2. Origen y despegue industrial del imperio norteamericano

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José Armando Pineda Osnaya


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2. Origen y despegue industrial del imperio norteamericano

Desde la llegada de los primeros colonos europeos al suelo americano, los Estados Unidos han ejercido el despojo de las propiedades y de todo tipo de recursos de otros pueblos como método para acrecentar su riqueza. Y si no han podido arrebatar el patrimonio de otras naciones, entonces les impidieron decidir libremente seguir su propio destino y usar sus propios recursos, tal como ellos lo decidieron con la guerra civil de 1861-1865. A lo largo de la historia los Estados Unidos han tratado de dirigir el mundo hacia una mayor prosperidad y democracia, siempre y cuando ellos sean los primeros beneficiados y que el mundo adopte sus ideales como propios. Cualquier diferencia u opinión contraria es considerada aún hoy en día como una amenaza a su seguridad nacional. La Doctrina Monroe, propagada en 1823, veía como un peligro o amenaza no solo la presencia europea en suelo americano, sino además que algún país, buscando un mejor beneficio de su sociedad, realizara una política autónoma, como una reforma agraria o que emprendiera una estrategia de industrialización o de desarrollo ajena a la presencia norteamericana o, peor aún, que una nación latinoamericana pudiera entrar en negociaciones con otra potencia que no fuera la norteamericana para impulsar su propio crecimiento. Estas ideas adquirieron mayor relevancia a medida que la Unión Americana empezó a tener problemas de acceso a mercados externos. A raíz de la crisis de 1893, la élite financiera y política del país desarrolló la idea de que “los mercados extranjeros para las mercancías norteamericanas, aliviarían el problema del bajo consumo del país y evitarían las crisis económicas que produjo la lucha de clases en la década de 1890”. En 1897 Theodore Roosevelt escribía a un amigo: “En estricta confidencia, agradecería casi cualquier guerra, pues creo que este país necesita una” (Zinn, 2011, 221). Es así que entre comienzos del siglo xix hasta 2001 se contabilizan más de 10 000 ocupaciones, invasiones, agresiones y desembarcos de muy diversos tipos llevados a cabo por los Estados Unidos y los países europeos (Vega, 2001).

Los Estados Unidos nacieron con la cada vez mayor llegada de inmigrantes. En 1700 se calcula había solo 250 000 personas, pero en el año de la independencia, en 1776, la población alcanzó dos millones y medio de habitantes. Para 1790 había ya 3.8 millones de habitantes aproximadamente, y tan solo en 20 años, en 1810, la población aumentó casi al doble, 7.2 millones (Moyano et al., 2006: 131). A principios del siglo xx la población sumó 76.2 millones de habitantes, y en 1950 nuevamente se duplicó, alcanzando 150.7 millones. Hoy en día la población norteamericana supera los 325 millones de habitantes. La abrumadora llegada de gente marcó las pautas de crecimiento de la nueva nación; en el inicio creó una presión incontrolable por ensanchar las fronteras y conquistar los territorios, principalmente del oeste, aniquilando a los pueblos originarios, y a su vez abrió las posibilidades para desarrollar todo tipo de actividades productivas, científicas, artísticas, criminales y otras con la llegada de millones de trabajadores, artesanos, empresarios, banqueros, artistas, científicos, bandoleros, aventureros y con cualquier otra característica.

En general los inmigrantes continuaron ejerciendo en el nuevo continente las labores que habían aprendido y desempeñado en sus lugares de origen aportando con ello no solo diferentes habilidades y experiencias, sino además creando toda una nueva serie de actividades empresariales, productivas, artísticas y demás, que difícilmente fueron repetidas en otra parte del continente. Gran cantidad de innovaciones inglesas fueron llevadas a América a través de los inmigrantes, ello pese a la prohibición de Inglaterra de exportar maquinaria y tratar de impedir la salida de trabajadores calificados. Así floreció cualquier tipo de actividades productivas y de servicios que abarcaron prácticamente todo tipo de industrias, como fue la producción de alimentos, panadería, construcción y la minera, y especial importancia adquirió la instalación de bancos y servicios comerciales, mismos que fueron decisivos para el crecimiento del sistema productivo, financiero y comercial del país. La primera fábrica en América, por ejemplo, fue construida por un inmigrante inglés. En Delaware, en 1787, se abrió un molino casi totalmente mecanizado (Moyano et al., 2006: 249); procedente de Francia, en 1800 llegó a América la familia Dupont, que poco tiempo después desarrolló la producción de pólvora con igual calidad que la pólvora inglesa; en 1835 Samuel Colt patentó un revolver conocido por su nombre y fue la primera arma en disparar hasta nueve cartuchos sin recargar. Esta arma ofreció una gran ventaja al ejército norteamericano federal en el crimen contra los pueblos originarios, en la guerra contra México y en la guerra civil a favor de la parte norte del país contra los del sur. Así apareció multitud de inventos aplicados a la agricultura, a la limpieza del algodón y a la producción de armas, entre otras actividades. Las múltiples características y habilidades de la población inmigrante marcó una diferencia importante con respecto al resto de los países del continente americano, pues en América Latina nobles españoles, hijos de hidalgos o nobles, soldados y gran número de delincuentes y aventureros que llegaron con la conquista se posesionaron de las minas y de grandes extensiones de tierras (Ortega, 1999), sin tener la más mínima experiencia productiva o empresarial y mucho menos se interesaron por desarrollar algún tipo de actividad distinta a la extracción minera o explotación agropecuaria. Mientras los inmigrantes en los Estados Unidos desarrollaban algún tipo de actividad productiva porque simplemente no sabían hacer otra cosa y en la nueva tierra encontraron una excelente oportunidad para sobrevivir y desarrollar lo que mejor sabían hacer, en América Latina la población llegada de España se apoderó de un enorme botín dejado por la conquista, sin tener interés alguno por desarrollar otro tipo de actividad productiva diferente a la minería y la explotación agropecuaria.

La población fue expulsada de Europa por diferentes circunstancias, desde la represión ideológica y religiosa, la pobreza extrema —como fue el caso en Irlanda del Norte, Alemania e Italia principalmente—, las constantes guerras, hasta la persecución y discriminación étnica. El modelo económico prevaleciente en ese entonces imponía bajos salarios, prolongadas y extenuantes jornadas de trabajo, y extrema inestabilidad e inseguridad laboral —niños, mujeres y trabajadores morían en las minas, en las fábricas o en sus hogares por el trabajo agotador, por altos niveles de desnutrición y en extremo deficientes condiciones sanitarias de trabajo y de vida (Marx, I, 2006)—. No era por tanto nada aventurado intentar probar una mejor suerte en el nuevo continente, que para muchos significó su mejor oportunidad para sobrevivir.

Los trabajadores industriales en los Estados Unidos eran en su gran mayoría inmigrantes pobres que no mejoraron sus condiciones laborales en relación con las que tenían en el viejo continente. Muchos de ellos fueron obligados a trabajar por varios años con sueldos miserables y jornadas prolongadas en condiciones infrahumanas. Con frecuencia los inmigrantes estuvieron obligados junto con su familia, mujeres y niños a trabajar por varios años para pagar el costo del viaje desde Europa. Así, empleadores en los Estados Unidos “suben a bordo del barco recién llegado que ha traído y ofrece en venta a pasajeros de Europa […] y regatean con ellos el tiempo que han de servir para cubrir el dinero de sus pasajes, que la mayoría aún debe. Cuando llegan a un acuerdo, resulta que los adultos se han comprometido por escrito para servir tres, cuatro, cinco o seis años por la cantidad que adeudan, de acuerdo con su edad y fortaleza. Para la gente muy joven de 10 a 15 años, estos deben prestar sus servicios hasta que cumplan veinte años” (The Annals, 1976: 4). De esta manera, la incipiente industria del norte del país se aseguraba de mano de obra prácticamente esclava.

