5. Efectos económicos de la Primera Guerra Mundial. Los dorados años veinte

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José Armando Pineda Osnaya


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5. Efectos económicos de la Primera Guerra Mundial. Los dorados años veinte

Al terminar la Primera Guerra, a excepción de los Estados Unidos, los países participantes enfrentaban condiciones económicas extremadamente difíciles. Millones de personas regresaron del frente de batalla desempleadas, miles de ellas lisiadas o incapacitadas con apremiantes necesidades sanitarias, asistenciales, alimentarias y de todo tipo. En Europa hubo carestía, mercado negro y escasez de productos básicos (Douglas, 1966). Los gobiernos enfrentaban deudas sumamente elevadas contraídas para financiar la guerra. El poder de compra del mercado doméstico estaba por demás deprimido, no existía ningún plan gubernamental para elevar la producción en especial de bienes esenciales como alimentos, vivienda, vestido, mucho menos se planteaban temas importantes como los salarios o las condiciones de trabajo, estas últimas en términos estrictos no tenían por qué ser diferentes a las que habían prevalecido en los últimos 500 años. Si en esos momentos hubiera estado cualquier secretario de finanzas de nuestra época, este habría actuado de acuerdo con el sentido común y la teoría económica dominante y hubiera supuesto que era una completa locura elevar los salarios cuando los países enfrentaban el desastre económico causado por la destrucción de la guerra; seguramente se hubieran propuesto realizar reformas laborales que disminuyeran los salarios aún más, aumentar la flexibilidad del trabajo no importando la incertidumbre laboral que ello causara, elevar la jornada de trabajo, otorgar créditos a los trabajadores para rehacer sus viviendas, adquirir más alimentos y curar por sí mismos sus heridas de guerra y tal vez como una acción ya muy aventurada se hubiera propuesto incentivar el gasto del gobierno y otorgar subsidios a la inversión privada. Pero el final de la Primera Guerra Mundial marcó un parteaguas en la historia del capitalismo que obligó a las empresas a romper las viejas prácticas laborales seguidas hasta entonces.

Los empresarios, pese a la catástrofe económica en que se encontraban por la guerra, decidieron por su cuenta mejorar sustancialmente los salarios y las condiciones de vida y de trabajo, ello como una primera e inmediata respuesta ante la necesidad de reconstruir la desbastada economía de la posguerra. No existió justificación económica alguna que llevara a elevar los salarios imponiendo un salario mínimo de 25 centavos la hora, disminuir la jornada de trabajo a un máximo de ocho horas por día, incluyendo un día de descanso a la semana, prohibir el trabajo de niños, mismos que hasta el momento habían sido utilizados para bajar los salarios, y se prohibió el trabajo nocturno de mujeres embarazadas (Tratado de Versalles, 1919). Estas reformas implicaron simplemente pagar mucho más por menos trabajo. La decisión de reformar el trabajo se tomó en un periodo extremadamente breve por su envergadura a nivel mundial. El 11 de noviembre de 1918 el kaiser Guillermo II, que llevó a Alemania a la guerra, huyó hacia el extranjero presionado por la sublevación de marineros en el puerto alemán de Kiev, misma que fue secundada con disturbios en otras ciudades alemanas. Al siguiente mes Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht declararon la República Socialista Alemana (Childs, 1980: 13-14). En Hungría, en marzo de 1919 el régimen comunista de Bela Kun expropió la propiedad privada y tomó el control de los bancos y el comercio (Willmott. 2003: 301). Al concluir la guerra, los trabajadores no solo alemanes sino de toda Europa no estaban dispuestos a regresar a las mismas condiciones laborales y de vida prevalecientes antes de la guerra, se sintieron motivados a transformar el sistema siguiendo el ejemplo de la Revolución rusa de apenas un año antes. Para los trabajadores resultaba muy atractivo terminar en definitiva con las extremadamente difíciles condiciones de vida y de trabajo descritas en el apartado anterior, por lo tanto la burguesía tenía que apresurarse para evitar el avance del socialismo no solo en Alemania, sino en el resto de Europa. Al terminar la guerra, las huelgas proliferaron en Inglaterra incluyendo Irlanda del Norte, el número de huelgas pasó de 730 en 1917, a 1 165 en 1918 y todavía en 1919 aumentaron las huelgas a 1 607, posteriormente disminuyeron hasta incrementarse de nuevo en los años cincuenta y sesenta (Mitchell, 1988: 142).

