3. Culminación del reparto mundial y antesala de la Primera Guerra Mundial
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3. Culminación del reparto mundial y antesala de la Primera Guerra Mundial
Hacia finales del siglo xix y principios del xx concluyó el reparto del mundo entre las principales potencias, lo que hacía más difícil continuar con la conquista de nuevos territorios que finalmente permitiera elevar la producción de acero, armas y demás pertrechos que concluyeran en una mayor expansión económica. Ello provocó la aparición de crisis económicas cada vez más frecuentes que impedían mantener los niveles de inversión en las actividades hasta entonces más dinámicas. Hasta 1919 el crecimiento industrial dependió de la máquina de vapor como principal fuerza motriz y la producción industrial, como hemos mencionado, se limitaba principalmente a la industria textil, el hierro y acero, la construcción de barcos, los ferrocarriles, la industria de la construcción, las armas y los bancos. La producción manufacturera era destinada fundamentalmente hacia el mercado externo y las milicias estatales destinadas a las guerras de conquista y colonización eran uno de los principales clientes de la industria de ese entonces. Irónica y contradictoriamente no era posible expandir la producción hacia otro tipo de mercancías industriales, diferentes a las tradicionales, ello pese a que desde finales del siglo xix se había inventado el motor eléctrico y el de combustión interna. La bombilla eléctrica fue ideada por Swan y Edison en 1880. Un año más tarde el dinamo fue inventado por Brush y Edison y en 1895 apareció el primer automóvil construido por Karl Benz (Cole, 1967: 213). La producción de este tipo de bienes tenía un carácter más bien artesanal y se destinaban a satisfacer el limitado consumo de los estratos más ricos de la sociedad. No era posible producir en gran escala estos productos debido a la inexistencia de un mercado masivo para los mismos. En Europa había una situación similar; no es de extrañar que la producción de automóviles se inició primero en Francia y no en Alemania, donde se inventó el motor de combustión interna, ello debido a que París representaba el mercado más grande y rentable al concentrar la mayor parte de la burguesía de la época (Grunow, 2006: 43).
El principal obstáculo para iniciar la producción masiva de automóviles, radios, la luz eléctrica y demás innovaciones aparecidas a finales del siglo xix era el insignificante salario pagado, este se limitaba a asegurar la más elemental reproducción de los trabajadores, quienes padecían condiciones de vida y trabajos extremadamente miserables e inhumanos. Eran sometidos a jornadas exhaustivas de 12, 14 o hasta 16 horas (Grebing, 1966: 18), sin consideración alguna de su salud y de sus vidas, era más fácil y barato reemplazar un trabajador que protegerlo o mejorar sus condiciones de trabajo. Eran frecuentes las muertes y accidentes en el lugar de trabajo, en la calle y en el hogar por las en extremo deficientes condiciones de trabajo, de alimentación y salud. Los trabajadores se enfermaban y se agotaban prematuramente después de pocos años de trabajo en las minas, en talleres de costura sin ventilación, o en hornos de fundición expuestos a elevadas temperaturas; no había compensación económica alguna por los accidentes ocurridos en el trabajo. Si alguien fallecía en la fábrica o taller, su cuerpo simplemente era sacado del área de trabajo como si se tratara de un desecho industrial. La mano de obra era tratada como un recurso casi inagotable y fácilmente reemplazable no solo por otro adulto, sino incluso por niños y mujeres a quienes se les pagaban salarios inferiores que a los hombres pese a que laboraban las mismas prolongadas y agotadoras jornadas de trabajo que los hombres. El empleo de mujeres y niños fue un recurso ampliamente usado para reducir los salarios y provocar un exceso de mano de obra disponible. Pero el problema no solo era el ingreso reducido y condiciones infrahumanas de trabajo, sino la inestabilidad del trabajo. “El ingreso anual de trabajadores no calificados fue miserablemente bajo, aunado al reducido ingreso diario, los trabajadores padecían despidos frecuentes, no podían predecir los días en el año en que tendrían un trabajo. En 1870 un trabajador común generalmente no trabajó más de 230 o 240 días al año” (Thernstrom, 1994: 18-21).
Pero la precaria situación laboral no era privativa de los Estados Unidos, el resto del mundo industrial presentaba las mismas características. “En Gran Bretaña las fábricas generalmente eran grandes estructuras sin adecuada ventilación e iluminación, las condiciones sanitarias eran intolerables, y muy poco se hacía para asegurar a los trabajadores de los accidentes laborales. No existían medidas de prevención de accidentes, particularmente en las minas de carbón. En Rusia, Italia y España no había leyes que prohibieran el empleo de niños y mujeres, quienes eran sometidos a las mismas condiciones laborales de los hombres adultos” (Gilbert y Clay, 1991: 16).