La actividad económica creció paralela al aumento de la población, generando mayores excedentes para exportar. La tierra en América era mucho más fértil que la europea, pues nunca había sido cultivada con anterioridad. Como colonia, los Estados Unidos tuvieron cierto crecimiento empujado por el comercio exterior con Inglaterra y las Antillas, además de las innovaciones tecnológicas traídas de Europa. Creció la industria naviera gracias a la facilidad de explotar madera; en 1775 un tercio de la flota inglesa fue construida en Norteamérica. “A pesar de la ley en 1750, que prohibió la construcción de fábricas que produjeran objetos de hierro, la industria del hierro colonial era una de las más grandes en el mundo […] Otras industrias coloniales de importancia fueron la fabricación de ron y de productos de trigo. Los patrones comerciales continuaron como en el siglo xvii; lo único diferente fue el monto del comercio, ya que en Nueva Inglaterra seguían pescando y comerciando en pieles, Virginia y Maryland continuaban con su economía tabacalera, Carolina del Sur producía arroz e índigo, mientras que las colonias centrales comerciaban con harina, trigo y madera” (Moyano et al., 2006: 150). En la época de la Colonia, solo los barcos ingleses podían realizar el comercio. Los puertos del norte de los Estados Unidos gozaron de una situación privilegiada. Desde antes de la independencia, Filadelfia mantenía un comercio muy dinámico tanto al interior del país como fuera de él, como era con las Indias Occidentales, América del Sur, y las Antillas, Inglaterra, Irlanda, Portugal y diversas colonias inglesas en Norteamérica, aunque Nueva York mantenía el comercio más extenso de la época superando a Filadelfia en el envío de barcos hacia Inglaterra; en Nueva York se construían barcos que en su mayor parte eran enviados a Inglaterra (Handlin, 1994: 22-24).

Pero no todo era dicha y felicidad, las continuas guerras de Inglaterra la obligaban a subir los impuestos a sus colonias, a la vez que imponía prohibiciones comerciales con el fin de proteger las exportaciones inglesas, lo que impedía el florecimiento de las colonias. En particular en los Estados Unidos hubo varios conflictos entre los colonos, las autoridades y los soldados ingleses, uno de ellos lo suscitó el impuesto del timbre, otro menos conocido fue el hecho de que los soldados ingleses trabajaban en sus ratos libres provocando disputas con los colonos por ocupar puestos de trabajo.

Otro problema importante para los colonos fue la Ley del Dinero (Currency Act) del rey Jorge III, que “obligaba a los colonos a manejar sus negocios utilizando solo billetes de banco prestados por el Banco de Inglaterra a cambio de interés”. El control de la oferta de dinero se independizó de Inglaterra, pero todavía hoy en día los ciudadanos de Norteamérica deben pagar un interés por el uso de dinero a bancos privados (Rivero, 2013).

Al consumarse la Independencia a finales del siglo xviii, los Estados Unidos de Norteamérica eran un país pobre y pequeño, ocupaban menos de una tercera parte del territorio actual. Entre 1781 y 1802 abarcó una superficie de tierras y aguas de 370 000 millas cuadradas, esta extensión rápidamente se incrementó y ya en 1870 la zona soberana de la Unión Americana abarcó más de tres millones y medio de millas cuadradas (Adams, 1979: 465). En los primeros años de independencia no había condiciones propicias para crecer, la producción interna era altamente dependiente del comercio exterior y el mercado interno era por demás incipiente.

La mayor parte del ingreso nacional provenía de la agricultura, dedicada principalmente a la producción de algodón, tabaco y azúcar destinados a la exportación y provenientes de las plantaciones esclavistas del sur del país. En 1799 la agricultura generaba casi 40% del ingreso nacional. La segunda actividad en importancia provino de los transportes y comunicaciones impulsadas gracias a la apertura de canales y nuevas vías de comunicación. Las manufacturas contribuían apenas con poco más de 5% del ingreso nacional, lo cual no era de sorprender dado el miserable pago de salarios. La guerra contra Inglaterra, 1812-1816, afectó la actividad económica de la unión por la dependencia de la producción agrícola con respecto a las exportaciones destinadas sobre todo a la misma Inglaterra. En 1819 el pib disminuyó .5%; el descenso de la producción se prolongó hasta 1829, año después del cual la producción volvió a crecer, ligando el crecimiento agrícola con el de transporte y los servicios (gráfica 2.1).

Gráfica 2.1. Origen del ingreso nacional por tipo de actividad, 1799-1859, millones de dólares

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Pese a la recuperación productiva de la agricultura, esta fue disminuyendo su participación en la generación de riqueza del país, ganando cada vez mayor importancia las manufacturas y el comercio. Para 1889 la producción agrícola disminuyó su participación en la generación de riqueza nacional a poco más de 15%, posteriormente elevó un poco su participación hasta mantenerse en un rango de entre 20 y 25%; en tanto que las manufacturas aumentaron su contribución a más de 20%, al igual que el comercio participó con otro 20% en el ingreso nacional. La minería igualmente incrementó de manera importante su participación en el ingreso del país (gráfica 2.2).

Gráfica 2.2. Distribución porcentual del ingreso nacional por tipo de actividad, 1799-1922

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La producción agrícola esclavista del sur no tenía muchas posibilidades de crecer debido a dos razones esenciales, por un lado, el aumento de la oferta dependía de disponer de extensiones cada vez más grandes de tierra, lo cual entró en conflicto con el norte al disputarse entre el norte y el sur la posesión del recién anexado territorio mexicano, pero a su vez, ese modelo de producción requería de crecientes cantidades de mano de obra en calidad de esclava, misma que no aumentaba fácilmente. Otro factor que limitaba la expansión agrícola era su dependencia de la demanda externa de textiles y por tanto de algodón, la cual a su vez era destinada principalmente a la producción de uniformes militares de las potencias imperialistas como Inglaterra, Francia y Holanda, entre otras.

La caída del nivel de actividad originada por la guerra contra Inglaterra deprimió el crecimiento en todas las actividades, a excepción del comercio, que registró un leve incremento de 1809 a 1819. Después de 1829 sobresalen los incrementos en la producción de energía eléctrica y gas, así como de la minería y el comercio. Le sigue en cuarto lugar la producción de manufacturas y al último la agricultura. De 1859 a 1869 la guerra civil deprimió la producción de todas las actividades, a excepción de las manufacturas y la energía, aunque, por otro lado, la guerra alentó la producción de armas y la generación de energía en el norte del país, en tanto que conmocionó la producción agrícola, la minería, el comercio y el transporte y las comunicaciones. Terminada la guerra, la actividad económica continuó deprimida por otros 10 años más, logrando la recuperación hasta el periodo de 1879-1889 (gráfica 2.3).

Gráfica 2.3. Crecimiento promedio anual de las principales actividades económicas, 1799-1889

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Una vez lograda la independencia, disminuyó el precio de las exportaciones, a la vez que aparecieron bloqueos comerciales por parte de Inglaterra en productos estratégicos como el tabaco, la madera y el algodón, entre otros (Engerman and Gallman, 1996: 373). “Between mid-1784 and mid-1789 wholesale commodity prices at Philadelphia and Charleston declined about 25 percent and 12 percent, respectively. Export prices for flour, timber products, chesses, and shoes fell faster than the prices of European imports” (Engerman and Gallman, 1996: 375-376). Pero después de 1794 el comercio exterior norteamericano empezó a despegar a un ritmo por demás acelerado, ello asociado al aumento de la demanda internacional causado por las constantes guerras. En mayo de 1803 empezó el conflicto entre Inglaterra y Francia, lo que frenó la marina mercante francesa; España a su vez enfrentaba revueltas en sus colonias, por lo que su marina mercante igualmente se vio paralizada, favoreciendo las exportaciones norteamericanas. De 1791 hasta 1807 el tonelaje de exportaciones e importaciones pasó de 363 000 a 848 000 toneladas, 75% de incremento, en tanto que las exportaciones se cuadruplicaron (Moyano et al., 2006: 242). Con algunas pequeñas caídas, el comercio exterior alcanzó su punto más alto en 1807, para después iniciar un ciclo depresivo que culminó con una drástica reducción de las exportaciones y de las importaciones en 1814. En 1807 y 1808, a raíz del embargo británico, las exportaciones norteamericanas cayeron de 108.3 millones de dólares a 22.4 millones de dólares. En 1812 estalló la guerra entre los Estados Unidos e Inglaterra y en 1814, en consecuencia, las exportaciones cayeron a 6.9 millones de dólares (Bristed, 1818: 40).

El comercio exterior norteamericano se mantuvo en relativo equilibrio, años de superávit comercial se contrastaron con otros años de déficit. De 1790 a 1807 tanto exportaciones como importaciones estuvieron al alza continua, para posteriormente caer a niveles cada vez más bajos de crecimiento. La guerra contra Inglaterra, como ya se dijo, deprimió el comercio exterior. Después de 1814 las exportaciones e importaciones inician una leve recuperación alcanzando su punto máximo en 1816, manteniéndose a partir de entonces con un crecimiento constante hasta 1830, que se inició un nuevo repunte de las mismas (gráfica 2.4).

