académicamente desde la sociología y la ciencia política (Llovet et al., 1999) y en este sentido sólo señalaremos, emanado de este campo de estudio y de conocimiento compartido, a dos de los enfoques que van incorporando desde demandas y observación de situaciones sociales a enlistar una serie de intereses sociales a los que podemos llamar agenda social y que a través de los procesos políticos y estructuras de relación entre la población y el Estado se van conformando como agenda pública y después, de manera más específica, como política pública.

En primer término presentamos algunas características generales sobre las cuidadoras que accedieron a compartirnos sus percepciones. Dichas percepciones las presentamos en dos grandes apartados de resultados, (a) una caracterización del hogar y sociodemografía de las cuidadoras y (b) una descripción básica sobre cómo realizan su actividad de cuidado.

Caracterización del hogar

Para empezar, reportamos que en el caso de la muestra intencional levantada, 68% de las cuidadoras atienden a alguno de sus padres, destacando por supuesto que de dicha proporción la mayor parte corresponde al cuidado de sus madres. Para un mejor detalle obsérvese la gráfica 15.1.

Es de esperarse que la actividad del cuidado probablemente se considera como tradicionalmente se le define, es decir, como una actividad propia de la familia. En este punto, no debe olvidarse que la provisión de bienestar, aun cuando es desarrollada por mujeres de las familias es un servicio de interés del Estado, sobre todo para que sea provisto y recibido de la mejor manera (Junco et al., 2004; Vaquiro Rodríguez y Stiepovich Bertoni, 2010). Esto es, que el cuidado no debiera ser considerado en adelante como una actividad que se diluye en lo familiar, sino que es en definitiva materia de ciudadanía social, de derechos humanos y de observancia pública bajo el debido concierto entre el Estado, las familias y el mercado. Cuando mantenemos la invisibilidad de la desigualdad desde los espacios privados, invisibilizamos la panorámica más amplia de los entornos, por ejemplo, no podrían situarse inercias sociodemográficas desde contextos más inmediatos, limitándonos a sólo la macro estadística demográfica. En este sentido, la visibilización de estos entornos nos permite apreciar que, por ejemplo, además de que el cuidado se encuentra feminizado, también parece que entrará en etapa de envejecimiento. En este sentido, se indica que alrededor de 65% de las cuidadoras en Durango son mayores de 38 años, y en dicha proporción 20% son cuidadoras de 60 años o más.

Gráfica 15.1. Distribución del parentesco de la PM con la cuidadora

Image

Estas cifras parecen coincidir con lo que desde hace algunos años se viene proyectando como parte de los cambios efecto de la transición demográfica, por un lado el incremento de las tasas de dependencia y por otro, el fortalecimiento de las edades medias y avanzadas (Wong, 2001; Wong & Lastra, 2001). Esto es, entender que si en lo general, la población va madurando y envejeciendo, resulta plausible que también los sectores de población que desarrollan actividades concretas, como lo es el cuidado, también estarán en proceso de envejecer. Por ejemplo, puede destacarse dentro de estos sectores en proceso de envejecimiento, el perfil de quienes tradicionalmente cuidan, por ejemplo, hijas solteras o divorciadas que viven con sus padres, o mujeres que cuidan a sus cónyuges.

Como dato adicional a la composición de los hogares, cabe indicar que dos terceras partes de éstos están integrados por hasta cuatro personas. Esta información, al compararse con la cantidad de personas dependientes en el hogar, evidencia que la red de apoyo es insuficiente, ya que 66% de los hogares tienen de una a tres personas que dependen directamente de las cuidadoras encuestadas. De ahí resulta sencillo imaginar las condiciones de vida de dichas cuidadoras, además de implicar situaciones particulares de la provisión de cuidado, que, en términos reales, parecen requerir de apoyo sustancial y constante.

Gráfica 15.2. Distribución de grupos de edad de las cuidadoras

Image

Un indicio de esta necesidad de apoyo es que poco más de la mitad de las cuidadoras encuestadas tienen escolaridad primaria y secundaria terminada, mientras que apenas una tercera parte concluyó estudios superiores en carreras técnicas o en licenciatura. La mayoritaria baja escolaridad de las cuidadoras apunta a condiciones de acceso a mercados de trabajo o a mejores situaciones de bienestar muy limitados, cuestión que reproduce la precariedad tanto en el trabajo reconocido como en adición al trabajo no reconocido. Esto coincide con algunos estudios realizados acerca del uso del tiempo, el los que se destaca la reproductibilidad de la precariedad del trabajo no reconocido, como en el caso de los cuidados (Batthyány, 2008).

