1. Contextualización teórica
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1. Contextualización teórica
Los últimos 40 años de la economía mundial han transitado por niveles cada vez más lentos de crecimiento con inflación permanente y extrema inseguridad social, nada comparable con el bienestar y el ascenso social logrado entre los años cincuenta y sesenta del siglo xx. La ciencia económica no está ofreciendo propuestas viables de solución a tales problemas; por el momento no es posible esperar grandes mejoras sino más bien se vislumbra la prolongación y agravamiento de los problemas, lo que deriva en una cada vez mayor descomposición social, convirtiendo al crimen y la barbarie social en fuente de enriquecimiento de políticos, empresarios y delincuentes.
Las propuestas de solución ofrecidas hasta ahora aspiran cuando mucho a elevar el crecimiento y detener en algo el persistente aumento de precios, pero aun logrando esos objetivos, ello no garantiza mayor bienestar, seguridad social y protección del medio ambiente. La incapacidad de hacer mejores propuestas inicia con la idea generalizada de que para obtener cualquier beneficio, primero hay que ofrecer elevadas ganancias para con ello estimular la inversión que mejore el empleo y el nivel de vida. Es decir, primero hay que elevar las ganancias de los que más ganan, para después ofrecer a la sociedad algún tipo de beneficio. Nada más falso.
Esta visión propia de los faraones egipcios pretende justificar la voracidad y la incapacidad de mejorar el bienestar social. En los años cincuenta y sesenta del siglo pasado el crecimiento y las ganancias aumentaron gracias a que primero mejoró el bienestar de la población y posteriormente se obtuvieron elevadas ganancias. En esos años el salario creció por encima de la productividad y de los precios y gracias a ello aumentaron las ganancias y la producción a niveles nunca antes vistos. En cambio, hoy en día favorecer primero el aumento de las ganancias para después esperar algún tipo de mejoría del bienestar de la población solo ha profundizado el estancamiento con inflación persistente.
El compromiso de una parte de la teoría económica de dar prioridad al aumento de las ganancias la hace perder objetividad y la obliga a ocultar hechos que se contradicen o no coinciden con su intención de favorecer las ganancias. Este propósito provoca que parte de las premisas teóricas dominantes no tengan suficiente sustento histórico y no puedan ser aplicables para todas las épocas y contextos sociales. Por otro lado, parte importante de la teoría económica no reconoce que el capitalismo no es idéntico en todos los países como tampoco ha tenido las mismas características en todos sus años de existencia; el surgimiento de grandes movimientos políticos y sociales dio lugar a la aparición de nuevas formas capitalistas de desarrollo económico, social, político y tecnológico, creando profundas diferencias estructurales entre los países y entre las épocas. El pensamiento marxista y no marxista identifica una única e inmutable forma de ser del capitalismo, sus categorías se explican y se aplican de la misma manera para todas las sociedades y épocas del capitalismo sin posibilidad alguna de cambio histórico y social (Dimand, 2019). Cualquier cambio de valor de los parámetros en las ecuaciones que explican el comportamiento económico se le atribuye a cambios estructurales exógenos y no a la falsa o equivocada especificación del modelo. De no aparecer fenómenos exógenos se espera que las variables conserven el mismo comportamiento aun cuando se trate de épocas y sociedades diferentes.
Numerosos conceptos y categorías que se aplican en el momento actual fueron desarrollados hace más de 200 años y no se piensa mucho sobre las dificultades que pueden aparecer al tratar de resolver determinados problemas con base en conceptos formulados en un contexto histórico completamente diferente. Ciertas propuestas de solución de la teoría dominante no solo no pueden resolver ciertos problemas sino incluso los agravan todavía más, como es la actual falta de crecimiento y el combate a la inflación, que tienden a ser persistentes. Adam Smith y David Ricardo, entre otros, se preocuparon por explicar el intercambio, el valor de las mercancías, entre otros aspectos, no se inquietaron tanto por analizar la forma en que la humanidad alcanzó el desarrollo en el que se encontraba, no conocían con claridad los antecedentes ni el costo social y económico que se pagó para construir la sociedad en la que vivían. Simplemente ya estaban ahí, disponían de cierto nivel de desarrollo y de bienestar y no importaba demasiado averiguar si este era superior o inferior al del pasado.
La teoría de las ventajas comparativas de David Ricardo, de principios del siglo xix, no incluyó en su explicación el trabajo de esclavos al suponer una relación comercial entre dos países en igualdad de condiciones, con el mismo nivel de bienestar y sin existir ningún tipo de relación de poder o de coerción entre ellos. Para esta teoría, los países disponen de una determinada dotación de factores y de recursos asignados de manera natural sobre la cual se explica el intercambio o el trueque sin dinero. Dicha teoría no puede explicar cuántas mercancías o de qué tipo eran necesarias para intercambiarlas por un esclavo. ¿Cuál era el tiempo promedio necesario para capturar un esclavo e intercambiarlo por el trabajo equivalente de producir otra mercancía cualquiera, cuando prácticamente era inagotable la mano de obra de todo un continente? (Bridgeman, 2018). La teoría de las ventajas comparativas no consideró que entre el siglo xvii y el xix disminuyó la población autóctona en América y para suplir la falta de trabajadores se importaron millones de esclavos.1 La misma teoría no consideró casos concretos de esclavitud y creación de un comercio mundial específico, como la exportación de caucho en África, que dejó una enorme fortuna al rey Leopoldo II de Bélgica. Tal negocio causó la muerte de entre 10 y 15 millones de personas obligadas a trabajos forzados y a padecer hambre y enfermedades para cumplir la cuota de producción. Leopoldo II creó la ventaja comparativa de la abundancia del factor trabajo y a todo aquel que se negó a contribuir con el aumento del número de trabajadores simplemente le cortó una mano o la cabeza. La fortuna extraída con la explotación de caucho se invirtió en parte para crear una de las ciudades más bellas del mundo (Belgrado) y en cambio le dejó al actual Congo una pobreza extrema que aún hoy en día se mantiene. Allí la dotación de factores no fue ninguna asignación natural, fue impuesta por empresarios que elevaron sus ganancias a costa de llevar a la muerte a millones de personas. En ese tiempo, las diferencias naturales de cada país no dieron lugar a ningún tipo de relación comercial de compraventa de mercancías, en realidad no existió el intercambio recíproco o fue mínimo entre diferentes actividades productivas; más bien se trató de intercambios de mercancías realizados en una sola dirección, las cuales no podrían ser consideradas como comercio equitativo de mercancías; de ahí el error de la teoría al tratar de explicar algo que en realidad no existió y apareció en forma diferente a lo descrito por la teoría. El aumento de la producción de la época no dependía del intercambio comercial sino del eslabonamiento de actividades que se iniciaban con la conquista militar y solo se podría mantener solo si las conquistas militares se prolongaban. El negocio se iniciaba con la invasión o conquista de tierras vírgenes o de nuevas tierras que exigían primero aniquilar gran parte de la población originaria; una vez concluido el genocidio se introducía el trabajo de esclavos en minas y plantaciones agropecuarias, cuya producción pasaba, en el caso de las minas, de los minerales a la producción de acero, posteriormente a las armas, municiones, ferrocarriles y barcos, principalmente. La mayor parte de este tipo de productos terminaba en campañas militares, al igual que la producción de algodón terminaba en el campo de batalla en uniformes militares. Los bancos financiaban con préstamos el gasto militar del Estado. Las minas, los latifundios y la industria en general no intercambiaban entre sí sus productos por otras mercancías, se dedicaban a abastecer, con el menor costo posible de mano de obra, las campañas militares y la expansión comercial de las metrópolis. Al concluir el genocidio de una nación era necesario iniciar otra guerra para no interrumpir la cadena de valor antes descrita. El sistema dejó de funcionar cuando no hubo más regiones que conquistar y entonces las burguesías de los países más ricos, acostumbradas a enriquecerse con las guerras, iniciaron la Primera Guerra Mundial.