Gráfica 2.4. Evolución de las exportaciones e importaciones, miles de millones de dólares, 1790-1843

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En los primeros años de independencia de la economía norteamericana era muy fuerte la dependencia con respecto al comercio exterior. Cuando las exportaciones y las importaciones se incrementaban, aparecía un déficit comercial, tal y como sucedió en los años de 1795-1797, 1805, 1816 y 1836, en cambio cuando se estancaba o disminuía el ritmo de intercambio con el exterior, el país registraba un superávit comercial como fue en los años de 1794, 1799, 1803, 1813 y 1830. Durante el auge comercial aumentaba el ingreso interno debido a la enorme dependencia de la producción nacional con respecto a la demanda externa lo que se traducía en un aumento de la propensión a importar, en cambio cuando el comercio exterior se deprimía, inmediatamente disminuía el nivel de actividad interna, lo que reducía el ingreso que a su vez hacía caer el consumo interno.

El mercado doméstico se encontraba estancado a causa principalmente del miserable salario pagado. La mayoría de la población, ya fuera nacida en el país o inmigrantes blancos, prefería dedicarse a la agricultura o ganadería en lugar de integrarse al mercado laboral (Thernstrom, 1994). En 1700 más de tres cuartas partes de las familias producían ellas mismas sus propios alimentos; en 1800 aproximadamente 80% de los norteamericanos trabajaban para ellos mismos. A fines de 1850 el 85% de la población se encontraba en el medio rural (Heilbroner, 1977: 3). En el sur, 40% de la población eran personas de color (Heilbroner, 1977: 10), donde no existía libre movilidad de la mano de obra (Scott, 2001) ni había interés alguno por emprender algún tipo de producción manufacturera. Aunado a la poca demanda doméstica, había una extrema concentración de la población en pocas ciudades resultado del relativo poco auge económico prevaleciente con una proporción de clase media relativamente pequeña. En 1790 casi la mitad de la población (46.6%) se concentraba en solo cinco estados que abarcaban 28% del territorio nacional: Massachusetts, Nueva York, Pennsylvania, Maryland y Connecticut. En el medio urbano predominaba una gran masa de gente pobre incapaz de crear una suficiente demanda doméstica. La mayor demanda industrial se concentraba en las ciudades más grandes como Nueva York, Nueva Jersey y Pensilvania, entre otras.

En 1807, de los más de 6.8 millones de habitantes, aproximadamente la mitad, 3.6 millones, eran granjeros (53%), un millón eran esclavos (15%), y un 1 200 000 pertenecían al ejército (17%) y solo un millón eran obreros (15%). Pertenecer al ejército era una alternativa atractiva para alcanzar un mejor nivel de vida, mayor salario, estabilidad laboral y seguridad social, cosas que de ninguna manera se obtendrían como obrero en la naciente industria.

Las condiciones adversas para crecer favorecieron la concentración del ingreso y la aparición de grandes fortunas que en algunos casos superaron la riqueza de grandes magnates europeos de la época. De hecho, el nacimiento de los Estados Unidos como nación estuvo marcado por la extrema polaridad social entre un pequeño grupo social enormemente acaudalado poseedor de la mayor parte de la tierra y de la riqueza de la nación y la enorme masa de la población pobre y una gran cantidad de gente esclava que no era dueña ni siquiera su propia mano de obra. George Washington, por ejemplo, obtuvo gran parte de su riqueza acaparando y especulando con tierras, Jefferson hasta su muerte gozó del trabajo de esclavos y su pequeña mansión apenas tenía 50 000 hectáreas (Zinn, 2010). A medida que eran mayores las dificultades para crecer económicamente, mayores eran las dificultades para subsistir de los artesanos y productores de clase media, aumentando en consecuencia la concentración del ingreso (Shultz, 1933: 39). En Filadelfia, desde 10 años antes de la independencia, el 4% más rico de la población poseía 56% de la riqueza del estado. En Boston en la primera mitad del siglo xix se estimaba que el grupo más rico concentraba 37% del ingreso del estado (cuadro 2.1).

Cuadro 2.1. Participación porcentual de los más ricos en la riqueza total del estado, 1841-1860

Filadelfia, 1860

50

Milwaukee, 1860

44

Nueva Orleans, 1860

43

Brooklyn, 1841

42

Nueva York, 1845

40

Baltimore, 1860

39

Boston, 1848

37

Pero una cosa es la existencia de grandes fortunas en pocas manos y otra muy distinta es suponer que ello sea suficiente para convertir al país en rico y poderoso. “Jerarquías fueron en las colonias americanas del siglo xviii un hecho evidente” (Phillips, 2002: 31).

La desigualdad social fue determinante en la formación del nuevo gobierno. La corrupción estaba fuertemente arraigada y extendida en las 13 colonias, lo que elevaba aún más los privilegios de quienes más poseían, en segundo lugar, frecuentemente los problemas se resolvieron en reuniones de pueblos igualmente dominadas por los grupos de mayores ingresos. Las asambleas locales jugaron el papel de parlamento de la comunidad, lo que las aisló unas de otras. Ello derivó en la necesidad de crear un mecanismo que impidiera que la formación del nuevo parlamento quedara en manos de decisiones populares y mayoritarias, por tanto se copió el modelo inglés de dos cámaras parlamentarias y la división de poderes entre el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial. El Poder Legislativo se dividió en el Parlamento o Cámara de Representantes y el Senado. Este último jugó el mismo papel que en Inglaterra desempeñó la Cámara de los Lores, representando los intereses de los más ricos del país. Los senadores deberían de demostrar tener grandes propiedades al igual que ingresos elevados. La Cámara de Representantes correspondió al resto de la población y sus resoluciones tuvieron y tienen todavía hoy en día que ser aprobadas por los senadores (Moyano et al., 2006: 201). De esa manera, la dirección de la nación y la democracia quedaron en manos de los intereses de los más ricos.

Los primeros seis presidentes de la nación: George Washington, John Adams, Thomas Jefferson, James Madison, James Monroe y John Quincy Adams, provinieron de familias acaudaladas, gozaron del trabajo de esclavos, algunos tuvieron plantaciones de café, algodón u otro producto agrícola. El concepto de libertad y democracia plasmado en la Constitución no consideró la absoluta falta de libertad para los esclavos y blancos pobres, más bien la libertad y democracia fue concebida en orden de importancia solo para hombres, ricos y blancos; en el concepto de democracia no estaban incluidas las mujeres, la gente de color y mucho menos los pobres. Para tener derecho al voto se exigía presentar la escritura de una propiedad con un mínimo de extensión. Todavía en nuestros días no existe el voto directo del presidente, sino la elección es realizada de manera indirecta, y con ello se excluye a la mayoría de la gente pobre, de color y de otras raíces nacionales.

Un aspecto decisivo en el despegue industrial norteamericano fue la instalación de bancos a lo largo del país que ofrecieron la suficiente liquidez monetaria para expandir el consumo y todo tipo de negocios a través de créditos. En 1771 se creó el primer Banco de los Estados Unidos, concebido para los siguientes 20 años, con el objeto de regular el comportamiento y la emisión monetaria sobre todo de bancos pequeños. Al terminar la Guerra de Independencia existían múltiples problemas; se tenía que restablecer el comercio, la industria, pagar las deudas dejadas por la Guerra de Independencia, restablecer el valor de la moneda y reducir la inflación, para ello se propuso la creación del banco, mismo que sería el encargado de emitir una moneda única, ofrecería un lugar seguro para depositar los fondos públicos y actuaría como agente fiscal en la recaudación de impuestos y en el pago de las deudas del gobierno. En 1792 el “Acta de Acuñamiento” estableció al dólar como la unidad básica de cuentas para los Estados Unidos. El nuevo banco pondría además fin a la anarquía financiera reinante en el país. En los últimos 10 años del siglo xviii había solo tres bancos, pero existían más de 50 monedas en circulación de distintos países, entre ellas la inglesa, la francesa, la española y la portuguesa (Costa y Martín, 2009: 23); circulaban además vales emitidos por estados, ciudades, tiendas y empresas de las grandes ciudades. Los valores de estas monedas eran altamente inestables. Por las dificultades de comunicación y transporte, el valor de las monedas y el tipo de cambio fue casi siempre obsoleto o desconocido, ello propició la especulación y el abuso. La ausencia de tecnología en comunicaciones hacía que los valores fueran desconocidos. Los partidarios de la creación del banco sostuvieron que este era necesario para fomentar el crecimiento y prosperidad de la nación, además de disponer de una moneda universalmente aceptada (Hill, 2015).

