13. Fin del Estado de bienestar

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José Armando Pineda Osnaya


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13. Fin del Estado de bienestar

Al iniciar la década de los setenta, por primera vez después de la guerra los norteamericanos tuvieron un déficit comercial acompañado además de una cada vez menor participación en el comercio mundial, lo que era previsible dada la recuperación de Alemania y de Japón después de la guerra. Pese a imponer restricciones a las importaciones procedentes de Japón el déficit comercial con ese país aumentó cada vez más. Esos dos países eran poderosos competidores económicos que amenazaban con crear sus propias zonas de influencia; una en Asia con Japón a la cabeza y la otra en Europa con Alemania como país líder. Ello representaba un reto aún mayor para la economía, que exigía diseñar un nuevo modelo que le devolviera a los Estados Unidos el papel hegemónico que tuvo al final de la Segunda Guerra, ese nuevo modelo debería de debilitar económica y políticamente a los competidores norteamericanos a fin de evitar que cualquier otro país superara la competitividad y presencia internacional de los Estados Unidos, lo cual ya era un hecho inminente, pero además todo el mundo debería de estar convencido de que adoptar ese nuevo modelo era la mejor alternativa de desarrollo, así la economía internacional debería de integrarse bajo un nuevo proyecto conjunto que nuevamente dejaría a los Estados Unidos a la cabeza de la economía y la política internacional. Ese modelo vendría a ser la globalización, sustentada en el neoliberalismo económico.

La pérdida de competitividad norteamericana aunada al acelerado aumento de precios tanto en los Estados Unidos como en el mundo mostraron claramente la incapacidad del país de asegurar la convertibilidad del dólar en oro, como se había estipulado en los tratados de Bretton Woods. Estos tratados nunca tuvieron para los Estados Unidos el objetivo de sostener un patrón monetario estable, sino más bien su propósito esencial fue posicionar al dólar como moneda internacional y dejar a los Estados Unidos como acreedores del mundo. Ello convirtió a Norteamérica en el banquero del mundo, del cual dependería la emisión de dinero, dando a los Estados Unidos el privilegio de pagar su déficit comercial y la deuda del gobierno con emisión monetaria, mientras el resto del mundo debería de obtener excedentes comerciales o financieros para tener dólares disponibles. La emisión monetaria le permite a los Estados Unidos pagar importaciones, guerras en el exterior, financiar a su gobierno, derrocar otros gobiernos o satisfacer cualquier otra necesidad monetaria. Nada más que existe un detalle; la emisión monetaria norteamericana no está en manos del gobierno sino que un pequeño grupo de bancos privados son dueños de la Reserva Federal (fed).1 Por el lado de la comunidad internacional, al aceptar el dólar como moneda internacional, además de otorgar los privilegios antes descritos a los Estados Unidos, se obligó a introducir el dólar americano como parte de su política monetaria doméstica, influyendo así sobre sus tasas de interés y la estabilidad de sus monedas. La comunidad internacional se vio obligada a garantizar la estabilidad del dólar independientemente de la situación económica de los Estados Unidos y tuvo que compensar el aumento de la emisión de dólares elevando constantemente la demanda de dólares a través de aumentar las reservas en dólares, comerciar en dólares, solicitar y otorgar créditos en dólares o cualquier otra medida que implique elevar la demanda de dólares. El monopolio de emitir la moneda internacional ofreció a los norteamericanos un enorme potencial para impulsar su crecimiento sin sufrir por ello riesgos devaluatorios o inflacionarios. Así se consolidó el respaldo más sólido jamás experimentado por moneda alguna. A partir de la Segunda Guerra Mundial la mayor parte de los intercambios de mercancías, movimiento de capitales, créditos, reservas internacionales y otras operaciones financieras mundiales se realizó en dólares. La demanda mundial de dólares pasó a ser la base sobre la cual se apoyó y se apoya aún hoy en día la estabilidad del billete verde. La expansión de la economía norteamericana pasó entonces a determinar gran parte del crecimiento de la producción, el comercio, el financiamiento y la política monetaria y fiscal del mundo, a la vez que la estabilidad del resto de las monedas y de los precios pasó a depender de la fortaleza del dólar.2 La estabilidad del dólar, como hemos dicho, dejó de ser un asunto dependiente de la fortaleza de la economía norteamericana, para depender por entero de la demanda internacional del dólar.3 En términos de la deuda en dólares, cualquier revaluación del billete verde le implicaba al país deudor un aumento inmediato de su deuda y cualquier disminución del mismo empujaba a los acreedores a buscar financiamiento adicional en dólares para cubrir la pérdida de valor de la moneda, por lo que la comunidad mundial se amarró a velar por la mayor estabilidad posible del dólar. Como ya se mencionó, para tener acceso a dólares el resto del mundo tenía que generar excedentes comerciales, aceptar inversión norteamericana o contratar préstamos en dólares; en cambio los norteamericanos solo tenían y tienen aún hasta ahora que emitir más billetes para cubrir su déficit comercial y de servicios, ello les incrementa de manera única su capacidad de compra y de inversión en el mundo. La Reserva Federal norteamericana emisora no gubernamental del dólar recibe el principal beneficio de la demanda mundial del dólar al obtener intereses por la emisión de billetes. Por otro lado, la liquidez lanzada al mundo por los norteamericanos retorna en gran parte al país en forma de inversión externa por ser este uno de los mercados financieros más grandes del mundo, lo que le permite disponer de excedentes financieros adicionales para cubrir su déficit en cuenta corriente y financiar sus inversiones en el extranjero. En otras palabras, el mundo paga a los norteamericanos sus compras de mercancías extranjeras al igual que sus inversiones en el resto del mundo, y si esto no fuera suficiente, los norteamericanos pueden todavía emitir dinero para saldar su deuda, todo ello gracias al privilegio de monopolizar la emisión de la moneda mundial.