De estos datos se destaca la necesidad de visibilizar que las actividades de cuidado que estas mujeres realizan en su mayoría no reciben apoyo alguno, lo que deriva en que pospongan o renuncien a su autorrealización personal o profesional, con todo el inventario de consecuencias que ello contrae. En este sentido, poco más de la mitad (52%) de las cuidadoras no realizan otra actividad más que el cuidado, y el resto requieren del desarrollo de otras actividades coadyuvantes para la subsistencia del hogar. Se podría entender, entonces, que esta proporción de hogares dependen de la remuneración de los cónyuges o de transferencias que las familias puedan hacer para el sostenimiento del hogar, y aunque ello constituya una conjetura por nuestra parte, el ingreso disponible en dinero para el sostenimiento del hogar en los casos de estudio va de $1 000.00 hasta $7 000.00 en una proporción de alrededor de 71%. Esta situación puede aliviarse un poco ante el hecho de que alrededor de 86% de los hogares tienen cobertura del Instituto Mexicano del Seguro Social (imss), del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (issste) o del Seguro Popular en el momento de la encuesta, lo que contribuye con los gastos recurrentes en servicios de salud y medicinas.

Además, en estas condiciones de desventaja material para llevar a cabo el cuidado, cabe señalar que aunque no se profundizó en los perfiles de las personas cuidadas, sí se conoce por la encuesta y usando la escala de Barthel que alrededor de 56% de las personas mayores tienen total o severa dependencia, 31% una dependencia moderada y el restante 13% una escasa dependencia o un buen grado de independencia (Barrero Solís et al., 2005).

La información de los párrafos anteriores nos permite visualizar algunas de las condiciones generales de los hogares de las cuidadoras de personas mayores. Algunos de estos datos corresponden a escenarios que, desde lo general, presentan comunidades o poblaciones donde la cuestión del cuidado ya es considerada de interés público —como en el caso de Uruguay o Argentina—. Esto refuerza nuestro interés argumentativo en torno a proporcionar elementos que constituyan un incentivo a la construcción de una agenda pública para el cuidado en el estado de Durango y en general en el país. A continuación presentamos algunos otros elementos correspondientes con la actividad concreta del cuidado en la ciudad de Durango.

Algunos resultados sobre la actividad del cuidado en la ciudad de Durango

Respecto a algunos elementos de la realización del cuidado, puede decirse que tres cuartas partes de las cuidadoras han realizado dicha actividad de 1 a 6 años, destacando que 42% lo ha realizado durante los últimos 24 meses. Esto implica una actividad relativamente reciente y resulta lógico cuando se compara con lo mencionado en la subsección anterior acerca de que el sector de las mujeres que cuidan entrarán en etapa de envejecimiento y al ser mayoritariamente una actividad reciente es plausible creer que acciones de política pública que coadyuven la actividad habrán de prevenir condiciones de precariedad laboral, de cuidados en la vida cotidiana de las cuidadoras.

De las cuidadoras, 65% realiza esta actividad siete días por semana. El restante 35% se distribuye entre los días del 1 al 6, destacando que la mayor proporción se ubica en los cinco días con 12% y tres días con 10%, respectivamente. En cuanto al tiempo en turnos dedicado a esta actividad podemos observar la gráfica 15.3.

Nótese cómo proporcionalmente las cuidadoras consideran mayoritariamente realizar la actividad del cuidado durante todo el día. Es probable que esta información se perciba de esta manera, ya que cuidar a la persona mayor se asume como parte del resto de las labores domésticas, sin destacar que es una actividad adicional, con cierto grado de expertiz y que requiere, en primer lugar, del reconocimiento de los integrantes del hogar y, simultáneamente, de la sociedad y del Estado, quienes históricamente asignaron dicha actividad a las mujeres sólo en el ámbito privado. En la siguiente tabla se indica la cantidad de tiempo asignado por las cuidadoras a algunas actividades propias del cuidado:

Gráfica 15.3. Frecuencia en los turnos del cuidado

Image

Tabla 15.1. Tiempo de dedicación a las actividades del cuidado

Variable Mean SD MIN MAX
Tareas domésticas 2.4 1.9 0.0 11.0
Alimentación 1.7 1.1 0.0 6.0
Higiene 1.0 0.9 0.0 5.0
Citas médicas 2.4 2.0 0.0 10.0
Otras cuestiones médicas 1.4 3.0 0.0 15.0
Actividades recreativas 1.1 1.5 0.0 10.0
Otras actividades 0.7 2.1 0.0 10.

