4. Vino viejo en odres (no tan) nuevos: la política social de la 4T y bienestar subjetivo

https://doi.org/10.52501/cc.081.04


Carlos Alberto Arellano-Esparza


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4. Vino viejo en odres (no tan) nuevos: la política social de la 4T y bienestar subjetivo

Carlos Alberto Arellano-Esparza*

Resumen

El bienestar subjetivo es un componente fundamental de la experiencia vivencial del ser humano. A través de éste se puede captar el gozo o sufrimiento de los individuos y cómo éstos se ven influenciados por distintos factores tanto de índole individual como de índole societal. La política social tiene el poder de contribuir a enriquecer la experiencia vivencial de los individuos a través de los múltiples instrumentos que la componen. La administración política actual ha construido una narrativa en la que destaca el quiebre con los regímenes anteriores, haciendo hincapié en la forma de estructurar la política social y en la consecuente felicidad de los mexicanos. Este artículo explora esa hipótesis de causalidad sugerida entre la nueva política social en México y algunos de los determinantes fundamentales del bienestar subjetivo a través del escrutinio de la estructuración de los programas insignia de la nueva administración y sus efectos potenciales. Se advierte que no hay elementos programáticos o presupuestales que validen el referido quiebre en la política social y que la política social y el bienestar subjetivo son fenómenos que corren por rutas paralelas y hasta cierto punto independientes.

Palabras clave: Bienestar subjetivo, política social, 4T.

Introducción

Actualmente México vive un periodo cargado de tensiones y paradojas. Estas van desde la excitación colectiva que supuso la elección presidencial en 2018 hasta las experiencias vivenciales cotidianas de muchos mexicanos caracterizadas por un entorno económico incierto, con altos niveles de desigualdad social, pobreza y niveles de inseguridad jamás vistos en la historia moderna del país. Lo anterior contrasta con un hecho concreto: cuando se les pregunta a los mexicanos cuán felices son o cuán satisfechos están con su vida, las respuestas promedio reflejan una satisfacción con la vida o una felicidad casi sin parangón en el planeta.

Una de las premisas básicas de la actual administración federal es la de dar un golpe de timón a la vida pública del país modificando el régimen político y, consecuentemente, la política pública, específicamente en el ámbito social. Según la narrativa oficial, ésta se convertiría en la piedra de toque del bienestar de los mexicanos. ¿Cómo se construye esta noción de una nueva política social? ¿Existe un quiebre con la política social de regímenes anteriores? ¿Qué relación puede tener el tema de la política social con la felicidad o el bienestar subjetivo de los mexicanos?

Este trabajo intenta abordar estas cuestiones haciendo una exploración del tema del bienestar subjetivo y la nueva política social. Para lo anterior este documento se divide en cuatro secciones. En la primera se abordan conceptos subyacentes al tema del bienestar subjetivo y su estado en el país. En la segunda se hace una revisión de los supuestos realizados por el gobierno federal para construir su narrativa de la reconstrucción de la política social. La tercera sección realiza un escrutinio sobre la ejecución de la nueva política social. La cuarta sección explora las posibles relaciones entre ambos temas. El documento concluye haciendo una interpretación general de lo revisado en las secciones anteriores.

Felicidad y satisfacción con la vida

Poca duda cabe de que la vasta mayoría de los seres humanos deseamos experimentar eso que denominamos felicidad. Esa experiencia vivencial tan variada puede tener múltiples asociaciones y factores determinantes: desde experiencias sensoriales hasta experiencias de inmersión total en actividades creativas, pasando por el disfrute de logros relevantes para cada individuo (Rojas, 2020).

En una acepción genérica, el tema del bienestar se asocia mayormente a los medios materiales o ingresos y a la satisfacción de necesidades humanas, categorías asociadas al denominado bienestar objetivo. Los avances en la comprensión del bienestar han ampliado e integrado áreas de la experiencia humana que se reconocen también como parte integral del mismo; entre éstas se encuentra el denominado bienestar subjetivo, mismo que aborda las valoraciones subjetivas que hacen los individuos al respecto de su vida y manifestado directamente por ellos mismos, en contraposición a la idea del bienestar convencional o asociado a medios materiales, mismo que se basa en definiciones hechas por expertos para valorar la condición de las personas (Veenhoven, 2007).1

El bienestar subjetivo puede evidenciar dos cosas: (a) una valoración de corto plazo que hace el individuo y que depende de su estado de ánimo; esta valoración está asociada a la noción de felicidad, y (b) una valoración más estable y a largo plazo y que depende más de un componente cognitivo; esta valoración está relacionada con la satisfacción con la vida (Argyle, 2013; Deci y Ryan, 2008; Diener, 1994; Helliwell y Putnam, 2004; Ryan y Deci, 2001). Lo anterior permite distinguir cómo las personas valoran las experiencias que viven: por un lado, la interpretación de la frecuencia e intensidad de los sentimientos que hacen la vida agradable o desagradable; por el otro, lo que éstas piensan sobre sus vidas (Van Hoorn, 2008). Dependiendo del momento, la posición y el propósito del individuo, éste puede valorar más su estado emocional actual con respecto a su visión o valoración general de la vida o a la inversa.