No obstante, la estabilidad monetaria internacional y la estructura y forma de operación del sistema bancario y financiero de entonces constituían más un obstáculo que una alternativa de expansión de los negocios, por lo que era fundamental romper la paridad fija del dólar con el oro, elevar aún más la emisión de dólares para lograr una expansión mucho mayor a la experimentada hasta el momento, no importa que para ello se hiciera peligrar la estabilidad del dólar porque para eso estaba la comunidad internacional que debería de preocuparse por el valor del dólar. Era necesario además eliminar todo tipo de regulación y control sobre el sistema bancario y financiero mundial a fin de garantizar la libre movilidad de capitales y de ganancias.

El Estado de bienestar de los años sesenta imponía una barrera física a la expansión del sistema financiero cada vez más imposible de superar, además de que no era posible negar u ocultar la alarma ecológica que ya había empezado a sonar.4 Desde finales de los sesenta una parte de la sociedad planteó por cuestiones ambientales la imposibilidad de continuar elevando las ganancias, como se había venido haciendo hasta ese momento por los niveles de contaminación y explotación de recursos naturales.

A finales de los sesenta y principios de los setenta se cometieron varios errores de política económica que provocaron la inflación de los años setenta y determinarían el posterior desarrollo económico tanto de los Estados Unidos como del mundo. De 1961 a 1966 los norteamericanos tuvieron una etapa de expansión sumamente acelerada que los colocó muy cerca del pleno empleo de toda su capacidad productiva. Ante el pleno empleo de su capacidad, elevaron el gasto público tanto por la guerra contra Vietnam como por su carrera espacial contra los soviéticos. El 1º de julio de 1965 los Estados Unidos realizaron los primeros combates en la guerra de Vietnam. Esta guerra no era necesaria desde el punto de vista económico por encontrarse la economía en casi pleno empleo. De 1965 a 1968 el gasto en defensa aumentó de poco más de 50 000 millones de dólares a más de 80 000 millones, colocando al déficit público en su nivel más alto de toda la posguerra. Al aumento del gasto militar se sumó el incremento de otros gastos, como la seguridad social, la seguridad y el renglón de otros donde seguramente se incluye el presupuesto para la guerra contra las drogas iniciado en los años setenta. La economía muy cercana al pleno empleo no podía darse el lujo de elevar el déficit público sin provocar aumentos en los precios (gráfica 13.1).

Gráfica 13.1. Evolución de los principales gastos del gobierno, 1952-1980, miles de millones de dólares

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A finales de los años sesenta aumentó la presión de varios países sobre los Estados Unidos por cambiar sus tenencias de dólares en oro, cuando ya no existía la posibilidad de realizar dicha conversión. El 15 de agosto de 1971 Norteamérica decreta la no conversión del dólar en oro, lo que aunado a la aparición del primer déficit comercial con Japón y el nacimiento de un acelerado proceso inflacionario causado por el aumento del gasto público, llevaron en 1971 y en 1973, a la devaluación del dólar frente al yuan japonés y el marco alemán.

