11. Fin de la Segunda Guerra Mundial y formación de un nuevo orden económico mundial
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11. Fin de la Segunda Guerra Mundial y formación de un nuevo orden económico mundial
Al terminar la Segunda Guerra Mundial, Europa se encontraba desbastada y con múltiples problemas derivados de la misma. “Desde Stalingrado a Saint Nazaire y desde Mutmans a Bengasi había una estela de devastación y destrucción, con los peores estragos producidos en las regiones central y oriental. La extensión de los daños y las pérdidas de la producción eran más graves de lo que habían sido en la Primera Guerra Mundial. Las manufacturas estaban paralizadas, el comercio estaba casi paralizado, la producción agrícola estaba por los suelos y las comunicaciones estaban seriamente interrumpidas. Las escaseces de casi todo prevalecían en una extensa área del continente. Financieramente, Europa se encontraba en un estado extremadamente débil, con enormes déficits presupuestarios, ofertas monetarias infladas, una grave escases de reservas de divisas y fuertes presiones inflacionarias” (Aldcroft, 1989: 163). La situación económica, social y política fue mucho más adversa que en la primera guerra. En aquella perdieron la vida alrededor de nueve millones de personas, la mayoría de ellas militares, en tanto que, en la segunda, más de 50 millones de personas perdieron la vida y más de la mitad fueron civiles. Había inflación, millones de personas desplazadas, sin techo, desabasto de alimento, mercado negro y grandes requerimientos sanitarios, entre otros problemas. Gran parte de Europa y Asia tenía que ser reconstruida.
Después de la Segunda Guerra Mundial, al igual que en la primera, el capitalismo quedó derrotado, el socialismo volvió a triunfar, se extendió a la mitad de Europa, absorbió China, contagió a países asiáticos vecinos, Corea, Vietnam y amenazando con llegar hasta Australia, además de aparecer en América Latina. Derrotada la Alemania nazi por parte de la Unión Soviética en el sitio de Stalingrado y de Leningrado se inició la contraofensiva soviética. Los soviéticos, en lugar de marchar directamente sobre Berlín, realizaron su propia guerra relámpago desviando su avance para ocupar la mayor parte posible de territorios de Europa del Este, como fue Polonia, Hungría, Rumanía y Checoeslovaquia, entre otros países. El entonces ejército soviético era el más fuerte del mundo, no tenía oponente y podría haber llegado hasta el Estrecho de Gibraltar, España, y cumplir el sueño de los nazis de dominar todo el continente, pero por alguna razón se detuvieron en Bulgaria y la entonces Yugoslavia. No continuaron la marcha hacia Grecia e Italia, limitándose a tomar Berlín en mayo de 1945.
En la otra cara de la enorme devastación y el desastre social y humano se encontraba la basta fortuna acaudalada por unas cuantas empresas beneficiadas con los contratos de abastecimiento de armas, combustibles, alimentos, textiles y demás. Los Estados Unidos llevaron 15 millones de personas a la guerra, lo que implicó un enorme gasto para equipar, alimentar y transportar a toda esa gente. Con ello resolvieron definitivamente el desempleo aparecido desde la Gran Depresión de 1929 que al principio de la guerra se mantenía en más de 10 millones de personas. La guerra no solo resolvió el desempleo, sino que hizo falta mano de obra adicional, misma que fue cubierta con la participación activa de la mujer.
Al final de la guerra la industria norteamericana disponía de una enorme capacidad productiva que no fue tocada o afectada como sucedió en Europa, sino que por el contrario durante la guerra alcanzó su nivel más alto de desarrollo productivo y tecnológico, el cual debería de continuar con los mismos ritmos de crecimiento a fin de evitar que se interrumpiera la generación de ganancias (Tipton y Aldrich, 1987: 47). Para Norteamérica era importante evitar que Europa cerrara su economía con proyectos nacionalistas e independientes de reconstrucción. Los europeos podrían haber optado por reconstruir sus desbastadas economías a partir de fortalecer sus respectivos capitales nacionales, con mayor intervención del Estado, y políticas monetarias y fiscales que fortalecieran su autonomía; ello hubiera disminuido la participación de los norteamericanos tanto en la reconstrucción como en el desarrollo posterior que seguiría la economía mundial, poniendo en peligro el sostenimiento de la hegemonía norteamericana. Lo más importante de la intervención norteamericana no era solo contribuir a la reconstrucción de la Europa desbastada, sino sobre todo determinar el camino de su posterior desarrollo económico y político de frente a la Guerra Fría.