La investigación sobre estas vertientes del bienestar subjetivo ha arrojado luz sobre la comprensión de una serie de factores determinantes que inciden directamente en cómo los individuos experimentan su vida, cuán felices o miserables se sienten. Sabemos que ciertas variables están alta y positivamente correlacionadas con la felicidad y la satisfacción con la vida, tales como signos visibles del individuo (sonrisas, miradas), expresiones verbales de emociones positivas; temas relacionados con la salud; la felicidad de aquellos cercanos a nosotros; sociabilidad y extraversión; mayores ingresos (particularmente en un grupo de referencia) y cambios positivos de circunstancias recientes (aumento de ingresos, matrimonio) (Bartolini et al., 2009, 2017; Bruni, 2010; Diener y Suh, 1999; Frey y Stutzer, 2002; Helliwell, 2012; Kahneman y Krueger, 2006; Layard, 2011; Myers, 1999; Sachs, 2015). Sabemos también que los factores que más afectan negativamente el bienestar subjetivo son, entre otros, el desempleo (los impactos no pecuniarios exceden los pecuniarios), externalidades en forma de choques que tienen efectos concurrentes en los ingresos y la satisfacción con la vida, eventos del curso de vida como nacimientos, divorcios, duelo, y discapacidades graves (Becchetti y Castriota, 2007; Lucas et al., 2004; Tay y Kuykendall, 2013; L. Winkelmann y Winkelmann, 1998; Winkelmann, 2009).

Respecto del bienestar derivado de la disponibilidad del ingreso, éste presenta un comportamiento variado: si bien existe evidencia de una correlación positiva entre ingresos más altos y más altos niveles de felicidad reportada en un momento dado en el tiempo, esa correlación disminuye en el largo plazo, de acuerdo a estudios transversales y longitudinales (Easterlin y Angelescu, 2005).2 Esa misma correlación positiva entre ingresos más altos y una felicidad reportada más alta es más fuerte en países menos desarrollados, mientras que en los países desarrollados es más débil (Blanchflower, 2009; Howell y Howell, 2008).

Lo anterior explicaría —al menos parcialmente— por qué a pesar del continuo crecimiento económico la felicidad reportada se mantiene más o menos igual en los países ricos durante los últimos 60 años (Easterlin, 2005; Layard, 2011). La satisfacción con la vida muestra más o menos el mismo patrón en la mayoría de las países, ya que ésta no ha mejorado significativamente desde 1975 (Kubiszewski et al., 2013). Asimismo, hay evidencia de que en algunos lugares la satisfacción con la vida no sólo no mejoró con el crecimiento económico, sino que disminuyó; tal es el caso de algunas de las economías en crecimiento más grandes del mundo, China e India (Bartolini y Sarracino, 2014; Sarracino y Bartolini, 2015).

En suma, por encima de determinado nivel de ingreso, el bienestar de los individuos está determinado por otros factores: la satisfacción de la vida es más sensible al estatus socioeconómico, mientras que el bienestar emocional o la felicidad es más sensible a la presencia/ausencia de emociones positivas y negativas (Kahneman y Deaton, 2010).

De acuerdo a lo anterior, ¿cuál es el estado del bienestar subjetivo en México? Las mediciones de la felicidad y satisfacción con la vida tradicionalmente han presentado un panorama muy saludable.3 Como se puede ver en la gráfica 4.1, entre 1980 y 2012 la satisfacción con la vida fluctúa entre los 7.1 y 9 puntos; la felicidad también tiene un rango de variación de dos puntos entre su mínimo, 6.4 y su máximo 8.4 (WVS, 2015).

Gráfica 4. Satisfacción con la vida y felicidad en México

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a A efecto de poder apreciar las variaciones, el eje vertical de la gráfica representa únicamente la mitad de la escala.

Actualmente, algunas mediciones colocan a México como el primer lugar en el mundo en ambos rubros en la última década con 8.3 puntos (Veenhoven, 2020), por encima de naciones como Dinamarca, Finlandia o Suiza, y muy distantes de los países con los menores registros (con hasta 5 puntos de diferencia).

En México, la medición del bienestar subjetivo se comenzó a llevar a cabo hace relativamente poco a través de la encuesta de Bienestar Autorreportado (biare) del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (inegi). Aun cuando este instrumento registra componentes de estados anímicos, no recoge la respuesta sobre la felicidad, con lo que nos enfocaremos en los aspectos relacionados con la satisfacción con la vida y distintos dominios de la misma. Como se observa en la Gráfica 4.2, el comportamiento promedio de satisfacción con la vida se apega a lo referido: el promedio general es alto (columnas), oscilando entre los 7.9 puntos en 2014 y alcanzando el máximo de 8.3 en 2020.4

Gráfica 4. Satisfacción con la vida en México por grupos de edada

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a El eje vertical de la gráfica representa únicamente la mitad de la escala.

En cuanto a los grupos de edad, quienes reportan mayor satisfacción son aquellos menores a 29 años, mientras que quienes reportan menor satisfacción son aquellos por encima de los 45 años, mismo fenómeno que se hace más marcado conforme el grupo de edad es mayor, hasta llegar a aquellos mayores a 75, el grupo con valores más bajos.