Paralelo a la mayor inflación, el crecimiento empezó a desacelerarse continuando su tendencia hasta ahora de cada vez menor crecimiento. En 1966 al país alcanzó su nivel más alto de aumento del pib de 6.6%, después de ese año aparecieron ritmos de crecimiento cada vez más lentos hasta descender en 1974 a –0.5%, con una inflación en el mismo año de 9%. Al siguiente año el pib disminuyó –0.2%, mientras la inflación aumentó al 9.5%. El fenómeno anterior sirvió de pretexto para sepultar el pensamiento keynesiano al argumentar que la inflación con desempleo no alentaba la inversión, sino por el contrario, la inflación afectaba las expectativas de inversión ante la incertidumbre desatada por el aumento de precios. Se argumentó que no es posible crecer por encima de la tasa natural con intervención del gobierno en la economía, terminando por imponerse el pensamiento neoliberal y de libre mercado.

La inflación eliminó el Estado de bienestar que había sustentado el auge económico existente después de la Segunda Guerra Mundial; en 1961 esta había sido apenas de 1.1%. El aumento de precios alcanzó su nivel más alto entre 1975 y 1981 con 9.3%, respectivamente, en cada año. Después, la inflación empezó a descender, pero no como resultado de la política neoliberal aplicada sino fundamentalmente porque disminuyeron el consumo y la inversión del país y solo manteniendo un bajo crecimiento se pudo mantener relativamente baja la inflación. En 1998, 2009 y 2015 la inflación fue cercana a 1%, cifra parecida a la de antes de 1964. Fuera de esos años la inflación promedio norteamericana ha estado alrededor de 2%. Una parte de la teoría económica sostiene que la tasa de interés debe estar por encima de la inflación para evitar que el aumento de precios elimine el rendimiento del ahorro. Así, cada aumento de precios de finales de los años sesenta se fue traduciendo en un aumento cada vez mayor de la tasa de interés. Lo contraproducente de esta medida es que la mayor tasa de interés encarece el costo del dinero, lo que se traduce en mayor inflación, menor inversión y mayor deuda. En 1970, 1974 y 1981, los aumentos de la inflación y la tasa de interés se tradujeron en severas caídas de la producción no conocidas desde la Segunda Guerra Mundial, posteriormente la inflación y la tasa de interés empezaron a descender año con año, pero la producción no recuperó su anterior ritmo de crecimiento. Después de la crisis de 2009 la tasa de interés disminuyó por debajo de la inflación, pero ello fue insuficiente para estimular un mayor crecimiento, el cual se mantiene alrededor de 2%. La disminución de la tasa de interés en 2009 no pudo revertir el retroceso en que cayó la economía con –2.8 de crecimiento (gráfica 13.2).

Gráfica 13.2. Variación anual del PIB (a precios del2009), la tasa de interés y de los precios, 1955-2019

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La comunidad internacional vio atónita la pérdida del valor de sus exportaciones valuadas en dólares cada vez más devaluados, a la vez que la economía norteamericana enfrentaba en su interior un acelerado proceso inflacionario con exportaciones norteamericanas que ganaban competitividad basada en la devaluación de su moneda.

El conflicto armado de Yom Kipur entre Israel y Egipto y Siria del 6 al 25 de octubre de 1973 disminuyó las ventas de petróleo por el embargo de venta de petróleo a los estados que apoyaron a Israel. Aunque el embargo fue dirigido especialmente hacia los Estados Unidos, quien lo aprovechó en realidad fueron los monopolios petroleros anglosajones conocidos en ese entones como las siete hermanas,5 que elevaron el precio del barril de petróleo de 14 a 58 dólares. Posteriormente la guerra civil en Irán en 1979 y la guerra entre Irán e Irak (1980-1988) dieron otro pretexto para volver a subir el precio del barril de petróleo, hasta poco menos de 120 dólares el barril (gráfica 13.3).