En términos del desarrollo para el bienestar se destaca que una distribución del tiempo para el cuidado como la que presentamos en la Gráfica 15.4 puede implicar algún riesgo para garantizar la calidad del cuidado. Esto tiene que ver con la integralidad de cosas que se consideran para realizar un cuidado a la altura del bienestar esperado (Eterovic et al., 2015; Flores et al., 2015; Paredes et al., 2017).

Ahora bien, como se sugiere párrafos arriba, aunque sociodemográficamente la circunstancia particular de las cuidadoras no parezca una situación crítica, la prevención tiene que ser la clave para la incorporación de la política pública de cuidados.

Alrededor de 85% de las cuidadoras no manifiesta tener dificultades para llevar a cabo su actividad, y ello es comprensible ante el hecho probable de una combinación de variables como la todavía mediana edad de la mayoría de las cuidadoras, la dedicación en tiempo y esfuerzo al cuidado, la aparente condición de salud que no se ha visto aún afectada por indicios de sobrecargas excesivas que redunden en afectación a la salud y otros elementos de distintas naturalezas que median o atraviesan la actividad, como los vínculos emocionales y afectivos con la persona cuidada o el deber asignado por la propia familia para desarrollar dicha actividad, así como el sentido de responsabilidad asumido para dicha asignación por las cuidadoras (Arroyo Rueda, 2009, 2010; Banchero y Mihoff, 2017; Batthyány, 2008).

Con la información del párrafo anterior podemos tener una mejor comprensión del dato acerca de la autopercepción del modo en que se realiza el cuidado, ya que, pese a las condiciones del hogar, a las posibles condiciones de precariedad en el apoyo al cuidado y a las posibles carencias materiales para el desarrollo de dicho cuidado, sólo alrededor de 2% llegan a asumir o reconocer que no realizan el cuidado de forma adecuada o satisfactoria, manifestando sus propias deficiencias, carencias y necesidades al respecto. No será extraño que algunas cuidadoras evadan responder de manera autocrítica o imparcial ante el hecho de enfrentarse a su labor y misión de cuidado (Arroyo Rueda, 2009). Otra evidencia de dicha evasión puede ser que 58% de las cuidadoras indican alegría o tranquilidad durante la realización de su actividad, lo que no corresponde necesariamente cuando se les pregunta acerca de los apoyos recibidos para su actividad.

Para ilustrar mejor esta situación, obsérvese la gráfica siguiente donde se describen las emociones y estado de ánimo de las cuidadoras participantes en el estudio.

Gráfica 15.4. Distribución de emociones y sensaciones al realizar la actividad de cuidar

Image

Es posible creer que la evasión descansa además en el hecho de que la mayoría las cuidadoras no considera dejar de realizar la actividad de cuidar, lo que garantiza desde luego que habrá sobrecarga, reproducciones de mayores condiciones de desigualdad y violencia de género contra ellas mismas y hacia las personas que cuidan si no es posible incorporar en el escenario de lo público, políticas sociales adecuadas a los tiempos. Véase la siguiente gráfica:

Figura 15.5. Distribución de opiniones sobre la posibilidad de abandonar la actividad de cuidar

Image

Finalmente, queda señalar que lo mostrado hasta aquí como un primer acercamiento descriptivo a los resultados de la investigación contribuye al conocimiento microsocial de la situación particular de las cuidadoras domésticas de la ciudad de Durango, y en esta delimitación se precisa un ejercicio de análisis y planificación que en lo específico pueda delinear los elementos de agenda social que desde lo local promuevan la transición a una agenda pública que atienda la cuestión del cuidado.

A continuación, se presentan las reflexiones finales del capítulo, a fin de sintetizar, analizar y concluir este ejercicio enfocado sobre todo en clarificar una posible ruta práctica para la agenda social y pública el cuidado de pm en la ciudad de Durango.

Conclusiones

Aquel argumento de larga data esgrimido acerca de la falta de reconocimiento de la actividad de cuidar a otros como proceso sujeto de derechos, es válido y vigente ante el modo en el que las cuidadoras duranguenses parecen percibir el cuidado que otorgan a personas mayores, ya que dicha actividad no es percibida como adicional o especial, sino como parte del diario vivir, de la diaria labor doméstica, y en este sentido es precisoseñalar que éste es un primer nivel de planificación de intervención social, ya que serán convenientes procesos de aprendizaje social en el que las propias cuidadoras comprendan su actividad como algo que también es social y comunitario, y no sólo inherente a lo familiar. En otras palabras, las propias cuidadoras no reconocen su propia actividad como sujeta de apoyo social y público, o al menos no de forma inmediata.