Las valoraciones que hacen los mexicanos de su satisfacción con distintos aspectos de la vida también son, en general, altas. La medición correspondiente a enero del 2020 refleja un comportamiento constante: todos aquellos componentes relacionados con la evaluación de aspectos individuales (nivel de vida, estado de salud, logros, relaciones personales, perspectivas a futuro y ocupación) tienen un puntaje promedio de satisfacción por encima de 8, como se aprecia en la tabla 4.1. El único aspecto por debajo de esa cifra es el relacionado con el tiempo libre.

Tabla 4. Satisfacción con dominios específicos

Nivel de vida Estado de salud Logros en la vida Relaciones personales Perspectivas a futuro Tiempo libre Seguridad ciudadana Actividad u ocupación Vivienda Vecindario Ciudad País
Total 8.2 8.4 8.5 8.8 8.3 7.7 5.2 8.6 8.6 7.9 7.3 6.9
Hombres 8.3 8.5 8.5 8.7 8.4 7.7 5.4 8.6 8.6 7.9 7.4 7.0
Mujeres 8.2 8.4 8.5 8.8 8.3 7.8 5.1 8.7 8.6 7.9 7.2 6.8

Más allá de los aspectos relacionados con la experiencia individual y que podríamos asociar más con cuestiones societales en las que se enmarca la experiencia de vida de los individuos, la satisfacción es menor, pasando por la valoración de las ciudades y del país, la cual es aún más baja. El aspecto con el que los mexicanos están menos satisfechos es el relacionado con la seguridad, lo que hasta cierto punto tiene una lógica inatacable dadas las circunstancias.

Al examinar las distintas correlaciones con los distintos aspectos referidos, no sorprende que en todos los casos haya una correlación positiva significativa al ser estos componentes específicos de la satisfacción general,5 aunque dependiendo del ámbito ésta sea mayor o menor (véase la tabla 4.2).

Tabla 4. Correlaciones satisfacción con la vida y dominios

Nivel de vida Estado de salud Logros en la vida Relaciones personales Perspectivas a futuro Tiempo libre Seguridad ciudadana Actividad u ocupación Vivienda Vecindario Ciudad País
1. ¿Podría decirme en una escala de 0 a 10 qué tan satisfecho se encuentra actualmente con su vida? .488 a .413 a .436 a .367 a .439 a .271 a .193 a .384 a .360 a .201 a .223 a .235 a
Sig. (2-tailed) .000 .000 .000 .000 .000 .000 .000 .000 .000 .000 .000 .000
N 2004 2004 2004 2004 2004 2004 2004 2004 2004 2004 2004 2004

a Correlation is significant at the 0.01 level (2-tailed).

Como es lógico, prácticamente todos los aspectos en los que existe mayor satisfacción tienen una correlación más alta. Como ya se observó arriba, éstas tienden a estar íntimamente ligadas con la percepción de la experiencia de vida en el ámbito individual: nivel de vida, perspectivas a futuro, logros en la vida, salud, actividad y relaciones personales. Las correlaciones más bajas, por otro lado, le corresponden a la satisfacción con los ámbitos más distantes al individuo: la seguridad, el vecindario, la ciudad y el país.

El bienestar en la Cuarta Transformación (4T): edificio conceptual

En 2018 México completó un ciclo de alternancias políticas en la presidencia de la República con la llegada de Andrés Manuel López Obrador (AMLO). La elección representó un hito en la era democrática del país: nunca se había elegido un presidente con un margen tan apabullante sobre sus contrincantes. Este hecho sintetiza un par de cuestiones: (a) el hartazgo del electorado con una clase política ajena a sus intereses, y (b) la subsecuente decantación y el otorgamiento de legitimidad política amplia a quien enarboló desde la oposición, y por muchos años una agenda de cambio crítica al statu quo y orientada hacia la construcción de un nuevo régimen político, pero fundamentalmente social. AMLO denominó este movimiento de transformación sustantiva de la vida política y social en México como la Cuarta Transformación (4T), en alusión a otros movimientos transformativos en la vida del país.

Esta intención se recoge en los documentos normativos de la actual administración, por no referir el largo listado de enunciados hechos en la campaña política o consignados en la obra literaria de AMLO. El Plan Nacional de Desarrollo (shcp, 2019) esboza en al menos tres ocasiones la generación de bienestar para el pueblo como su gran objetivo. Se abandona el concepto de desarrollo social como el eje de la política social y se sustituye por el bienestar. En el mismo documento se hace referencia explícita a un enfoque garante de derechos con una particularidad: el énfasis en la atención prioritaria hacia la clase más desposeída bajo el eslogan “primero los pobres”.6 Esta intencionalidad se formaliza en la creación de distintos programas e instituciones con la apostilla bienestar como sello distintivo.