Hasta antes de la Primera Guerra Mundial, los gobiernos persiguieron y asesinaron impunemente a los trabajadores que se atrevían a protestar por las inhumanas condiciones de vida y de trabajo a que eran sometidos o incluso la pretensión de organizarse en sindicatos y organizaciones laborales era motivo de persecución; se realizaron incontables masacres contra trabajadores y personas de bajos ingresos sin la más mínima consideración y sin escuchar sus reclamos. “Las grandes revueltas en Schlesien —1844 en Peterswaldau y en Langenbielau— contra hambre y contra explotación por parte de comerciantes e intermediarios fueron derrotadas con violencia militar” (Grebing, 1966: 20). Entre las masacres ocurridas más conocidas está la de la Plaza Roja en Moscú en 1905 y la de los Mártires de la Plaza Haymarket en Chicago en mayo de 1886. En esta última los manifestantes solo demandaban establecer una jornada de trabajo de ocho horas (Glenn, 1993).
Las condiciones de vida y de trabajo de los obreros hasta antes de la Primera Guerra Mundial fueron el principal obstáculo que impidió el crecimiento del mercado interno y la modernización de las industrias. La demanda doméstica se restringía al consumo del estrato social de elevados ingresos y de algunos administradores y artesanos de la clase media, ello impidió el crecimiento del mercado doméstico, por tanto, la mayor parte del impulso al crecimiento o del éxito de los negocios se encontraba en las guerras de conquista hacia el exterior y no en el mercado doméstico. La producción industrial por sí sola no representaba una demanda elevada debido a que el bajo costo de la mano de obra no alentaba la inversión en equipos y servicios, era preferible usar mano de obra en abundancia fácilmente reemplazable que introducir maquinaria y equipos. Ello frenó la demanda equipos y servicios de parte las mismas industrias e indujo el estancamiento general del mercado doméstico. Por tanto, la demanda provenía fundamentalmente, como ya se dijo, del gasto sobre todo de tipo militar realizado por el Estado para apropiarse de nuevas colonias y desplegar en ellas numerosos ejércitos. Hasta la Primera Guerra Mundial predominó el mercado exterior como palanca de crecimiento en el mundo, no obstante, ello no quería decir que hubiera compradores externos, sino que el mercado externo se apoyó en las invasiones y conquistas militares financiadas y perpetradas por los gobiernos. Sin ello no hubiera sido posible concebir la existencia del mercado mundial.
A finales del siglo xix la apropiación de colonias y de nuevos territorios llegó al límite, casi todos los países atrasados estaban repartidos bajo diferentes formas de influencia ya fuera como colonias, protectorados o bajo cualquier otra forma de anexión entre los pocos países más ricos o más industrializados y solo se podría aumentar el territorio a costa de arrebatárselo a otro país mediante una guerra. Entonces la industria quedó atrapada en su propia incapacidad de elevar su propia demanda, cayendo a finales del siglo xix en una crisis sin precedentes.
Algunos historiadores suponen equivocadamente que la industrialización después de 1919 fue una consecuencia directa de la serie de descubrimientos y avances tecnológicos ocurridos a finales del siglo xix, que motivaron a los empresarios a aprovechar tales descubrimientos para llevar al mercado nuevos productos, como si ello por sí solo fuera suficiente para provocar el cambio del modelo económico basado en el comercio exterior y en la posesión de colonias, hacia otro modelo apoyado casi por completo en el mercado interno, como fue el caso después de la Primera Guerra Mundial.
Así, Benns (1965: 7) afirma, por ejemplo: “Los años posteriores a 1870 presenciaron la marcada expansión de la mayoría de las más viejas industrias y la expansión de nuevas de igual o mayor importancia; la construcción de inmensas unidades de producción a través de la aplicación de grandes escalas de capital y la final adopción de sistemas de producción en masa; la tendencia hacia la consolidación de unidades individuales en cartel, agrupaciones o monopolios y, como una inevitable consecuencia de todos estos desarrollos, un notable incremento en el volumen de la producción industrial”. Para confirmar el ininterrumpido auge industrial de entre finales del siglo xix y principios del xx se ofrecen cifras de la producción de acero y de la construcción de ferrocarriles; sin embargo, nada más claro que tales datos para mostrar el estancamiento en que cayó la economía mundial de ese entonces. “Líneas de ferrocarril fueron enormemente extendidas. Entre 1870 y 1914, de 15 000 millas británicas crecieron a cerca de 22 000, mientras que el sistema ferrocarril francés se expandió de 11 000 millas a más de 31 000” (Benns, 1965). La cita anterior no menciona que después de 1914 la construcción de líneas de ferrocarril se estancó por completo o incluso disminuyó tanto en los Estados Unidos como en Europa (Douglas, 1966), desembocando en una crisis de sobreproducción que solo pudo ser resuelta con la Primera Guerra Mundial.
