4. La Primera Guerra Mundial

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José Armando Pineda Osnaya


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4. La Primera Guerra Mundial

Cualquier invasión emprendida por los Estados Unidos nunca se reconoció que fue emprendida por la necesidad de abrir mercado para las propias empresas, por el contrario, los Estados Unidos han externado el discurso de defender el derecho internacional haciéndose aparecer como víctimas. Las agresiones los han obligado a intervenir militarmente contra otros países y difícilmente aceptan ellos mismos que son los agresores; por ejemplo, el hundimiento del transatlántico Lusitania el 7 de mayo de 1915, donde murieron 1 198 de los 1 959 pasajeros que iban a bordo, incluyendo 100 niños y 234 ciudadanos norteamericanos, llevó a los Estados Unidos a intervenir en la Primera Guerra Mundial (Preston, 2002); pese a la presencia de pasajeros civiles, el barco fue cargado con material militar, lo cual desafió la advertencia alemana de hundir cualquier barco que transportara material militar. Así, el Lusitania inevitablemente sería hundido y no se realizó ninguna acción preventiva que contradijera la aparición de un ataque sorpresa y sin previo aviso. La intervención militar norteamericana en el extranjero no terminó con la Primera Guerra, después de esta continuó realizando intromisiones en diferentes partes del mundo. En 1926 envió 5 000 marines a Nicaragua para frenar una revolución y mantuvo tropas allí durante siete años, en el mismo año intervino en la República Dominicana por cuarta vez, estacionando tropas allí durante ocho años.

La Primera Guerra Mundial tuvo múltiples explicaciones, una muy importante que no se puede soslayar es el hecho ya mencionado de que las potencias creían en ese entonces que una forma segura para acrecentar los negocios, tal como se había venido haciendo desde 300 años atrás, era llevar a cabo guerras de conquista y de colonización pagadas por el gobierno a través de créditos privados. Ello impulsaba la producción de carbón, acero, barcos, armas y textiles y demás productos. Lo anterior no significa que la Primera Guerra haya sido necesaria para resolver el prolongado estancamiento en que había caído la economía mundial, sino más bien lo importante a destacar es el hecho de que la sociedad en general y el Estado en particular fueron lanzados a la guerra con el único propósito de incrementar los negocios. Los gobiernos fueron a la guerra en un afán de salvar las ganancias de las empresas. La guerra no fue ninguna decisión democrática ni mucho menos; para ello se manipuló la propaganda a favor del nacionalismo y el patriotismo. En los cuatro años que duró el conflicto, ninguna autoridad militar o gubernamental tuvo la suficiente sobriedad, cordura o inteligencia para analizar tanto las causas como las consecuencias de los actos bélicos que se estaban realizando. Tan solo en el primer año de enfrentamiento murieron más de un millón de soldados en el frente de batalla, era claro que la forma en que se estaban llevando los enfrentamientos con armas que poseían una enorme capacidad de destrucción, solo provocaría la muerte de millones de personas. Por su parte, la indiferencia de los altos mandos militares, de políticos y empresarios ante la enorme mortandad de seres humanos en la guerra solo puede ser explicada porque esos grupos sociales adoptaron durante la guerra la misma actitud que ya tenían frente a los trabajadores antes de la misma guerra. Es decir, las muertes en el campo de batalla solo fueron una extensión de las muertes causadas a miles de trabajadores y sus familias en las fábricas, minas, o incluso en los hogares. Si anteriormente nadie se interesaba por la mortandad de los trabajadores, por qué tenían que preocuparse por ello en la guerra, cuando esa era una consecuencia natural de la misma. El conflicto hubiera continuado de no ser por los propios combatientes que se sublevaron contra sus superiores con el objeto de poner fin a la conflagración, primero en Rusia con la Revolución de Octubre de 1917 y posteriormente con la sublevación de los marineros alemanes en el puerto de Kiev en noviembre de 1918. Los altos mandos militares fueron completamente insensibles, por no decir indiferentes, a la forma absurda en que se estaba llevando el conflicto, sin tener por ello ninguna consecuencia. Nadie consideró el estancamiento en que había caído el conflicto, que solo estaba sepultando a millones de personas en trincheras donde no tenían ninguna oportunidad de sobrevivir y mucho menos de ganar la guerra. La única forma de impedir el avance del enemigo era colocando tanta gente como fuera posible frente a los cañones enemigos, así el bando contrario no podía avanzar al ocuparse en lanzar tantos proyectiles como personas colocaba el lado opuesto. El otro lado de la muerte de millones de personas en la guerra fue el gran negocio que implicó producir los miles de toneladas de bombas y material para aniquilar a millones de personas. Al concluir la guerra no aparecieron señales claras sobre el destino final de las grandes fortunas acumuladas durante la misma, la sociedad no fue retribuida en modo alguno por las empresas ganadoras o vendedoras del equipo militar, lo único ofrecido a la sociedad, mas no a los combatientes al terminar la guerra, fue exigir a Alemania el pago por reparaciones de guerra, en cuyo caso tampoco existen expedientes claros del destino final que tuvo el material entregado en millones de toneladas de carbón, minerales, madera, alimentos y otros más exigidos. Al final del conflicto apareció solo el elevado gasto realizado por los gobiernos, pero no se mencionó y no se dice nada aún hoy en día sobre las grandes fortunas acumuladas por las empresas que usufructuaron con créditos otorgados a los gobiernos y con las ventas de equipos e insumos para la guerra. En los más de 700 kilómetros de extensión de las trincheras que abarcaron desde la costa del Atlántico hasta la frontera con Suiza se mantuvo el abasto continuo de alimentos, provisiones sanitarias, médicas y demás pertrechos para millones de personas, lo que era equivalente a mantener el abastecimiento de grandes ciudades. Y de ese gran negocio no se vio resultado alguno, no se habló nunca de las enormes fortunas amasadas al arrojar a millones de personas a morir en la guerra.