Los programas federales del ramo de desarrollo social también se reconfiguran con la eliminación de algunos programas y la creación de otros. La principal característica es la primacía de entrega de apoyos en efectivo sobre la prestación de servicios. La estructura de la administración federal experimenta algunos cambios: la ahora extinta Secretaría de Desarrollo Social pasa a ser la Secretaría del Bienestar. Con el afán de centralizar las acciones de gobierno se crea la figura de Delegaciones de Programas para el Desarrollo, una figura de coordinación/operación/supervisión de los distintos programas operando en las entidades federativas. Se crea además el Instituto Nacional de Salud para el Bienestar (Insabi), que sustituye en los hechos al ahora extinto Seguro Popular.

Se argumentó que, a través de la eliminación de ciertos programas del rubro social y la creación de otros, a la par de incrementos en el presupuesto correspondiente, se reorientaría el alcance de la política social. El argumento subyacente se sustentaba en dos pilares: (a) diseño ineficiente de programas, (b) operación deficiente ligada a corruptelas. Esta agenda de cambios se apuntala (de manera retroactiva) con la modificación del artículo 4º de la Constitución para incluir algunos de los cambios referidos, a saber: atención a la salud para no beneficiarios de la seguridad social, así como programas creados en este sexenio con el otorgamiento de becas a estudiantes del sistema público, pensión a adultos mayores y a personas con alguna discapacidad permanente.

En la narrativa construida por el régimen actual se han esbozado de forma regular dos cuestiones clave: (a) el Estado como garante del bienestar del pueblo, y (b) la sugerencia de una idea del bienestar caracterizado por valores morales y espirituales, incluso en franca oposición a cuestiones materiales. Estos dos elementos son referidos constantemente por su artífice principal, AMLO, como voces afines al régimen en los medios de comunicación. El colofón de lo anterior es la reiterada manifestación del titular del ejecutivo de reemplazar la utilización del producto interno bruto (pib) como medida del desarrollo del país, apuntando a la utilización de alguna métrica que capte, como él mismo señala, la felicidad del pueblo.

¿La nueva política social en México?

Mucho se ha escrito en torno a la caracterización de la política social en función de los rasgos principales en los últimos 30 años y su ineficiencia relativa: se puede decir que ésta tiene una naturaleza dual, por un lado un sistema dependiente de la seguridad social (asociado al trabajo formal) y por el otro, una red de protección minimalista estructurada en una miríada de instrumentos focalizados y transitorios con muy bajo nivel de coordinación para la atención de aquellos fuera de la seguridad social, en su abrumadora mayoría, un sistema de atención para los pobres. La política social tiene un rol residual dentro de un sistema de atención dual, segmentado y estratificado (Arzate, 2010; Barba, 2004; Ordoñez, 2009, 2011; Valencia et al., 2012).

A pesar de la narrativa oficial, esa lógica sigue vigente: el número de programas y acciones catalogados como desarrollo social se ha mantenido estable en los últimos 5 años. Entre 2018 y 2019, cuando la actual administración federal reorganizó los programas y acciones de desarrollo social y su presupuesto, lo más notorio fue la disminución drástica en el número de programas sujetos a reglas de operación (rop) (-21%) con un recorte presupuestal asociado de -9%. Lo más sorprendente es el aumento, aún más radical, en los programas de subsidios no sujetos a rop (38%), con un aumento en el presupuesto correspondiente de 77% (véase la tabla 4.3).

Tabla 4.3 Programas y acciones de desarrollo social por modalidad presupuestaria

Año Número de programas Acciones Ba Monto B (mmdp) Acciones Ea Monto E (mmdp) Programas Sb Monto S (mmdp) Programas Ub Monto U (mmdp)
2008 246 3 2 241.19 104 233 252.48 104 183 191.30 35 68 894.11
2009 272 4 3 898.58 88 250 517.50 105 219 295.47 75 113 876.52
2010 273 4 3 961.47 83 258 487.18 107 240 649.07 79 122 985.92
2011 273 4 4 301.50 90 304 776.15 101 253 377.49 78 142 046.69
2012 278 4 4 364.73 85 329 011.06 97 250 327.18 92 163 088.23
2013 264 4 4 284.47 84 366 131.48 95 269 520.37 81 175 149.87
2014 233 3 5 318.41 80 375 969.22 91 335 752.93 59 193 071.23
2015 235 3 5 299.60 80 394 022.42 92 346 073.91 60 203 880.31
2016 154 3 4 331.20 54 414 744.43 67 343 320.15 30 190 952.23
2017 154 3 3 517.63 59 425 049.49 66 279 947.46 26 166 962.65
2018 155 3 4 593.04 59 448 207.14 67 289 430.26 26 168 052.87
2019 150 3 4 104.67 58 468 398.99 53 263 003.28 36 297 002.68
2020 149 3 5 147.75 61 502 677.60 50 234 247.52 35 321 146.68

a Acciones: modalidad E (Prestación de Servicios Públicos); B (Provisión de Bienes Públicos)

b Programas: modalidad S (Reglas de Operación); U (Otros programas de subsidios)

Los nuevos programas de la actual administración catalogados como los más importantes tanto en el discurso como presupuestalmente, sin excepción, arrancaron sin rop.7 Si bien algunos de los programas eliminados en esta administración no eran perfectos, su operación estaba avalada y validada por distintas evaluaciones. El hecho de que éstos en principio contarán con rop acotaba mucho la problemática añeja de manejo opaco y discrecional de los programas sociales. Privilegiar la operación de programas sin este requerimiento operativo es un retroceso importante.