Al terminar la guerra, Norteamérica moldeó a favor de sus intereses la formación de un nuevo orden económico mundial. Ello fue posible gracias a que Europa se encontraba ampliamente desbastada, colocada prácticamente de rodillas, fuertemente endeudada, además de tener grandes necesidades de abastecimiento, sanitarias e incluso de ayuda humanitaria que la colocaron en condiciones de aceptar cualquier tipo de ayuda de manera casi incondicional o con mínima o nula capacidad negociadora para resistir la embestida económica y política de los Estados Unidos. Entre 1944 y 1947 el gobierno del Tío Sam aportó la mayor parte del financiamiento para crear una serie de instituciones internacionales que en su mayor parte hasta el momento siguen operando. Entre las funciones principales de estas instituciones está regular el comercio, los movimientos mundiales de créditos y capitales, así como supervisar la política monetaria y fiscal aplicada en distintos países. Crearon el Banco Mundial (bm, 1944), encargado de la reconstrucción europea; el Fondo Monetario Internacional (fmi, 1945), encargado de aliviar problemas de balanza de pagos y con ello evitar el cese de las exportaciones norteamericanas por falta de financiamiento en Europa; la Organización de las Naciones Unidas (onu), encargada de dirimir todo tipo de asuntos que involucra a la comunidad internacional y en muchos casos inmiscuyéndose en asuntos nacionales de seguridad, derechos humanos y otros más. La construcción de la onu no podía ser en modo alguno democrática, que tomara en cuenta la participación de todos los miembros, por el contrario, la opinión de cada miembro sería tomada en cuenta dependiendo de su aportación al financiamiento de la institución y hasta la fecha la mayor parte de los fondos de la onu proviene de los Estados Unidos, lo que le da el mayor peso en la toma de decisiones de la organización; el Acuerdo General de Tarifas y Aranceles, gatt, por sus siglas en inglés (1947), convertido en la actual Organización Mundial de Comercio (omc); la Agencia Central de Inteligencia (cia, 1947); el ya extinto sistema monetario de Breton Woods (1944) y el Plan Marshall de reconstrucción de la guerra (1948-1952). Este último tenía más propósitos políticos que económicos, pues solo aportó 13 000 millones de dólares para ser repartidos entre 16 países, lo cual fue insignificante comparado con la devastación dejada en fábricas, carreteras, puertos, vías férreas, puentes, viviendas y demás, aunado a los millones de personas desplazadas, lisiadas, con problemas sanitarios, hambre y un sinfín de problemas causados por la guerra. El propósito del Plan Marshall fue más bien frenar la expansión ideológica del socialismo en Europa y atraer la simpatía de Europa a favor de los propósitos hegemónicos de los Estados Unidos.
No solo era importante controlar el desarrollo económico internacional, era importante al mismo tiempo no dejar solas a las fuerzas armadas europeas sin la intromisión norteamericana, además de responder de manera conjunta a la latente amenaza de la Unión Soviética. Para ello se creó la Organización del Tratado del Atlántico Norte (otan) en Washington el 4 de abril de 1949, donde se acordó que, en caso de ataque sobre alguno de los miembros del tratado, el resto de los países ayudaría en su defensa. El mismo año fue testigo de acontecimientos políticos importantes, como la fundación de la República Federal Alemana el 23 de mayo, y el 7 de octubre de la República Democrática Alemana. En esencia, la otan tenía tres principios de acción: primero, mantener congelada y fuera de Europa a la URSS, segundo, evitar el rearme en especial de Alemania y la aparición de cualquier amenaza sobre la región, y finalmente asegurar la participación norteamericana en cualquier proyecto de integración o colaboración militar en Europa (Gritsch, 2019: 12)
Adicional a la creación de organismos internacionales, el Tío Sam determinó parte de las políticas y estrategias económicas que deberían seguir los países a partir de entonces, en especial en los casos de Japón y Alemania. En Japón, la ocupación norteamericana entre otras cosas mantuvo la figura del emperador, reprimió la propagación de ideas comunistas ampliamente difundidas a raíz de la derrota militar y obligó a las empresas a satisfacer las demandas de mejoras salariales de los trabajadores. Los norteamericanos seguramente creyeron que satisfacer la demanda de aumento salarial de los trabajadores llevaría al estancamiento o ruina de la economía japonesa, pero se equivocaron al ocurrir todo lo contrario y gracias al constante aumento salarial después de la guerra, Japón inició el despegue económico convirtiéndose rápidamente en la segunda potencia económica mundial. A través de la cia los norteamericanos intervinieron en las elecciones en Italia a fin de impedir la llegada al poder de los miembros de la resistencia socialistas y opositores al fascismo, con ese fin se financió la campaña electoral del partido de la Unión Cristiana Democrática (cdu, por sus siglas en inglés), en Francia igualmente se impidió la llegada al poder de los miembros de la resistencia que combatieron contra la invasión alemana y con fuertes inclinaciones socialistas. En Grecia se apoyó el combate contra la guerrilla socialista; más tarde en Cuba se apoyó el desembarco de disidentes cubanos en Bahía de Cochinos (1961) y al siguiente año se impidió la instalación de misiles nucleares por parte de la entonces Unión Soviética. El gobierno del Tío Sam jugó un papel decisivo en el reconocimiento internacional y la formación de los gobiernos de Israel, Corea del Sur y la República Federal Alemana. En este último país el primer canciller nombrado al terminar la guerra, Konrad Adenauer, era el personaje ideal para encabezar el nuevo gobierno debido a que no participó con el Partido Nacional Socialista Alemán del Trabajo (nsdap, por sus siglas en alemán), mejor conocido como Partido Nazi, no obstante fue un firme opositor al socialismo y vio con buenos ojos el acenso de Hitler al poder. Adenauer no permitió la colaboración de antiguos opositores al fascismo alemán, en cambio llamó a participar a miembros y simpatizantes del antiguo partido nazi. Pero los norteamericanos no se limitaron solo a llevar al poder al canciller afín a sus intereses, se ocuparon además de crear instituciones y organizaciones que lo apoyaran, así John McCloy (presidente del Banco Mundial), Nelson Rockefeller (propietario de empresas petroleras) y Allen Dulles (jefe de la cia), apoyaron la creación de varios medios de comunicación, como los periódicos Die Zeit, Die Welt, Frankfurter Allgemeine Zeitung, Der Spiegel y Süddeutsche Zeitung, además de crear varias estaciones de radio. Los Estados Unidos a raíz del Plan Marshall presionaron a los alemanes para fundar instituciones tendientes a lograr la integración europea, como la Sociedad Europea del Carbón y Acero (1952) y más tarde la Sociedad Atómica Europea (1957), entre otras (Rügemer, 2017: 81-83). Con el nuevo gobierno alemán, los norteamericanos se opusieron no a la permanencia del fascismo, sino más bien del socialismo, convirtiendo a Alemania en una aliada importante de los Estados Unidos no solo frente al socialismo sino ante Francia e Inglaterra principalmente, instaló bases militares justo de cara a la frontera socialista y se inició la integración económica europea sin la necesidad de otorgar grandes concesiones o negociar con las otras dos grandes potencias ganadoras de la guerra ya antes mencionadas.