Antes de iniciar la Primera Guerra existieron fuertes lazos económicos entre empresarios de los Estados Unidos, Inglaterra y Alemania; en 1910 tuvo lugar una reunión de grandes empresarios norteamericanos en la isla Jeckyll, en Georgia, donde acudieron, entre otros, J. P. Morgan, Kun y Loeb Co. (representante de Rockefeller), Frank Vanderlip (presidente del National City Bank of New York), Henry Davidson (socio de J. P. Morgan), Charles D. Norton (presidente del First National Bank of New York), Eduard House (asesor de asuntos internacionales del entonces presidente Woodrow Wilson) y el banquero alemán Paul Warburg (Leveratto, 2015). En una extraña coincidencia, poco después, el 22 de diciembre de 1913, cuando la mayoría de los miembros del Congreso se encontraban de vacaciones y en una sesión muy apresurada, se emitió el acta de fundación del Banco de la Reserva Federal (Federal Reserve Bank), con la capacidad de emitir dinero y regular la tasa de interés con independencia del gobierno. Ya se veía venir el gran negocio que implicaría elevar la emisión de dinero para financiar parte de los gastos de guerra, y esa emisión no podía quedar en manos del gobierno, debía tener carácter privado para aprovechar plenamente el negocio de la guerra.

Pero no solo hubo intereses norteamericanos en el financiamiento de la guerra contra Alemania, empresarios de este último país, a su vez, ofrecieron créditos en apoyo de la revolución socialista en Rusia. Ello bajo el pretexto de eliminar el frente militar que los alemanes tenían contra los rusos; el gobierno alemán trasladó a Lenin en un vagón de tren blindado a Petrogrado con el objeto de apoyar las revueltas contra el régimen ruso (Biografías y Vidas, 2017). De 1915 al 1918 el financiamiento alemán al movimiento socialista ruso alcanzó 50 millones de marcos de oro de la época. Los fondos surgieron de la Diskonto-Gesellschaft Bank, que en 1929 se convirtió en el Banco Alemán (Deutsche Bank) y que a su vez era corresponsal del banco Russo-Asiatic de Nueva York y del banco sueco Nya Bank. El apoyo de Occidente a la naciente Revolución rusa no terminó con la Primera Guerra, posteriormente continuó el apoyo para la reconstrucción del socialismo ruso. En mayo de 1918 se creó la liga americana para la ayuda y la cooperación con Rusia. En 1922 fue fundado el Ruskombank con el apoyo del Banco Nacional de Alemania, del Banco de Inglaterra y del Morgan Guarantee Trust. Después de fundada la Unión Soviética, los bancos estadounidenses invirtieron en el país soviético aproximadamente 63 000 millones de dólares, estando en primer lugar las contribuciones del Chase National Bank de Morgan y el Equitable Trust de Rockefeller. De 1920 a 1945 aproximadamente 1 000 empresas de los Estados Unidos operaron en la Unión Soviética en los sectores de la electrificación y en la creación del sistema ferroviario del país. Alemania por su parte continuó colaborando con la entonces Unión Soviética; la nueva República de Weimar, con en el tratado de Rapallo de 1922, acordó que Moscú renunciaba al pago de los daños de guerra de los alemanes a cambio de una fuerte colaboración industrial