La eliminación de algunos de los programas bajo los supuestos arriba referidos8 se reflejó en su reemplazo por algún sucedáneo; otros cambiaron su lógica u operación; otros más ampliaron su presupuesto y universo de beneficiarios. Si bien esto se hizo según lo esbozado por la administración federal para enfocarse en algunas de las áreas que tocan estos programas y que coinciden con una realidad lacerante, la instrumentación de los mismos ha distado mucho de atajar los problemas que se suponía eran su razón de ser. El Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) evaluó el diseño y operación de algunos de los programas prioritarios de la administración federal. Los resultados de ese ejercicio,9 aunque con matices específicos para cada uno, apuntan en la dirección de un diseño deficiente que entre otras cosas incluyen la falta de definición clara del problema, ausencia de identificación de población objetivo, falta de lineamientos para la operación y ausencia de mecanismos de evaluación. Lo que refleja esta situación es que, en rigor, no existe una liga clara, funcional y práctica entre diagnósticos, objetivos y medios para el logro de objetivos.

Este ejercicio de reinvención de la política social no obedeció a un proceso de diagnóstico y planeación que fuese consecuente con los señalamientos hechos a propósito de su misma ineficiencia. Esto se ha evidenciado a través de un análisis de similitud existente entre los componentes de distintos programas y acciones, en el cual se identificó que 46 de éstos tienen una similitud igual o mayor a 98% (Coneval, 2020a). Que los programas insignia de esta administración hayan partido de un método de identificación/afiliación (Censo del Bienestar) que ha sido reiteradamente señalado por su opacidad y deficiencias técnica y metodológica, además de que los padrones de beneficiarios son poco transparentes, redunda en el hecho de la poca certeza en la consecución de objetivos (entrega de recursos, prestación de servicios) y el alcance y cobertura efectiva de los mismos. El hecho referido de la ausencia de rop sintetiza en buena medida las fallas de origen: sin reglas, no hay información clara, no se sabe el número de beneficiarios, y no se pueden hacer salvo estimaciones tanto de eficiencia como de impacto.

Por otro lado, el primer presupuesto confeccionado por esta administración federal (2019) correspondiente al rubro arriba referido tuvo un incremento de 13% con respecto al año anterior (véase la tabla 4.4).

Tabla 4.4 Presupuesto asociado a programas y acciones de desarrollo social

Año Presupuesto aprobado (mmdp) Cambio porcentual anual presupuesto % presupuesto programas/ gasto desarrollo social % presupuesto programas/ PIB nominal
2008 487 579.09 31% 3.90%
2009 587 588.07 21% 39% 4.80%
2010 626 083.64 7% 39% 4.70%
2011 704 501.82 13% 42% 4.80%
2012 746 791.20 6% 42% 4.70%
2013 815 086.19 9% 43% 5.00%
2014 910 111.79 12% 44% 5.20%
2015 949 276.24 4% 42% 5.10%
2016 953 348.01 0% 43% 4.70%
2017 875 477.23 -8% 39% 4.00%
2018 910 283.31 4% 38% 3.90%
2019 1 032 509.61 13% 31% 4.22%
2020 1 063 219.56 3% 38% 4.54%

Esa reconfiguración presupuestal como programática podían hacer suponer que se encaminaba hacia una gran agenda de cambio en la política social en línea con la narrativa planteada. Sin embargo, cuando se hace un escrutinio más profundo ese supuesto golpe de timón es difícil de sostener. Aunque efectivamente el presupuesto nominal ligado a programas es en efecto mayor, otras administraciones han tenido un mayor presupuesto asociado a programas desde dos perspectivas distintas: (a) como proporción del gasto programable de desarrollo social, y (b) como proporción del pib nominal, tal como se puede ver en la tabla 4.4. En ambos casos, los presupuestos de esta administración son proporcionalmente menores a los presupuestos de algunos años de administraciones anteriores.

La actual administración ha hecho hincapié en dos grupos de edad: jóvenes (18 a 29 años) a través de programas de becas (Media Superior Benito Juárez) y capacitación (Jóvenes Construyendo el Futuro y Jóvenes Escribiendo el Futuro), discapacidad (Bienestar de las Personas con Discapacidad Permanente), además de adultos mayores (Bienestar de las Personas Adultas Mayores). A grandes rasgos, estos cinco programas representan prácticamente 20% del total del presupuesto de programas y acciones de desarrollo social para 2020. Aun cuando la información respecto del número de beneficiarios es escasa y/o ambigua, una estimación hecha a partir de la Cuenta Pública 2019, así como los objetivos establecidos en los documentos normativos, ubica a la mayoría de beneficiarios de este tipo de programas precisamente en estos grupos de edad (10.2 millones).

