9. La Gran Depresión en los Estados Unidos
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9. La Gran Depresión en los Estados Unidos
En lo que toca los Estados Unidos, estos trataron de paliar los efectos de la Gran Depresión del 29, elevando el gasto público básicamente en obras de infraestructura. Se crearon programas de empleo temporal como el Civilian Conservation Corps 5 de abril de 1933, la Federal Emergency Relief Administration (1933) y el Works Progess Administration en 1935 (Heilbroner, 1977: 193). A la luz de tales programas se generó alrededor de 40% de la infraestructura urbana que actualmente disfruta la Unión Americana en universidades públicas, autopistas, bibliotecas públicas, puentes, parques públicos, preparatorias, hospitales, y otras obras más (Ginsburg, 1983). El puente de San Francisco fue construido entre 1933 y 1937, el puente George Washington fue inaugurado el 24 de octubre de 1931, y el puente Triborough, ahora conocido como puente Robert F. Kennedy, fue abierto a la circulación el 11 de julio de 1936 y superó el costo de la presa Hoover, construida en 1935. La realización de grandes obras monumentales requirió el uso de grandes cantidades de insumos; por ejemplo, la fabricación de los cajones de madera para colocar o colar el cemento del puente Triborough requirió la tala de todo un bosque en Oregón, pero en ese entonces ni el Estado ni la sociedad se preocupó demasiado por la magnitud del costo de las obras públicas, sobre todo del impacto ambiental; en esa época a nadie le dolió la magnitud alcanzada por el déficit público y sobre todo que este no desembocó en la insolvencia financiera del Estado como sucede en la actualidad; en 1934 la deuda pública federal fue equivalente a 39.2% del pib. La pregunta que surge es: ¿por qué los programas de emergencia de empleo durante la Gran Depresión no llevaron al gobierno al límite de su capacidad de endeudamiento y en cambio en el momento actual, sin realizar la misma magnitud de programas, el Estado ha llegado al límite de su capacidad de endeudamiento? En 1934 el déficit público aumentó con respecto al año anterior por encima de 20%, no obstante, ello no tuvo impacto alguno para estimular la economía en 1937 se volvió a derrumbar la bolsa de valores y el desempleo se mantuvo por encima de 19%. Durante la Gran Depresión del 29 el aumento del déficit público tampoco ayudó a resolver la crisis, la única salida a la misma fue como ya hemos dicho, acudir a otra guerra mundial.
Desde fines del siglo xix apareció cierto estancamiento de la producción, en 1908 la economía se deprimió y solo hasta el final de la Primera Guerra Mundial, en 1917 y 1918, se logró obtener un mucho mayor crecimiento; posteriormente la actividad económica volvió a deprimirse, pero después de 1921 apareció un ritmo de crecimiento mucho muy acelerado conocido como los “dorados años veinte”, mismos que terminaron con la Gran Depresión de 1929, cuando se reportaron caídas consecutivas de la producción hasta 1933. La recuperación, seguramente estimulada por los programas temporales de empleo ya mencionados, fue por demás efímera, pues a finales de 1937 y en 1938 la economía volvió a deprimirse. Hasta 1939 apareció cierta recuperación gracias al inicio de la Segunda Guerra Mundial, que elevó los pedidos militares hacia los Estados Unidos por parte de los países en conflicto, impulsando nuevamente la producción, y experimentando el país, como ya se dijo, la etapa de auge jamás vivida (gráfica 9.1).
Gráfica 9.1. Evolución del PIB norteamericano, miles de millones de dólares de 1958, 1889-1945
El auge económico experimentado después de 1921 no hubiera sido posible de no haber sido por el aumento de los salarios otorgados a raíz del Tratado de Versalles, lo que dio lugar a la aparición del fordismo y con ello el surgimiento de la línea de ensamble. Esta revolución tecnológica no fue posible llevarla a cabo con anterioridad simplemente porque los salarios reducidos y las condiciones deprimentes del trabajo impedían introducir métodos ahorradores de mano de obra que elevaran la capacidad de transformación de los trabajadores. La transformación industrial del capitalismo le debe su actual prosperidad a la decisión de los trabajadores de realizar la revolución socialista al final de la primera guerra con el objeto de no regresar a las mismas condiciones infrahumanas de trabajo que habían prevalecido en los 300 años previos de industrialización desde la invención de la máquina de vapor. Gran cantidad de historiadores no entienden el papel que los cambios sociales han provocado sobre los grandes cambios del capitalismo al suponer un peso que no le corresponde al avance tecnológico y al esfuerzo personal; por ejemplo, el despegue industrial logrado después de la primera guerra lo atribuyen al avance tecnológico sin ver el papel que jugó la reforma laboral introducida con el Tratado de Versalles. Por ejemplo, se dice que “en 1909 salieron de sus plantas de Detroit […] 12 000 vehículos, y en 1920 ya era capaz de fabricar un millón de coches al año” (Costa y Martín, 2009: 130). Lo que no se ve es que en 1909 era imposible aumentar tanto la producción de automóviles no porque no se tuviera la tecnología, sino simplemente porque no había quien los comprara, ya que los salarios miserables de esos años mantenían deprimido el poder de compra en general de la población, pero en 1920 aumentaron los salarios, haciendo posible a los trabajadores comprar un automóvil, ello solo gracias al efecto causado por la primera guerra de derrotar al capitalismo y aparecer el socialismo para que los empresarios tuvieran la brillante idea de repartir un poco de la enorme ganancia acumulada, y la consecuencia de ello, sin nadie esperarlo, no fue que los trabajadores mejoraron su nivel de vida, para nada, sino que el capitalismo adquirió un nuevo grado de expansión y de desarrollo mucho más acelerado que el logrado en su historia.
Pero nuevamente la miopía social se impuso y los salarios dejaron de incrementarse mientras la productividad continuaba creciendo, lo que desembocó en la crisis de 1929, misma que sólo se pudo resolver con la Segunda Guerra Mundial.