y militar. Las empresas alemanas Krupp, Yunkers, Dornier y Daimler impulsaron acuerdos para la producción y la colaboración con los soviéticos, ello independientemente de los controles impuestos por las naciones occidentales en el tratado de Versalles (Leveratto, 2015). La población sufrió los daños de una gran conflagración mundial con aproximadamente nueve millones de muertos, destrucción, desintegración social, hambrunas y traumas psicológicos, que afectó a más de una generación, mientras que un puñado de grandes capitales pertenecientes a los distintos países combatientes se repartieron las enormes ganancias arrojadas por la guerra. Quedó muy claro entonces que la solución a los problemas de ganancias se encontraba en el estallamiento de crisis y en especial de conflictos militares. La crisis económica, política y militar se convirtió entonces en la mejor alternativa para elevar las ganancias. Así la crisis se convirtió en la mejor solución a los problemas del capitalismo.

Además de arrojar un incremento seguro del mercado para la producción industrial y agropecuaria, la guerra igualmente arrojó un beneficio inmediato a los bancos al recaer sobre ellos el financiamiento de los gobiernos para la guerra. Fue relativamente pequeña la aportación de los impuestos o de los ahorradores al financiamiento de la guerra, los bancos aumentaron los créditos al gobierno reduciendo sobremanera la proporción de reservas de activos (metales preciosos) en relación con el aumento de los préstamos. “Las operaciones de crédito de una u otra clase, más que los impuestos, fueron la principal fuente de financiamiento de la guerra. Alemania y Francia, por ejemplo, confiaron casi por completo en el préstamo, mientras que incluso en Estados Unidos solo un poco más de 23% de los gastos de guerra se obtuvo de fuentes de renta. En promedio, 80% o más del gasto total de guerra de los beligerantes se financió por medio de préstamos […] Los bancos concedieron préstamos a los gobiernos mediante la creación de nuevo dinero o bien recibieron ‘promesas de pago’ de los gobiernos y entonces procedieron a incrementar la oferta de dinero utilizando las promesas como reservas […] Las deudas públicas aumentaron con rapidez […] la oferta monetaria aumentó de manera considerable y las reservas metálicas de los bancos, en relación con el pasivo, cayeron notablemente. A finales de 1918 la oferta monetaria alemana había aumentado nueve veces y el déficit presupuestario seis veces, mientras que la relación entre las reservas metálicas y los billetes de banco y depósitos había bajado de 57 a 10%. La situación fue incluso peor en el caso del imperio austro-húngaro, mientras que Francia y Bélgica también lo pasaron mal” (Aldcroft, 1989: 6).

En la historia del capitalismo hasta la Primera Guerra Mundial, los salarios permanecieron bajos y con las inhumanas condiciones de vida y de trabajo ya antes descritas. Hasta la Primera Guerra Mundial el progreso económico se había apoyado en el empobrecimiento de los trabajadores, la inestabilidad laboral y en general en el deterioro de la calidad de vida de la mayor parte de la población.