Para algunos historiadores, el paso del modelo colonial, cuyo destino principal de la producción era la exportación, hacia otro modelo que tenía como destino principal el mercado doméstico, se produjo de manera lineal y armónica, cuando en realidad la transición tuvo para la humanidad el haber enfrentado la Primera Guerra Mundial, que causó la muerte de más de ocho millones de personas, millones de personas lisiadas, muertas por hambruna y enfermedades atribuibles directamente a la guerra, algunas naciones e imperios desaparecieron, en tanto que otros nacieron. Es decir, la transición de un modelo a otro no fue ningún proceso armónico y pacífico y tuvo en cambio un costo social, político, económico y humanitario sumamente elevado. Ello no quiere decir que el nuevo modelo haya sido mejor o superior al anterior, tan solo se afirma que se gestó un cambio estructural que derivó en otra forma de generar ganancias con otra lógica completamente diferente para reinvertir las mismas.
El derrumbe del modelo colonial se venía gestando desde finales del siglo xix. En 1870, la producción norteamericana disminuyó drásticamente, luego la producción empezó a tener grandes oscilaciones, apareciendo años con elevado crecimiento y otros con fuertes caídas de la producción. Las oscilaciones fueron relativamente leves entre 1873 y 1874, pero en 1882, 1883 y 1884 hubo una disminución severa y continua de la producción. En 1894 el pib reportó su mayor caída después de la guerra civil, y ya entrado el siglo xx las caídas de la producción fueron igualmente severas hasta terminar con el surgimiento de la Primera Guerra. Gracias a la guerra, los Estados Unidos logran mejorar en gran medida su situación, debido a la venta de armas y demás productos industriales ligados directamente con la guerra.
“En 1914 había empezado en Estados Unidos una seria recesión. Pero en 1915 los pedidos bélicos de los aliados (sobre todo de Inglaterra) ya habían estimulado la economía, y para abril de 1917 habían vendido a los aliados mercancías por más de 2 000 millones de dólares. Ahora la prosperidad americana estaba vinculada a la guerra de Inglaterra” (Zinn, 2010: 267-268). En 1914 la producción norteamericana disminuyó más de 5%, en cambio, en los siguientes tres años la producción aumentó entre 20 y 30%. En el último año del conflicto, en 1918, la producción nacional apenas aumentó un poco más de 5%. Los años de la Primera Guerra (1914-1918) y Segunda Guerra (1939-1945) fue la experiencia productiva más exitosa del siglo xx de los Estados Unidos, esta prosperidad fue solo superada por el auge causado por las guerras de los Estados Unidos del siglo xix ya antes comentadas (gráfica 3.1).
De 1900 a 1904 en Inglaterra, los Estados Unidos, Alemania y Canadá las tasas de crecimiento de la producción fueron casi constantes, posteriormente iniciaron una ligera recuperación para caer, en 1908, en otra recesión. “La recesión duró en total 13 meses en que la actividad económica en general tocó fondo en junio de 1908. La recesión es notable no solo por su corta duración sino también por su severidad. La producción anual en 1908 fue 11% menor que en 1907, una elevada caída en tan poco tiempo” (Hall, 1990: 146). Pasada la crisis, la economía mostró una lenta recuperación hasta 1914, cuando la producción volvió a caer. El estancamiento económico de principios del siglo xx desembocó en la Primera Guerra Mundial y esta se convirtió en la única solución de la crisis económica de entonces, además de que marcó el final de un largo periodo industrial dominado por la posesión de colonias, que se extendió desde el siglo xvi hasta el final de la guerra en 1918. Como consecuencia económica, la máquina de vapor fue desplazada como fuente de propulsión por el motor eléctrico y de combustión interna, a la vez que desapareció la era del carbón para en su lugar hacer su aparición la era del petróleo, mismo que aún predomina hasta nuestros días.