El auge comercial del siglo xix no fue resultado de las ventajas comparativas derivadas de la dotación natural de factores o de la especialidad de los países como lo entiende la mayor parte de la teoría económica, sino más bien el comercio mundial se apoyó en las invasiones militares de conquista y genocidios y en el trabajo de esclavos o en el incipiente costo de la mano de obra que llevó a la muerte a millones de trabajadores junto con sus familias tanto en las metrópolis como en las colonias. En los países más ricos los trabajadores no tenían mejores condiciones que los esclavos de las colonias. También morían de agotamiento, accidentes y enfermedades en las fábricas o en las minas, y si lograban escapar de ello morían en sus hogares por desnutrición y enfermedades. En suma, el capitalismo liberal, desde sus inicios en el siglo xv hasta la Primera Guerra Mundial, se expandió con base en la muerte de millones de personas, como ya se mencionó, tanto de esclavos en los pueblos colonizados, como de obreros en las metrópolis. Este fue el precio humano pagado por iniciar el capitalismo, y ahora con el neoliberalismo se pretende regresar al mismo modelo económico.
Las limitaciones conceptuales de la teoría económica impiden a los gobiernos prever y resolver las crisis como la actual y como lo fue la Gran Depresión de 1929. Esta última solo pudo ser superada con la Segunda Guerra Mundial en 1939. En el intento de solucionar dicha crisis se aplicaron todas las recetas económicas conocidas hasta ahora en diferentes países, y ninguna de ellas logró resultados favorables. Intentando superar dicha crisis, los Estados Unidos aplicaron ambiciosos programas de empleo, no obstante, estos fracasaron al derrumbarse nuevamente en 1937 la bolsa de valores, que regresó al desempleo al mismo nivel de 1933. De igual manera, la invasión a Irak en 2003 eliminó el estancamiento norteamericano de entonces, pero en 2008 y 2009 la economía del Tío Sam cayó de nueva cuenta en recesión. La teoría económica tampoco ha podido explicar las causas y mucho menos repetir el acelerado crecimiento ocurrido entre los siglos xv y xix, en los años veinte y entre los cincuenta y sesenta del siglo xx, como tampoco puede revertir el cada vez más lento crecimiento con inflación aparecido desde hace ya más de 40 años. El neoliberalismo introducido en 1980 no dispone del trabajo de esclavos que sustenten la producción y el comercio mundial, ni de nuevos territorios que conquistar, como ocurrió con el liberalismo anterior a la Primera Guerra, pero redujo el salario bajo el pretexto de elevar la competitividad sin lograr aún igualar el costo de la mano de obra del siglo xix; no obstante, intenta elevar el crecimiento, el comercio y las ganancias y controlar la inflación usando la misma teoría “clásica” formulada con el trabajo de esclavos. Lo único obtenido hasta ahora ha sido, además de reducir el salario, disminuir la producción, elevar los precios y el deterioro social. En suma, la visión general, uniforme y estática de la mayor parte de la teoría económica le impide entender las causas que han provocado las crisis, no ha entendido la manera en que aquellas han sido resueltas y ofrece una misma explicación para todas las épocas y sociedades sin obtener ningún resultado positivo, por el contrario, se han agravado todavía más los problemas que se pretendían resolver. Al desconocer las diferencias históricas se aniquila a la sociedad y se intentan obtener conclusiones y propuestas a partir de estudiar solo su cadáver. Algunas de las mayores limitaciones de la teoría económica se encuentran en la interpretación equivocada elaborada sobre el rol que juegan la emisión de la moneda, el crédito, el Estado y los salarios en el crecimiento económico.
1.1. El rol de la emisión del papel moneda y del crédito
Una idea aceptada por la mayoría de las corrientes de la teoría económica se refiere al hecho de que la inflación es un fenómeno netamente monetario, que es provocada por el exceso de emisión de dinero.2 No obstante, han existido momentos en que la emisión de dinero ayudó al crecimiento, mientras en otros momentos solo acompañó el aumento de precios. El dinero no es causante del aumento o disminución de los precios, esta última es resultado de la aparición de condiciones específicas de producción y del mercado, del grado de avance de la tecnología y del grado de competitividad y de productividad. En los últimos 40 años la economía mundial no ha logrado controlar el aumento de precios más allá de cierto nivel, ello pese a la aplicación severa de la política neoliberal dedicada a lograr la estabilidad; en este periodo, pareciera ser que la inflación no es un asunto monetario sino una cuestión netamente neoliberal. Antes del neoliberalismo en los años sesenta, había casi completa estabilidad de precios pese al financiamiento de gran parte del déficit del Estado con emisión monetaria. Al terminar la Segunda Guerra los norteamericanos moldearon a su favor el nacimiento del nuevo orden económico internacional creando el Fondo Monetario Internacional (fmi), el Banco Mundial (bm), las Naciones Unidas, el gatt, el Plan Marshall y la cia, entre otras instituciones internacionales, todas ellas financiadas en parte con emisión de dinero. Con ello incumplieron los acuerdos de Bretton Woods de respaldar el valor del dólar con oro, al aumentar desde el inicio la emisión de dólares en mucha mayor proporción que la cantidad existente de oro en reservas. De 1961 a 1967 la masa monetaria tuvo aumentos superiores a 8%, en tanto los precios se mantuvieron por debajo de 4%, posteriormente los precios tuvieron ascensos muy intensos hasta alcanzar en 1974 y 1980 incrementos por encima de 10%. El aumento de los precios puede asociarse sin lugar a dudas a las devaluaciones del dólar ante el marco alemán y el yen japonés y al rompimiento de los tratados de Breton Woods.
De 1962 a 1965 el pib norteamericano alcanzó el ritmo más elevado en la época de la posguerra con niveles superiores a 6%, en esos años la masa monetaria se incrementó por encima de 8%, en tanto los precios se mantuvieron estables, por debajo de 2%. En esos años el incremento de la masa monetaria no se tradujo en mayores precios, sino en mayor producción, y los precios se mantuvieron estables. Posteriormente, la producción empezó a disminuir, al igual que la masa monetaria y los precios aumentaron. Alcanzó su nivel más alto en 1974 con 11.1% y en 1980 con 13.5% de inflación. La producción disminuyó en 1974 y 1980, 0.5, y 0.3%, respectivamente, aunque ya en 1970 el pib había tenido un crecimiento negativo de 0.3% y la inflación había alcanzado el primer pico más elevado de 5.8%. El inicio de la globalización en los años ochenta significó para los Estados Unidos la entrada de una crisis de estancamiento con inflación, y después de la recuperación en 1984 los subsecuentes aumentos de la producción nunca volvieron a alcanzar los niveles de la primera mitad de los años sesenta antes vistos, sino hubo niveles de aumento de la producción cada vez más lentos con una clara tendencia hacia el estancamiento. Después de 1984 la masa monetaria aumentó a ritmos cada vez más lentos, lo que acompañó tanto a una menor producción y menores aumentos de precios; no obstante, después de 1994 la masa monetaria aumentó, alcanzando otro pico en 2007 con 11.7% de crecimiento, para volver a descender. Es decir, la masa monetaria puede ayudar al crecimiento cuando existen condiciones favorables para ello, pero de ninguna manera evita una crisis y mucho menos la resuelve (gráfica 1.1).