Apenas cinco meses después de concluida la guerra, en abril de 1919, como parte del Tratado de Versalles, que dio fin a la guerra, se fundó la Organización Internacional del Trabajo (oit), provocando un sustancial aumento de salarios en los países que ahora forman el grupo de los países más ricos (Douglas, 1966). Tan solo en los Estados Unidos, en 14 años, de 1890 a 1919, el salario aumentó apenas 14%, pero en cuatro años, de 1920 a 1924, el salario se incrementó 24%, posteriormente se estancó en tanto la productividad continuó creciendo, provocando así la crisis de 1929 (gráfica 5.1).

Gráfica 5.1. Estados Unidos, Índice de salario real en la industria manufacturera, 1914=100

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En la ciudad de San Francisco, y considerando solo los oficios de albañil y carpintero, el salario permaneció sin cambio de 1906 a 1916, después del último año apareció un leve incremento, pero el mayor aumento se produjo en 1918, posiblemente por el envío de más de un millón de soldados a la guerra. El salario siguió aumentando después de la guerra, hasta estancarse en 1926 (gráfica 5.2).

Gráfica 5.2. Salarios por hora y jornada laboral en San Francisco, California, 1890-1928

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Las reformas laborales adoptadas a raíz del Tratado de Versalles no fueron empujadas por protestas o demandas laborales o por la decisión de algún gobierno, nada de eso, la clase empresarial decidió por su cuenta aumentar los salarios y reducir la jornada laboral, pues les era más importante a los empresarios ofrecer a los trabajadores la posibilidad de mejorar sustancialmente su nivel de vida o en todo caso alcanzar el socialismo por la vía parlamentaria que tomar el camino de la revolución armada. Llama la atención el discurso humanitario empleado por los diseñadores del Tratado de Versalles para justificar la creación de la oit, cuando unos años antes se había perpetrado todo tipo de represión y crímenes contra los trabajadores, que las más de las veces terminaban en masacres.

Al terminar la Primera Guerra Mundial se reconoció que la existencia de entornos mínimos de bienestar y de seguridad del trabajo eran condición no solo necesaria sino fundamental para garantizar la paz mundial; aunque hoy en día estos principios han quedado completamente olvidados al pretender regresar a las mismas condiciones existentes de antes de la Primera Guerra de flexibilizar el trabajo, imponer jornadas largas con salarios y prestaciones más bajas, bajo el argumento de que ello elevará la competitividad y la inversión. Se olvida que dichas condiciones de vida y de trabajo dieron lugar a la revolución socialista de 1917, misma que a su vez, como reacción de la burguesía, propició la aparición del fascismo en Italia en 1922, en España después de la Guerra Civil y en Alemania en 1933.

Con el propósito de asegurar la implementación en todo el mundo de las condiciones universales de trabajo, el Tratado de Versalles creó, con el artículo 387, a la Organización Internacional del Trabajo (oit), encargada de garantizar que los países cumplieran el compromiso de otorgar condiciones remunerativas de trabajo, lo cual, como hemos visto, es a su vez una condición esencial para asegurar la paz mundial.

Lo anterior no tenía el afán de mejorar las condiciones de vida de los trabajadores, pues nunca habían sido importantes en la historia de la humanidad, y el capitalismo no era la excepción, su intención fue más bien frenar el avance del socialismo, eliminar el descontento de los trabajadores y motivarlos a regresar a las fábricas convencidos de las bondades del sistema.

Finalmente, el artículo 427 del Tratado de Versalles expuso las nuevas condiciones laborales que deberían de imponerse a nivel universal:

  1. El trabajo no puede ser considerado fácilmente como una mercancía o como un artículo comercializable.
  2. El derecho a la asociación tanto de empleados como de empleadores.
  3. El pago de un salario al trabajador que le asegura condiciones de vida apropiadas de acuerdo con las condiciones de su tiempo y su país.
  4. La adopción de una jornada de trabajo de ocho horas o 48 horas de trabajo a la semana.
  5. La adopción de un día de descanso a la semana que incluya por lo menos 24 horas.
  6. La abolición del trabajo infantil y de la responsabilidad dañina para el trabajo de jóvenes.
  7. Asegurar salario igual para hombres y mujeres para trabajos similares.