Gráfica 3.1. Variación anual del PIB norteamericano, 1799-2021
Mientras Europa se precipitaba en el abismo de una guerra mundial, los Estados Unidos trataban de aliviar sus problemas creando intervenciones militares en América Latina. Norteamérica impulsó en 1903 “una revolución contra Colombia y había creado el Estado “independiente” de Panamá para construir y controlar el Canal. En 1915 intervino por segunda vez en Haití, donde mantuvo a sus tropas durante 19 años… Entre 1900 y 1933 Estados Unidos intervino cuatro veces en Cuba, dos en Nicaragua, seis en Panamá, una en Guatemala y siete en Honduras. En 1924 Estados Unidos estaba dirigiendo de alguna forma las finanzas de la mitad de los 20 estados latinoamericanos. Hacia 1935 más de la mitad de las exportaciones americanas de acero y algodón se estaban vendiendo en Latinoamérica” (Zinn, 2011: 303).
A principios del siglo xx los Estados Unidos proporcionaron armas, dinero y uniformes a fuerzas revolucionarias en México con el propósito de derrocar al dictador Porfirio Díaz, que había concesionado a capitales ingleses la administración de los ferrocarriles nacionalizados por el entonces gobierno; el interés por apoyar una revolución en México se alimentó además por el propósito de los ingleses de comunicar por ferrocarril el océano Pacífico con el Atlántico, lo cual entraría en franca competencia con el Canal de Panamá, ya entonces en manos norteamericanas, quienes lo inauguraron en agosto de 1914. Los revolucionarios lograron su propósito, en dos meses el dictador salió del país, pero la revuelta tardaría aproximadamente 30 años en terminar, pues los Estados Unidos no solo proporcionaron armas al grupo iniciador de la revuelta, sino posteriormente patrocinó a otro grupo para derrocar a los derrocadores, así organizó en la misma embajada norteamericana un plan para dar un golpe de Estado al entonces presidente Francisco I. Madero, quien fue llevado al poder por la revolución que los mismos norteamericanos habían patrocinado. Una vez implantado el nuevo gobierno, en 1913 los Estados Unidos volvieron a patrocinar otro levantamiento armado para derrocar al usurpador puesto igualmente por los mismos norteamericanos, Victoriano Huerta. Finalmente, los Estados Unidos apoyaron la nacionalización del petróleo en 1938, dando con ello por terminada la posesión de empresas inglesas de yacimientos petroleros en México.
La expansión de la etapa colonial que culminó con la Primera Guerra Mundial dependió de constantes invasiones militares hacia el exterior. El mercado interno era por demás incipiente debido a las miserables condiciones de vida de los trabajadores, ya hemos mencionado que el vasto territorio norteamericano desempeñó un papel similar al que jugaron las posesiones coloniales para Inglaterra en el sentido de favorecer la expansión de su sistema de ferrocarriles y de los negocios que se abrieron con el mismo. El mercado externo lo tenían los norteamericanos en su propio territorio, no tenían por qué competir contra otros países europeos por la posesión de colonias donde pudieran saquear recursos naturales o donde pudieran canalizar sus inversiones y productos industriales. Es de reconocer, no obstante, que pese a que los norteamericanos no tenían numerosas colonias fuera de América Latina, controlaban algunas materias primas estratégicas a nivel mundial como el petróleo, en 1891; la Standard Oil, propiedad de Rockefeller realizaba por su cuenta 90% de las exportaciones norteamericanas de queroseno y controlaba 70% del mercado mundial de ese producto (Zinn, 2011: 224).
La etapa de colonial no pudo continuar simplemente porque el mercado externo creado con base en la invasión militar externa o mediante el simple sometimiento político hacia otros países llegó al límite de su existencia. Es decir, la invasión hacia otra nación abre amplias posibilidades de negocios, pero estas concluyen una vez que es consumada la conquista y los negocios no pueden volver a crecer a menos que se inicie una nueva invasión hacia otro país. Precisamente al terminar el reparto del mundo a finales del siglo xix y principios del xx entre las potencias más ricas no hubo otra posibilidad para continuar con la expansión de los negocios que iniciar la Primera Guerra Mundial. La mayor parte de los territorios del planeta quedaron repartidos entre las diferentes potencias económicas más fuertes, no había muchos espacios más adonde lanzar ejércitos para asesinar a la población nativa y arrebatarles sus riquezas naturales, a no ser que se le arrebatara alguna colonia a otra potencia económica por medio de una guerra.