Con la creación del banco fue posible establecer un orden financiero con claridad, otorgar créditos en el país y en el extranjero, resolver el problema de circulación de dinero fiduciario y de la divisa continental emitida por el Congreso inmediatamente antes y durante la Guerra de Independencia. Según el plan de Hamilton, se propuso la creación de la financiación inicial para el Banco de los Estados Unidos a través de la venta de 10 millones de dólares en acciones, de las cuales el gobierno de Estados Unidos compraría los primeros dos millones en acciones. Debido a que gobierno no contaba con tal cantidad en dólares, compraría acciones con el dinero que le prestó al banco, el préstamo se pagaría en 10 cuotas anuales iguales. Los restantes ocho millones de acciones estarían disponibles para el público, tanto norteamericano como extranjero. Una cuarta parte del precio de compra sería pagada en oro o plata, el saldo restante podría ser pagado en bonos, vales aceptables u otros instrumentos. En estas condiciones, el Banco de los Estados Unidos podría técnicamente poseer 500 000 dólares en dinero real y podría conceder préstamos, capitalizado al límite de 10 millones de dólares. Las condiciones de funcionamiento del banco fueron que este sería una empresa privada y tendría un lapso de 20 años de operación, de 1791 a 1811. Durante ese tiempo ningún otro banco federal estaría autorizado para funcionar, aunque los estados tendrían la libertad de crear sus propios bancos interestatales. Al banco se le prohibió comprar los bonos del gobierno, no podía incurrir en deudas más allá de su capitalización. Con el propósito de capitalizar el banco se elevó el cobro por importación de bebidas alcohólicas, además de aumentar el impuesto al whisky destilado en el país y otros licores. Esto último propició la Rebelión del Whiskey (Hill, 2015).

La aparición y expansión de la banca en los Estados Unidos posibilitó la rápida expansión económica del país con especial énfasis en la producción industrial no solo al proporcionar fondos adicionales para la inversión y el consumo, unificar el comercio interno con la emisión de una moneda única y apoyar el financiamiento del Estado, sino además fue un instrumento adicional para acrecentar las fortunas y la concentración de riqueza. Con frecuencia se compaginaron los intereses de los banqueros con los de los comerciantes y acaparadores que, en el caso de los agricultores, al momento de vender las cosechas, los productos agrícolas bajaban de precio impidiendo a los granjeros pagar el crédito con los productos vendidos, teniendo finalmente que ceder las granjas para liquidar el crédito, mismas que después eran rematadas a precios de ganga, engrosando así la riqueza de terratenientes y especuladores (Zinn, 2010).

La creación del banco hizo posible impulsar la producción manufacturera en el país y convertirlo en una potencia industrial. “Si Estados Unidos hubiera rechazado el punto de vista de Hamilton y aceptado el de su archirrival, Thomas Jefferson, para quien la sociedad ideal era una economía agrícola integrada por agricultores terratenientes autónomos (aunque este esclavista tuvo que ocultar los esclavos que mantenían su estilo de vida), jamás habría podido dar el salto desde una modesta nación agraria rebelándose contra su poderoso dueño colonial hasta la mayor superpotencia mundial” (Chang, 2008: 65).

En 1816, a raíz de la guerra contra Inglaterra, se fundó el segundo Banco de los Estados Unidos, solo duró 17 años debido al veto impuesto por el presidente Jackson, quien consideraba que el banco “era un peligroso monopolio de poder en manos de hombres ricos, establecía demasiado control sobre las operaciones de los bancos estatales, era una influencia corruptora para los políticos y abusaba del papel moneda” (Costa y Martín, 2009: 44). Jackson trasladó los depósitos gubernamentales del Banco Nacional a bancos estatales e intentó que la emisión de dinero fuera realizada por el Estado y no por un banco privado. Durante su mandato sufrió un atentado (Zinn, 2010) y el gobierno no volvió a intentar controlar la emisión de dinero hasta la administración de Abraham Lincoln, quien tampoco lo consiguió, pues fue asesinado.

Otro elemento fundamental que hizo posible el nacimiento de la nación como nueva potencia económica fue la expansión del territorio a más de dos terceras de lo que originalmente era, entre finales del siglo xviii y la primera mitad del siguiente (vése el mapa 2.1).

Mapa 2.1

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La extensión del territorio tuvo dos efectos inmediatos en la Unión Americana. En primer lugar, jugó para los Estados Unidos el mismo papel que la posesión de colonias para el imperio británico, los franceses, belgas, holandeses y otros. Al aumentar el territorio se desplegaron costosas guerras de colonización y exterminio de los pueblos originarios que desembocaron en la realización de grandes negocios para la industria, como la textil, la del hierro y el acero, la producción de armas, la minería, la construcción de barcos, ferrocarriles y demás implementos que acompañaron a los ejércitos de conquista. En segundo lugar, la extensión del territorio definió el rumbo que tomaría el país hacia la industrialización o hacia la exportación agropecuaria. Con el aumento del territorio finalmente se desencadenó el conflicto entre la parte norte del país interesada en implementar una estrategia que limitara las importaciones y fomentara la industrialización interna, contra la parte sur interesada en expandir las plantaciones esclavistas hacia los nuevos territorios anexados, lo que implicaba abrir las fronteras al comercio exterior y favorecer las exportaciones de algodón, tabaco y azúcar, que eran los productos de mayor competitividad de la Unión Americana.

Ya desde la época de la independencia existía la controversia por definir el rumbo del país entre los pocos poseedores de la mayor parte de la tierra y los industriales grandes y pequeños del norte que empujaban por liberalizar el mercado de la mano de obra arraigada en la esclavitud, así, por ejemplo, “en 1791, Hamilton presentó su Informe sobre el asunto de las manufacturas [cursivas del original APO] al Congreso de Estados Unidos […] El núcleo de su idea era que una nación atrasada como Estados Unidos debía proteger sus ‘industrias incipientes’ de la competencia extranjera y mimarlas hasta que pudieran sostenerse por su propio pie […] la política estadounidense de aquella época estaba dominada por los propietarios de las plantaciones sureñas sin interés por desarrollar las industrias manufactureras norteamericanas […] querían poder importar productos manufacturados de mayor calidad de Europa al precio más bajo posible con las ganancias que obtenían de exportar productos agrícolas” (Chang, 2008: 63-64). Favorecer la industria manufacturera como proyecto de nación sobre la exportación de productos agropecuarios les dio la oportunidad a los norteamericanos de posesionarse de las ramas productivas más dinámicas y de mayor acumulación de riqueza en ese momento.

Con aumentar el tamaño del territorio no queremos decir que los norteamericanos transformaron el nuevo terreno anexado en un factor productivo, en tanto que las naciones que lo perdieron, como fue el caso de México, Francia que vendió la Luisiana, o España que vendió la Florida, no lo supieron aprovechar, ni siquiera es posible suponer que dicho territorio fuera importante para colonizarlo porque hasta la fecha grandes extensiones del mismo permanecen aún sin habitar y sin explotar productivamente. El territorio incorporado tenía poco o nada que ofrecer por tratarse en su mayor parte de un enorme desierto, como es Arizona, Nuevo México, Oklahoma y parte de Texas, entre otros, tampoco queremos decir que un grupo de visionarios planeara expandir el territorio con el propósito expreso de impulsar algún tipo de producción, o crear una nueva nación rica y altamente desarrollada, nada de eso, como hemos dicho, gran parte de dicho territorio permanece aún en nuestros días sin haberse aprovechado productivamente. Sin duda, un hecho crucial que empujó hacia la ambición de posesionarse de los territorios del oeste fue el descubrimiento de oro en California.1 Desde 1803, bajo la presidencia de Jefferson, el gobierno impulsó deliberadamente la expansión hacia el oeste; en 1805 llegó una expedición financiada por el gobierno a las costas del Pacífico, cerca del río Columbia (Moyano et al., 2006: 238). Sin la existencia del oro, es difícil suponer que se hubiera despertado el interés de todo tipo de aventureros por dirigirse hacia el otro lado del continente con el consecuente deseo de políticos y empresarios por apoderarse del territorio. Si los norteamericanos hubieran descubierto oro en el estado de Sonora o más al sur, en el estado de Guerrero, por ejemplo, seguramente no se hubieran conformado con quedarse al otro lado del río Bravo y se habrían apoderado de una parte todavía mayor del territorio.

El expansionismo no se limitó solo a las fronteras contiguas, esta se extendió hacia todo el continente americano. El 2 de diciembre de 1823 el presidente James Monroe ofreció un discurso diciendo: “De ahora en adelante ninguna potencia europea debe considerar a los continentes americanos una zona colonizable” (Costa y Martín, 2009: 34). A raíz de dicho discurso surgió la Doctrina Monroe, la cual “terminó siendo un lastre. Las continuas intervenciones de Estados Unidos han demostrado que el protector se convirtió pronto en un nuevo colonizador que no respetaba la soberanía ni los derechos del pueblo” (loc cit.)