Esta visión de necesidades, acciones e intervenciones fortalece la idea planteada desde un inicio acerca de la ruta corta sobre el estudio analítico y la formulación de intervenciones sociales, puesto que el reconocimiento de derechos y la corresponsabilidad encuentran justamente en el cuidado un terreno fértil para la visibilización de situaciones críticas, pero también como un espacio en el que confluyen distintas dimensiones sociales y fenoménicas de la vejez y del envejecimiento, con lo que se demuestra que los derechos y las corresponsabilidades, desbordan los límites impuestos históricamente y que confinan esta actividad al entorno familiar o privado y desarrollado principalmente por mujeres, que por lo común realizan el cuidado de pm en condiciones precarias respecto a mejores expectativas de bienestar.

En este capítulo hemos intentado plantear una problemática propia de la actividad del cuidado desde un punto de vista que visibiliza por un lado las consecuencias ineludibles de la sostenida reproducción de inequidades de género propias de los tiempos actuales, pero que también hace visible una ruta de organización y acceso al cómo podemos contribuir a la construcción de una agenda social respecto al cuidado de las personas mayores. En este sentido, queda recalcar esta perspectiva desde dos niveles elementales tanto de forma comprensiva y analítica como para el propio ejercicio de la construcción.

Por un lado, el primer nivel tiene que ver con una macro-estructura que habita en el terreno de las grandes definiciones. Esta macro-estructura se compone de la idea conocida y reconocida como bienestar —lo que implica quién provee el bienestar—, los derechos humanos y la corresponsabilidad. Este conjunto de componentes pueden llegar a ser ordenadores del discurso social-institucional que al tiempo que visualiza situaciones inequitativas ha convenido a la cuestión del cuidado en dos sentidos; por un lado, a la provisión de bienestar y, por otro, a reproducir condiciones de desigualdad y violencia encapsuladas en la cuestión familiar.

Por otro lado, el segundo nivel es el más concreto, relacionado con el conocimiento social de la realidad del cuidado desde lo local. Dicho conocimiento al tiempo que se vislumbra bajo la óptica de la macro-estructura, permite no sólo detectar los rasgos propios de las condiciones generales de desigualdad, históricamente incrustadas en la vida cotidiana, sino que el resultado analítico de esto redunda en una serie de prioridades situadas que constituirán lo que denominamos como agenda social o agenda pública.

Para el caso de las cuidadoras en la ciudad de Durango es necesario el trabajo en dos frentes de acción, por una parte, la insistencia en que las instituciones que tradicionalmente atienden a la población de personas mayores, se vuelvan más sensibles a la cuestión del cuidado doméstico, mientras que, por otra parte, el segundo frente corresponde con el trabajo que requiere realizarse con las familias a fin de que reconstruyan su concepto y su práctica respecto al cuidado de personas —aunque esto valdría también para cuidadoras de niños o de personas enfermas o con discapacidad—, ya que persisten los esquemas que reproducen culturas de violencia e inequidad, pero, sobre todo, culturas que encierran la actividad del cuidado hacia un entorno inexpugnablemente privado.

Según lo expuesto en el párrafo anterior, tenemos una gran situación constituida a la manera de dos caras de la misma moneda; primero está la situación de proveer y apoyar la actividad del cuidado y, al reverso, tenemos la cuestión de que las familias permitan dicho apoyo. Convencer a los actores de ambas situaciones de sensibilizarse respecto a las cuestiones del cuidado, promovería que se generaran mejores condiciones para el encuentro con el bienestar. Esto implica entonces que de un lado las familias y del otro el Estado contraen como materia de agenda social y pública un compromiso de sensibilización respecto del cuidado6.

Este compromiso sobre el cuidado se cristaliza cuando las políticas sociales de atención a la población mayor consideran dicho compromiso como sustancia central para el bienestar. Estas implementaciones de política pública tienen aún el reto de trascender los límites del espacio privado en tránsito al espacio público, cuestión que por sí misma ha podido llegar a inhibir la actuación del Estado. La paradoja es evidente, las situaciones críticas de la vejez y del envejecimiento son espacios de agenda social y pública ineludible, y en su defecto representan también fuente de riesgos potenciales para el bienestar.