Comparando el discurso de la entonces burguesía al terminar la Primera Guerra y plasmado en el Tratado de Versalles, con el sentir de la burguesía a finales del siglo xx, plasmado en el decálogo del Consenso de Washington, se deduce el efecto que causa dejar al Estado junto con sus instituciones al servicio y disposición de los intereses de un pequeño grupo de grandes monopolios internacionales, lo cual determinará en un futuro muy cercano el rumbo del crecimiento y la paz mundial.

Decálogo del Consenso de Washington (Williamson, 1990):

  1. Disciplina presupuestaria de los gobiernos.
  2. Reorientar el gasto gubernamental a áreas de educación y salud.
  3. Reforma fiscal o tributaria, con bases amplias de contribuyentes e impuestos moderados.
  4. Desregulación financiera y tasas de interés libres de acuerdo con el mercado.
  5. Tipo de cambio competitivo, regido por el mercado.
  6. Libre comercio entre naciones.
  7. Apertura a inversiones extranjeras.
  8. Privatización de empresas públicas.
  9. Desregulación de los mercados.
  10. Seguridad de los derechos de propiedad.

Mientras el Tratado de Versalles tenía muy claro que la única forma de asegurar una paz mundial duradera era ofreciendo un mínimo de seguridad social a la población,1 expuesto en los siete puntos antes citados, el Consenso de Washington en cambio, aprovechando la miseria extrema de gran parte de la población del mundo, entregó la economía y la política mundial al capricho e interés de grandes capitales. En el Consenso de Washington no aparece ningún tipo de responsabilidad de las empresas para con la sociedad, por el contrario, la sociedad y los gobiernos deben estar al servicio de las empresas, deben de retirar todo tipo de regulación del mercado, garantizar la propiedad privada y la libre movilidad de capitales en el mundo, sin considerar para nada los efectos que ello traería sobre la pobreza, el medio ambiente y sobre todo en la seguridad social al retirar la intervención del Estado en la economía y convertir a la seguridad social en una actividad más de lucro.

A raíz del Tratado de Versalles, en los Estados Unidos en general se ofreció un salario mínimo de dos dólares al día, lo cual implicó mucho más de lo que los obreros esperaban. Ello, sin embargo, no obedeció a ningún acto de buena fe por parte de los empresarios, el móvil de tal acción fue superar la derrota sufrida por el capitalismo en la guerra. El ganador de la guerra fue el socialismo. Por primera vez el socialismo dejó de ser una utopía para convertirse en una realidad que amenazaba con abrazar a todos los países participantes en la guerra. La Revolución rusa de 1917 prometió terminar con las miserables condiciones de vida prevalecientes antes de la guerra, y cada vez tomaba más fuerza entre la población trabajadora la amenaza socialista, por lo que los empresarios decidieron aumentar el salario, dar espléndidas concesiones laborales y hacer más atractiva para los trabajadores la lucha parlamentaria por el socialismo que la lucha armada.

El proceso de transición entre el capitalismo colonial y la nueva era industrial no fue un proceso pacífico y libre de enfrentamientos, por el contrario, representó la primera derrota del capitalismo por la aparición del socialismo. Dicha derrota le aseguró al capitalismo una nueva y prolongada etapa de expansión con un mucho mayor grado de desarrollo tecnológico y productivo.

En el caso de los Estados Unidos, el gobierno había perpetrado durante todo el siglo xix y hasta la Primera Guerra frecuentes masacres contra trabajadores líderes, activistas y huelguistas, en algunos casos los trabajadores se armaron y contestaron causando la muerte de policías y soldados, por lo que en numerosas ocasiones las empresas se vieron obligadas a ceder ante las demandas obreras. En el país la lucha de clases se exacerbaba a la vez que aumentaba el poder económico y político de las grandes corporaciones. A principios del siglo xx el país estaba prácticamente controlado por un pequeño grupo de grandes corporaciones que en su mayor parte habían nacido desde el siglo pasado, ya descrito en el apartado anterior. “En 1904, 318 trustscon un capital de más de 7 000 millones de dólarescontrolaban el 40% de la industria norteamericana […] Los consejeros de Rossevelt eran industriales y banqueros. Rossevelt […] dijo: tengo la intención de ser de lo más conservador, pero en interés de las propias corporaciones” (Zinn, 2010: 259).