Cabe insistir en que lo más importante para el despegue norteamericano no fue el saqueo de los recursos naturales como el oro u otro material como lo pudiera suponer el sentido común, sino más bien fue el hecho de que la enorme extensión recién incorporada jugó para los Estados Unidos el mismo papel que las colonias de África y Asia jugaron para Europa. Gracias a la posesión de colonias fue posible impulsar el crecimiento industrial de dichos países, la expansión territorial fue la plataforma sobre la cual despegaron grandes inversiones ligadas a las guerras de conquista y explotación de las colonias, ello ante el nulo o incipiente tamaño del mercado doméstico que permaneció deprimido debido al miserable salario pagado a los trabajadores.

Gracias a la tierra anexada, los Estados Unidos no tuvieron necesidad de invadir otros continentes en ultramar, como fue el caso de los europeos, además de que rápidamente superó el tamaño de las potencias europeas, por ejemplo, Inglaterra, incluyendo Irlanda del Norte, tiene una extensión de poco más de 94 200 millas cuadradas, la cual equivale a los estados de Nueva York, Pensilvania y Ohio. Alemania antes de la Primera Guerra Mundial tenía una extensión de 208 708 millas cuadradas, menor al estado de Texas. En otra comparación, la colonización española y portuguesa se limitó a asesinar y saquear las riquezas de las colonias con un desarrollo incipiente de la industria. En cambio, Inglaterra y los Estados Unidos, además de saquear y asesinar a los habitantes originarios, utilizaron los terrenos anexados, como ya lo hemos mencionado, para expandir las industrias del ferrocarril, y con ello la minería, las industrias del hierro y acero, de armas, además de la producción de barcos, textiles para los uniformes de militares, alimentos y demás suministros que demandaban los ejércitos y las zonas de ocupación. Los bancos y el sistema bursátil en su conjunto crecieron al proporcionar el financiamiento para pagar las guerras de conquista y las industrias beneficiadas (Cole, 1967). El descubrimiento de oro en California hizo rentable y justificó introducir el ferrocarril hasta esa zona, y una vez instalado se logró integrar económicamente el extenso territorio.

La guerra contra Inglaterra (1812-1815) redujo el comercio con Europa y puso de manifiesto las desventajas del país de depender del mercado externo y de casi un solo comprador, de Inglaterra, a la vez que hasta ese momento el Estado se había financiado esencialmente de impuestos provenientes de las aduanas,2 por lo que la caída del comercio exterior disminuyó enormemente los ingresos del gobierno, por lo que fue importante reducir la dependencia del comercio exterior. Era necesario encontrar fuentes alternativas de financiamiento para el Estado. En 1816 se fundó el Segundo Banco de los Estados Unidos; el primero había expirado en 1811, justo un año antes de la guerra con Inglaterra. Entre las labores del Segundo Banco estuvo regular el aumento de la emisión de dinero de los bancos que rebasaron en mucho el respaldo que disponían en reservas de plata u oro, lo cual provocó que gran número de acreedores de los bancos no pudieran convertir su papel moneda en dichos metales.3 Finalmente, el exceso de dinero engendró un aumento acelerado de los precios, que por otro lado se tradujo en la realización de jugosos negocios para proveer los pertrechos para la guerra contra Inglaterra como alimentos, uniformes, armas, además del impacto positivo que estas actividades generaron sobre otros negocios ligados indirectamente a los mismos.

Pocos años más tarde, en la administración del presidente Jackson, 1833-1837, los bancos de la Unión Americana experimentaron un inusitado aumento de depósitos en plata provenientes de México,4 ello como resultado de las continuas pugnas internas de ese país, lo que incrementó las reservas en plata de los bancos, pero a la vez les abrió la posibilidad de elevar la oferta de créditos, reduciendo por tanto las exigencias para otorgar los mismos. Después de 1837 una serie de bancos enfrentaron dificultades para cobrar los créditos que habían otorgado a raíz del exceso de depósitos recibidos en los años previos. Necesitaban encontrar un nuevo deudor con capacidad de pago que les permitiera recuperar los créditos caídos, y ese deudor fue el Estado, que financió la invasión a México con el exceso de depósitos existentes en los bancos. Así, la guerra contra México (1846-1848) fue financiada en gran parte con la plata depositada en bancos norteamericanos por terratenientes mexicanos, además, como hemos dicho, del interés de apropiarse del nuevo territorio donde se había descubierto oro. La guerra contra México resolvió la crisis de algunos bancos de la Unión Americana al llevar al Estado a contratar créditos para la guerra y así encontrar una salida a la crisis bancaria. En enero de 1836 la deuda pública norteamericana era de poco más de 37.5 millones de dólares y al terminar la guerra en 1948 la misma fue mayor a 47 000 millones de dólares (Historical Debt Outstanding-Annual 1790-1849).

Algunos historiadores atribuyen la causa del pánico bancario de 1837 a la acelerada emisión monetaria de los años previos y a la aparición en consecuencia de una fuerte inflación. La emisión de billetes y depósitos aumentó de enero de 1830 a enero de 1832 de 29 millones de dólares a 42.1 millones de dólares, un incremento de 45.2%. Pero de 1833 a 1837 la oferta monetaria aumentó todavía más, de 150 millones de dólares a 267 millones de dólares, 84% de aumento, equivalente a 21% de crecimiento promedio anual (Rothbard, 2002: 95-96). Había que aclarar, no obstante, que la inflación de entonces no es atribuida directamente a la emisión monetaria de los bancos, sino a la ya comentada entrada de grandes corrientes de plata provenientes de México.5 En 1839 colapsó el precio internacional del algodón, provocando con ello una reacción en cadena de insolvencia de gran número de bancos que arrastró a la economía norteamericana en su conjunto a una fuerte contracción. En suma, la plata extraída de minas mexicanas y depositada en bancos norteamericanos provocó un pánico bancario que finalmente fue resuelto con canalizar parte de dichos depósitos al financiamiento de la guerra de los Estados Unidos contra México.

En el inicio del siglo xix los Estados Unidos enfrentaron guerras que impulsaron el desarrollo industrial y consolidaron a la sociedad en un proyecto único. En 1812-1815 la guerra contra Inglaterra si bien redujo las exportaciones, por otro lado ocupó 286 730 personas, con un costo de 1.6 mil millones en dólares de hoy, significando 2.7% del producto interno bruto en 1813 (Daggett, 2010); la guerra contra México, 1846-1848, con menor número de combatientes, 78.718, tuvo un costo mayor, de 2.4 mil millones en dólares de hoy, abarcando 1.9% del pib en 1847; posteriormente la guerra entre el Norte y el Sur, 1861-1865, llevó al gobierno a emitir la Ley de Ingresos de 1861, que incluyó el primer impuesto sobre la renta personal. En la guerra, más de 2.2 millones de personas sirvieron en el lado de la Unión. La Guerra Civil costó para la Unión 60 000 millones en dólares de hoy, alcanzando 12% del pib en 1865. La Confederación, por su parte, gastó alrededor de 20 000 millones en dólares de hoy (Edwards et al., 2022).

Esta serie de conflictos significó un sólido impulso a las industrias ligadas con el armamento y el equipamiento de los ejércitos, desde la producción de armas, del hierro y el acero, las minas, la industria textil, el sistema bancario y financiero, e incluso la producción de alimentos, ganado, madera y demás pertrechos militares; así, en 1849 el pib creció 3.6% y en 1869, 4.4 por ciento.

La construcción del ferrocarril que unió el océano Atlántico con el Pacífico fue otro proyecto que impulsó la industrialización del país, el mismo dependió del subsidio otorgado por el gobierno norteamericano al ofrecer el terreno en forma gratuita para el tendido de las líneas de ferrocarril, además de proporcionar miles de trabajadores baratos, ex veteranos de guerra e inmigrantes en su mayoría chinos. El gobierno financió el estudio para establecer las rutas más rápidas y menos costosas. En 1853 el Congreso autorizó 150 000 dólares al Departamento de Guerra para realizar exploraciones y estudios que determinaran la ruta de menor costo y mayor vialidad por donde se debería de construir una línea de ferrocarril desde el río Mississippi hasta el océano Pacífico. Los estudios concluyeron en dos meses y los ingenieros topógrafos del ejército americano encargados de realizar el estudio propusieron la instalación de cinco rutas. En 1869 se inauguró el ferrocarril transcontinental, que fue considerado el principal logro tecnológico de los Estados Unidos del siglo xix. Gracias al ferrocarril, en una semana se pudo hacer el viaje que en otro tiempo podía tardar seis semanas o seis meses (Cooper, 2004). Antes del ferrocarril el transporte se realizaba en carretas y no tenía gran alcance, el costo de transporte era aproximadamente de 15 centavos por tonelada por milla, pero con el ferrocarril el costo disminuyó a 1.5 centavos por tonelada por milla, además de abrirse la posibilidad de trasladar mercancías y personas hacia zonas mucho más alejadas (The Annals of America, 1976: 177-180). Se generó entonces un enorme impulso económico que no se hubiera logrado aun disponiendo de todo el oro o plata del mundo, como sucedía en México.