Para aquellos entre los 30 y los 65 años de edad, la mayoría de los programas están relacionados con la esfera laboral, sea a través del otorgamiento de un subsidio como contraprestación a la realización de un trabajo (Sembrando Vida), a través del otorgamiento de créditos (Microcréditos para el Bienestar), a través de la adquisición y acopio de producción del campo (Precios de Garantía), o a través del impulso de la producción de granos (Producción para el Bienestar). El número estimado de beneficiarios es menor al del otro grupo (alrededor de 4.6 millones) y comprende 5% del presupuesto referido.

Que esta administración haya erigido como el pilar de su agenda de cambio una serie de programas evidencia hasta cierto punto la limitación conceptual/pragmática de su enfoque: se sabe que los programas asociados al desarrollo social en México tienden a tener un alcance compensatorio más que transformativo. A esta instrumentación basada en programas le subyacen una serie de problemas añejos: focalización e identificación de beneficiarios deficiente, segmentación entre bolsones de la población, prestación inconsistente de beneficios (independientemente de la modalidad), discrecionalidad y establecimiento de condicionalidades, generación de efectos no deseados, otorgamiento del bien o servicio de forma discrecional o arbitraria, dificultades de seguimiento/evaluación, así como la relación problemática al respecto de la progresividad de los mismos. El hecho de que estén sujetos a este tipo de criterios le despojan de cualquier noción asociada a un enfoque de derechos.

¿Cómo se entrelazan el tema de la satisfacción con la vida y la nueva política social en México?

Como se vio arriba, los mexicanos consistentemente evalúan de manera positiva su experiencia de vida, incluso a contrapelo de las no pocas calamidades de una u otra índole que azotan al país.

Tentativamente podría argumentarse que los mexicanos valoran su satisfacción personal independientemente de las circunstancias. Esta hipótesis amerita algunos matices. Por un lado, el hecho de que el mexicano y su experiencia de vida estén tan fuertemente apalancadas en su esfera individual y cercana de alguna forma está en cierta sintonía con los postulados de la psicología positiva acerca del bienestar como una combinación de sentirse bien y, al mismo tiempo, albergar expectativas de futuro, tener un sentido en la vida, buenas relaciones personales y valoración de actividades y logros presentes (Seligman, 2011).

Por el otro, está el dato concreto de que un aspecto de satisfacción registra valores muy inferiores al resto: la seguridad. De forma similar, aunque no con valores de satisfacción tan bajos, están la ciudad y el país. Se puede decir entonces que hay elementos de las estructuras y experiencias sociales en las que el mexicano vive su vida que no le resultan totalmente inocuos. Lo anterior estructuraría una noción complementaria de conformidad con lo próximo e inmediato y de distancia o sensación ajena con las estructuras societales. El mexicano, entonces, está conforme (o eso aduce) incluso a pesar de las circunstancias.

Al respecto de la interacción entre la política social reflejada en los programas insignia de la actual administración y la satisfacción con la vida, podemos hacer algunos apuntes preliminares. ¿Es factible esperar un impacto positivo de esta reestructura de la modificación en la política social? Aun cuando no existe información precisa respecto del número de beneficiarios de programas, la población objetivo establece de alguna forma el impacto que éstos pueden tener. Lo primero que hay que establecer es el hecho de que el bienestar subjetivo tiende a tener forma de U a lo largo del trayecto de vida: es mayor durante la juventud y adultez temprana, disminuye hacia la etapa media y vuelve a incrementarse en la vejez (Blanchflower y Oswald, 2008).

En el caso de los jóvenes beneficiarios se puede esperar que la valoración de su bienestar subjetivo, de por sí alta, se incremente al recibir estos apoyos. Tanto la mejoría en el aspecto pecuniario, así como otros efectos secundarios desprendidos de la comparación entre pares pueden augurar tal mejoría. Para el caso de los adultos mayores el impacto puede ser mayor, tanto en términos de la población beneficiaria (cobertura universal para mayores de 65) como el hecho de que una alta proporción es sumamente vulnerable en términos de ingresos al carecer de una pensión.

Ahora bien, la medida en que esta hipotética mejoría sería sostenible en el mediano plazo abre distintas consideraciones. Los programas de jóvenes tienen una temporalidad específica y si bien éstos pueden tener efectos positivos en el corto plazo, a mediano plazo los efectos son inciertos: aun cuando se argumenta un efecto positivo en términos de empleabilidad, el momento en que los sujetos dejan de recibir el apoyo puede ser equivalente al efecto negativo que tiene el desempleo. Si además el mercado laboral es incapaz de absorber a estos jóvenes, los efectos positivos pueden evaporarse rápidamente.

Para los beneficiarios de la pensión para personas con discapacidad, también es factible esperar un aumento de su valoración del bienestar subjetivo. Sin embargo, no existe información precisa que especifique la edad de los beneficiarios, con lo que los efectos pueden ser diferenciales de acuerdo a la circunstancia si, por ejemplo, la pensión la recibe alguien a cargo de un menor de edad o si la recibe algún mayor de edad para su usufructo.

El caso de los adultos mayores es distinto, pues la temporalidad no es una característica del programa. Es factible entonces que este segmento específico registre un incremento en su bienestar subjetivo tanto en el corto como en el mediano plazo. Un efecto negativo que puede generarse corresponde al grupo de edad inferior al umbral de admisión al programa. Este efecto sería análogo al que ocurre en programas focalizados que incurren en errores de inclusión y exclusión y que dan pie a la comparación desfavorable que establecen los beneficiarios excluidos.