Gráfica 1.1. Variación anual del PIB (a precios del 2010), de la masa monetaria y de la inflación, 1961-2021
La teoría monetaria ha prestado poca atención al aumento de la oferta monetaria proveniente del crédito y de diferentes papeles emitidos por instituciones bancarias y financieras privadas. El crédito privado, los bonos y las acciones o títulos de valores, transmitidos en su mayor parte a través de operaciones electrónicas, elevan la capacidad de compra mucho más que los billetes y monedas emitidos por el gobierno. Antes de la aparición de las transferencias electrónicas se acudió a la emisión de cheques o documentos que no requerían disponer del dinero en forma física. El crédito adelanta el poder de compra independientemente de la cantidad de monedas y billetes existentes en circulación. Se podría argumentar que esto no es necesariamente cierto, pues la compra de bonos, de acciones y valores no crean ningún poder de compra porque su adquisición requiere de un pago o de un depósito previo; no obstante, en el momento en que dichos bonos y valores son adquiridos, automáticamente generan un poder de compra adicional para quien los vende, y al igual que el crédito, están respaldados por la promesa de pago a futuro. En el “Reino Unido 97% del dinero en la actualidad es creado por los bancos y solo 3% es creado por la emisión de billetes y monedas del gobierno” (BBC News, 2019); el crédito eleva la capacidad de compra o de demanda por encima de la oferta total. En 2018, según el Banco Mundial, el crédito interno otorgado al sector privado en el mundo fue equivalente a casi 130% del pib mundial; en Japón los créditos internos fueron 168% equivalentes al pib; en los Estados Unidos los créditos privados representaron 187.2% del pib. En el mismo año, en este último país la emisión de billetes y monedas de 3 744 billones de dólares representó apenas 7.3% de la deuda doméstica de los sectores no financieros de 51 323 billones de dólares. En 2012, en el mismo país, la emisión de billetes y monedas de 2 457 billones de dólares fue equivalente a 18.1% del pib de ese año de 13 591 billones de dólares (Economic Report of the President, USA, 2019). Ante el descomunal poder de las instituciones financieras para elevar el poder de compra, el Estado solo puede influir en el mercado monetario a través de manipular la tasa de interés, con lo que podría pretender alcanzar cierto crecimiento y control de precios; no obstante, la emisión de dinero del Banco Central juega un papel insignificante, por no decir nulo, para influir en la inversión y los precios ante la enorme oferta de dinero virtual o cuasi dinero creada por el crédito y la emisión de valores del sector financiero privado. Por su parte, la masa total de dinero gubernamental, créditos privados y virtuales no depende de la política monetaria, esta se mueve más bien con el ciclo, crece con el auge y disminuye al caer la producción, por lo que, el dinero, cualquiera que sea su forma, puede estimular o reducir la inflación y el crecimiento, pero no los determina.
Argumentar que el aumento de la oferta de dinero provoca inflación más bien pretende justificar el control por parte del sistema financiero privado de la oferta de dinero o de la emisión de dinero, cuya ganancia principal proviene en los últimos años del pago del déficit público que se financia básicamente con deuda privada y no con emisión monetaria. Las doctrinas que critican el financiamiento del déficit público con emisión de dinero del Banco Central no protestan y no ven peligro alguno de inflación cuando el mismo déficit es financiado con crédito privado, el cual aporta al mercado exactamente la misma cantidad de dinero que la emisión monetaria. Si el déficit público es pagado con crédito privado no aparece ningún repudio, pero cuando se acude a la emisión monetaria solo entonces hay peligro de inflación. Nada más que financiar el déficit con crédito privado obliga al Estado a pagar de regreso el crédito más los intereses, lo que compromete el ingreso fiscal y reduce la capacidad pública para atender el desarrollo y la asistencia social. Financiar el déficit público con emisión monetaria no obliga al gobierno a pagar de regreso el dinero y mucho menos los intereses, con lo que libera recursos fiscales para promover el desarrollo y los negocios privados. La política antiinflacionaria, apoyada en reducir la emisión monetaria y elevar la deuda del Estado, pierde efecto porque los créditos privados que financian el déficit público demandan de regreso el pago de la deuda más los intereses, lo que finalmente se traduce en mayor cantidad de dinero, sumergiendo al Estado en un endeudamiento cada vez mayor que lo obliga a contratar nueva deuda para pagar la deuda vencida y destinar cada vez mayor parte de los impuestos al pago de la deuda.3 La incapacidad de pagar la deuda pública debilita no solo la fortaleza económica del Estado sino su legitimidad y autonomía, sometiéndolo al rescate del financiamiento privado.
La metáfora de Milton Friedman de arrojar dinero desde un helicóptero sobre la población es una manipulación, porque salvo la asistencia social, nadie recibe dinero por nada. El Estado emite dinero no para darlo directamente a la población, sino para financiar obras públicas y servicios; el dinero solo llega a la sociedad a través de la inversión del Estado destinada a incentivar el desarrollo y atender necesidades sociales. La emisión de dinero del gobierno no se realiza solo en monedas y billetes, una elevada proporción se traslada de manera electrónica al sector privado después de pagarle por la realización de obras públicas. Por tanto, la creación de dinero solo aparece acompañada en primer lugar de mayor oferta, misma que posteriormente se traduce en mayor demanda. La igualdad de Fischer de MV = PY, supone que el aumento del dinero (M) se traducirá en mayores precios (P) porque la velocidad del dinero (V) y la producción (Y) no aumentan al mismo ritmo, no obstante, aceptando que el aumento de la emisión de dinero se destina a pagar la inversión del gobierno, entonces todo aumento de dinero (M) viene acompañado de mayor producción (Y), lo que mantendría constantes o incluso haría descender los precios (P). En una situación de pleno empleo es difícil pensar que mayor déficit público y emisión monetaria pudieran elevar la producción dada la utilización plena de los recursos, por lo que, en ese caso, el mayor gasto público se traducirá en mayores precios, como ocurrió con el gasto militar norteamericano a finales de los años sesenta.
Los precios no se mueven solo en función de la demanda, estos son mucho más sensibles a los cambios de la oferta. Si un día aparece solo la mitad de alimentos en el mercado, sus precios aumentarán inmediatamente al doble, pero si un día la población amanece con el doble de ingreso, los precios no aumentarán instantáneamente en la misma proporción porque no todos acudirán al mismo tiempo a gastar su dinero. Habrá un impacto mucho mayor para hacer caer los precios si aumenta la oferta que si se intenta reducir la demanda. Bajar el ingreso y el gasto del gobierno para reducir la demanda provoca una caída mayor en la inversión y la producción que en la demanda, además el consumo no puede disminuir más allá de cierto nivel mínimo; pero en cambio la oferta sí puede caer de manera absoluta, por lo tanto, no solo hay que ver el efecto de la emisión de dinero sobre la demanda, también hay que considerar su efecto sobre la oferta. Durante más de 40 años se ha aplicado la misma política para tratar de frenar la inflación, no obstante, esta persiste, lo que manifiesta el fracaso de la política antiinflacionaria. Esta última trata de reducir la demanda a través de subir la tasa de interés, bajar el gasto público y reducir los salarios, y lo único que ha logrado es bajar la inversión y la producción más que la demanda. La política monetaria de combate a la inflación arroja más efectos negativos sobre el crecimiento que positivos contra la inflación.