Como se ha mencionado, tanto Inglaterra como los Estados Unidos desplegaron grandes ejércitos en los territorios conquistados o anexados, mismos que demandaron el abasto continuo de todo tipo de pertrechos, armas, alimentos, uniformes y demás, provocando un impulso sin precedentes de tales industrias (Gilbert y Clay, 1991). En definitiva, la expansión territorial de dichos países cobijó una acelerada expansión industrial y económica en general.

En 1834 los Estados Unidos construyeron el primer ferrocarril; en ese mismo año el producto interno alcanzó un billón 402 000 millones de dólares, la formación de capital apenas llegó a 80 000 millones, el ferrocarril representó 5.7% del pib, equivalente a 9.3 mil millones de dólares. Pero en 1881 el pib aumentó 726.1%, alcanzando 10 billones 181 000 millones de dólares, de los cuales 25.2% correspondieron a la formación de capital, y la inversión en ferrocarriles creció a 407 000 millones de dólares, 4 376% de aumento, algo no igualado por ninguna otra industria en cualquier otro país (Rhode, 2002, cuadros 2 y 3). Gracias a la expansión del ferrocarril en el vasto territorio de la Unión Americana, este creció en una proporción sin comparación alguna en cualquier otra parte del planeta. En 1860 Inglaterra, junto con Francia y Alemania, extendieron el ferrocarril en más de 20 000 millas, en cambio los Estados Unidos rebasaron en el mismo año las 30 000 millas. En 1910 el sistema de ferrocarriles norteamericanos fue completado, rebasando las 240 000 millas de líneas de ferrocarril, lo cual superaba 10 veces a las líneas de los tres países europeos, menor a 90 000 millas (Chandler, 2004: 53) (gráfica 2.5).

Gráfica 2.5. Miles de millas de líneas de ferrocarril abiertas al tráfico de ferrocarril de diferentes países, 1840-1950

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Los mapas 2.2-2.4 ilustran la magnitud de líneas de ferrocarril abiertas en Estados Unidos, Alemania y México a principios del siglo xx. Las pocas líneas de ferrocarril introducidas en México fueron realizadas por los ingleses, la burguesía mexicana estaba literalmente embriagada derrochando la fortuna extraída básicamente de la minería y la agricultura.

No hay que olvidar que la expansión norteamericana hacia el interior del país se llevó a cabo sobre la matanza y el desalojo perpetrados contra los habitantes originarios. Se calcula que a la llegada de los europeos a Norteamérica había entre 20 y 30 millones de habitantes agrupados en centenares de pueblos con más de 10 000 años de historia, “habían desarrollado sociedades y culturas muy diversas, ricas, estables y en ocasiones muy desarrolladas” (Costa y Martín, 2009: 18). Sobre tales culturas se desplegó una política de exterminio y crimen con el pretexto de implantar una civilización “más avanzada”. Al respecto, una crónica narra una de tantas acciones de exterminio en la ribera del río Misisipi: “Allí, hombres, mujeres y niños fueron despiadadamente asesinados mientras trataban de cruzar. Fue un espectáculo horroroso el que presentaron niños pequeños, heridos y presa de los más terribles dolores como si se tratara de salvajes enemigos” (Nervis y Steele, 1994: 185). La guerra contra las naciones originarias de América alimentó una poderosa industria de armas, misma que aún en nuestros días mantiene fuerte influencia en la vida política y económica del país.

Mapa 2.2

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Mapa 2.3. Alemania, 1849

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Mapa 2.4. Alemania, 1896

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Regresando a la Guerra Civil, una vez anexado el nuevo territorio y quedar configurada la mayor parte de la nación en lo que actualmente es, surgió la manzana de la discordia. El sur del país vio la oportunidad de aumentar la explotación agrícola y las exportaciones con la incorporación de los nuevos territorios a su régimen esclavista, en tanto el norte veía la oportunidad de ampliar el mercado interno en favor de la expansión industrial. La disputa terminaría finalmente en la guerra de 1861-1865. De no haber sido por la anexión del territorio mexicano posiblemente los Estados Unidos hubieran permanecido con el territorio dividido entre dos estilos diferentes de desarrollo y no se hubiera roto el relativo equilibrio de fuerzas existentes entre las dos fracciones, pero la disposición de nuevas tierras indispensables para el crecimiento del sur desbordó la ambición por aprovecharlas.

La Guerra Civil brindó la oportunidad de expandir la industria hacia la producción de acero, el ferrocarril, armas y textiles bajo el amparo del aumento del gasto militar, financiado en gran parte con emisión monetaria. El pago a dichas industrias provino del gasto deficitario del gobierno. En 1862 y 1863 el déficit norteamericano aumentó 475 y 113%, respectivamente (Treasury Government History Debt Report, USA). Por su parte, el sur estaba mucho más confiado por ser más rico que el norte y disponer de una extensión mucho mayor (véase el mapa 2.5).

Mapa 2.5. División de los Estados Unidos al inicio de la Guerra Civil, 1861

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El sur no previó que si bien Abraham Lincoln, el entonces presidente de los Estados Unidos, no disponía de suficientes recursos para financiar una guerra, acudió a la emisión de dinero para pagar la misma y así sostener un ejército más numeroso y mejor pertrechado que el sur. La razón por la cual Lincoln inició por primera vez la emisión del billete verde mejor conocido como “dólar” para financiar el gasto del gobierno fue el hecho de que la banca privada le cobraba 30% de interés por financiar los gastos de guerra; la emisión monetaria evitó pagar dicho interés (Rivero, 2013). Una vez concluida la guerra, Lincoln pretendió dejar en manos del gobierno el control de la emisión monetaria, al ser una fuente muy importante de financiamiento para el Estado sin tener que pagar intereses ni verse obligado a reembolsar el préstamo, lo que afectaba los intereses de bancos privados que hasta el momento habían controlado la emisión de dinero y cobrado intereses por ello.

No es atrevido suponer que el crimen cometido contra el presidente Abraham Lincoln al terminar la guerra fue causado no por un fanático esclavista resentido, sino más bien evitaba el control de la emisión de dinero en manos del gobierno y no de los bancos privados como lo habían hecho y lo siguen haciendo hasta ahora (Zinn, 2010). “El presidente apoyaba la impresión de papel moneda de parte del Estado para saldar las deudas de guerra. Se trataba de los ‘greenbacks’. Esta decisión no gustó a los banqueros del norte, porque obviamente la impresión de parte del Estado de nuevo papel moneda para cubrir las deudas les habría quitado poder […] A continuación se bloqueó la emisión de los ‘greenbacks’ y los capitalistas del norte invadieron el sur, comprando a bajo precio inmensos territorios y plantaciones. En pocos años aumentó el número de millonarios del norte que hacían negocios en el sur. Los grandes capitalistas que controlaban los bancos, las industrias y el petróleo eran: John D. Rockefeller, Andrew Carnegie, Jay Gauld, William Vanderbilt, Edward H. Harriman, John Pierpont Morgan, Jay Coocke, John Jacob Astor.” (Leveratto, 2015). El Banco de la Reserva Federal de los Estados Unidos, encargado de emitir la moneda, es una institución independiente que no rinde cuentas al gobierno ni a ningún miembro de la sociedad, pero en cambio cobra intereses por emitir el dinero.