Estados Unidos fue uno de los países más reacios en adoptar las reformas laborales de 1919, por lo que continuó con la persecución de trabajadores por sus ideas anarquistas o socialistas. “En 1920 el Departamento de Justicia ordenó el arresto y deportación de individuos que ‘pensaban en doctrinas comunistas y anarquistas’. En Detroit, el corazón del Sindicato de Trabajadores Automotrices, este tipo de redada resultó en el arresto de 827 personas, de las cuales 234 fueron subsecuentemente deportadas” (Keeran, 1980: 32).

Cabe reconocer la elevada participación de las mujeres en las huelgas y protestas, no por ser mujeres, sino simplemente porque componían una gran parte de la fuerza laboral. Algunas estimaciones suponen que al terminar la guerra había mayor cantidad de mujeres trabajando que hombres, lo cual fue algo indiscutible durante la Primera Guerra Mundial.2

El aumento del poder político y económico de las empresas no minó las protestas de los trabajadores, por lo que las empresas empezaron a idear formas para mejorar las relaciones con los trabajadores; así, en 1900 nació la National Civic Federation (nfc). “La nfc buscaba un enfoque más sofisticado con los sindicatos, considerándolos como una realidad inevitable. Preferían, por tanto, llegar a acuerdos con ellos antes que luchar contra ellos: mejor trabajar con un sindicato conservador que enfrentarse a uno militante […] Así, en 1910 la Federación elaboró una propuesta de ley modelo para dar compensaciones a los trabajadores, y al año siguiente 12 estados aprobaron leyes de indemnización o seguros de accidentes. En 1920, 42 estados ya tenían leyes de indemnización laboral” (Zinn, 2011: 260).

El avance del socialismo en los Estados Unidos no se limitó a los sindicatos, este llegó a trascender hasta el Parlamento y la elección de alcaldes. “En 1910 Víctor Berger llegó a ser el primer afiliado al Partido Socialista elegido para el Congreso. En 1911 eligieron a 73 alcaldes socialistas y a 1 200 funcionarios menores en 340 ciudades y pueblos” (Zinn, 2011: 261).

Pese a lo anterior, los Estados Unidos en general se oponían a otorgar mejores condiciones laborales, por lo que en 1919, el año en que aparecieron las reformas laborales de la oit, “se declararon en huelga 350 000 trabajadores de la siderurgia. En Nueva Inglaterra y Nueva Jersey fueron a la huelga 120 000 trabajadores textiles y en Paterson (Nueva Jersey) se pusieron en huelga 30 000 trabajadores de la seda. La policía se declaró en huelga en Boston. Lo mismo hicieron en Nueva York los fabricantes de puros, los camiseros, los panaderos, los camioneros y los barberos […] Cinco mil trabajadores de la International Harvester y otros 5 000 trabajadores urbanos se echaron en las calles” (Zinn, 2011: 280).

Los empresarios superaron la corta visión de los políticos que veían en toda manifestación popular una amenaza a su poder político y rápidamente adoptaron algunos beneficios para los trabajadores. “Un importante aspecto de los esfuerzos de los empleadores por minar la oposición de los trabajadores en el periodo posterior a la Primera Guerra Mundial fue la adopción del ‘capitalismo benéfico’ […] En 1919 General Motors (gm) fue una entusiasta participante del capitalismo benéfico. En los años veinte la mayor parte de las discusiones sobre trabajo en los reportes anuales de la compañía incluyó discusiones sobre lo que está haciendo la gm para proveer vivienda, salud y seguro de vida, bonos, compra de acciones y planes de ahorro, las preocupaciones de la compañía para proveer salud y seguridad a los trabajadores en el lugar de trabajo […]