El riesgo justamente es que de no atenderse la situación del cuidado mediante la implementación de políticas sociales, y con base en agendas sociales y públicas situadas, se puede llegar a la reproducción de la vulneración de derechos, de precarización de la vida material y emocional de quienes cuidan y de quienes son cuidados y cuidadas. La alusión a la ruta corta contempla no sólo la visibilización de situaciones críticas, sino comprometer a los dos grandes actores en esta trama: las familias y el Estado. Se entiende por supuesto, que el compromiso vinculante entre estos dos actores es histórico, es sociocultural y es, por supuesto, de naturaleza urgente en términos de la realización del bienestar.

Bibliografía

Aguirre, R., Batthyány, K., Genta, N., & Perrotta, V. (2014). Los cuidados en la agenda de investigación y en las políticas públicas en Uruguay. Íconos: Revista de Ciencias Sociales, 50, 43-60.

Arroyo Rueda, M. C. (2009). Dependencia y cuidados en la vejez avanzada de hombres y mujeres en la ciudad de Durango. Un análisis de la subjetividad y la formación de identidades [PhD Thesis]. Universidad Autónoma de Nuevo León.

Arroyo Rueda, M. C. (2010). El cuidado en la vejez avanzada: Escenarios y tramas de violencia estructural y de género. Iberoforum. Revista de Ciencias Sociales de la Universidad Iberoamericana, 10, 1-21.

Arroyo Rueda, M. C. (2011). Sentirse “una carga” en la vejez: Realidad construida o inventada? Revista Kairós: Gerontologia, 14(4), 5-28.

Arroyo Rueda, M. C. (Ed.). (2015). Historias singulares y contextos plurales de la vejez: Una mirada holística. (En prensa). UJED-uanl.

Banchero, S., & Mihoff, M. (2017). Personas mayores cuidadoras: Sobrecarga y dimensión afectiva. Psicología, Conocimiento y Sociedad, .(1), 7-35.

Barrero Solís, C. L., García Arrioja, S., & Ojeda Manzano, A. (2005). Índice de Barthel (IB): Un instrumento esencial para la evaluación funcional y la rehabilitación. Plasticidad y restauración neurológica, .(1-2), 81-85.

Batthyány, K. (2001). El trabajo de cuidados y las responsabilidades familiares en Uruguay: Proyección de demandas. Trabajo, género y ciudadanía en los países del Cono Sur, 223-242.

Batthyány, K. (2008). Género, cuidados familiares y uso del tiempo. Informe final de investigación. Montevideo, UNIFEM. Acceso el 15 de marzo de 2019.

Ceminari, Y., & Stolkiner, A. (2016). El cuidado de personas mayores en la argentina: De cuestión familiar a cuestión de derechos. VIII congreso internacional de investigación y práctica profesional en psicología XXIII jornadas de investigación XII encuentro de investigadores en psicología del MERCOSUR.

Cuns, R. A. (2014). La a política de cuidados en Uruguay: ¿un avance para la igualdad de género? Estudos Feministas, 22(3), 795-813.

De Valle-Alonso, M., Hernández-López, I., Zúñiga-Vargas, M., & Martínez-Aguilera, P. (2015). Sobrecarga y Burnout en cuidadores informales del adulto mayor. Enfermería universitaria, 12(1), 19-27.

Durán, M. Á. (2018). La riqueza invisible del cuidado (Vol. 30). Universitat de València.

Enríquez Rosas, R. (2014a). Feminización y colectivización del cuidado a la vejez en México. Cuadernos de Pesquisa, 44(152), 378-399.

Enríquez Rosas, R. (2014b). “La construcción sociocultural de los nervios”: Emociones, envejecimiento y pobreza en el área metropolitana de Guadalajara. En V. Montes de Oca Zavala (Ed.), Vejez, salud y sociedad en México (pp. 119-152). unam.

Esparza, E. A. Z., Valdez, B. M. T., & Ferreira, M. R. (2017). Repercusiones del cuidado informal en la vida laboral y personal de las mujeres cuidadoras. AZARBE, Revista Internacional de Trabajo Social y Bienestar, ., 47-56.

Esquivel, L., Calleja, A. M. M., Hernández, I., Medellin, M., & Paz, M. (2009). Aportes para una conceptualización de la vejez. Revista de educación y desarrollo, 11, 47-56.

Eterovic, C. A., Parra, S. E. M., & Carrillo, K. L. S. (2015). Habilidad de cuidado y nivel de sobrecarga en cuidadoras/es informales de personas dependientes. Enfermería Global, 14(2), 235-248.