El problema no termina ahí, la política neoliberal, al elevar el endeudamiento público, favorece las ganancias del sector bancario y financiero, pero perjudica al resto de la economía, ello pese a privatizar los servicios públicos. Salvo el sector bancario y financiero, el resto de las actividades económicas reducen su crecimiento debido a la disminución de la demanda; pero a la vez, el sector financiero se convierte en una amenaza para el propio gobierno al hacer depender sus ganancias cada vez más de la deuda del Estado. Habría que ver hasta qué punto conviene continuar sacrificando el ingreso y el crecimiento de toda la sociedad para mantener las ganancias del sector financiero cuando este está llevando al gobierno a la bancarrota fiscal. Se podrían evitar la incapacidad de pagos del Estado, la concentración de los beneficios en el sector financiero y el estancamiento económico si el gobierno financiara su déficit público con emisión monetaria.
El invento del papel moneda, los bonos y valores hizo posible la expansión del capitalismo a partir de un momento en que la humanidad se encontraba en una de las peores catástrofes de su historia que causó la muerte de millones de personas. Entre 1315 y 1322 la hambruna en Europa causó la muerte de alrededor de 25% de la población y poco después, entre 1346 y 1361, llegó la peste que provocó la muerte de más de un tercio de la población, y sobre ello, de 1337 a 1453, ocurrió la guerra de los Cien Años. En 1453 cayó la ciudad de Constantinopla en manos del Imperio Turco Otomano, terminando con ello el último bastión del Imperio Romano. Sobre el desastre humanitario, en menos de 50 años Europa incorporó al continente americano al mercado mundial. Doscientos años después de la hambruna y la peste, la autoridad de la Iglesia fue cuestionada con revoluciones en su contra; el feudalismo fue derrotado como sistema dominante y el poder político fue arrebatado de las monarquías feudales; se construyeron grandes ciudades y palacios, aumentó la población y surgieron grandes fortunas, algunas de las cuales hasta la fecha continúan decidiendo la suerte del planeta, como los Médici, Fugger, Berenberg, Krupp y los Rothschild, entre otros; varias de esas fortunas provenían casualmente del negocio de las telas, los bancos y el acero. El Renacimiento en los siglos xv y xvi y la Ilustración en el siglo xviii revolucionaron las artes, la ciencia, la filosofía y las ideas políticas; surgió la división política de poderes y en aproximadamente 400 años apareció la primera revolución industrial al patentar en 1769 la máquina de vapor y a fines del siglo xix surgió toda una serie de inventos que transformaron por completo la vida del planeta. Todo lo anterior ocurrió sin existir un Banco Central, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Organización Mundial de Comercio, ni el consejo de brillantes economistas que regularan la oferta de dinero, el gasto del Estado y ayudaran a crear grandes fortunas privatizando los servicios públicos, porque estos aún no existían ¿Por qué en sus inicios a partir de la nada el capitalismo logró en pocos años alcanzar un elevado esplendor y por qué ahora en más de 40 años no ha podido detener el cada vez mayor estancamiento y mejorar la calidad de vida?
Para algunos historiadores, el auge del capitalismo en sus inicios se explica por las conquistas y descubrimientos de abundantes riquezas naturales en África, América y Asia que posibilitaron la expansión acelerada del comercio, la producción y la acumulación de grandes fortunas (Pirenne, 1939); para los marxistas se trató de un proceso de acumulación originaria basada en el crimen y saqueo de las riquezas naturales de los países más atrasados que creó la base para impulsar el desarrollo del capitalismo (Marx, 2006). Estas explicaciones son insuficientes porque no aclaran la forma casi repentina en que de la nada surgieron cuantiosas fortunas para financiar las primeras expediciones militares de conquista y de saqueo de otras naciones, cuando hacía poco tiempo atrás millones de personas morían por hambre, enfermedades y guerras. ¿De dónde surgieron los recursos para financiar las primeras expediciones militares de conquista de otros territorios, si poco antes Europa no podía siquiera producir suficientes alimentos? La primera expedición de Colón hacia el Nuevo Mundo se financió con la venta de las joyas de la reina Isabel de España. ¿De dónde surgió el dinero para financiar las expediciones posteriores? Se podría argumentar que en la Edad Media la pobreza se encontraba solo en el pueblo, y los reyes y aristócratas disfrutaban de grandes fortunas derivadas de la renta cobrada a campesinos, de guerras y saqueos entre ellos mismos y del comercio ya existente, no obstante, el salto al mercantilismo lo realizó una burguesía que poco o nada tenía que ver con la nobleza, la gran mayoría eran gente venida del pueblo. No fueron los reyes ni la nobleza los que iniciaron las primeras expediciones comerciales y de conquista del mundo “salvaje”. Si el saqueo de unas naciones fue el origen de la riqueza de otras, entonces ¿por qué España, después de haber sido el imperio más poderoso entre los siglos xv y xix, posteriormente perdió territorios y quedó como uno de los países más pobres de Europa? Tampoco es claro por qué en esos años la industria florecía con gran esplendor y se hacían grandes negocios con la venta de esclavos, materias primas, minerales y otros productos, cuando el mercado interno de países ricos y pobres se encontraba estancado y la mayoría de la población sobrevivía en condiciones por demás miserables. La industria textil era una de las más importantes en la época, pero el miserable pago de la mano de obra en los países ricos mantenía deprimido el mercado interno de textiles y en los países pobres su demanda era incipiente.
Hasta ahora se ha discutido poco el rol que jugó en el inicio del capitalismo el invento del papel moneda, el cual fue decisivo en la creación de grandes fortunas. A finales del siglo xv y principios del xvi la sola perspectiva de saquear las riquezas naturales de las zonas conquistadas abrió un voraz apetito por iniciar expediciones militares y comerciales y una de las pocas formas para financiarlas consistió en compartir la promesa de ganancia. Para obtener un préstamo en oro o en especie y llevar a cabo una expedición comercial se firmaron papeles comprometiéndose a compartir las ganancias u ofrecer el pago de intereses. Dichos papeles no siempre esperaron a que concluyera la expedición comercial para recuperar el préstamo o cobrar el rendimiento esperado, podían ser vendidos porque representaban el poder para reclamar oro o algún otro tipo de valor de la expedición comercial. Los papeles con promesas de pago no estaban necesariamente respaldados por oro sino más bien por las riquezas que las expediciones comerciales traerían del exterior. Así, las sociedades comerciales, a través de papeles, crearon un elevado poder de compra que les permitió invertir sin por ello disponer previamente del suficiente oro, dando lugar con ello a la aparición de bonos o valores. Igualmente, los bancos recibieron cada vez más depósitos en oro firmando a cambio documentos que comprobaban dichos depósitos. Estos documentos se intercambiaron como si fueran el oro mismo y los bancos comprendieron rápidamente que no todos los ahorradores reclamarían su oro en el mismo momento, por lo que los bancos emitieron más papeles que el oro que tenían, iniciando una rápida y generalizada emisión de papeles que fungían como moneda respaldada por una pequeña cantidad de oro depositada en un banco o en cualquier otro lugar. La emisión de papel moneda aumentó aceleradamente las compras y la inversión sin haber tenido previamente que acumular oro. En 1602 la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, una de las más importantes en el comercio de esclavos, fundó la primera bolsa de valores en Ámsterdam, Holanda,4 en tanto los primeros indicios de papel moneda aparecieron en 1661, en el Banco de Estocolmo, Suecia. La invención del papel moneda, de bonos y valores separó el auge de los negocios de la atadura de tener previamente oro, logrando con ello un inusitado aumento del comercio y la producción. En el capitalismo no es necesario tener previamente dinero para emprender un negocio, este se puede iniciar a través del crédito, que no es otra cosa sino una forma de crear dinero o poder de compra. Pero el papel moneda y los bonos por sí solos no impulsaron el comercio y la producción de la época, fue decisiva la intervención del gobierno para impulsar los negocios a través de invadir otros países. En ese entonces existían todavía algunos reyes cuyas frecuentes guerras se financiaron en gran parte con deudas, aunque no todas se cobraron, pero gracias a ellas se crearon nuevos mercados donde floreció el comercio y la producción de la época (Cantú, 1849).