El norte triunfó militarmente sobre el sur, en parte gracias a la abundante masa de inmigrantes que llegaban al país, mismos que ingresaban principalmente por Nueva York; muchos de los cuales apenas descendían del barco, eran alistados a las fuerzas armadas, en tanto el sur no tuvo la misma oferta de mano de obra. A medida que la guerra se prolongaba y se hacía cada vez más costosa en términos no solo monetarios sino de vidas humanas y materiales, la falta de mano de obra en el sur orilló a algunos hijos de terratenientes sureños a alistarse al ejército, en tanto que en el norte se permitía evadir la obligación de servir a las fuerzas armadas pagando a un sustituto por 150 dólares.6

La diferente capacidad industrial entre el norte y el sur del país definiría el triunfo de la guerra a favor del norte. A medida que la contienda se prolongaba, la industria del norte se fortalecía, en tanto que el sur se debilitada porque este financiaba la lucha con créditos sobre las propiedades, colectas y finalmente con los bolsillos de los terratenientes, quienes dependían básicamente de las exportaciones, mismas que en 1962 se vieron disminuidas a causa del bloqueo de los principales puertos de acceso del sur, en especial del río Misisipi (McPherson’s, 2003). El sur también acudió a la emisión monetaria pero el bloqueo de sus principales puertos derrumbó la confianza en la convertibilidad en oro de su moneda, por lo que su emisión fue limitada y no tuvo el efecto esperado para ayudar a financiar la guerra. El sur carecía de producción industrial propia, esta nunca fue vista como necesaria por los dueños de las plantaciones. Al terminar la Guerra Civil la situación no mejoró para los esclavos, por el contrario, empeoró radicalmente. En el nuevo escenario de libertad se vieron obligados a solicitar trabajo en las plantaciones donde anteriormente habían sido esclavos, nada más que además del salario miserable percibido y de la inestabilidad laboral tuvieron que pagar alquiler por la choza recibida y por la comida; nadie se interesó por la nueva realidad de trabajadores pobres como se habían interesado en la época de la esclavitud. La guerra contra la esclavitud no tuvo el propósito de mejorar las condiciones de vida y de trabajo de nadie, más bien arrojó a miles de trabajadores a competir por un lugar de trabajo y aceptar un salario tan deprimido que los mantuvo en la misma o peor situación de miseria. Hasta la guerra civil, los norteamericanos habían desarrollado un capitalismo que dirigía la producción hacia el mercado basado en el trabajo de esclavos; al abolir la esclavitud la situación no cambió para los trabajadores, por el contrario, como hemos dicho, empeoró, al obligar al trabajador a hacerse responsable de su propia reproducción sin recibir a cambio un salario que le asegurara condiciones mínimas de subsistencia.

Por otro lado, los norteamericanos no hubieran logrado su despegue económico a pesar de haber aumentado el tamaño de su territorio si el norte no hubiera ganado la Guerra Civil, y para ello fue decisiva la emisión de dinero realizada por el gobierno para financiar la guerra. De esta manera, la emisión monetaria fue la palanca que hizo posible el triunfo del norte, gracias a la cual Norteamérica llegó a ser la potencia que ahora es. Sin la emisión monetaria y el triunfo del norte, los Estados Unidos seguramente hubieran limitado su crecimiento a la explotación agrícola como sucede hoy en día en los países latinoamericanos.

El auge económico logrado con la expansión del territorio y la Guerra Civil dio lugar entre finales del siglo xix y principios del xx a la aparición de las grandes fortunas norteamericanas que aún en nuestros días continúan dirigiendo el destino del país y en parte del mundo. Estas fortunas se originaron alrededor de relativamente pocas actividades, como el petróleo, el acero, los transportes, los ferrocarriles, la banca y algunas otras industrias como la madera, el cobre, tabaco, y otras más, con ello aparecieron a finales del mismo siglo xix algunos de los más grandes monopolios norteamericanos, como la United States Steel Corporation, la Standard Oil Trust, predecesora de la Exxon y algunos de los bancos más grandes propiedad en ese entonces de John Pierpont Morgan (Acampora, 2000) (cuadro 2.2).

Cuadro 2.2. Las personas más ricas y sus actividades, 1901-1914. Millones de dólares

Petróleo

Monto

Acero

Monto

Transportes

Monto

John D. Rockefeller

1000

Andrew Carnegie

400

Peter Widener

100

Oliver Payne

100-105

Henry C. Frick

150

Thomas Fortune Ryan

100

Henry Yogers

100

Henry Phipps

75

Nicholas Brady

75

William Rockefeller

100

Henry Flager

75

Otros

Charles Harkness

75

Financiero

Frederick Weyerhaeuser (madera)

200

Ferrocarril

J.P. Morgan

119

Marshall Field (menudeo e inmobiliario)

140

Russell Sage

100

Andrew Mellon

100

William Clark (cobre)

100

E. H. Harriman

100

Richard Mellon

100

James B. Duke (tabaco)

100

James J. Hill

100

Hetty Green

100

J. Ogden Armour (carnes)

75-100

John Jacob Astor III

87

George F. Baker

75

William Weightman (farmacias)

80

William K. Vanderbilt

60

James Stillman

70

Frank Woolworth (menudeo)

60

De las anteriores fortunas, solo dos de ellas están ligadas directamente con la actividad primaria, como el cobre y la madera, el resto se ubican en la industria de transformación y los servicios y ninguna de las fortunas más grandes provino de plantaciones esclavistas, aunque no se puede negar el enriquecimiento alcanzado por esclavistas. Lo importante a destacar fue que ese régimen de explotación no se logró mantener a no ser que se trasladara a otra actividad como la manufactura. En suma, el régimen esclavista limitó la acumulación de riqueza en las actividades primarias, pues como hemos dicho, esta exigía de la incorporación de nuevas tierras y de mano de obra con una mínima o nula aplicación de avance tecnológico. Esto último contrasta con la burguesía de origen español y portugués asentada en los países latinoamericanos y en el caso particular de México. Este último hasta el siglo xix fue el segundo país más grande del mundo después de Rusia, dicha burguesía, a pesar de disponer literalmente de la mayor cantidad de plata y oro del mundo, no logró trascender hacia ningún tipo de desarrollo industrial y mucho menos logró crear ningún imperio empresarial que trascendiera como sucedió con las fortunas cimentadas en la industria, la banca, el comercio u otro tipo de actividades. Como hemos mencionado, la burguesía en América Latina, además de saquear y asesinar a los habitantes originarios del continente, se limitó a enriquecerse con las explotaciones mineras y agrícolas, lo cual igualmente hubiera pasado en la Unión Americana si el sur le hubiera ganado la guerra al norte. En América Latina se amasaron grandes fortunas que finalmente fueron lapidadas o derrochadas en guerras, fiestas religiosas y gastos suntuosos. Literalmente la burguesía se encontraba embriagada disfrutando de la enorme fortuna que le arrojaba la explotación de mano de obra esclava y no tenía interés alguno por impulsar otro tipo de negocio que en principio le dejaría menor ganancia. Así se construyeron gigantescos palacios para conciertos, como el Teatro Concepción (inaugurado en 1890) en Chile, el Teatro Amazonas (inaugurado en 1896 en Brasil), el Teatro Colón en Argentina (1857) y otros por el estilo. Se construyeron grandes salas de arte, pero la burguesía de la región fue incapaz de construir bancos, líneas férreas o que les permitieran participar en la naciente era industrial del siglo xix. La incipiente producción local de bienes industriales, como la producción de alimentos, bebidas, textiles, vidrio, piel, joyería, muebles, entre otras, fue más bien iniciada o impulsada por grupos de inmigrantes europeos en su mayoría relativamente pobres. Además América Latina no dispuso de gobiernos que emprendieran proyectos ambiciosos de expansión económica que justificara la formación de grandes ejércitos, por el contrario, las constantes luchas internas entre los diferentes grupos dominantes a lo largo del siglo xix fueron causadas precisamente por la incapacidad de alguno de los grupos de crear un gobierno fuerte y con poder económico suficiente para formar un ejército numeroso y bien equipado, mismo que le permitiera imponer un proyecto único de nación. Por ejemplo, después de consumada la Independencia de México en septiembre de 1821, en mayo de 1822 es proclamado el primer emperador del nuevo país independiente, pero en marzo del siguiente año el recién emperador tuvo que abandonar el país a raíz del levantamiento que no pudo enfrentar por no disponer de dinero suficiente para equipar un ejército numeroso. Los diferentes gobiernos tuvieron que acudir a los créditos externos para poder sostener el gasto público dada su debilidad para recaudar impuestos. Lo irónico de la época es que países como México, la actual Bolivia y otros más disponían prácticamente de la plata del mundo o realizaban millonarias exportaciones de café, frutas, azúcar y demás, pero los respectivos gobiernos tenían serios problemas financieros, prácticamente estaban en quiebra, incluso fueron objeto de intervenciones extranjeras por su incapacidad para pagar su deuda externa, como fue el caso de México en la segunda mitad del siglo xix. A los diferentes gobiernos, ya en la independiente Latinoamérica, no se les ocurrió seguir el ejemplo de Abraham Lincoln de emitir dinero para financiar un ejército fuerte y convenir con la burguesía un proyecto de nación que les permitiera conservar el poder e impulsar la industria o la producción nacional, como tampoco la burguesía local tuvo interés, como hemos dicho, de iniciar una producción industrial masiva que abasteciera las necesidades bélicas del Estado y del país.