Flores, N., Jenaro, C., Moro, L., & Tomşa, R. (2015). Salud y calidad de vida de cuidadores familiares y profesionales de personas mayores dependientes: Estudio comparativo. European Journal of investigation in health, psychology and education, .(2), 79-88.

González, J. S., & Ruiz, C. S. (2007). Estructuras sociales, división sexual del trabajo y enfoques metodológicos La estructura familiar y la función socio-sanitaria de la mujer. Investigación y educación en enfermería, 25(1).

Jelin, E. (1995). Familia y género: Notas para el debate. Estudos feministas, 394-413.

Jelin, E. (2011). Subjetividad y esfera pública: El género y los sentidos de familia en las memorias de la represión. Política y sociedad, 48(3), 555-569.

Junco, C., Pérez Orozco, A., & Del Río, S. (2004). Hacia un derecho universal de cuidadanía (sí, de cuidadanía). Libre pensamiento, 51, 44-49.

Llovet, J. J., Ramos, S., Jelin, E., Márquez, F., & Sharim, D. (1999). Un estilo de trabajo: La investigación microsocial.

Moreno Colom, S., Recio, C., Borràs Català, V., & Torns, T. (2016). Significados e imaginarios de los cuidados de larga duración en España. Una aproximación cualitativa desde el discurso de las cuidadoras.

Moreno Ortiz, R. (2019). Estado, políticas sociales y pobreza.

Paredes, M., Lladó, M., & Pérez, R. (2017). La construcción de interdisciplina en el campo del envejecimiento en Uruguay. INTERdisciplina, .(13), 135-160.

Pérez-Bustos, T. (2018). El ethos del cuidado en la producción de conocimiento. Una aproximación desde la antropología feminista al campo científico. Género y cuidado”. Teorías escenarios y políticas. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia.

Ramos, E. C., & Castillo, V. A. M. (2017). Prevalencia del síndrome de sobrecarga y sintomatología ansiosa depresiva en el cuidador del adulto mayor. Psicología y salud, 27(1), 53-59.

Robles Silva, L. (2001). El fenómeno de las cuidadoras: Un efecto invisible del envejecimiento. Estudios demográficos y urbanos, 561-584.

Robles Silva, L. (2005). La relación cuidado y envejecimiento: Entre la sobrevivencia y la devaluación social. Papeles de población, 11(45), 49-69.

Robles Silva, L. (2010). La autoatención en la enfermedad crónica: Tres líneas de cuidado. AM. Rivista della Società Italiana di Antropologia Medica, 13(29-32).

Robles Silva, L. (2020). Trayectorias de movilidad residencial y cuidado en casa de ancianos pobres urbanos. Estudios demográficos y urbanos, 35(2), 449-478.

Robles Silva, L., & Rosas García, M. D. (2014). Herencia y cuidado: Transiciones en la obligación filial. Desacatos, 45, 99-112.

Robles Silva, L., & Vázquez-Garnica, E. K. (2008). El cuidado a los ancianos: Las valoraciones en torno al cuidado no familiar. Texto & Contexto-Enfermagem, 17, 225-231.

Rodríguez Enríquez, C. M. (2015). Economía feminista y economía del cuidado: Aportes conceptuales para el estudio de la desigualdad.

Rogero-García, J. (2010). Las consecuencias del cuidado familiar sobre el cuidador: Una valoración compleja y necesaria. Index de enfermería, 19(1), 47-50.

Thoenig, J.-C. (1997). Política pública y acción pública. Gestión y Política Pública, volumen VI, número 1, 1er semestre de 1997, pp 19-37.

Vaquiro Rodríguez, S., & Stiepovich Bertoni, J. (2010). Cuidado informal, un reto asumido por la mujer. Ciencia y enfermería, 16(2), 17-24.

Wong, R. (2001). Presentación. Sociodemografía del envejecimiento poblacional en México. Estudios Demográficos y Urbanos, 477-484.

Wong, R., & Lastra, M. A. (2001). Envejecimiento y salud en México: Un enfoque integrado. Estudios Demográficos y Urbanos, 16(3 (48)), 519-544.

Zibecchi, C., & Paura, V. (2017). Mujeres actuando en los márgenes del Estado: Aportes de los estudios, escenarios de reconocimiento y contextos de producción. trabajo presentado en el II Congreso Teoría Social y Teoría Política” Horizontes y dilemas del pensamiento contemporáneo en el sur global”, IIGG, Facultad de Ciencias Sociales, UBA.