En la Edad Media los reyes y aristócratas debían de disponer físicamente de suficiente oro para satisfacer su consumo y pagar sus ejércitos, de lo contrario sus propios generales literalmente les cortaban la cabeza, es decir, los reyes primero debían saquear y robar al pueblo para acumular oro y ya después poder gastarlo (Cano, 2019), en tanto en el capitalismo los empresarios no tienen que saquear ningún pueblo antes de consumir y pagar ejércitos, sino que a través de créditos y la venta de acciones elevan su poder de compra para consumir, invertir y saquear otras naciones en complicidad con sus gobiernos. Pero no fue directamente el saqueo de los países más atrasados lo que originó el auge de las naciones más ricas, sino la perspectiva de hacer grandes negocios a raíz de dicho saqueo y de la conquista de otras naciones fue lo que aceleró el comercio y la producción. Las guerras solo fueron el trampolín o el escenario que estimuló la creación de empresas comerciales financiadas con papeles. De no haber sido porque la burguesía amplió su poder de compra a través de papeles no habría habido suficiente financiamiento y liquidez para acelerar el comercio entre los siglos xvi y xix, y poco o de nada hubieran servido las conquistas para hacer crecer el comercio y la producción. Los mismos reyes y la Iglesia se beneficiaron de la emisión de papeles. Los “déspotas o reyes ilustrados” de España, Francia y Alemania, entre otros, envueltos en grandes fortunas, intentaron elevar la producción de alimentos, armas y textiles, entre otros bienes; fomentaron las artes, construyeron grandes palacios y caminos, y abrieron canales y financiaron artistas como Leonardo da Vinci.
En el siglo xvi aparecieron las primeras ideas que advirtieron del peligro de desencadenar la inflación por la acumulación excesiva tanto de oro como de papel moneda. La ciencia económica puso entonces mayor énfasis en el peligro de emitir dinero en exceso y no vio el efecto favorable que la misma emisión de papeles ejercía sobre el comercio y la producción. La invención del papel moneda, los bonos y valores hicieron posible la acelerada expansión del capitalismo entre los siglos xvi y xx, y derrotaron al feudalismo al llevar a varios reyes a la ruina por no poder pagar sus deudas, como ocurrió en Inglaterra a mediados del siglo xvii y en Francia a finales del siglo xviii. El capitalismo demostró que es posible acelerar la expansión económica y crear grandes fortunas utilizando la emisión papeles.
El rol del dinero, del papel moneda y del crédito en el mercado internacional no está tampoco suficientemente discutido porque dicho escenario contradice varios de los preceptos esenciales de la teoría dominante. El mercado mundial, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, goza de un relativo exceso de liquidez que en el momento actual sostiene tasas de interés cercanas o incluso menores a cero. La teoría no ve el exceso de liquidez en el mundo como un problema que pudiera provocar inflación o la devaluación de alguna de las monedas en exceso, por el contrario, es difícil imaginar el reciente auge de las exportaciones, de la inversión extranjera y del elevado endeudamiento de gran número de gobiernos, sin el exceso de dinero existente en el mercado mundial, en especial de dólares estadunidenses.
1.2. El Estado
La discusión en torno al rol del Estado en la economía es muy antigua y controvertida, en esencia se remonta a la intervención o no del Estado en la economía.5 Por un lado están quienes proponen dejar actuar libremente a las fuerzas del mercado y reducir al máximo posible la intervención del Estado en la economía con el fin de optimizar el uso de los recursos y que la sociedad alcance el máximo beneficio posible; “la libertad de intercambio y transacción es en sí misma parte integral de las libertades básicas que la gente aprecia […] Estar en general en contra de los mercados sería casi tan extraño como estar genéricamente en contra de las conversaciones entre las personas […] La libertad para intercambiar palabras, bienes u obsequios no necesita justificación defensiva” (Sen, 2000: 17); en tanto otros sostienen que “bajo incertidumbre los agentes no pueden comportarse racionalmente. El Estado, en cambio, puede hacerlo porque sus objetivos son diferentes de los perseguidos por los agentes” (Marqués, 2009: 204). En principio, no es posible imaginar cualquier tipo de sociedad sin tener una forma de gobierno, cualquiera que esta sea, dedicada a organizar la vida cotidiana y dirigir el desarrollo de la sociedad; es posible imaginar al capitalismo sin alguna forma de intervención del Estado, ya sea que invierta directamente en determinadas áreas necesarias y descuidadas por el capital privado o que intervenga financiando o subsidiando servicios privados, rescatando bancos y defendiendo la hegemonía de la moneda local. La no intervención del Estado en la economía es también una forma de intervención. La propuesta neoliberal de no intervención del Estado se contradice con el hecho de que solo a través de la deuda del Estado es posible ejercer la política neoliberal; sin la deuda estatal no se concibe el actual auge del sector financiero. La polémica antes mencionada más bien oculta el hecho de que el Estado actual ha sido secuestrado por el capital privado bajo el pretexto de garantizar el crecimiento con estabilidad. El Consenso de Washington, 1989 (Martínez y Reyes, 2012), entregó el Estado al servicio de intereses privados; favorece la libertad de mercado, las privatizaciones, la propiedad privada, garantiza el libre movimiento de mercancías y capitales, entre otros aspectos, sin existir en cambio ningún tipo de responsabilidad y compromiso por parte de la inversión privada para con la sociedad. El Consenso trata de fabricar un escenario a favor de hacer crecer las ganancias de manera ilimitada a costa de reducir el salario con la complicidad estatal.
El moderno Estado capitalista fue fundamental para derrotar a las viejas instituciones medievales, y solo los gobiernos capitalistas pudieron iniciar guerras de conquista para favorecer la creación de grandes negocios derivados de la amplia gama de armas para el ejército y otros bienes ligados con dichas guerras de conquista. El auge de la industria textil entre los siglos xvi y xix no dependió del consumo de la población, ni siquiera de los estratos sociales más ricos, sino dependió, como hemos dicho, de la demanda militar de uniformes. El auge del comercio mundial de materias primas, minerales e industriales en esa época fue impulsado por las agresiones militares de conquista y colonización de las naciones más ricas; sin invasiones coloniales es difícil imaginar el auge alcanzado por el comercio y la producción de esos años. El gobierno inglés, en el siglo xix, a través de sus guerras de conquista impulsó las industrias de textiles, de acero, armas, buques, ferrocarriles y los bancos, entre otras.