Con la creación de las instituciones internacionales, la intervención directa sobre los gobiernos y la formación de medios de comunicación, los norteamericanos aseguraron a su favor el rumbo económico, político e ideológico que debería seguir a partir de entonces no solo Europa en particular sino el mundo capitalista en general, cosa que fue imposible llevar a cabo al final de la primera guerra.
En la primera guerra, los norteamericanos no quedaron como vencedores, llevaron aproximadamente dos millones de soldados al conflicto que a consecuencia de la inexperiencia en combate y al gran número de muertes ocurridas en las primeras incursiones en la guerra tuvieron que aceptar colaborar bajo el comando de los ingleses y franceses. En un principio, las tropas americanas intentaron avanzar solas para tener mayor influencia en el reparto territorial que se llevaría a cabo al finalizar la guerra, pero como hemos dicho, su poca experiencia les causó una enorme cantidad de muertes que los obligó a aceptar la capacitación y dirección de los ejércitos europeos quienes, en contraparte, al final de la guerra no incluyeron a los norteamericanos en el reparto de las colonias africanas alemanas. Al final de la primera guerra los norteamericanos no pudieron imponer el dólar como moneda hegemónica, por lo que la comunidad internacional regresó al patrón oro.
Solo hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, Europa no pudo oponerse a las ambiciones norteamericanas de diseñar a su favor el nuevo orden económico mundial. La creación e imposición de los organismos antes mencionados no hubiera sido posible y ni siquiera necesaria a no ser por la enorme destrucción de Europa causada por el fascismo alemán.
Con la imposición del dólar como moneda internacional, los Estados Unidos quedaron como vencedores de la primera guerra monetaria mundial y el resto de los países se vieron sometidos a la dictadura del dólar y de la política monetaria de la Reserva Federal Norteamericana (fed). A través de los tratados de Breton Woods en los Estados Unidos se fundó el nuevo sistema monetario internacional, no obstante, este estuvo desde sus inicios sentenciado al fracaso, resultando más bien en un completo engaño para la comunidad internacional. El nuevo orden monetario mundial se basaría en el respaldo ofrecido por la economía norteamericana al garantizar la convertibilidad del dólar en oro por disponer de la mayor cantidad de reservas de oro en el mundo; pero era de esperar que ante el aumento del comercio y de la producción mundial rápidamente aumentaría mucho más rápido la demanda de dólares en el mundo en comparación a la velocidad con que podría aumentar el oro que aseguraba la convertibilidad oro-dólar, por lo que rápidamente no se podría garantizar la convertibilidad de los dólares en oro. El aumento de la demanda mundial de dólares y por tanto su creciente emisión muy rápido rebasó su respaldo en reservas de oro, ensanchando cada vez más la diferencia entre la cantidad de dólares en circulación y la cantidad de oro que la pudiera respaldar, misma que no tenía forma de aumentar con la misma velocidad con que aumentaba la emisión y la demanda de dólares. Era imposible desde el inicio mantener una relación fija entre la cantidad de dólares en circulación y su equivalente en oro, por lo que el rompimiento de la paridad oro-dólar fue inevitable desde un inicio. Así, a finales de los años sesenta los Estados Unidos ya no pudieron cumplir con los acuerdos de Breton Woods. Algunos países como Japón y Francia, entre otros, pretendieron cambiar sus posesiones de dólares por oro, pero los Estados Unidos tuvieron que aceptar su incapacidad para respaldar su moneda porque simplemente no disponían del suficiente oro, por lo que en 1971 rompieron los acuerdos y decretaron la no convertibilidad de su moneda en oro, ello se acompañó además de una primera devaluación frente al yen japonés y el marco alemán.