La industria automotriz durante este periodo fue conocida por sus relativamente elevados salariosuna estrategia iniciada por los famosos cinco dólares al día de Henry Ford, en 1914” (Kleinberg, 1992: 63-64). A consecuencia de este nuevo clima laboral, en 1919 los salarios superaron en 5% el aumento de la productividad, y ello no afectó a ninguna empresa y mucho menos a la actividad económica en general. En 22 años, de 1899 y 1921, mantener o empeorar las miserables condiciones de vida y de trabajo de los trabajadores no ayudaron en nada a elevar la productividad. Con todo y el auge industrial antes mencionado de los ferrocarriles y el acero, la productividad en los Estados Unidos apenas y creció 17%, pero después de aumentar los salarios en 1919, en solo cuatro años, de 1921 a 1925, la productividad aumentó 34% (Douglas, 1966), lo mismo sucedió en otros países como Canadá, Alemania y, en menor medida, Inglaterra. A consecuencia del proceso antes descrito, de 1989 a 1919, en los Estados Unidos, la productividad aumentó 113%, en cambio los salarios crecieron 118%, y por ello ninguna empresa quebró, por el contrario, los negocios dieron lugar a la época de los dorados veinte. Posteriormente, los salarios continuaron creciendo al mismo ritmo que la productividad y a nadie le dolió. En 1919 el producto nacional aumentó en los mismos Estados Unidos poco menos de 5%, y en 1923 el país alcanzó el mayor nivel de aumento del pib, por encima de 16%, lo cual fue bastante elevado en tiempos de paz. En ese año el aumento de la productividad rebasó a los salarios, creando con ello el suelo fértil para la aparición de la Gran Depresión de 1929.

La causa inmediata de la Depresión del 29 fue el rezago en el aumento de los salarios con respecto al aumento de la productividad aparecido desde 1923; en 1925 la productividad creció todavía mucho más que los salarios, lo que motivó a los empresarios a disminuir la inversión en equipos de producción, provocando con ello el estancamiento de la demanda frente al aumento de la oferta (gráfica 5.3).

Gráfica 5.3. Evolución del salario real y de la producción por trabajador en manufacturas en los Estados Unidos, 1899-1925

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El aumento de salarios no causó inflación como lo supone gran parte de la teoría económica, por el contrario, esta disminuyó gracias al aumento de la productividad lograda. Se experimentó cierta inflación a consecuencia de la escasez provocada por la guerra, pero una vez pasada esta, los precios se controlaron o incluso descendieron. En 1925 los precios disminuyeron 30% con respecto a 1920 (Elgar, 2000). De 1922 a 1928 los Estados Unidos alcanzaron una completa estabilidad de precios. “Para 1923 los precios al mayoreo habían recuperado solo una sexta parte de su disminución desde 1920-1921. Desde entonces hasta 1929 cayeron en promedio 1% al año” (Friedman, 1963: 298).

No obstante, mayores salarios no significaron mayor beneficio para los trabajadores, por el contrario, el beneficio se concentró solo en manos de los empresarios. Antes del aumento de los salarios, en 1914, los trabajadores recibían poco más de 41% del valor agregado nacional, pero en 1927 su participación disminuyó a poco más de 39%, ello se debió a que los empresarios contrataron menos personal por capital invertido, absorbiendo así el capital mayor parte del ingreso generado que los trabajadores (Douglas, 1966).

La mayor apropiación de valor agregado en manos de los empresarios elevó la capacidad de acumulación y de inversión a niveles nunca antes vistos. En el caso de los Estados Unidos, el valor de los edificios, las máquinas y equipos de la industria manufacturera creció significativamente medido en términos de costos (Douglas, 1966).

De 1989 a 1914, en la etapa colonial del capitalismo, como hemos visto, el salario permaneció estancado, al igual que el uso de equipos por trabajador permaneció sin grandes cambios, pero después del aumento salarial de 1919 la industria revolucionó sus métodos de producción, introdujo un nuevo método que elevó considerablemente la productividad por trabajador, ello hizo posible continuar produciendo con costos laborales mucho más altos que en el pasado. El nuevo método de producción consistió en la introducción de la línea de ensamble o la banda sin fin, la cual consistía en el movimiento continuo de una banda por donde se trasladaban diferentes piezas que deberían de ser ensambladas o trabajadas por los obreros, de esta manera los insumos de trabajo llegaban al lugar donde se encontraba el trabajador y este realizaba siempre la misma y monótona labor. La línea de ensamble desplazó a la máquina de vapor, a la vez que el motor eléctrico y el de combustión interna se convirtieron en las principales fuentes de generación de energía, provocando con ello el final de la era del carbón y dando inicio a la nueva era del petróleo, que sigue imperando hasta nuestros días. La nueva tecnología elevó el gasto en equipos y máquinas por trabajador, y ello en consecuencia abrió gran cantidad de nuevas oportunidades de inversión que elevaron la demanda tanto de nuevas máquinas como de trabajadores.