El gobierno de la Nueva España en la época virreinal del siglo xix ofrece un claro ejemplo de la dependencia de los negocios privados con respecto al Estado. Los gobernantes de la época no formaron un ejército numeroso, debido tal vez al limitado presupuesto que les dejaba pagar los impuestos a España, por lo que no acompañaron con grandes ejércitos la colonización del norte de la Nueva España, donde solo establecieron pequeñas guarniciones militares o policías locales. Ello provocó que los negocios se limitaran esencialmente a la minería y los latifundios, descuidando otros, como el ferrocarril, la producción de armas, el acero, la creación de bancos y otras más ligadas a la expansión territorial. Estas últimas actividades fueron más bien desarrolladas por capitales externos y no por la burguesía local. La debilidad del gobierno colonial de la Nueva España causó la debilidad de la burguesía local, la cual, en lugar de unificarse en un solo propósito de nación, tuvo constantes pugnas y guerras entre sí por tratar de controlar el incipiente gobierno. La inversión privada necesita del Estado para crecer, cualquiera que sea el modelo de desarrollo, ya sea de libre mercado, proteccionista u otro. Pero a pesar de que el Estado garantice la inversión y la estabilidad social, ello no significa que el crecimiento depende del Estado; este, al igual que el dinero, solo ayuda, pero no lo determina.
La discusión no es entonces entre intervención o no del Estado, sino más bien definir el tipo de intervención del gobierno y de modelo económico a seguir, si se prefiere tener un gobierno secuestrado por grandes empresas, como sucede actualmente con el neoliberalismo, o es preferible un gobierno comprometido con mejorar la calidad de vida de la población y del planeta. El neoliberalismo privatizó gran número de servicios públicos, pero estos con el propósito de obtener elevadas ganancias, subieron de precio, redujeron su cobertura a las áreas más rentables y redujeron costos ocupando menos personal y empobreciendo la calidad. Así, los servicios públicos de mayor calidad y costos fueron exclusivos para los grupos de altos ingresos, mientras los pobres continuaron muriendo de sus enfermedades y recibieron los servicios de peor calidad en educación salud, transporte y otros. Solo el Estado, sin la premisa de maximizar ganancias y reducir los costos, puede ofrecer servicios de calidad accesibles a toda la población, como debe de ser en educación, salud, recreación, deporte, cultura, transporte y generación de energía y agua. Cualquier intento de privatizar tales servicios los encarece, reduce su cobertura y su calidad. No se trata solo de discutir la intervención o no del Estado en la economía o su capacidad de cohesión social, sino su forma y grado de intervención obedecen al patrón de acumulación o el modelo económico dominante. La imposición del neoliberalismo en 1980 estuvo precedida de innovaciones financieras y la desregulación del sistema financiero internacional, que finalmente favorecieron el auge del sistema financiero norteamericano.
1.3. El salario
La mayoría de las escuelas de pensamiento económico consideran al salario solo como un costo cuyo monto máximo debe de alcanzar para reproducir la mano de obra, no importa que esta sea por demás miserable, lo cual no le importa a nadie. Todo mundo supone que el aumento del salario reduce las ganancias, la inversión y el crecimiento, por tanto, el salario deberá de ser lo más reducido posible para las empresas y apenas necesario para la sobrevivencia del trabajador. De igual manera, el marxismo considera al salario equivalente al valor de las mercancías necesarias para reproducir la fuerza de trabajo, lo cual coincide con David Ricardo, quien veía al salario como el costo de subsistencia y procreación de los trabajadores (Ricardo, 2003). La visión neoclásica supone al salario como el resultado de la interacción entre empresa y trabajo en condiciones de libre mercado. “Del lado de la demanda, un factor trabajo homogéneo e infinitamente divisible garantiza, a través del paradigma de maximización del beneficio, la igualación entre productividad marginal y salario real […] Del lado de la oferta, la elección renta-ocio (el trabajador maximizará su utilidad dado un determinado salario de mercado) da lugar a un ajuste de las horas trabajadas al salario real” (Larrañaga, 1996: 385). Lo anterior significa que la ganancia aparece porque el salario es menor a la productividad marginal y por tanto la ganancia exige que no se cumpla tal igualdad.
El salario es mucho más que un costo para la empresa, este interviene de tres maneras diferentes. En primer lugar, efectivamente es un costo, es la parte del valor agregado que no va a las empresas sino a los trabajadores, En segundo lugar, influye en la decisión de las empresas para adoptar cierto grado de tecnificación en la producción. Salarios más altos obligan a la empresa a modernizarse y tecnificarse como única forma para continuar produciendo con costos más altos de mano de obra. En consecuencia, ello eleva la inversión tanto en la empresa que se moderniza como en la que produce los nuevos y adicionales equipos que se utilizarán a raíz de los mayores salarios. En tercer lugar, el aumento del salario eleva el poder de compra del mercado no tanto por el incremento del consumo de los trabajadores, sino porque sube la demanda de equipos que desplazan mano de obra y por el aumento de servicios ligados tanto a la mayor demanda de máquinas como a la mayor producción generada por las mismas máquinas. Por tanto, elevar el salario no tiene como único efecto incrementar el costo de producción y reducir la ganancia, sino aporta además otros beneficios que superan en mucho el aumento del salario. Entonces, el salario debe de ser no un mínimo que solo garantice la reproducción miserable de los trabajadores, como se pretende establecer actualmente, sino más bien debe de ser lo suficientemente elevado para obligar a las empresas a mejorar constantemente sus técnicas de producción, elevar el tamaño del mercado y reducir el uso y costo relativo de mano de obra. Limitar la definición del salario solo como un costo no permite ver la influencia que este ejerce sobre la empresa de mejorar la tecnología empleada en la producción y de su impacto sobre la inversión adicional que demandará máquinas y servicios adicionales. Al usar más máquinas que trabajadores, disminuye el pago total de salarios, a pesar de elevar el pago individual, por tanto, subir el salario no disminuye la ganancia sino la incrementa. El aumento del salario crea, por tanto, nuevas opciones de inversión y crecimiento, mientras la emisión de dinero, el crédito y el Estado ya analizados facilitan o ayudan a dicho crecimiento.
En sentido inverso funciona el mismo mecanismo: al bajar el salario aumentan las ganancias solo en un primer momento, en un segundo momento estas disminuyen porque el bajo costo de la mano de obra reduce la presión por usar más máquinas y en su lugar se emplea más mano de obra mal pagada, frenando con ello la inversión en nueva tecnología, que a su vez estanca el aumento de la productividad al hacerla depender más de la destreza y resistencia física de los trabajadores que del rendimiento de las máquinas. Un tercer efecto de bajar el salario se refleja en la caída del poder de compra, la cual disminuye solo en parte por el menor salario; la mayor caída de la demanda proviene de la menor inversión en equipos nuevos. Al caer el mercado, las ganancias que aumentaron al momento de bajar el salario encuentran dificultades para ser reinvertidas y aparece un relativo exceso de ganancias que finalmente disminuyen junto con el mercado. Irónicamente, el aumento del salario eleva la producción y las ganancias, mientras que su disminución reduce el crecimiento y las ganancias.