Gráfica 13.3. Evolución del precio mundial del petróleo, enero de 1970-enero de 2017

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El aumento del precio del petróleo sin precedentes elevó las ganancias de las empresas petroleras anglosajonas y del mercado de valores, por lo que el sistema se vio de pronto invadido de un exceso de liquidez de ganancias. En la primera crisis petrolera en 1973 el pib creció 5.4%, pero en la segunda crisis en 1979 el crecimiento fue solo de 3.2% y en 1980 los Estados Unidos enfrentaron la primera recesión con –0.2% de crecimiento. Las ganancias obtenidas en 1973 se tradujeron en un exceso de créditos que fueron a parar a países de mediana industrialización, en tanto que la segunda subida de precios del petróleo en 1979 se tradujo en el refinanciamiento de los países que anteriormente habían contraído deudas pero que no podían pagarlas por el repentino aumento de los intereses, además de que los créditos se otorgaron sin cuidar que estos fueran invertidos en actividades que aseguraran recuperar lo prestado. Al otorgarse los préstamos se les alentó a los países a invertir en todo tipo de obras públicas asegurando que no recuperarían nada de lo prestado.

A finales de los años sesenta y principios de los setenta se concentraron los problemas para el gobierno norteamericano, además de su pérdida de competitividad, se complicaba financiar su papel de policía mundial con el estancamiento de la guerra en Vietnam, además de otros conflictos surgidos en América Latina, África y en el Medio Oriente. A lo anterior se sumó la creciente oposición de la población por continuar con la guerra en el exterior y contra el orden establecido de consumismo excesivo, discriminación racial, aumento en el consumo de drogas, entre otros problemas.

Al inicio de la guerra de Vietnam no hubo fuerte resistencia por parte de la población norteamericana para participar en la guerra, esta fue vista como parte del compromiso del país para impedir el avance del socialismo en el mundo, pero a finales de los años sesenta se empezaron a acumular el número de muertes en la guerra y el regreso cada vez mayor de jóvenes con algún tipo de trastorno físico, sicológico o profundamente inmersos en adicciones y drogas, ello como desecho de una guerra sin objetivos militares claros que solo mostraba crímenes atroces contra la población nativa. El estado de ánimo de la población quedó cada vez más minado, aumentando la resistencia por continuar la guerra. Además pertenecer a las fuerzas armadas había dejado de ser una alternativa para mejorar el nivel de vida, lo que obligó al Estado a imponer el servicio militar obligatorio, pese a que ello chocaba directamente con el elevado nivel de vida y de confort alcanzado por la población. El auge del sistema económico de entonces alejaba a los jóvenes de la visión del gobierno de llevar a cabo conflictos internacionales, lo cual dificultaba cada vez más la posibilidad de reclutar jóvenes para la guerra. La oposición de la población contra la participación de los Estados Unidos en la guerra de Vietnam desembocó en crecientes protestas a las que se sumaron los movimientos de la población afronorteamericana contra el racismo, por la defensa de los derechos civiles, derechos de los pueblos originarios y la lucha de las mujeres. En ese entonces no había justificación alguna para encarcelar a los manifestantes o a sus líderes solo por el color de la piel, su apariencia o por pertenecer a algún grupo o movimiento social. Es así que, con el fin de criminalizar la protesta social, el gobierno inició la guerra contra las drogas cuando el mismo gobierno en cierta forma toleró el aumento del consumo de drogas primero entre las tropas estacionadas en Vietnam y después ya en territorio norteamericano. Con el combate a las drogas se encubrió la represión social como una aparente lucha contra el crimen organizado. Paradójicamente, el mejoramiento del nivel de vida de los norteamericanos durante los años cincuenta y los sesenta exacerbó las protestas sociales contra el sistema imperante. Estas protestas se convirtieron en un excelente combustible para cambiar el sistema de bienestar imperante hasta entonces. Sin saber lo que hacía, la población con sus protestas contribuyó a cambiar el sistema a favor de otro mucho más desigual basado en la reducción del salario real, deterioro del nivel de vida de la población y criminalización de las protestas sociales. Se justificó la crítica al sistema de bienestar social de finales de los sesenta y en su lugar se vendió la ida de adoptar un sistema más eficiente y competitivo que premiaría el esfuerzo individual y castigara la ineficiencia colectiva. El resultado fue la caída del nivel de vida de los trabajadores y de la población de más bajos recursos. Las políticas estatales se entregaron a partir de entonces a los intereses de las empresas, en especial de capitales financieros y especulativos.