Por su parte, los trabajadores que eran desplazados por el mayor uso de máquinas no necesariamente perdieron su empleo, sus puestos de trabajo fueron reclasificados a otras funciones acordes con la nueva tecnología empleada y el empleo en general creció por las empresas que producían las nuevas máquinas y equipos. Las industrias donde se instalaban equipos más sofisticados (la línea de ensamble) fueron mucho más grandes que en el pasado, ocupando una mayor cantidad de mano de obra, pese a que la ocupación fue menor en relación con la masa de capital invertida. Así, aunque el empleo de mano de obra disminuyó en proporción al uso de máquinas, aumentó su número de manera absoluta al aumentar el tamaño de las fábricas que introducían o empleaban nuevos métodos de producción. La demanda de empleo dependió no de la relación capital-trabajo, la cual fue adversa para los trabajadores, sino más bien del tamaño de las empresas, las cuales fueron cada vez más grandes debido a la introducción de mayor cantidad de equipos. De 1899 a 1914 el valor estimado en edificios, máquinas y equipos aumentó 256.3%, en tanto que de 1914 a 1925 el mismo valor creció casi al doble, 500%; la relación capital-empleo aumentó en el primer periodo 171.9%, en tanto que en el segundo periodo se incrementó más de 200%. Es decir, de 1914 a 1925 el salario aumentó 31%, en cambio la inversión en edificios y equipos se elevó por encima de 460%, el uso de equipo por trabajador lo hizo casi 230%, la producción física se incrementó poco más de 100% y el empleo no disminuyó sino se elevó casi 30%. En cambio, con el salario en 1914 prácticamente al mismo nivel de 15 años (1899), la producción física apenas había aumentado 69%, al igual que el resto de indicadores tuvieron incrementos sumamente precarios (gráfica 5.4).

Gráfica 5.4. Índice de crecimiento del empleo, salario real, de producción física, del valor estimado de edificios, maquinaria y equipos y del gasto de equipo por trabajador, 1989-1925

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Los mayores efectos del aumento de los salarios y de la reducción de la jornada laboral se dejaron sentir paradójicamente en el incremento de la producción y de la productividad. En 1925, con respecto al inicio de la guerra, la producción física aumentó a más del doble, de igual manera, la producción por trabajador se elevó, aunque en menor proporción. De manera adicional, como hemos mencionado, la introducción de la línea de ensamble como nuevo método de producción masivo no provocó más desempleo sino todo lo contrario, este disminuyó. En 1919 y 1920 el desempleo fue de 0.4 y 1%, respectivamente, ello pese al regreso del frente de batalla de millones de jóvenes desempleados. En 1921 y 1922 el desempleo alcanzó 15.3 y 12.1%, respectivamente, pero en los siguientes dos años el desempleo cayó a 5 y 7%, respectivamente (Douglas, 1966: 427). En 1925 el empleo aumentó 30% con respecto al inicio de la guerra en 1914 (gráfica 5.5).

El empleo aumentó gracias al incremento de la demanda de personal por parte de las empresas que elevaron la escala de producción de sus plantas debido a la introducción de la línea de ensamble, ello hizo que ascendiera los volúmenes manejados de productos y materias primas, lo que a su vez elevó la demanda de empleo para administrar los mayores ingresos y egresos derivados de la inversión adicional. La demanda de nuevos equipos y servicios creó nuevas actividades de producción nunca antes vistas que igualmente elevaron la contratación de personal. Gran parte de la teoría económica predominante en nuestros días supone que la disminución del empleo de mano de obra causada por el mayor uso de máquinas genera mayor desempleo, pero la historia, en especial de los países capitalistas más ricos, ha demostrado lo contrario. El uso de más máquinas que obreros provoca un aumento acelerado de la demanda de mano de obra, simplemente porque ello aumenta a una escala mucho mayor los niveles de inversión y de producción. Es así entonces que la mejor receta para generar más empleos es desplazar trabajadores por máquinas y no lo contrario, que el mayor empleo de trabajadores mal equipados y mal pagados no genera más empleo, sino por el contrario provoca mayor desempleo al inhibir el uso de equipos que en última instancia no significa otra cosa sino reducir los niveles de inversión tanto porque se usan menos máquinas como porque baja la demanda de las empresas productoras de máquinas y equipos de producción.