Con salario reducido la mano de obra es empleada de manera más extensiva que intensiva, haciendo relativo poco uso de máquinas y equipos; en cambio, un salario elevado obliga a las empresas a utilizar más maquinarias que mano de obra aumentando su uso intensivo. La forma extensiva o intensiva del uso de mano de obra determina la magnitud de valor agregado y de ganancia generada. La ganancia depende de dos aspectos: primero, de descontar el salario al valor agregado y, segundo, del valor agregado generado por los trabajadores, y este es más alto a medida que es mayor la tecnología empleada en la producción, por lo que un salario más alto con mejor tecnología arrojará mayor valor agregado y mayor ganancia que un salario reducido que emplea tecnología más atrasada. Por más que disminuya el salario o incluso aunque el trabajador no recibiera ningún salario y pudiera vivir solo del aire, tanto el valor agregado como las ganancias no podrán aumentar más allá del rendimiento físico de los trabajadores.
Después de la Primera Guerra Mundial, en 1919, se prohibió el trabajo de niños, que eran usados para reducir el salario, se estableció una jornada laboral máxima de ocho horas y el salario aumentó a un mínimo de 25 centavos de dólar; se pagó mucho más por menos trabajo y gracias a ello la industria revolucionó sus métodos de producción. Luego de la Segunda Guerra los salarios continuaron creciendo y el sistema alcanzó otra etapa de desarrollo acelerado. Después la burguesía introdujo el neoliberalismo, redujo los salarios y provocó el estancamiento actual con inflación.
El uso de tecnología, ya sea rudimentaria o avanzada, no es una decisión arbitraria de la empresa, esta depende en gran parte de los salarios. Como hemos mencionado, a salarios más altos, la empresa está obligada a emplear tecnología más avanzada que disminuya el uso de mano de obra y eleve el rendimiento del trabajador y así poder producir con costos salariales más altos; en cambio, con salarios más bajos la empresa no tiene necesidad de reemplazar mano de obra por máquinas, con ello estanca el avance de la productividad, la generación de valor agregado y la demanda de nuevas máquinas. Al utilizar más empleados que máquinas habrá menor rendimiento, más errores humanos, menor precisión, se generará menor valor agregado y la demanda global disminuirá al bajar la compra de nuevas máquinas. De ahí entonces que el desarrollo tecnológico de la producción y el aumento de la inversión dependan fuertemente del costo de la mano de obra.
Elevar el salario incrementa el consumo de los trabajadores, pero esto es lo menos importante, lo fundamental de elevar los salarios es la mayor demanda de nuevos y mejores equipos de producción. Esto último aumenta la producción, la productividad y demanda nuevos y mayores servicios ligados al aumento de la producción y del uso de nuevas máquinas. Así, el aumento del salario crea nuevas y amplias oportunidades de inversión tanto en la producción de nuevas máquinas como de nuevos servicios. En apariencia el aumento del salario mejora el nivel de vida del trabajador, pues los trabajadores creerán que están recibiendo el fruto de su trabajo cuando en realidad solo están elevando aún más las ganancias. El mayor salario eleva el volumen de producción, las ganancias, la productividad y la demanda de nuevos servicios y equipos para producir. Elevar la demanda de equipos amplía las opciones de inversión no solo en equipos nuevos sino a su vez de servicios que apoyan la expansión de la oferta, como los servicios de almacenamiento, logística, administración, contables, de comercialización, distribución, ventas y publicidad, entre otros, creando nuevas y mayores áreas de producción y de servicios, todo ello derivado de la creación de nuevas máquinas tendientes a reducir el uso de mano de obra y elevar la productividad. Los servicios aparecen entonces como una nueva alternativa de inversión superior a la ofrecida por la industria.
Se podría suponer que los trabajadores consumen todo su salario (Kalecky, 2010), por tanto la ganancia no disminuye con el aumento del salario, pues esta regresa a la empresa a través del gasto en consumo de los trabajadores; la disminución del número de trabajadores en la producción no afecta tampoco al mercado porque el empleo aumenta después de haber introducido salarios más altos y mejorar los métodos de producción, pues la inversión aumenta a raíz de la mayor demanda de máquinas y de servicios ligados a ellas, dejando tras de sí un mayor rendimiento por cada trabajador y mayor apropiación de valor agregado de la empresa. Al final cada trabajador eleva su salario mientras la empresa aumenta sus ventas, la productividad y sus ganancias.
El desempleo no aumenta por usar menos trabajadores y más máquinas, por el contrario, paradójicamente, el mejor camino para elevar el empleo es usar más máquinas que trabajo humano. Los trabajadores desplazados por las máquinas encuentran rápidamente empleo en las empresas que producen las nuevas máquinas que han de desplazar a los trabajadores, así como también en los servicios surgidos por la demanda de más máquinas y por el aumento de la producción derivado del uso de más máquinas que trabajadores. El incremento de la inversión, ligado al uso de nuevas máquinas y a la mayor demanda de servicios, eleva la ocupación mucho más que el desplazamiento de la mano de obra por máquinas. Aumentar la producción por usar más máquinas eleva a su vez las labores de recepción, almacenamiento, administración, ventas, transporte, manejo, promoción, difusión, comercialización y distribución, entre otros muchos servicios, generando nueva demanda de trabajo, por lo que no hay razón para suponer menor empleo con la automatización; por el contrario, la automatización disminuye el empleo de los obreros de cuello azul para en su lugar aumentar la demanda de trabajadores de cuello blanco con mucha mayor calidad y calificación del trabajo.
Lo contrario sucede al disminuir el salario, es decir, utilizar procesos extensivos en mano de obra no aumenta el empleo porque el menor salario inhibe la inversión total, como lo hemos descrito. Al reducir el salario disminuye la demanda de máquinas que reemplacen mano de obra en la producción, ello reduce las opciones de inversión para la creación de nuevas industrias y de servicios, por tanto, el desempleo es causado esencialmente por haber disminuido la inversión en nuevas máquinas que desplacen mano de obra. El desempleo provocado no es compensado con utilizar procesos extensivos en mano de obra; paradójicamente, menor salario y el uso extensivo de mano de obra genera desempleo, tal como lo demuestran los países con salarios más bajos donde el desempleo y la informalidad es mucho mayor que en los países con salarios más altos, como también son mucho menores los niveles de inversión, productividad y de ganancias.
Al disminuir el poder de compra del mercado las empresas reaccionan reduciendo todavía más el salario, haciendo más precaria la situación de los trabajadores, dejan de contratar personal, despiden a los empleados más antiguos con seguridad laboral y prestaciones, contratando en su lugar personal temporal sin prestaciones, además de inventar todo tipo de maniobras para reducir aún más los salarios, como generar tiempos extras sin pagos, adoptar becas, programas de capacitación, promover trabajo voluntario y para los jóvenes el primer empleo, entre otros pretextos. No obstante, todo ello dificulta todavía más la recuperación de las ventas; reducir el salario es el mayor error que pueden cometer las empresas para tratar de evitar la caída de las ganancias y solo repercute contra ellas mismas y contra las posibilidades de expansión de la economía. El menor consumo de los trabajadores y la disminución de equipos que reemplacen mano de obra como consecuencia del menor salario no es compensado con mayor consumo de los empresarios y mucho menos con más inversión, por el contrario, la reducción del salario hace caer la compra de equipos e inhibe la obligación de las empresas de tecnificar el trabajo. Disminuye la demanda de bienes de consumo y de equipos de producción estancando el crecimiento. Otra reacción de las empresas al caer las ventas es dejar de invertir en la producción y presionar al Estado para que este eleve su demanda de créditos privados, inicie guerras regionales o locales, genere inestabilidad política en regiones más pobres para venderles armas y después introducir en ellas programas de ayuda a desplazados, todo ello pagado por el Estado o por organismos internacionales, lo que a su vez aumenta la incertidumbre de los mercados financieros con el fin de elevar la demanda de instrumentos financieros, como derivados y futuros, terminando por crear una gran burbuja especulativa paralela a la caída del mercado. Si se quiere provocar una recesión y hacer caer las ganancias, la forma más segura de lograrlo es reducir los salarios; en cambio, si se pretende favorecer el crecimiento es necesario elevar los salarios por lo menos igual que el aumento de los precios y de la productividad.