En cuanto a los programas que gravitan en torno a la esfera laboral y que difieren de los referidos anteriormente en tanto involucran a los beneficiarios en actividades productivas, éstos pueden tener un impacto doble en el bienestar subjetivo por: (a) disponibilidad de ingresos, y (b) el involucramiento con una actividad productiva. Como se apuntó arriba, el desempleo tiene efectos perniciosos sobre el bienestar subjetivo, y los efectos no se limitan a la ausencia de ingresos, sino que sus efectos son mayores sobre dominios no pecuniarios. Es factible esperar que este grupo experimente también un incremento en su bienestar subjetivo.

Ahora bien, lo referido en los párrafos anteriores concierne directamente a los beneficiarios directos. Dos consideraciones adicionales: el alcance y la duración de la potencial mejoría. En torno al alcance que estos instrumentos pueden tener en otros que no sean los beneficiarios directos, podemos especular que éstos pueden irradiar un efecto positivo en los círculos inmediatos: tanto los efectos económicos que pueden disminuir la presión sobre hogares vulnerables como los efectos que tiene el bienestar de los seres queridos. En cualquier caso, el impacto se acotaría a un número relativamente reducido de personas. En cuanto a la duración de cualquier efecto positivo, éste se encuentra atado a la condición de beneficiario. Dada la adaptación a los cambios en el bienestar experimentado los incrementos en bienestar subjetivo son mayores en las primeras etapas de recepción de cualquier estímulo y tienden a reducirse con el tiempo hasta volver a niveles previos.10

Ampliando el espectro más allá de los beneficiarios directos de programas, persiste la paradoja de la experiencia de vida de muchos mexicanos, la cual está enmarcada en un entorno adverso y, sin embargo, el bienestar subjetivo es alto. Esto puede tener varias explicaciones tentativas. Se ha establecido que el ser humano recurre a distintos mecanismos de adaptación mental a circunstancias adversas. La exposición prolongada a condiciones de privación puede inducir a los individuos a la extracción de momentos de gozo o satisfacción al respecto de sus condiciones objetivas (Clark et al., 2016; Gasper, 1996). Dado que el bienestar subjetivo está fuertemente vinculado a la utilidad o satisfacción mental, este mismo puede ser fácilmente distorsionado por rasgos de personalidad o preferencias adaptativas al punto de derivar enorme satisfacción de acontecimientos menores.

Adicionalmente está el tema de la habituación: se sabe que en lugares donde los índices de criminalidad y corrupción son un factor común y extendido, el impacto en el bienestar subjetivo es menor (Graham, 2009). Si bien esto refuerza la noción de la adaptación, no quiere decir que esta adaptación sea perenne. Existen además las propias distorsiones que el individuo genera al respecto de sus recuerdos. Los mismos datos del biare evidencian este sesgo mnemónico, al comparar el bienestar declarado contra el recordado (un año atrás) y en los que se verifica la tendencia a la sobreestimación del bienestar recordado, es decir, se asume que se estaba mejor de lo declarado en el periodo específico. Los jóvenes tienden a sobreestimar más fuertemente sus recuerdos, mientras que esa sobreestimación se va reduciendo en los grupos de edades mayores.

Puesto que lo relativo a la adaptación, habituación y los sesgos mnemónicos son todos fenómenos que se presentan universales, seguramente existen otros factores que median la relación entre circunstancias sociales adversas y un bienestar subjetivo alto en la población mexicana.

Una explicación tentativa puede ser la interacción social, componente esencial del ser humano (Goleman, 2006). Las interacciones pueden ser lazos sociales fuertes, como aquellos que se dan con el círculo íntimo de los individuos y que juegan un rol importante en la construcción del bienestar subjetivo de los mexicanos. Además, las interacciones también se construyen a partir de la presencia de lazos sociales débiles, es decir, aquellos que existen con personas fuera de los círculos íntimos, sean éstas con conocidos e inclusive extraños, y que a pesar de eso contribuyen al bienestar de los individuos (Sandstrom y Dunn, 2013, 2014). Estos lazos sociales débiles incluyen toda una serie de interacciones mundanas —y nimias—, tales como el contacto visual en la calle, ser reconocido por personas con quienes se tiene algún contacto frecuente, etc. (Wesselmann et al., 2012). Este tipo de interacciones tiene un efecto probado en la sensación de inclusión y, por extensión, en la manera de sentirse percibido por y en el entorno (Baumeister y Leary, 1995; Williams, 2009).

En este sentido, la relativa facilidad y disposición de los mexicanos a establecer este tipo de conexiones puede estar actuando como mediador entre un entorno adverso y un bienestar subjetivo alto (además de la alta valoración de los aspectos próximos a la experiencia individual ya referidos). Sin embargo, esta hipótesis requiere ser explorada con más detalle a fin de proveer evidencia empírica que la sustente.