Gráfica 5.5. Estados Unidos: Índice de la producción física de manufacturas, empleo, horas de trabajo a la semana y producción por trabajador, 1899-1927, 1899=100

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Hasta antes de 1919 no había sido posible automatizar la producción porque esta dependía básicamente de la habilidad y capacidad física de los trabajadores. Fue después de encarecerse la mano de obra cuando las empresas se vieron obligadas a automatizar el proceso de trabajo y compensar así el aumento de los salarios con mayores aumentos en la productividad. No obstante, como hemos mencionado, las nuevas condiciones de trabajo no significaron ninguna mejoría para los trabajadores, el ritmo del trabajo fue marcado por la velocidad de las máquinas, el obrero se limitó a repetir movimientos monótonos y por demás estúpidos, sus operaciones quedaron fraccionadas en actividades repetitivas y se redujo al máximo la participación del trabajador en la producción, quedando convertido en un apéndice de la máquina (Braverman, 1974).

En tanto los países excombatientes iniciaban el despegue industrial con aumentos salariales, en sus colonias y en sus zonas de influencia se conservaron las mismas condiciones miserables e inhumanas de vida y de trabajo de antes de la guerra, manteniendo con ello el carácter atrasado de dichas zonas. Si los actuales países ricos no hubieran mejorado los salarios y las condiciones de vida y de trabajo al final de la Primera Guerra, seguramente estarían ahora en una situación muy similar a la de finales del siglo xix o tendrían una situación muy parecida a la que actualmente tienen los países pobres del planeta. Gracias a las reformas laborales adoptadas los países ricos iniciaron el despegue industrial y lograron alcanzar el grado de desarrollo que ahora tienen.

El aumento salarial y el auge económico que de él se derivó elevó el ingreso y el gasto del Estado, lo que a su vez se tradujo en mayor educación, salud e infraestructura pública, ello ocurrió pese a que en la época predominaba la doctrina del libre mercado con nula intervención del Estado (Stein, 1994: 32). En 1924 el gasto público por persona en los Estados Unidos fue casi el doble que en 1903 y casi tres veces al gasto realizado en 1890 (cuadro 5.1).

Cuadro 5.1. Gasto público norteamericano per cápita, 1890-1924, dólares constantes de 1890

Gasto público per cápita

Índice del gasto público per cápita

1890

8.44

100

1903

12.53

148

1913

16.59

197

1924

24.84

294

Hemos visto más arriba que la generación del valor agregado entre finales de la Primera Guerra y 1925 aumentó a más del doble (gráfica 5.4), no obstante, la proporción de valor agregado recibida por los trabajadores permaneció sin cambios, al mismo nivel de fines de la guerra, a excepción de 1921, cuando esta tuvo un ligero aumento con respecto a 1919. Si en 1899 los trabajadores de las manufacturas recibían 9% del valor agregado, en 1925 esta proporción disminuyó a 5% (gráfica 5.6).

Gráfica 5.6. Porcentaje del pago de salarios en el valor agregado industrial, 1899-1925

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Algunas corrientes de pensamiento económico han argumentado que al aumentar los salarios disminuyen directamente las ganancias, cuando en realidad sucede todo lo contrario, el mejor camino para elevar las ganancias es a través de incrementar los salarios. Ello es así porque al incrementar los salarios se tiene que usar mayor cantidad de equipos y máquinas por trabajador, lo que eleva la productividad de los trabajadores traduciéndose finalmente en una mayor apropiación del valor agregado por parte de los empresarios. Finalmente, la generación de nuevo valor supera en mucho al aumento salarial otorgado, así el empresario eleva sus ganancias ofreciendo al trabajador la creencia de haber recibido un mejor salario cuando en realidad se le disminuye la parte del producto o del valor agregado que se le paga como salario. Aunque nominalmente haya elevado su salario, en términos relativos en realidad se le disminuyó. Por tanto, la resistencia ideológica de los dueños del capital por elevar los salarios es en realidad el principal obstáculo que ellos mismos se ponen ante sí para elevar las ganancias y las posibilidades de inversión.