Se podría argumentar que el avance tecnológico no se ha inhibido con la caída del salario, por el contrario, este se ha acelerado, como lo demuestra la aparición de toda una serie de adelantos tecnológicos en la industria de las telecomunicaciones y la electrónica, principalmente. No obstante, la mayor parte de dichas innovaciones no se canaliza hacia el proceso de producción y mucho menos tiende a ahorrar el uso de mano de obra en la producción, sino que se concentran esencialmente en las funciones y características finales del producto. En el momento actual países con salarios reducidos como China y la India, entre otros, han recibido gran cantidad de inversiones extranjeras buscando aprovechar los salarios reducidos. En estos países los cambios tecnológicos dirigidos a la producción no afectan el uso abundante de mano de obra y más bien se canalizan a modificar la forma, la presentación y las funciones de los productos que los hacen ser cada vez más sofisticados, pero no mejor elaborados. Este tipo de tecnología no hace crecer el mercado, por el contrario, lo mantiene estancado, concentra el mayor costo de la tecnología en el pago de patentes y no en la introducción de nuevos métodos y equipos de producción. El efecto más pernicioso de reducir el salario es el rezago que provoca sobre la aplicación de avances tecnológicos en la producción, elevando la dependencia de los salarios bajos y del uso extensivo de mano de obra con relativa poca calificación. Ello ha estancado el mercado mundial dificultando cada vez más la posibilidad de elevar el crecimiento y el bienestar de la población.
Algunas teorías suponen que elevar los salarios provoca inflación, lo cual podría ocurrir solo en el primer momento de aumento salarial, pero al introducir nuevas máquinas que ahorren mano de obra se incrementará la productividad y la producción se eleva mucho más que el aumento del consumo de los trabajadores, por lo que en una segunda instancia, gracias al aumento de la productividad y la producción, los precios no solo se estabilizarían sino incluso disminuirían, por tanto, la inflación causada por el aumento de salarios solo es aparente, lo importante es que los precios disminuirían a causa del aumento de la productividad y de la producción. Reducir el salario, pese a contravenir al sentido común y a gran parte del pensamiento económico dominante, no es el mejor camino para reducir la inflación, porque reduce la demanda de equipos y de servicios, provocando la caída de la inversión, del empleo, las ganancias y del mercado en general.
Si la mayor productividad derivada del mayor uso de equipos por trabajador no se traslada de manera proporcional a nuevos aumentos del salario, si se suspende el aumento de salarios y solo se elevan las ganancias, entonces las empresas no estarán obligadas a mejorar el proceso de trabajo, disminuirán la compra de nuevas máquinas y equipos, haciendo caer la inversión y el crecimiento.
No es posible continuar creciendo como se ha venido haciendo hasta ahora, el calentamiento global ha impuesto un límite objetivo y cada vez más estrecho a la expansión material de la producción. No es posible continuar produciendo mercancías que ensucien aún más el planeta y agoten los recursos naturales renovables y no renovables. Con la tecnología actual y la distribución del ingreso prevaleciente las necesidades materiales de la mayor parte de la sociedad están satisfechas, el sistema tiene la suficiente capacidad para rápidamente saturar cualquier ampliación del mercado, por muy grande que esta sea, por lo que no es necesario continuar produciendo mercancías y bienes materiales para satisfacer los actuales niveles de consumo y mucho menos para generar más ganancias. Mayor automatización significa apretar más al ya saturado mercado, por lo que no podemos esperar que nuevos aumentos del salario eleven aún más la capacidad de producción de bienes materiales. No obstante, no está cerrado el camino para elevar la inversión y el crecimiento sin ensuciar más al planeta, ni llevar al agotamiento de los recursos naturales. La mejor alternativa para continuar creciendo y a la vez mejorar la calidad de vida consiste en canalizar la inversión hacia actividades no contaminantes y en gran parte virtuales. Las únicas actividades que pueden recibir grandes inversiones sin ensuciar más el planeta, generar elevados ingresos y puestos de trabajo son los servicios de esparcimiento, culturales, productivos, comerciales y de todo tipo; pero para impulsar más este sector se requiere que la sociedad disponga del ingreso y el tiempo suficiente para demandar tales servicios, y ello solo será posible si además de elevar el salario la jornada laboral disminuye de ocho a cuatro horas al día. Pero no basta con agrandar la demanda y el mercado en general, es necesario previamente que el gobierno inyecte la energía necesaria para impulsar a la inversión privada. El Estado debe de dar un empuje inicial a la inversión privada a través de proporcionar la infraestructura, medios financieros, crediticios y otros apoyos, lo cual el gobierno solo lo puede hacer si dispone del financiamiento de la emisión monetaria del Banco Central y no tener que depender de la deuda pública. Solo con emisión monetaria, intervención estatal, aumento del salario y menor jornada laboral será posible generar mayor crecimiento ambientalmente sustentable y con equidad social.
Desde hace ya más de 100 años que se estableció una jornada máxima de ocho horas, pero la tecnología ha avanzado hasta ahora de manera sin igual. Una reducción de la jornada de ocho a cuatro horas al día y mantener el aumento de los salarios de acuerdo con el aumento de la productividad y de los precios ofrecería a los trabajadores el ingreso y el tiempo suficiente para demandar todo tipo de servicios. Ello abriría nuevos espacios de inversión expandiendo el sistema de manera sustentable y amigable con el medio ambiente, además de que esto sería realizable en comunidades pequeñas. La gran industria exige la concentración de grandes conglomerados de trabajadores y consumidores que no necesariamente son los mismos. En un lado de las grandes ciudades están los más pobres y los que trabajan, mientras en otro lado están los que consumen. Al reducir la jornada laboral y elevar el ingreso ese defecto desaparece al elevar la demanda de servicios tanto personales como comunales en pequeñas comunidades que emplearían a la misma gente de la comunidad. Lograr lo anterior exige erradicar la creencia equivocada de que la riqueza empresarial depende o se basa en la miseria de la gran masa trabajadora. La pobreza de los trabajadores solo garantiza el derrumbe del sistema, tal como ha sucedido a lo largo de la historia de la humanidad, mientras que lo contrario garantiza la estabilidad y la vida del planeta. Las precarias condiciones de vida de los trabajadores hasta principios del siglo xx dieron lugar al nacimiento del socialismo y el fascismo; este último ocasionó la muerte de aproximadamente 60 millones de personas y provocó la Segunda Guerra Mundial.