Círculos muy amplios de empresarios y políticos creían en ese entonces, como aún lo creen en nuestros días, que para lograr negocios exitosos y prósperos solo basta con pagar salarios bajos y reducir al máximo posible el gasto en seguridad y prestaciones, pero para decepción de muchos, la historia ha demostrado exactamente lo contrario. Si la pobreza de los trabajadores y la miseria generalizada de la población fuera la fórmula para garantizar el éxito de los negocios, entonces todavía tendríamos en nuestros días al Imperio Romano o cualquier otra forma de sociedad basada en la concentración extrema de la riqueza y la pauperización lacerante de los trabajadores, pero precisamente dichos imperios sucumbieron por su incapacidad de mantener su opulencia frente a la miseria extrema del pueblo. Lo lamentable para la humanidad no fue solo la caída de dichos imperios, sino que al sucumbir el centro del poder mundial la humanidad retrocedió en su desarrollo a niveles mucho más primitivos en los que los relativos pequeños grupos sobrevivientes tuvieron que pelear entre sí para procurarse los medios más elementales de sobrevivencia, como el alimento. A la caída del Imperio Romano le siguió la Edad Media y esta significó para la humanidad un profundo retroceso que se mantuvo por más de 1 000 años, entre el año 500 después de Cristo, hasta aproximadamente el siglo xv y xvi, cuando el continente americano fue incorporado al mercado mundial. El avance logrado por la humanidad y plasmado en el desarrollo económico, político, social, militar y de todo tipo en el Imperio Romano, mismo que heredó el avance logrado por la humanidad en más de 3 000 años, quedó prácticamente eliminado al derrumbarse el centro del poder romano. Predominó entonces la ignorancia y el fanatismo religioso. Los intereses de la Iglesia católica se impusieron a través del crimen como dominantes del nuevo poder mundial, solo se conservaron las técnicas de la construcción, ello por el interés de edificar catedrales, pero el resto del conocimiento, la tecnología y el humanismo basado en la filosofía, el derecho, la medicina, las artes y cualquier otra forma de pensamiento no contemplada en la Biblia quedaron sepultados en el olvido, castigándose con la muerte a quien los practicara. Solo los miembros de la Iglesia católica tenían el privilegio de leer y escribir. Pero el estancamiento no fue solo humanístico y científico, sino además la población se enfrascó en constantes guerras, crímenes y saqueos de unos contra otros. El desastre social y económico en el que cayó la humanidad durante la Edad Media solo pudo ser resuelto hasta llegada la riqueza del continente americano que permitió la aparición de grandes imperios militares que pacificaron o en su defecto aniquilaron a los reinos o grupos más pequeños o más débiles. La emisión del dinero, la aparición del crédito, la emisión de los bonos y el invento del Estado con sus instituciones apoyadas en el congreso o en el parlamento en sustitución de la autoridad del rey fueron las armas usadas por el capitalismo para derrotar al sistema medieval prevaleciente. Hasta la Edad Media las guerras, las invasiones y el crimen fueron la forma cotidiana en que un pueblo se apropiaba de las riquezas de otro pueblo; con la aparición del capitalismo ello ya no fue necesario, para apoderarse de las riquezas de otra nación y someterla a una perpetua dependencia bastó con otorgar créditos, y ello ya fue suficiente para derribar gobierno, empobrecer el pueblo y mantenerlo sojuzgado. Por desgracia, gran parte de los grupos dominantes en el capitalismo conservan aún fuertes rasgos del pensamiento medieval con la creencia de que la miseria de los pueblos y la invasión militar contra otras naciones son el único camino para elevar la riqueza propia. No han comprendido la enorme capacidad que tiene el capitalismo de elevar las ganancias de unos pocos si en lugar de empobrecer a la gran masa de la población es incorporada como trabajadora relativamente bien pagada para que a su vez el sistema alcance niveles cada vez más altos de desarrollo y prosperidad.