Conclusiones: vino viejo en odres (no tan) nuevos

De acuerdo a lo revisado hasta este punto podemos referir algunas conclusiones preliminares en torno a los dos temas que articulan este trabajo. En lo referente al bienestar subjetivo de los mexicanos podemos inferir la existencia de interacciones múltiples entre varios factores que permiten construir una suerte de burbuja de protección que amortigua circunstancias adversas.

Hasta donde podemos atisbar, no existen elementos para aseverar que el bienestar subjetivo en cualquiera de sus variantes esté directamente influenciado por la política social en el agregado general. Quizá el análisis diferenciado entre beneficiarios y no beneficiarios arrojaría matices específicos; sin embargo, es posible intuir que la diferencia no sería significativa, fundamentalmente por el limitado alcance —en tiempo, en montos y en número de beneficiarios— de éstos.

Esta afirmación podría sostener la hipótesis de que la política social —con una visión estrecha y rango de acción y resultados limitados— y el bienestar subjetivo de los mexicanos corren por rutas paralelas y hasta cierto punto independientes la una del otro. No sugerimos que los instrumentos asociados a la política social sean irrelevantes o incluso prescindibles, sino al contrario. El punto es que aparentemente los mexicanos valoran sus experiencias subjetivas de vida incluso al margen de esa realidad adversa.

En cuanto a la política social de la administración en turno, se puede apuntar que no existe un cambio radical y sí existe una continuidad, en otras palabras, que se trata de vino viejo en odres no tan nuevos; además se presentan regresiones importantes como la opacidad en los manejos de los programas sociales. Lejos de la pretendida universalización en algunos casos, notablemente en el caso de la atención a la salud, lo único que logra (pues bien a bien no se conoce el mecanismo de operación del mismo) es la consolidación del modelo dual tradicional del sector: seguridad social para afiliados del mercado formal, servicio básico (con muchas deficiencias) para población abierta. En general, en el mejor de los casos lo que tenemos es una suerte de desplazamiento lateral de recursos para atender los mismos problemas bajo parámetros o mecanismos ligeramente distintos.

No se puede afirmar que exista un enfoque de derechos, si por esto entendemos el compromiso del aparato estatal por garantizar el acceso a prestaciones sin el establecimiento de una miríada de instrumentos basados en distinciones de merecimiento, criterios de admisión o condicionalidades. El hecho de que los programas emblema de esta administración hayan sido incorporados a la Constitución no dice mucho. A lo sumo equivale a un esfuerzo por blindar su existencia ante futuros cambios: proteger el esfuerzo político ante la posibilidad de que puedan ser desechados —de la misma manera en que se desecharon programas de otras administraciones—, pues siempre será más complicado promover una reforma constitucional para tales fines que desaparecerlos por una instrucción ejecutiva.

La arquitectura de la política social basada en un red inarticulada de instrumentos dispersos y plagados de deficiencias de diseño e implementación, sello característico de la política social antigua y actual, no sólo no equivalen a un enfoque de derechos, sino que tal configuración no tiene un poder transformativo. Reemplazar la prestación de servicios públicos por transferencias en efectivo sólo apunta a la mercantilización del bienestar, la manifestación más conspicua de todo lo que la actual administración ha criticado. Con relación al bienestar subjetivo, independientemente de todas las críticas que se le puedan hacer y las deficiencias que estas métricas puedan tener, las variaciones en éstas si bien pueden ser menores, son análogas a los registradas por la temperatura corporal: un cambio, por menor que sea, es un indicador claro de que algo está bien o mal, y como tal puede servir como una guía complementaria para orientar la acción pública (Cummins et al., 2009).

Sin embargo, hay que ser sumamente cautelosos con el uso de estas métricas como faro guía en la política pública: el bienestar subjetivo puede ser muy volátil dada su conexión con las emociones (corta duración), por lo que es mayormente susceptible de captar el circo, pero obviar el pan (Deaton, 2012) y, consecuentemente, ser sumamente engañosa. Así, los políticos pueden optar por invertir en acciones menores de las que se deriva una gran utilidad con la finalidad de obtener réditos políticos. Con base en éstas puede intentar legitimarse la noción de que una vida espartana y/o modesta no sólo es sinónimo de bienestar, sino además una aspiración deseable, con lo que se puede terminar eludiendo responsabilidades públicas y disfrazando pobres resultados en materia del mejoramiento de estándares de vida.

Quizá los programas estelares de esta administración puedan elevar la felicidad de sus beneficiarios, lo que permitiría sostener una ambigua afirmación de que la política social en su actual forma contribuye a aumentar la felicidad de los mexicanos. El hecho concreto de que los mexicanos le asignen un valor relativamente bajo a las estructuras sociales y se enfoquen mayormente en la valoración de su entorno inmediato (Martínez-Martínez et al., 2021; Vargas, 2018) no auguran que, independientemente de los cambios en el entorno (positivos o negativos), haya una variación drástica en términos de bienestar subjetivo. Si acaso existiese una fuerte variación en el entorno y los valores de bienestar subjetivo continuasen más o menos inalterados, se confirmaría que en efecto la felicidad y la satisfacción de los mexicanos y la política social, en nuevos o viejos odres, caminan por rutas paralelas, pero, hasta cierto punto, ajenas e indiferentes las unas de la otra.

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