Durante la etapa colonial en México se crearon importantes ciudades alrededor de explotaciones mineras de plata y de productos agropecuarios como fueron Zacatecas, Durango, Guanajuato, San Luis Potosí, la zona del Bajío, Querétaro, Celaya, entre otras. Estas ciudades, además de crecer a raíz del auge minero y agropecuario, sirvieron como fortalezas para resguardarse de los numerosos asaltantes de caminos (Payno, 2007). El camino creado para unir estas ciudades fue conocido en la etapa virreinal como “El Camino de la Plata”, iniciaba en la Ciudad de México y terminaba en las poblaciones de Albuquerque, Santa Fe y San Juan Pueblo, ahora en los Estados Unidos. Por este camino transitaba el pago del quinto real que debería de ser entregado al rey de España como tributo colonial; otra parte de la plata era exportada a China para ser intercambiaba por oro, que a su vez en parte era enviado a España. De tal manera que el Camino de la Plata se extendió hacia los puertos de Acapulco y Veracruz. Las actuales carreteras 43, 44, 45 y 49 de este país tienen su origen en dicha ruta, que fue trazada por fray Sebastián de Aparicio en 1542, él mismo mandó hacer la Ruta México-
Acapulco en 1540 y el Correo Real, que es la ruta que comunicaba el puerto de Veracruz con Orizaba, Puebla y la Ciudad de México (véase el mapa 2.6).

Mapa 2.6

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Lo sorprendente, en el caso de la colonia española, es que mientras en los Estados Unidos y en Europa el ferrocarril, junto con otras actividades económicas ligadas al mismo como la producción de acero, de carbón, las armas y el sistema bancario ya eran una realidad, los españoles y sus descendientes nacidos en la Nueva España movían su oro, la plata y todo tipo de bienes por medio de mulas y caballos. Además del elevado costo y lentitud que ello implicaba, sufrieron constantes asaltos y saqueos, y nunca se les ocurrió reemplazar dichas caravanas por el entonces moderno ferrocarril como tampoco fueron capaces de crear un banco aprovechando las grandes fortunas que habían acaparado, por lo menos para guardar la abundante plata y oro que la burguesía de entonces saqueaba de las minas o de las plantaciones agropecuarias. Por el contrario, gran parte de la burguesía de entonces guardó el oro al interior de las mismas haciendas o al pie de un árbol, compitiendo con ladrones por los escondites y espacios para guardar el mismo. En la época de la colonia se fundó el Monte de Piedad existente hasta nuestros días, pero sus préstamos son limitados porque se realiza con base en la entrega de prendas del prestatario, igualmente se fundó el Banco de Avío y Minas, que operó solo por dos años dados los recursos escasos con que operaba. En la época independiente se creó el Banco de Avío Industrial, encargado de fomentar la industria nacional, que igualmente estuvo limitado por la escasez de recursos para otorgar créditos teniendo una existencia relativamente efímera de apenas 12 años. Con la llegada de los franceses y de capital inglés se fundó en 1864, bajo el imperio de Maximiliano de Habsburgo, el Banco de Londres y México, un banco que apoyaba a mineros y agricultores pobres. El primer banco que llegó a México, sucursal del inglés The London Bank of Mexico and South America LTD (García, 2008: 5). Posteriormente, a finales del siglo xix la burguesía inició la fundación de bancos nacionales como el Banco Nacional de México (1884), el Banco Hipotecario Mexicano (1882) y el Banco Mercantil Mexicano (1882), entre otros, pero para ese entonces ya se habían consolidado los grandes monopolios internacionales que decidirían el destino económico de todo el mundo.

A la burguesía mexicana del siglo xix no se le ocurrió o tal vez le pareció una empresa costosa y poco redituable el invertir en la instalación de un ferrocarril a través del camino de la plata, ni pudo impulsar el desarrollo de un banco propio, contrario a lo que sucedió en el caso de la industria textil, que fue una de las actividades industriales más importantes de finales del siglo xix y principios del xx. La falta de inversión en el país no fue debido a la falta de capital para invertir o a la relativa pobreza de los países, porque la burguesía literalmente disponía de gran parte de la plata y oro del mundo, simplemente fue falta de visión y apatía al querer cerrar los ojos y no ver la necesidad de introducir otras actividades diferentes a la minería y las plantaciones agropecuarias, y más bien los dueños del capital se conformaron con derrochar la riqueza de la misma manera como lo hicieron los señores feudales siglos atrás. Debido a esta falta de visión se perdió una oportunidad histórica para que países como México se posesionaran de algunas de las industrias vitales de las cuales dependía y dependió el posterior despegue industrial de la nación, como fue en los Estados Unidos, donde, como ya mencionamos, algunos de los monopolios más grandes se iniciaron justamente con la construcción del ferrocarril, la creación de bancos, la producción de acero, armas, el petróleo y la explotación de minas. Desde esos años el pueblo mexicano y en especial la burguesía se acostumbraron a realizar sus actividades con enormes costos, deficiencias e incomodidades, y no se molestaron ni se molestan aún hoy en día en adoptar sistemas de transporte, producción, administración, etc. más ágiles, eficientes y mucho más baratos, los cuales no había que crear, sino que estaban disponibles en casi todo el mundo. Esta misma miopía y apatía del grupo dominante en los países pobres continúa hasta nuestros días y casi nadie discute o no la considera como una de las principales causas de la pobreza de esos países. El desarrollo de una nación depende en gran parte de la capacidad del grupo político y económico dominante de la visión y la voluntad de introducir sistemas modernos de producción, infraestructura eficiente e incorporar a la mayor parte de la población al desarrollo de la nación tanto como productora como consumidora, además de saber involucrar a la nación en los cambios económicos y tecnológicos de vanguardia en el mundo. La voluntad política por reinvertir la riqueza y adoptar esquemas productivos modernos han sido los grandes ausentes en toda la historia de América Latina, mismos que en cambio estuvieron y están aún presentes en la historia norteamericana. En suma, el desarrollo económico se encuentra estrechamente vinculado con el avance del sector industrial, financiero y de los servicios. Las actividades primarias son importantes en términos de acumulación de riqueza, pero su desarrollo y expansión está estrechamente vinculado con el dinamismo de las actividades secundarias y terciarias.

Volviendo al caso norteamericano, hasta los años ochenta del siglo xix el sector industrial superó a la agricultura en la generación del pib, previo a estos años tenían que haberse dado las condiciones antes expuestas para que fuera posible el despegue industrial, incluso una vez que la industria adquirió el liderazgo económico en el país, su contribución al pib fue mayor que en Inglaterra y rivalizó fuertemente con Alemania (cuadro 2.3).

Cuadro 2.3. Distribución del PIB por sectores de los Estados Unidos, Inglaterra y Alemania, 1839 a 1955, a precios corrientes y constantes

Participación a precios corrientes

Participación a precios constantes

Agricultura

Industria

Servicios

Agricultura

Industria

Servicios

Estados Unidos

Ingreso nacional a precios de 1859

1839

42.6

25.8

31.6

44.6

24.2

31.2

1889-1899

17.9

44.1

38

17

52.6

30.4

PIB a precios de 1929

1889-1899

25.8

37.7

36.5

1919-1929

11.2

41.3

47.5

1953

5.9

48.4

45.7

Inglaterra

PIB a precios de1865 y 1885

1801-1811

34.1

22.1

43.8

33.2

23

43.8

1851-1861

19.5

36.3

44.2

29.3

36.4

44.3

1907

6.4

38.9

54.7

6.7

37

56.3

1924

4.4

55

40.6

1955

4.7

56.8

38.5

Alemania

Producto nacional a precios de 1913, industria y servicios

1850-1859

40.9

59.1

44.8

22.8

32.4

1935-1938

13.6

84.4

16.2

56.3

27.5

1936

13.4

58

13.4

58

28.6

1950

12.4

59.9

11.1

57.3

31.6

Hasta 1879 los Estados Unidos presentaban menor participación que la inglesa en la producción industrial mundial, pero a partir del periodo de 1881-1885 los norteamericanos ya generaron más bienes industriales que cualquier otra nación (cuadro 2.4).

Cuadro 2.4. Distribución de la producción industrial mundial, porcentaje, 1879-1938

Estados Unidos

Inglaterra

Alemania

Francia

Resto del mundo

1879

23

32

13

10

22

1881-1885

29

27

14

9

21

1896-1900

30

20

17

7

26

1906-1910

35

15

16

6

28

1913

36

14

16

6

28

1926-1929

42

9

12

7

30

1936-1938

32

9

11

5

43